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MART� ANTICAPITALISTA
Debieran los ricos, como los caballos de raza, tener donde todo el mundo pudiese verlo, el abolengo de su fortuna.
Jos� Mart�
El capitalismo es el sistema econ�mico que se basa en el predominio del capital sobre los otros factores en la producci�n de bienes, y cuyo fin es aumentar la riqueza misma que ayud� a producirlos. Por su acendrada espiritualidad y por su inter�s en la justicia social, Jos� Mart� no ocult� sus reservas ante el capitalismo norteamericano ni su repugnancia ante las manifestaciones m�s descarnadas de dicho r�gimen econ�mico. Por ese car�cter predominante del capital, en tanto que reduce al hombre y lastima la sociedad, puede hablarse de Mart� anticapitalista.
Mart� no fue un experto en econom�a: en nada lleg� a serlo, pero todo lo que toc� su pensamiento qued� iluminado: la ciencia pol�tica, la moral, el arte, el hombre. Su preocupaci�n por la vida no pudo menos que llevarlo a meditar sobre los problemas econ�micos, y de su meditaci�n nacieron observaciones y juicios que hoy tienen vigencia.
En los a�os de Mart�, en Estados Unidos, el capitalismo mostraba su mayor pujanza, al tiempo que sus m�s repugnantes caracter�sticas. Aunque las protestas obreras tuvieron origen en las malas condiciones de trabajo y los salarios de miseria, las empresas siempre condenaban a los trabajadores. Entre 1880 y 1890 hubo m�s de 2,000 huelgas, en las que participaron unos seis millones de obreros, y casi todas fueron in�tiles. Se acusaba a los huelguistas de delincuentes perturbadores del orden y de comunistas, y se quer�a hacer ver que cualquier cambio ser�a perjudicial para todos. Pero a pesar de las injusticias que se han resuelto, y de la conciencia social mucho m�s alerta en nuestros d�as, tomando en cuenta los cambios que se han producido en el mundo, resulta v�lida la ecuaci�n y tienen actualidad las palabras de Mart� sobre el capitalismo.
No debe confundirse el entusiasmo de Mart� por la estructura pol�tica de Estados Unidos —por lo que sus ideas est�n en franca contradicci�n con el marxismo y todo sistema que atente contra la libertad individual— con lo que pens� sobre los males del sistema econ�mico de este pa�s. Con la misma honradez con que aplaudi� aqu� el amor a la libertad, el proceso democr�tico y las instituciones del gobierno, denunci� la desigualdad de recursos, el poder corruptor de las clases privilegiadas, el culto al dinero, la indolencia de los ricos, las grandes empresas, el proteccionismo y los monopolios. En un art�culo que public� en El Partido Liberal, de M�xico, planteaba el conflicto entre la libertad y la justicia; dec�a:
La libertad pol�tica, que cr�a sin duda y asegura la dignidad del hombre, no trajo a su establecimiento, ni cri� aqu� en su desarrollo, un sistema econ�mico que garantice a lo menos una forma de distribuci�n equitativa de la riqueza. Hay un vicio de esencia en el sistema que con los elementos m�s favorables de libertad, poblaci�n, tierra y trabajo, trae a los que viven en �l a un estado de desconfianza constante y creciente, y a la vez que permite la acumulaci�n ilimitada en unas cuantas manos de la riqueza de car�cter p�blico, priva a la mayor�a trabajadora de las condiciones de salud, fortuna y sosiego indispensables para sobrellevar la vida.
Todo lo que Mart� pens� en pol�tica cabe, m�s o menos, dentro del liberalismo tradicional, pero en econom�a lo trasciende, ya que su preocupaci�n por la justicia lo aparta del laissez faire y plantea la urgencia de combatir los excesos del capitalismo. En estas materias, Mart� coincide a veces con la actual izquierda democr�tica americana, al suscribir las libertades pol�ticas, los derechos civiles y las instituciones propias de la democracia, mientras pretende aumentar por etapas y medios pac�ficos de participaci�n popular la intervenci�n del Estado en ayuda de las clases m�s necesitadas (el Welfare State), tambi�n para que regule y humanice la econom�a y cree una conciencia nacional que reduzca el individualismo posesivo.
