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C  U  B  A  N  O  S
EN LOS ESTADOS UNIDOS

Carlos Ripoll
Queens College
of the City University of New York

 

Eliseo Torres & Sons
Las Américas Publishing Co.

New York

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CUBANOS EN LOS ESTADOS UNIDOS

  Prefacio
 
Cuba: la LLave del Nuevo Mundo
 
Cuba y la América del Norte: los primeros contactos
 
Los primeros exiliados: un poeta y un sacerdote

 
El éxodo cubano del siglo XIX
  El cronista y el revolucionario
 
Los cubanos en Norteamérica

 
Cubano-americanos del siglo XIX
  La República

 
Los artistas
 
Los atletas

 
La música cubana
  Los cubanos de hoy

 

"Si pudiera la patria acongojada ver por sí el cuidado con que se disponen a servirla sus hijos ausentes; si pudiese ver el país la labor con que las emigraciones se preparan a salvarlo; si pudiese ver la patria la ternura con que la aman sus hijos desterrados, del júbilo de su fe y del orgullo sacaría al punto energía con que romper de una vez sus ligaduras".

José Martí
Nueva York, 9-V-1892

Prefacio

El propósito de este trabajo es narrar en forma breve, y sólo con algunos ejemplos, la presencia de los “Cubanos en los Estados Unidos” antes de 1959. De los que vinieron después no es todavía tiempo de escribir la historia: el exiliado de hoy aún actúa sobre su circunstancia mientras que el medio en el que se desenvuelve configura su perfil. Los cubanos prominentes que se mencionan en estas páginas vivieron en los Estados Unidos en algún momento de los 200 años que ahora interesan. Muchos de ellos hicieron contribuciones de valor a este país, y otros fueron influidos por él, también de manera positiva.

A los hombres y mujeres de Cuba que honraron su patria mientras vivían aquí, está dedicado este estudio, y a los norteamericanos que con generosidad, durante ese tiempo, les ofrecieron ayuda.

Cuba: la Llave del Nuevo Mundo

Quince días después de tocar tierra en el Nuevo Mundo, Cristóbal Colón descubrió la isla de Cuba. El 28 de octubre de 1492 desembarcó en una bahía de la costa norte, y quedó sorprendido de la belleza natural, y dijo: “Esta es la tierra más hermosa que ojos humanos han visto". A partir de entonces, y por los mismos motivos que Colón, Cuba ha sido llamada “La Perla de las Antillas", “La Isla del Paraíso", “El Jardín del Placer", “El Jardín del Poniente", “La Tierra Prometida” y otros elogios semejantes. Los indígenas cubanos llamaban su isla Cubanacán, que en una traducción aproximada quería decir “centro del paraíso".

Como Colón creía haber llegado al continente asiático, envió a algunos de sus hombres a buscar al Gran Kan, del que había hablado Marco Polo; no lo encontraron, por supuesto, ni abundante oro, y no se dieron cuenta de que en aquella hoja seca que fumaban los indios había más riqueza que en la de todo el oro de América: era el tabaco, que tanta importancia económica iba a lograr en el mundo, y particularmente en Cuba. Un año después del descubrimiento, Colón trajo a la isla la otra gran fuente de riqueza: la caña de azúcar, la cual, junto con el tabaco, ha tenido gran influencia en el destino de los cubanos.

El territorio de Cuba está compuesto de muchas islas; la principal mide unos 1,200 kilómetros de este a oeste y tiene un promedio de unos 100 kilómetros de ancho. Hace millones de años surgieron del fondo del mar cuatro promontorios y por erosión se fueron partiendo hasta formar una gran isla que, después de la época del deshielo, quedó reducida a lo que encontraron los españoles. Cuba es la mayor de las Antillas y se encuentra a unos 150 kilómetros al sur de los Estados Unidos, muy cerca de Jamaica, de Haití y Santo Domingo, de las Bahamas y de la península de Yucatán. Del norte y del sur emigran aves a Cuba por el clima: el zorzal, la golondrina, la gallinuela de agua dulce; se han podido contar unas 700 especies, de las que solamente un centenar son indígenas. Esa preferencia de las aves confirma la posición estratégica de la isla, a la entrada del golfo de México.

