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MARTÍ Y LOS TIRANOS DE CUBA:
MACHADO, BATISTA Y FIDEL CASTRO
 

Martí y el comunismo
Martí y el 26 de Julio

Machado y Batista

Coincidencias de los tres tiranos

El culto apócrifo

El “puñal en el costado”

Dijo Martí que “para conocer a un pueblo se le ha de estudiar en todos sus aspectos y expresiones: en sus elementos, en sus tendencias, en sus apóstoles y en sus bandidos”. Desde la fundación del Partido Comunista de Cuba, mientras iba creciendo el culto a Martí, los marxistas criollos mantenían la mayor reserva, cuando no hostilidad, hacia el apóstol de las libertades cubanas. Es notable la ausencia de escritores comunistas en la bibliografía de Martí: un breve artículo de Julio Antonio Mella para combatir el imperialismo yanqui, hacia 1917; el “Mensaje lírico civil” de Rubén Martínez Villena, en 1923, donde propone que la República cumpla “el sueño de mármol de Martí”; de Blas Roca dos artículos, de 1940 y 1953 y una charla de 1948; tres notas de Nicolás Guillén, de 1942, 1948 y 1949; unas páginas de Carlos Rafael Rodríguez con motivo del Centenario; y poco más. Esto es muy significativo si se tiene en cuenta que, hasta 1953, de acuerdo con la bibliografía de Fermín Peraza, un martiano como Félix Lizaso tiene 350 títulos, y un escritor no especializado en el tema, como José María Chacón y Calvo, más de veinte.

Martí y el comunismo

La única excepción, desde luego, entre los miembros del Partido, fue la de Juan Marinello, buen conocedor de Martí, quien actuaba como moderador en los desmanes del materialismo dialéctico y, aparte de su obra crítica, esgrimía el rico ideario de acuerdo con la estrategia de Moscú. Dijo en 1941:

Sostener hoy que José Martí dejó trazadas las líneas eternas de la acción revolucionaria en Cuba es obra de la ignorancia o de la mala fe.... No fue el socialismo el final objetivo de la acción martiana. Lo es de U.R.C. [Unión Revolucionaria Comunista]. No tuvo Martí al marxismo como arma rectora de su acción política. Lo tiene U.R.C., lo que quiere decir que los presupuestos de la actividad, las bases teóricas de la acción, son muy otros.

Y el año anterior, en 1940, había afirmado:

Estamos frente a un poeta [Martí] que da rienda suelta a su élan por el camino político, no frente a un investigador exigente de los que hacen diario ejercicio la razón. Es verdad que en nuestro tiempo, con Lenin, nace el guiador político injertado en el hombre científico. En tiempos de Martí, en sus tiempos americanos, el líder vive en parte principal, dominante de los conceptos y las actividades de 1789, actitudes y conceptos que no se distinguieron precisamente por querer una comprobación ceñida y estricta de las cosas.

Es decir, para Marinello, entonces Martí era “un poeta que da rienda suelta a su élan por el camino de la política”, para quien “no fue el socialismo el final objetivo”. Lenin es “el guiador”, y no hay otro modelo para el revolucionario moderno. Pero todavía llega a negaciones más categóricas sobre Martí: reproducido en el Repertorio Americano (Costa Rica, 1935), dice un artículo que tituló “Martí y Lenin”:

 


Machado, arriba, al nombrarlo Doctor Honoris Causa la Universidad de La Habana; para perpetuarse en el poder dijo que quería lograr "una patria grande, fuerte, generosa y culta como la soñara el genio inmortal de Martí". Batista, abajo, después del 10 de marzo; había dicho: "Hemos tenido siempre como el más alto de los evangelios la frase del Maestro: 'De altar se ha de tomar a Cuba para ofrendarle nuestra vida'".