Las conclusiones a que llega Mart� en estos asuntos, como todo en �l, tienen una ra�z �tica, y busca asegurar en el hombre la vida del esp�ritu. Por eso fustiga el culto a la riqueza en los Estados Unidos: "En este pueblo revuelto, suntuoso y enorme, la vida no es m�s que la conquista de la fortuna: �sta es la enfermedad de su grandeza. Sin razonable prosperidad, la vida, para el com�n de las gentes, es amarga; pero es un c�ncer sin los goces del esp�ritu". Y se�ala los males que trae "el dinerismo", que as� llama a la pasi�n por los bienes materiales: "Con sacar el oro afuera no se hace sino quedarse sin oro alguno adentro... �Oh, almas infelices, aqu�llas exclusivamente consagradas al logro, amontonamiento y cuidado del dinero! Han de debatirse en soledad terrible, como si estuvieran encerradas en una sepultura".
Mart� conden� la indolencia de los ricos preocupados por agrandar sus fortunas pero indiferentes a la miseria de los menesterosos: los que cre�an que eran �stos, y no ellos, los que estorbaban al verdadero progreso y estaban de m�s en la sociedad: "Gusanos me parecen esos despreciadores de los pobres: si se les levantan los m�sculos del pecho y se mira debajo, de seguro que se ve el gusano". As� describi� a un millonario: "Jay Gould, gran estrat�gico de corporaciones y bolsas, en sus manos tiene las bridas de empresas innumerables. Por los medios tortuosos de que se vale sin escr�pulo, y por la frialdad de su coraz�n, atento s�lo al triunfo o a la defensa propia, es reciamente odiado: una pera madura le importa m�s que los dolores de todos". Y Mart� extiende su cr�tica del materialismo a las mujeres, que �l siempre crey� refugio natural de la espiritualidad; fue �se uno de sus primeros descubrimientos al llegar a Nueva York: "El amor a la riqueza mueve y generalmente inspira los actos de las mujeres de este pa�s. Las mujeres americanas parecen s�lo tener un pensamiento fijo cuando conocen a un hombre: '�Cu�nto tiene ese hombre?'. Semejantes pensamientos desfiguran y endurecen las caras m�s hermosas, hechas por el Todopoderoso para b�lsamo del infortunio, y seno de gracia y ternura".
Mart� era de la opini�n de que "con paciencia y trabajo asiduos puede llegarse a la fortuna honrada", y consideraba no s�lo un derecho, sino un deber, "allegarse una fortuna por medios l�citos"; pero como entiende que "la miseria no es una desgracia personal, sino un delito p�blico", trata a los responsables de ella como delincuentes, y habla de la riqueza excesiva con la aprensi�n natural de quien la sabe parte del crimen. Dijo en una oportunidad: "Jam�s me pareci� el dinero hermoso, que mueve a los hombres a tantas vilezas". As� vio los grandes capitales con reserva, pues "con el trabajo honrado jam�s se cumplen esas fortunas insolentes: el robo, el abuso, la inmoralidad est�n debajo de esas fortunas enormes". Y como ve�a con similar desprecio la tolerancia de quienes conociendo los cr�menes de ciertas riquezas se los disimulaban para disfrutar de ellas, plante�, para bochorno del criminal y lecci�n del indolente, una f�rmula simple que pondr�a en claro el origen de los capitales: "Debieran los ricos, como los caballos de raza, tener donde todo el mundo pudiese verlo el abolengo de sus fortunas".
Uno de los peligros que Mart� se�al� en el capitalismo es el del poder pol�tico de los m�s privilegiados, la amenaza que representaban para el sistema democr�tico, corrompiendo al funcionario p�blico y arreglando leyes para su conveniencia. En un trabajo que titul� "La pol�tica de acometimiento" dec�a de ellos:
Forman sindicatos, ofrecen dividendos, compran elocuencia e influencia, cercan con lazos invisibles al Congreso, sujetan de la rienda la legislaci�n, y, ladrones colosales, acumulan y se reparten ganancias en la sombra. Son los mismos siempre: siempre con la pechera llena de diamantes, s�rdidos, cinchados, recios. Caen sobre los gobiernos como los buitres. Tienen soluciones para todo: peri�dicos, tel�grafos, damas sociales, personajes florido y rotundos, con palabras de plata y magn�ficos acentos. Todo lo tienen: se les vende todo. Es un presidio ambulante, con el que bailan las damas en los saraos, y coquetean los prohombres respetuosos que esperan en su antesala. Esta camarilla, que cuando es descubierta en una mesa aparece en otra, ha estudiado todas las posibilidades de la pol�tica exterior, todas las combinaciones que pueden resultar de la pol�tica interna: un deseo absorbente les anima siempre, rueda continua de esta tremenda m�quina: adquirir tierra, dinero, subvenciones.