Los indios parecen haber llegado a Cuba de la América del Sur, desde el territorio que ocupa hoy la actual Venezuela, saltando de isla en isla. Ellos fueron los verdaderos descubridores. Los primeros que llegaron, dos mil años antes que Colón, eran muy primitivos y vivían en cavernas. Con el tiempo fueron forzados hacia el occidente y luego hacia el norte, hasta la península que los españoles llamarían la Florida, por otros indios de civilización más avanzada. Hay algunas coincidencias en las costumbres y el lenguaje de los primitivos habitantes de las dos regiones, y, si se produjo dicha emigración hacia la Florida, sería un remoto antecedente de las muchas que vinieron después, de cubanos perseguidos que buscaron refugio en la América del Norte.

Cuando Colón llegó a Cuba había unos cien mil indios. Los más adelantados  practicaban la agricultura, hacían ídolos de cerámica, habitaban en bohíos y bailaban al son de tambores; otros vivían en estado salvaje y se alimentaban de la caza y de la pesca. Muy pronto los españoles se dieron cuenta de que los indios no eran resistentes al trabajo y, diez años después del descubrimiento, llevaron a Cuba, para las labores agrícolas, negros de África. Por el exceso de trabajo y por las enfermedades, los indígenas cubanos fueron desapareciendo hasta extinguirse.

Desde los comienzos de la conquista de América, también por su posición, Cuba se convirtió en punto de partida de expediciones; así se llamó, particularmente al puerto de La Habana, “Llave del Nuevo Mundo". De allí salió la expedición de Pánfilo Narváez, en 1528, para conquistar la Florida, que desembarcó en la bahía hoy llamada Tampa; con él fue Alvar Núñez Cabeza de Vaca, quien tuvo que recorrer todo el territorio meridional de lo que actualmente son los Estados Unidos para llegar a México ocho años después. De La Habana partió también Hernando de Soto, quien atravesó la Florida en 1539 hasta lo que hoy son los estados de Georgia y las Carolinas, y después de cruzar el río Mississippi se internó en los territorios que ocupan Arkansas y Oklahoma. Y de la costa sur salió la primera expedición a México, la de Juan de Grijalba, en 1518 y, tres años más tarde, la de Hernán Cortés.

Cuba y la América del Norte: los primeros contactos

España tenía el monopolio del comercio de Cuba, pero, desde que se establecieron las colonias inglesas, hubo comercio de contrabando: los de Cuba vendían azúcar, alcohol y cueros, y compraban harina, telas e instrumentos para la industria y la agricultura. Desde mediados del siglo XVII hasta terminar el siguiente, atacaron los puertos de Cuba corsarios y piratas: primero los franceses, y luego los ingleses y los holandeses. En La Habana se reunían los barcos que iban cargados de oro hacia España y eran buena presa para los piratas: en 1628, por ejemplo, el holandés Pieter Heyn se apoderó en la costa norte de todo lo que llevaba a Sevilla la flota española. Como resultado de estos ataques, se construyeron varias fortalezas en La Habana y en otros territorios españoles. En San Agustín, en la Florida, dirigió las obras el habanero Laureano de Torres y Ayala (1640-1722), que fue gobernador de esa península desde 1693 hasta 1700.

El comercio de Cuba recibió un gran impulso cuando los ingleses, en guerra con España, tomaron la capital de la isla, en 1762. Mientras La Habana estuvo en poder de Inglaterra, se decretó el comercio libre y, desde entonces quedaron los cubanos interesados en aumentar sus relaciones comerciales con Europa y, desde luego, con sus vecinos del norte. Durante los once meses que permanecieron en La Habana los ingleses, más de mil barcos entraron en el puerto, lo que era una actividad no conocida por los habaneros antes de esa fecha. De esa manera, poco a poco, los asuntos económicos fueron diferenciando a los cubanos de los españoles. Por otra parte, esta ocupación extranjera del territorio cubano produjo el destierro del obispo Pedro Agustín Morell de Santa Cruz (1694-1768), quien no quiso someterse a las disposiciones de los invasores, y se convirtió en el primero de una serie de exiliados notables que salieron de Cuba para establecerse en la Florida. Al igual que muchos de los que con el tiempo seguirían sus pasos, el obispo Morell de Santa Cruz se dedicó a la enseñanza durante su exilio en la América del Norte, y al regresar fue útil a Cuba, pues introdujo en la isla la industria de la apicultura que pronto constituyó nueva fuente de riqueza para los cubanos.  


PEDRO A. MORELL DE SANTA CRUZ, el más antiguo historiador antillano, fue el primer refugiado político que salió de Cuba para establecerse en la Florida.- JOSÉ MARÍA HEREDIA, en un retrato de 1823, cuando llegó prófugo a Nueva York.- Página titular de la primera edición de las Poesías de Heredia, publicadas en Nueva York.