Lo recto y limpio es entender a Martí —y respetarlo y admirarlo mucho, cada día más— en su rol de gran fracasado, de hombre magnífico, traicionado, como tantos idealistas, por el poder omnímodo del dinero. Admirarlo así, sólo en el valor permanente de su vida de hombre, vale tanto como dar la espalda de una vez a sus doctrinas. Eso debemos hacer. A nadie como a él, si pudiera verlo, alegraría tan plenamente esta obligada y conveniente negación.

¿Y por qué recomienda Marinello en 1935 “dar la espalda de una vez a sus doctrinas”? La respuesta no se hace esperar: en seguida afirma que Martí “fue sin saberlo y sin quererlo, abogado de los poderosos” y, por lo tanto, nada tiene que hacer en Cuba. De haber aparecido en la historia algunas décadas más tarde, tendría actualidad, pero, sigue razonando, “las ideas revolucionarias andan mientras tienen algo que hacer en el mundo. Las de Martí nada tienen que realizar ni pueden servir más que como trampolín de oportunistas”.

Cuando Marinello escribió este artículo, Cuba había conocido ya dos tiranos: Machado y Batista; faltaba el tercero, que con el comunismo iba a aprovecharse del “fracasado” y de aquellas ideas que “nada tienen que realizar ni pueden servir más que como trampolín de oportunistas”. Casi veinte años después, Carlos Rafael Rodríguez, con motivo del Centenario, insistía desde un folleto que hemos visto sólo en traducción al inglés:

Let us state quite bluntly that it is not a question of attributing to Martí ideological views that are remote from him and which would detract from his true significance. It is tempting to analyze the great man and discover in him supposedly socialist sentiments, or to imagine what his position would be if he were faced with the problems confronting us today. But that is an artificial game.

Desde luego, es una tentación suponerle “sentimientos socialistas” toda vez que al cubano le sabrían mejor esas ideas, en la forma que Carlos Rafael Rodríguez entiende el socialismo, si pudiera avalarlas Martí. El que proclamaba que la patria era “agonía y deber” y proponía, entre los campesinos “una campaña de ternura”, es un tipo sospechoso, un burgués lleno de prejuicios, cómplice del estancamiento social, como proclamaban otros miembros del Partido, más audaces que los mencionados. Pero Martí está muy metido en la conciencia de Cuba y no se le puede combatir oficialmente, lo que explica, como veremos luego, las acrobacias del castrismo para que su imagen y su palabra muerta, por lo menos, no aparezcan desterradas de la realidad nacional.

Martí y el 26 de Julio

Será conveniente revisar, por vía de ejemplo algo de lo que fue Martí para la revolución, en lo que podemos llamar su etapa bélica, y en sus primeros tiempos de poder. Podríamos empezar con La Historia me absolverá (es interesante notar, en este capítulo de coincidencias, que esas primeras palabras públicas de Castro repiten la idea de Batista al concluir sus once años de gobierno: el 4 de septiembre de 1944, al hacer balance de su actuación concluía: “La Historia dirá”. Machado, por su parte, se sometió al mismo veredicto; su renuncia ante el Congreso, el 12 de agosto de 1933, terminaba: “La Historia tranquilamente juzgará”), aquel discurso donde Castro justificaba su presente y futuro con Martí, pero siendo menos conocido, preferimos otro importante documento, ya hoy casi olvidado, el Manifiesto del 26 de Julio (México, 1956). Allí se encuentran las siguientes declaraciones:

Las ideas que constituyen la razón fundamental de esta lucha, existen ya desde el origen nacional en la conciencia del pueblo cubano: son las mismas que inspiraron nuestras guerras libertadoras, y que alcanzan luego acendrada y cabal expresión en el pensamiento político del mártir de Dos Ríos. Es Martí la fuente ideológica del Movimiento 26 de Julio.

Luego empiezan las glosas sobre pensamientos martianos: bajo el epígrafe de “Ideología”, se lee:

En materia de definiciones ideológicas, el Movimiento 26 de Julio prefiere evitar las fórmulas abstractas o los clisés preestablecidos. La ideología de la Revolución cubana debe nacer de las propias raíces y circunstancias del pueblo y el país. No deberá ser, por tanto, algo importado de otras latitudes, ni a lo cual se llegue por conducto de laboreo mental para aplicarlo después a lo existente. Todo lo contrario: habrá de ser un pensamiento que brote de la tierra y de la realidad humana de Cuba. No obstante, partiendo de ese mismo principio y tomando en cuenta los fines esenciales ya expresados, puede definirse el Movimiento 26 de Julio como guiado por un pensamiento democrático, nacionalista y de justicia social.