Mart� cre�a, desde luego, en la propiedad privada, en la libre empresa, en el "honesto lucro", en "el placer de acumular sin avaricias ni maldades", y en la iniciativa individual para producir y distribuir bienes de consumo; y tambi�n cre�a que los desajustes econ�micos eran remediables por medio del juego democr�tico ya que, hasta cierto punto, los consideraba accidentes, resultante m�s bien del descontrolado ego�smo de una minor�a avara y ambiciosa.
Pero su confianza en el poder del voto, en la evoluci�n pac�fica, en el triunfo de las ideas justas y en los reductos de raz�n y bondad del ser humano, impidieron que se oscureciera su compromiso con las libertades fundamentales que tanto admir� en Estados Unidos. Anunciaba as� las tendencias modernas del capitalismo controlado o del socialismo restringido, en que se prefieren las mejoras econ�micas de los m�s ante los privilegiados de las minor�as acaudaladas.
De sus muchos elogios a los que se empe�aban en equilibrar la sociedad cabe destacar estos juicios inspirados por la candidatura del socialista agrario Henry George:
En la morada misma de la libertad se amontonan de un lado los palacios de balcones de oro, con sus a�reas mujeres y sus caballeros mofletudos y ah�tos, y ruedan de otro en el alba�al, como las sanguijuelas en su greda pegajosa, los hijos enclenques y deformes de los trabajadores. Y cuando parece que son leyes fatales de la especie humana la desigualdad y la servidumbre; cuando se ve gangrenado por su obra misma el pueblo donde se ha permitido con menos trabas su ejercicio al hombre, he aqu� que surge, por la virtud de permanencia y triunfo del esp�ritu humano, y por magia de la raz�n, una fuerza reconstructora, un ej�rcito de creadores, que avienta a los cuatro rumbos los hombres, los m�todos y las ideas podridas, y con la luz de la piedad en el coraz�n y el empuje de la fe en las manos, sacuden las paredes viejas, limpian de escombros el suelo, y levantan en los umbrales de la edad futura las tiendas de la justicia. De esta tierra misma, que cr�a con el grandor de sus medios y la soledad espiritual de sus habitantes un ego�smo brutal y fren�tico se est� levantando con una fuerza y armon�a de himno uno de los movimientos m�s sanos y vivos en que ha empe�ado su energ�a el hombre.
Aunque los planes de Henry George no repercutieron directamente en los arreglos econ�micos de este pa�s, es indudable que su famoso libro Progress and Poverty conmovi�, como todo pensamiento justo, la sensibilidad de muchos norteamericanos que as� empezaron a tener mayor conciencia de los problemas sociales y a cuestionar la necesidad de mantener inm�vil la estructura econ�mica.
Mart� pudo vislumbrar los caminos del futuro de estos asuntos. En los Estados Unidos, la libertad le hab�a dado alas al hombre, y �ste se resistir�a, por ley natural, al abuso y a la injusticia. Conocedor de lo que originaba el problema, rechaz� las soluciones que conspiraban contra la democracia, y conclu�a:
El hombre, en verdad, no es m�s, cuando m�s es, que una fiera educada. Pero si en lo esencial no cambia el hombre, no puede ser que produzca en �l igual resultado el despotismo y este otro dulc�simo sistema de la libertad racional. No me parece que haya sido en vano en los Estados Unidos el siglo de Rep�blica: parece al contrario que ser� posible, combinando lo interesado de nuestra naturaleza y lo ben�fico de la pr�ctica de la libertad, ir acomodando sobre quicios nuevos, sin amalgama de sangre, los elementos desiguales y hostiles creados por un sistema que no resulta, despu�s de prueba, armonioso ni grato a los hombres.
Tambi�n en esto se cumpli� su profec�a: a pesar de la resistencia de "las fortunas insolentes" y del "individualismo excesivo", pronto se iniciaron los cambios m�s necesarios, y medio siglo despu�s de Mart�, forzadas por los errores y excesos del capitalismo, surgieron las justas reformas de Roosevelt ampliadas luego en los gobiernos de Truman y Lyndon Johnson: parec�an haber escuchado el juicio de Mart� cuando habl� del sufrimiento de los ni�os pobres de Nueva York, lo que consideraba "un crimen p�blico", y que lo hizo concluir que "el deber de remediar la miseria innecesaria es un deber del Estado".
Hoy, que por el vaiv�n de la historia y por otras causas accidentales, no est� de moda en este pa�s pensar en ajustes mayores de la econom�a —quiz�s en un futuro pr�ximo necesitada de otro New Deal—, el anticapitalismo de Mart� resulta oportuno para proponer "la �nica igualdad verdadera", la que �l defendi�: aqu�lla en la que "la suma de desigualdades llegue al l�mite m�nimo en que la impone y retiene la misma naturaleza humana".
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