Otro sacerdote de Cuba dejó también los mejores recuerdos en tierras del Norte y a su patria llevó adelantos técnicos. El habanero Luis Peñalver (1719-1810) no vino como exilado político, sino por haber sido nombrado en 1793 obispo de Nueva Orleáns. En La Habana había tenido cargos de importancia en la vida intelectual y eclesiástica, y en su nueva ciudad construyó hospitales, colegios para niñas e iglesias. Con el mismo espíritu inquisitivo de Morell de Santa Cruz, con la misma curiosidad --que parece propia del cubano, quizás por su sicología insular-- Peñalver se interesó en la maquinaria agrícola que usaban en Luisiana en el cultivo del algodón, y la llevó a Cuba para beneficiar el país y agrandar sus obras de caridad en la isla.

Medio siglo antes de la “Fiesta del té", en Boston, hubo en Cuba una rebelión contra la metrópoli. Los vegueros se levantaron en protesta por el monopolio del tabaco. De esta manera las posesiones inglesas y las de España iban encontrando razón para separarse de la metrópoli.

Además de los intereses económicos, las simpatías de los cubanos por Norteamérica tuvieron ocasión de manifestarse con motivo de la guerra de independencia de las trece colonias inglesas. En 1781 el ejército de George Washington estaba falto de recursos. Francia apoyaba a los insurrectos y había enviado su escuadra a las Antillas para combatir a Inglaterra. Desde Newport, Rhode Island, le escribió el general Rochambeau al almirante De Grasse, que dirigía la escuadra francesa: “No puedo ocultarle que los americanos se encuentran con sus recursos casi agotados, que Washington no debe tener la mitad de las tropas que se le calcula, y que creo, aunque él no habla del asunto, que en la actualidad no llegan a 6 mil hombres; y que el señor de Lafayette no cuenta ni con mil soldados regulares, incluyendo las milicias, para defender Virginia". Por este motivo le pedía 1,200,000 libras. No teniendo De Grasse manera de conseguir ese dinero, envió a su ayudante en un barco a La Habana: a las cinco horas de llegar ya tenían los franceses la cantidad pedida: las autoridades españolas dieron una parte; otra, los comerciantes; pero la mayor fue la contribución de las habaneras, quienes entregaron sus joyas para ayudar la causa de los norteamericanos. Fue con ese dinero que se pudo dar la batalla decisiva de la guerra, en Yorktown, donde se rindieron las tropas británicas al mando del general Cornwallis. Como ha dicho un historiador de este país, ese dinero de las habaneras “puede considerarse como la base sobre la que se edificó la independencia de los Estados Unidos".

La contribución de Cuba fue aún más allá de lo puramente económico. En Cuba se organizaron expediciones con voluntarios blancos y negros que atacaron a los ingleses en distintos frentes, haciéndoles unos 2 mil prisioneros, lo que contribuyó a desmoralizar sus tropas. El coronel cubano José Cagigal (1738-1814), por ejemplo, tomó las plazas de Pensacola y de Nassau en una expedición salida del puerto de La Habana.

Los primeros exiliados: un poeta y un sacerdote

Con los ejemplos de los Estados Unidos y de Haití casi toda la América Latina logró su independencia de España. No fue Cuba tan afortunada como los otros países de habla española pues tuvo que esperar hasta finales del siglo XIX. Pero esa demora no se produjo por falta de intentos de separarse de España: muy temprano en ese siglo comenzaron las conspiraciones, y también empezaron a llegar a los Estados Unidos, como consecuencia de ellas, los refugiados políticos.

Uno de los más ilustres, entre los que primero tuvieron que emigrar, fue el poeta José María Heredia (1803-1839). Estuvo comprometido en una conspiración y se vio obligado a huir para salvar la vida. Llegó a Boston en el invierno de 1823, y luego se estableció en Nueva York, donde enseñó español, hizo traducciones y publicó sus versos. Heredia fue el primero que escribió en español sobre los Estados Unidos: sus cartas se publicaron en revistas que leían con interés los cubanos; y fue también el primero entre sus compatriotas en darle un contenido político a la literatura, al denunciar con sus poesías los abusos de España. En el verano de 1824 Heredia fue al Niágara, inmortalizando el lugar en una famosa oda que se creyó traducida por su amigo y admirador el poeta William Cullen Bryant; la última estrofa de esa composición se colocó en una placa de bronce, en un mirador junto a las cataratas.