Siguen explicaciones de la proyección revolucionaria tejidas alrededor de frases de Martí: “La soberanía nacional”, la “independencia económica”, el “trabajo”, el “orden social”, la educación, la política, la autoridad civil, la libertad de conciencia, la moral pública, la posición internacional, hasta entrar en el resumen de lo que se proyecta para el futuro en los distintos sectores de la vida pública, lo que llaman “las principales medidas” que incluirá el movimiento en su programa de poder: no es necesario copiarlas, pues, frente a lo que es Cuba hoy, si no fuera por las trágicas consecuencias, moverían a risa: “Política de gobierno inspirada siempre en la afirmación plena de la soberanía nacional”; “Política de gobierno basada en el respeto sagrado a la Constitución y la Ley”; “Medidas que eviten la calamidad del gobierno unipersonal”; “Régimen de libertades públicas y de vigencia real de los derechos individuales”, y así sucesivamente, hasta las últimas, de las que sólo citamos, “Proposición de medidas tendentes a combatir el totalitarismo y las dictaduras en América”; “Proposición de medidas y acuerdos internacionales encaminados al estímulo y protección del sistema democrático”; “Política exterior dedicada a la defensa y aplicación de la Carta de Derechos Humanos de las Naciones Unidas”. En resumen, más o menos, una versión de a mediados del siglo XX del Manifiesto de Montecristi.

Machado y Batista

Se decía en Cuba que “la industria más productiva del país eran los huesos de Martí”. Tan irreverente dicho tenía sólida base: el cubano había visto que los políticos, casi sin excepción, usaban y abusaban de Martí para satisfacer sus ambiciones: conservadores y liberales, desde el más modesto candidato a concejal hasta el aspirante a la presidencia buscaban la palabra del Apóstol para engañar al electorado y dormir las conciencias. Machado habló de Martí, y si se analiza su olvidado programa de gobierno, que después fue tiranía, han de verse las promesas de un régimen democrático, nacionalista, que ofrecía una solución martiana para el país. También Batista invocó a Martí para justificar sus actos desde el poder, los de la “Revolución del 4 de Septiembre”, como llamaba a su gobierno antes del 10 de marzo de 1952. Pero aun en esta amarga realidad hay un punto luminoso de esperanza: no importa el vicio del gobernante, ni sus propósitos, ni su condición, todos tienen que contar con Martí para comunicarse con el pueblo. Y es una esperanza porque demuestra que, a pesar de aparecer alguna vez como algo superficial, Martí anda muy metido en el ser cubano; y cuando los usurpadores, procurando que no se vea mucho, le vuelven las espaldas, mantienen un culto externo, y en sus actos niegan, con el mayor cinismo, la prédica que los llevó al poder. Fiel a la tradición de los tiranos que le precedieron, Castro invocó a Martí para engañar, lo traiciona como gobernante y lo emplea para justificar su traición. En 1968 hizo un paralelo imposible entre la lucha de Martí y la suya; imposible porque nada tiene que ver la doctrina martiana de amor con el evangelio de odio del castrismo, nada tiene que ver la redención del hombre en la justicia y en la libertad con la sumisión del ser humano a la más vergonzante esclavitud; dijo:

¿Y qué se puede parecer más a aquella lucha de ideas de entonces, que la lucha de las ideas de hoy? ¿Qué se puede parecer más a aquella incesante prédica martiana por la guerra necesaria y útil como único camino para obtener la libertad, aquella tesis martiana en favor de la lucha revolucionaria armada, que la tesis que tuvo que mantener en la última etapa del proceso el movimiento revolucionario en nuestra patria, enfrentándose también a los grupos electoralistas, a los politiqueros, a los leguleyos, que venían a proponerle al país remedios que durante 50 años no habían sido capaces de solucionar uno solo de sus males, y agitando el temor a la lucha, el temor al camino revolucionario verdadero, que era el camino de la lucha armada revolucionaria? ¿Y qué se puede parecer más a aquella prédica incesante de Martí que la prédica de los verdaderos revolucionarios que en el ámbito de otros países de América Latina tienen también la necesidad de defender sus tesis revolucionarias frente a las tesis leguleyescas, frente a las tesis reformistas frente a las tesis politiqueras?

También el machadato quiso ampararse en Martí: nada más efectivo frente a la sensibilidad del cubano que ese pasarse por imitador del Apóstol, que justificar la trampa haciendo una burda comparación, la cual, a pesar de su falsedad, sorprende la conciencia del país. Véase en esta parrafada de Gerardo Machado, cuando explicaba su permanencia en el gobierno, cómo se apoya en el ilustre ejemplo: es una retórica distinta de la de Castro, pero la falsificación es la misma:

Frente a un problema nacional de tanta trascendencia, no me creí con suficiente libertad de acción en el orden moral y patriótico para negarle mi concurso personal a la República creándole un grave conflicto a mi patria, aun cuando esta determinación mía significase el sacrificio de opiniones propias muy arraigadas... Accedí, pues [a quedarme en el poder], por un inexcusable deber patriótico, a que se llevase a la práctica el acuerdo unánime de los partidos... Nada firme, grande y duradero se construye sin esfuerzo y sin sacrificio. Y sólo la ciega obcecación de quienes únicamente se inclinen a oír la voz de su egoísmo, de su desmedida ambición, de su extremada impaciencia o de sus extraviadas pasiones, pueden pretender que se anteponga la satisfacción inmediata de aspiraciones de orden puramente individual al éxito de una gran reforma patriótica, encaminada a asegurar la paz y el bienestar generales. No es ése el ejemplo que nos dieron los próceres fundadores de la nacionalidad, prestos siempre a los mas grandes sacrificios en aras del bien común, ni es ése el camino que debemos seguir para asegurar a nuestros descendientes una patria grande, fuerte, generosa y culta, como la soñara el genio inmortal de Martí.

Años más tarde Fulgencio Batista, en 1940, al celebrar otro aniversario del cuartelazo del 4 de seteimbre, en el Campamento Militar de Columbia, donde parodiando a Martí dijo que había abierto “la flor de su vida”, repetía la obligada evocación:

Hace siete años, en una madrugada gloriosa, nos propusimos el rescate necesario de nuestra soberanía: el encausamiento de las fuerzas esenciales de la patria. Hace siete años, y el recuerdo se remoza una vez más, y la responsabilidad se acrecienta a límites que acaso no sospechábamos entonces... Cuba no podía perder aquella oportunidad de rehabilitarse. Nosotros sentimos que la historia nos emplazaba en la vanguardia, y nos respondimos “aquí”, sin que entibiara o disminuyera nuestro impulso la cercanía de cualquier peligro. El hombre se hace más fuerte cuando lucha y sobrelleva serenamente su propio destino. Teníamos en nuestro pensamiento —lo hemos tenido siempre, como el más alto de los evangelios ciudadanos— la frase del Maestro: “De altar se ha de tomar a Cuba para ofrendarle nuestra vida, y no de pedestal para levantarnos sobre ella”.