Poco después publicó Heredia sus poesías en una imprenta de Nueva York: acababa de cumplir 21 años, y recibió el aplauso de reconocidos críticos de habla inglesa y española. Esta primera edición de sus versos la hizo de manera especial para que sirviera de texto a sus alumnos: en la página primera del libro se lee esta advertencia: “Se notará en esta obrita profusión de acentos; pero ha sido necesario emplearlos para hacerla útil a los americanos que estudian español y desean adquirir una buena pronunciación". De esa manera, y con sus clases, Heredia contribuyó al estudio de la lengua española en este país; así se cumplía la recomendación de Jefferson y Franklin de estimular el conocimiento de ese idioma entre los ciudadanos americanos. Después de su estancia en Nueva York, Heredia fue llamado por el gobierno de México, donde ocupó importantes posiciones, hasta morir allí, reconocido como uno de los grandes poetas románticos en su lengua.

Con sólo unos días de diferencia respecto a Heredia, llegó a Nueva York otro gran cubano, también refugiado político, el padre Félix Varela (1787-1853). En Cuba había sido el intelectual de más nombre: profesor de filosofía en el centro de más prestigio en La Habana, el Colegio y Seminario de San Carlos, y lo habían elegido diputado a Cortes. Fue a Madrid representando los intereses de Cuba, pero habló contra la esclavitud y contra el monarca español, al igual que sus compatriotas Tomás Gener (1787-1835) y Leonardo Santos Suárez (1795-1874), y juntos tuvieron que escapar por Gibraltar para refugiarse en los Estados Unidos.  


FELIX VARELA, vivió los últimos 30 años de su vida exiliado en los Estados Unidos.- Buena parte de su obra (traducciones, periódicos, libros de texto) la publicó en Nueva York y Filadelfia.- Capilla mortuoria del padre Varela construida en San Agustín, a raíz de su muerte, por los emigrados cubanos.

Sin desatender el sacerdocio ni abandonar su carrera de escritor, el padre Varela, con otros cubanos residentes en este país --ricos comerciantes y jóvenes escritores, algunos de los cuales habían sido sus alumnos en Cuba-- conspiró contra España: publicó periódicos revolucionarios e hizo una intensa campaña en favor de su causa. Fundó, en Nueva York, además, dos iglesias, un hospital y tres escuelas: en Cuba había sido el maestro de los ricos, en Nueva York lo fue de los pobres. Para ayudar a las nuevas repúblicas hispanoamericanas tradujo el Manual of Parlamentary Procedure, de Thomas Jefferson; y de su propia pluma publicó libros sobre filosofía, que sirvieron de texto en varias universidades, y artículos en periódicos católicos.

El padre Varela habría llegado a obispo de Nueva York si no hubiera sido por la oposición de España, pero lo nombraron vicario general de la ciudad. Queridísimo por todos, se le consideraba un modelo de virtud. Este extraordinario sacerdote, como ha destacado un historiador cubano, fue el primer intelectual de Hispanoamérica auténticamente revolucionario: mostró al mundo que el papel del intelectual, precisamente por serlo, es el de comprometerse con sus ideas y propagarías entre sus contemporáneos.

Aunque España lo indultó, el padre Varela no quiso regresar: creyó su deber permanecer en el exilio mientras Cuba no fuese libre: como buen apóstol, siempre estuvo dispuesto a dar ejemplo con sus actos; él había dicho: “No es patriota el que no sabe hacer sacrificios en favor de su patria, o el que pide por éstos una paga, que acaso cuesta mayor sacrificio que el que ha hecho para merecerla". Además, por las amistades y el cariño que despertó entre los norteamericanos, llegó Varela a sentirse como nacido en los Estados Unidos; dijo en una oportunidad: “Por el afecto, me considero ciudadano de este país".

En la mayor pobreza, y casi ciego, murió el padre Varela en la ciudad de San Agustín, en la Florida, donde había vivido en su niñez, y donde los fieles, enterados de su caridad y méritos, se repartieron sus hábitos como si fueran reliquias de santo. En Roma se ha iniciado un expediente para su beatificación. Al cumplirse el centenario de la Iglesia de Cristo, que él fundó en Nueva York, en los actos celebrados en su memoria, dijo el que oficiaba en la ceremonia: “Pocos hombres han hecho tanto bien, y pocos han dejado tan gratos recuerdos. En verdad que el padre Varela fue ‘todo para todos’: para el académico fue un académico, para el pobre fue pobre, y para los que sufrían siempre tuvo lista su compasión. De cualquier forma que lo veamos, como el profesor de filosofía, como el miembro de las Cortes españolas, como el sacerdote trabajando sin descanso por la salvación de las almas, su gran espíritu liberal siempre se destacará en su recuerdo".