Coincidencias de los tres tiranos

Machado, Batista y Castro forman una unidad también en cuanto que explican su papel en la historia de Cuba como resultado del ejemplo martiano: el primero se reelige para llevar la patria a la meta soñada por Martí; el segundo ofrenda su gestión, como el Apóstol, para servir al país, y acepta la presidencia de la República; el tercero asocia la lucha martiana a la suya, y encuentra la razón de sus actos en los de Martí. Pero no sólo tienen en común los tiranos de Cuba el presentarse ante el pueblo como seguidores de la misma prédica: una vez enredados en la traición de lo que antes predicaron, recurren de nuevo a Martí para disimular el quebrantamiento de las promesas. Ya vimos cómo Batista explica el desarrollo de las ''responsabilidades” que lo mantuvieron en el poder, cómo se vio por la historia obligado a mantenerse en la “vanguardia” a pesar de que su revolución, había declarado, no iba a convertirse en apoyo de ambiciones personales; y afirmaba, de nuevo con el testimonio martiano, al celebrar los diez años en el poder:

Llega un instante en que puede más el aliento de una idea que conduce al hombre, que la del instinto de la propia conservación... Una causa justa costará vidas, pero será una fuerza invencible que se impondrá a todo... Contra las acechanzas y las posibilidades inciertas del ambiente, opusimos la piadosa bondad, la humana tolerancia, la profunda comprensión de hombres, y con Martí pensamos que es ‘más fácil apoderarse de los ánimos moviendo sus pasiones, que enfrenándolas’, y pusimos los hombros humildes pero fuertes y sanos de ponzoñas, al servicio de las pasiones buenas, de los que estaban caídos y en peligro, y de los principios justos que luchaban.

Machado, por su parte, como también tuvo que violentar promesas y compromisos para mantenerse en el gobierno, recurrió al manido expediente de considerar los caminos históricos como responsables de su apostasía y se disculpaba con estas razones: “La vida pública está sujeta a la evolución, a cambios; las ideas de hoy, o no son las de ayer o se completan con otras; las necesidades de un día son sustituidas más tarde por otras perentorias del momento”. Y a esta dialéctica de una de sus proclamas, puede añadirse lo que declaró como razón para seguir en el poder: igual que hicieron luego Batista y Castro, se presenta como salvador de la patria urgido por el ejemplo de  Martí. “De nuestro Apóstol iluminado”, dijo en 1929, “de aquel hombre que tenía el alma en perenne ascensión hacia la Verdad, la Justicia y la Belleza, de aquel ser que fue el primogénito del mundo americano, porque era santamente apasionado; sí de Martí, repito, aprendí la lección del sacrificio y recibí la consigna de ofrecer la vida entera por la independencia de mi querida patria...”

Y Castro, como Batista cuando realizaba el balance de una década, también al cumplirse los diez años del Manfiesto antes citado, echa mano de la  historia para justificar su felonía y dice: “De nuevo encontraremos en nuestro camino ideas contrarrevolucionarias, ideas que hace diez años eran revolucionarias pero que hoy son  reaccionarias. La posición ideológica de ayer llega a no ser lo suficientemente avanzada cuando se confronta con la posición ideológica de hoy”. Y siguiendo a sus antecesores, tiene Castro que negarse a sí mismo o negar a Martí: como la primera postulación ya pugna con los actos nuevos, se hace necesario, aunque con disimulo para no herir la susceptibilidad popular, restarle actualidad a lo dicho: lo que dijo entonces valía para entonces; ahora, desde una posición segura, declaro que lo que dije entonces no vale para ahora. ¡Ah! pero ¿cómo negar a Martí? Él estaba en la raíz de la gran mentira, él fue llamado como testigo del juramento. Surge entonces el culto estridente y superficial. Ya más adentro de la sensibilidad cubana, más estudiada y divulgada su obra, Martí, como nunca en manos de Machado, en las de Batista y Castro viene a ser objeto de la liturgia oficial.