El éxodo cubano del siglo XIX

Cuba fue el país de este continente que pagó más alto precio, en tiempo, en esfuerzos y en sangre, por su derecho a ser libre. Casi sin interrupción se sucedieron en la isla, durante todo el siglo XIX, las conspiraciones, los alzamientos, las ejecuciones, las cárceles y los destierros. Desde el territorio americano los exiliados organizaron numerosas expediciones armadas. En 1850 salieron de Nueva Orleáns 600 hombres al mando del general Narciso López (1789-1851): desembarcaron en la costa norte de Cuba, ocuparon una ciudad, y por vez primera ondeó en territorio cubano la bandera que iba a ser, al inaugurarse la República, la enseña nacional. No tuvieron López y sus hombres respaldo de la población y, perseguidos por los españoles, lograron refugiarse en Cayo Hueso. Poco después el propio general, con medio millar de soldados, organizó otra expedición; pero esta vez lo apresaron y fue ejecutado en La Habana, junto a su compañero, el coronel William L. Crittenden, sobrino del Secretario de Estado, y otros 50 norteamericanos.  


MIGUEL TEURBE TOLON, además de libros en prosa y verso, publicó en Nueva York su traducción de Common Sense, de Thomas Paine.- NARCISO LOPEZ, en el busto que le hizo M. Trudeau en Nueva Orleáns, en 1851.- JOSE ANTONIO SACO (al centro), en Filadelfia tradujo del latín las Recitationis sobre derecho romano, de Heinecio, y publicó con el padre Varela el Mensajero Semanal.- FRANCISCO ESTRAMPES, durante su exilio en Nueva Orleáns fue profesor de idiomas.- MIGUEL DE ALDAMA, rechazó títulos y honores de España, y se hizo agente en los Estados Unidos de la revolución cubana.

Poco a poco fueron sintiendo en los Estados Unidos mayor simpatía por la causa de la libertad de Cuba. Además de los lazos de amistad que se establecieron con los que vivían aquí, el pueblo observaba con repugnancia los abusos que cometían en la isla las autoridades españolas. Uno de los acontecimientos que más desacreditó en los Estados Unidos al gobierno de La Habana fue el fusilamiento del poeta Gabriel de la Concepción Valdés (1809-1844), que usaba el seudónimo de Plácido. Había sido acusado de participar en una conspiración de negros y se le condenó injustamente sin darle oportunidad a defenderse. Numerosas traducciones y biografías del desdichado poeta lo convirtieron en un favorito de los lectores norteamericanos, al tiempo que se hacía más popular la causa de Cuba.

Cada intentona revolucionaria, cada conspiración, elevaba el número de los que se escapaban al extranjero, y la mayoría se estableció en los Estados Unidos. Durante la Guerra de los Diez Anos, iniciada el 10 de Octubre de 1868, la décima parte de la población tuvo que emigrar. Eran profesionales, comerciantes y obreros que se establecieron en Nueva York, Filadelfia, Nueva Orleáns, Charleston, Baltimore y Cayo Hueso. En esta última ciudad, en la que sólo había unos 3 mil habitantes, con las emigraciones de cubanos muy pronto llegó a tener 18 mil, siendo más de las tres cuartas partes obreros relacionados con la industria del tabaco.

Para organizar el exilio y para interesar al gobierno americano en la independencia de Cuba, los patriotas que luchaban en la isla enviaron a Nueva York al general Francisco Vicente Aguilera (1821-1877), uno de los más ricos terratenientes de Cuba. Habiendo sacrificado toda su fortuna, vivió después en extrema pobreza. Cuando murió, como símbolo de lo que representaban los cubanos para el pueblo norteamericano, el ayuntamiento de Nueva York celebró los funerales del general Aguilera en su sala del Gobernador, una distinción que nunca se le había hecho a ningún extranjero. A fin de terminar la guerra, el gobierno de España se vio obligado a hacer concesiones a los rebeldes, por lo que muchos emigrados regresaron a su país en 1878. Pero el tiempo que vivieron aquí fortaleció de manera notable las relaciones entre los dos pueblos, y continuaron vivas por los que permanecieron en los Estados Unidos.  


FRANCISCO VICENTE AGUILERA, desde 1871 hasta su muerte fue Delegado en los Estados Unidos de los insurrectos de Cuba.- Reunión de cubanas en Nueva York para recaudar fondos para la guerra de independencia.- Adiestramiento de cubanos en Nueva York para ir a libertar su patria.


TOMAS ESTRADA PALMA, presidente de la República en armas, en 1876; en 1902, estando en su colegio de Central Valley, fue elegido el primer presidente de Cuba libre.- GASPAR BETANCOURT CISNEROS (al centro) vivió 19 años en los Estados Unidos, donde había estudiado.- JOSE MORALES LEMUS, pasó sus últimos años entre Washington y Nueva York, en gestiones para que se reconociera el derecho de los cubanos a la independencia.- SALVADOR CISNEROS BETANCOURT, se educó en Filadelfia, y vivió en el exilio mientras no estuvo peleando en Cuba.- CIRILO VILLAVERDE, con dos breves interrupciones, vivió 45 años en los Estados Unidos (dibujos de Esteban Valderrama).


LUIS FELIPE MANTILLA llegó refugiado a Nueva York a los 29 años, y allí vivió dedicado a la enseñanza hasta su muerte.- JOSE ANICETO IZNAGA, con otros exiliados de Nueva York fue a pedirle ayuda militar a Bolívar para la independencia de Cuba.-  ENRIQUE PIÑEYRO, a los 30 años, cuando llegó a Nueva York.- JUAN CLEMENTE ZENEA, en tres oportunidades vivió en los Estados Unidos como refugiado político.- La Junta Cubana de Nueva York, fundada en 1852, en un dibujo del Harper’s Weekly.­ FRANCISCO FRIAS (conde de Pozos Dulces), iniciador de la agricultura científica en Cuba, colaboró en El educador popular y La América Ilustrada, de Nueva York.

La manufactura de tabacos fue el más próspero negocio de los cubanos: con su gran experiencia los obreros y los industriales de Cayo Hueso hicieron de aquella pequeña isla el centro tabacalero de los Estados Unidos. Allí los cubanos fundaron organizaciones de beneficencia, clubs revolucionarios, periódicos y colegios: el San Carlos, que todavía hoy existe en un nuevo edificio, fue la primera escuela en el sur a la que asistieron juntos niños blancos y negros. Años más tarde Tampa se convirtió en el centro de la industria del tabaco: en 1888 llegó a producir cien millones de los mundialmente famosos habanos, y tres años antes, la ciudad no tenía ni un millar de habitantes.

Donde impera un gobierno impopular y tiránico, lo primero que suprimen las autoridades es la libertad de palabra y de pensamiento. En algunas tabaquerías de Cuba se había establecido la costumbre de leerles a los obreros mientras trabajaban. España prohibió esas lecturas al empezar la guerra y, como era de esperarse, en las fábricas de los Estados Unidos las reanudaron. De esta manera los trabajadores lograban cierta cultura y aumentaban su fervor patriótico. Fue por eso que buena parte de las expediciones contra el régimen español la sufragaron los obreros. El costo de la vida, además, era muy económico: una casa se podía alquilar por un dólar a la semana, una libra de carne costaba menos de 10 centavos, y con cinco se podía comer fuera de la casa. Un obrero, mientras tanto, ganaba entre 20 y 40 dólares a la semana escogiendo hojas y enrollando tabacos, lo que le permitía algunas comodidades aunque contribuyera a la lucha contra España.

Hacia 1890 los emigrados habían logrado cierto poder económico. Entre ellos también había ricos que deseaban la independencia de su patria, pero se hallaban dispersos y sin un plan concreto para el futuro de Cuba. La labor de organizarlos en un esfuerzo común y de formular un programa político recayó en José Martí (1853-1895), el más grande de los cubanos de todos los tiempos.

El cronista y el revolucionario

Con razón ocupa la estatua de Martí un lugar prominente en la ciudad de Nueva York: al terminar en el Parque Central la Avenida de las Américas, y entre las dos figuras más destacadas de la independencia de la América hispana: Bolívar y San Martín.

José Martí nació en La Habana, de padres españoles. Era muy joven cuando estalló la Guerra de los Diez Años, y pronto se vio envuelto en el conflicto, por lo que fue apresado y deportado a España. En la Universidad de Zaragoza terminó sus estudios, yéndose a vivir más tarde a México. De este país, y de Guatemala y Venezuela, en los que residió después, tuvo que irse por su oposición a los gobiernos dictatoriales que allí había. Por último se fue a Nueva York, donde vivió los últimos 15 años de su vida, hasta 1895, cuando estalló la guerra final de independencia que él había organizado.

Ni antes ni después de Martí, nadie ha hecho tanto como él por dar a conocer los Estados Unidos al mundo de habla española. Su condición de periodista, su brillante pluma y su talento le permitieron ofrecer a los latinoamericanos, a través de unos 20 periódicos que publicaban sus escritos, las más variadas escenas de la vida norteamericana. Martí comprendió la importancia que tenían los Estados Unidos para la América hispana, y se dedicó a estudiar sus instituciones políticas, sus costumbres, su historia, su cultura y cuanto podía revelar la verdadera dimensión de aquella sociedad. “Para conocer un pueblo", decía, “se le ha de estudiar en todos sus aspectos y expresiones: en sus elementos, en sus tendencias, en sus apóstoles y en sus bandidos".

Antes de Martí había un conocimiento limitado de este país en la América Latina, y se hacían juicios erróneos sobre él. Era la época en que cristalizaba aquí el ensayo democrático y de libre empresa, unas veces afirmando valores, y otras reduciéndolos. Martí censuró con severidad el materialismo, los prejuicios, la soberbia expansionista y la corrupción política; y con entusiasmo aplaudió el amor a la libertad, la tolerancia, el espíritu igualitario y la práctica de la democracia. Así advertía a sus lectores, en octubre de 1885, al comparar la opulencia y la pobreza que convivían en Nueva York: “En lo que peca, en lo que yerra, en lo que tropieza, es necesario estudiar a este pueblo, para no tropezar como él. No hay que ver sólo las cifras de afuera, sino que levantarlas, y ver, sin deslumbrarse, a las entrañas de ellas. Gran pueblo es éste, y el único donde el hombre puede serlo; pero a fuerza de enorgullecerse de su prosperidad y andar siempre alcanzado para mantener sus apetitos, cae en un pigmeísmo moral, en un envenenamiento del juicio, en una culpable adoración de todo éxito".  


JOSE MARTI, en un retrato de 1894. Casi toda la obra de Martí fue escrita o publicada en Nueva York (Patria, el periódico oficial del Partido Revolucionario Cubano; Ismaelillo, su primera colección de poesías; La Edad de Oro, revista para los niños; Versos Sencillos, su última creación lírica).

En los numerosos volúmenes en que se han recogido sus discursos, cartas, ensayos y diversos escritos, los que tratan de los Estados Unidos aparecen divididos en dos grupos, “Norteamericanos” y “Escenas Norteamericanas". Martí habló con palabras magistrales de patriotas, artistas, escritores, políticos y otras figuras importantes. Con Ralph Waldo Emerson, por ejemplo, se identificó porque tenía, como él, gran aprecio por el deber, la virtud, la naturaleza y la ternura. Estudió la obra de Emerson y con frecuencia la tuvo presente, y cuando el sabio de Concord murió en 1882, un periódico de Venezuela publicó el excelente estudio que había escrito Martí en Nueva York; allí decía: “Emerson ha muerto, y se llenan de dulces lágrimas los ojos. No da dolor, sino celos. La muerte de un justo es una fiesta en que la tierra toda se sienta a ver cómo se abre el cielo. Va a reposar el que lo dio todo de sí e hizo bien a los otros". Y de esta manera describe al escritor y su conducta: “Escribía como un veedor, y no como un meditador. Cuanto escribe es máxima. Nunca, ni en sus escritos ni en su vida, alquiló su mente, ni su lengua, ni su conciencia. De él como de un astro, surgía luz. En él fue enteramente digno el ser humano".

Dos poetas cubanos habían precedido a Martí en la difusión y el estudio de las letras en los Estados Unidos. Domingo Delmonte (1804-1853) fue el primero que escribió de ellas en español, en un estudio que apareció primero en Cuba y luego en Sevilla. Poco después Juan Clemente Zenea (1832-1871), que había vivido en Nueva Orleáns y Nueva York, publicó un acabado estudio “sobre la literatura en los Estados Unidos". En Martí culminaron esos empeños por dar a conocer la obra de los escritores norteamericanos en los países de habla española: en los periódicos de Hispanoamérica escribió sobre James Fenimore Cooper, Mark Twain, Washington Irving, William Cullen Bryant, Edgar Allan Poe, Longfellow, Thoreau y de otros que tuvieron importancia y fama en el siglo pasado. Al poeta Walt Whitman lo dio a conocer en un trabajo publicado en 1887 simultáneamente en México y en Buenos Aires. Era la reseña de una conferencia que había dado Whitman en Nueva York sobre Abraham Lincoln. Martí lo presenta como se describió el poeta en “Song of Myself", en su libro Leaves of Grass: “Walt Whitman, un cosmos, un hijo de Manhattan, /Turbulento, carnal, sensual, que come, bebe y se reproduce, / Sin sentimentalismos, nunca por encima de los hombres y las mujeres, ni lejos de ellos". Del poeta, Martí destacó su estilo, que era el propio de los tiempos nuevos en un continente nuevo, y también su vocabulario y la forma de organizar las frases, que la compara con la naturaleza. Lo recomienda a sus lectores: “Oíd lo que canta este pueblo trabajador y satisfecho; oíd a Walt Whitman". Además de su arte, Martí admiraba en él su amor a la democracia y a las clases humildes, y la profesión de libertad.

Los escritos de Martí sobre “Norteamericanos” notables incluyen estudios sobre militares, como Grant y Sheridan, y ricos filántropos, como Peter Cooper. Sus reservas contra los abusos que cometía el capitalismo no le impidieron reconocer los méritos de los que pensaban también en los pobres. De Peter Cooper, por ejemplo, que fundó la Cooper Union, en Nueva York, para enseñar ciencias y artes a los estudiantes necesitados, dijo en un artículo de 1893, con motivo de su muerte: “Yo no he nacido en esta tierra, ni él supo jamás de mí, y yo lo amaba como a un padre. Amó, fundó y consoló. Vivió serenamente, porque vivió sin pecado. Era tan tierno que parecía débil; pero tenía esa magnífica energía de los hombres tiernos. Creía que la vida humana es un sacerdocio, y el bienestar egoísta, una apostasía. Se veía como administrador de su riqueza, no como su dueño".

En los periódicos de Centro y Suramérica quedó pintada en cuadros preciosos la vida norteamericana. Un día de verano describe la playa de Coney Island, de Nueva York, y dice: “Lo que asombra en Coney Island no es el modo de bañarse, ni las casillas de baños, ni la playa majestuosa. Lo que asombra allí es el tamaño, la cantidad, el resultado súbito de la actividad humana, esa inmensa válvula de placer abierta a un pueblo inmenso, ese vertimiento diario de un pueblo portentoso en una playa portentosa. Esa naturalidad de lo maravilloso es lo que asombra allí". Y cuando en la noche esa muchedumbre colosal regresa a Nueva York, Martí la ve “como monstruo que vaciase toda su entraña en las fauces hambrientas de otro monstruo".

Sobre la inauguración de la Estatua de la Libertad, en 1886, dijo Martí: “Ayer fue 28 de octubre, cuando los Estados Unidos aceptaron solemnemente la Estatua de la Libertad que le ha regalado el pueblo de Francia en memoria del 4 de julio de 1776. La emoción era gigante. Reflejos de bandera hay en los rostros: un dulce amor conmueve las entrañas: un superior sentido de soberanía saca la paz, y aun la belleza a las facciones; y todos estos infelices irlandeses, polacos, italianos, bohemios, alemanes, redimidos de la opresión o de la miseria, celebran el monumento de la libertad porque en él les parece que se levantan y recobran a sí propios". Al describir de esta manera el monumento, en relación con los inmigrantes, Martí coincidía con Emma Lazarus, también poeta, la cual había descrito la estatua en sus conocidos versos como la “Madre de los Exiliados".  


Martí con un grupo de revolucionarios cubanos en Cayo Hueso.- A la salida de una fábrica de tabacos, en Tampa, durante la campaña preparatoria de la guerra.- Martí rodeado de exiliados que realizaban prácticas militares en un campo de adiestramiento clandestino en Cayo Hueso, en terrenos de Eduardo Hidalgo Gato.- Monumento a Martí en el Parque Central de Nueva York.

Martí tuvo que interrumpir su carrera de escritor para organizar la guerra contra España. No sólo quería libertar su patria sino también establecer en ella un gobierno democrático donde pudiera triunfar la justicia. Le había dicho a los emigrados en Tampa: “Yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.... O la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás, la pasión, en fin, por el decoro del hombre, o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos". Con este programa, Martí logró el apoyo de sus compatriotas que vivían en el extranjero y de muchos que esperaban en la isla, y a principios de 1895, con algunos allá sobre las armas, se fue a Cuba y murió, a mediados de mayo, en uno de los primeros encuentros con las tropas españolas.

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