El culto apócrifo

En 1952 se acercaban las fiestas del Centenario, gobernaban los auténticos cuando los martianos fueron a ver a Prío para organizar la conmemoración: el tesoro estaba exhausto. Para una celebración que habría de traer a Cuba intelectuales de todo el mundo, el gobierno ofreció una irrisoria cantidad. Vino el golpe de Estado de Batista, y éste sí fue dadivoso para el acontecimiento: hubo dinero para publicaciones, viajes, premios: ahí están las obras que salieron de las imprentas como prueba del hábil manejo del culto a Martí. En el discurso inaugural de las fiestas del Centenario, dijo Batista desde el palacio y para acallar los sentimientos contra el golpe militar: “A todos mis compatriotas apelo en esta hora solemne para que se unan al culto de aquel gran guía de líderes, al homenaje que anhelamos sea brillante, insólito por lo excepcionalmente merecido, al gran conductor de héroes, que tiene la devoción de su pueblo y en cada ciudadano un altar perpetuo, una sonrisa de ángel en cada niño y una caricia de gloria en cada flor de su tierra....” Y terminó con estas palabras: “Compatriotas: ‘Honrar, honra’.  Por la paz y el progreso, por nuestros héroes, por la Cuba de Martí, ¡Salud!”.

 Castro, sin la oportuna ocasión que tuvo Batista, ha hecho lo suficiente para convencer a los ignorantes y a los incautos de que fue y es un martiano fervoroso: entre otros gestos hizo publicar una colección de Obras Completas (Editorial Nacional de Cuba, 1963-66), como Batista (Editorial Lex, 1953); patrocina, como su antecesor, una publicación periódica: Batista hizo circular por todo el mundo el Archivo José Martí; Fidel Castro, el Anuario Martiano; a la sombra de ese palio ambos tiranos han divulgado su obra de gobierno. Así los antiguos comunistas, obligados por el cambio, tuvieron en apuro que volver a Martí: olvidando lo dicho, de que era un “poeta que da rienda suelta a su élan,”  el “fracasado”, a cuyas ideas había que “volver las espaldas”, Marinello declara en 1963: “Por su profunda raíz democrática, la postura martiana empalma con toda trasformación igualitaria y es un antecedente poderoso y legítimo de nuestra etapa socialista”. Y concluye: “Cuba es hoy la nación libre de dominio extranjero, de racismo, de intolerancia religiosa, de latifundio, de monocultivo, de monomercado, de incultura, de desocupación y de miseria porque luchó nuestro héroe. La patria martiana, construida por la revolución encabezada por Fidel Castro, es la que lleva a todos los cubanos la obra del libertador del 95”. Y Carlos Rafael Rodríguez también tiene que retractarse: antes, el pensamiento martiano no tenía mucho que ver con los “sentimientos socialistas”; en ese año 1963 llega a decir: “Si el documento formidable que es La historia me absolverá desemboca inexorablemente en el Manifiesto comunista, también La historia me absolverá tenía como origen, como inicio, el Manifiesto de Montecristi. ¿Cómo se explica esto? ¿Cómo si el pensamiento del “fracasado” estaba tan remoto del socialismo pudo inspirar una obra vinculada al Manifiesto Comunista? Es que ha sido necesario incorporar a Martí a la vida oficial de la tiranía, como en tiempos de Batista y Machado. De esta forma, los corifeos del régimen le imponen al pueblo la semejanza absurda: Fernández Retamar dice que “el fidelismo es la postura Martiana del período de la absoluta descolonización”; Haydé Santamaría, hablando del asalto al cuartel Moncada, asegura: “Allí fuimos siendo martianos. Hoy somos marxistas y no hemos dejado de ser martianos”; Guevara dijo en 1960: “Martí fue el mentor directo de nuestra Revolución. Cúmplenos a nosotros haber tenido el honor de hacer vivas las palabras de José Martí en su patria”. Y ¿cómo dio Guevara vida a las palabras de Martí? Poco antes de su muerte en el Mensaje a la Tricontinental, proclamaba su teoría del odio, “el odio como factor de lucha”; dijo: “El odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”. Pero Martí responde mil veces desde la conciencia de Cuba: “Si yo odiara a alguien, me odiaría por ello a mí mismo”; “Odiar es quitarse derechos”; “Los odiadores debieran ser declarados traidores a la República”; “El odio no construye”; “Para mí es criminal el que promueva odios en Cuba”, “El odio es un tósigo: ofusca, si no mata, a aquel a quien invade”; “Las piedras del odio, a poco de estar al sol, hieden y se desmoronan, como masas de fango”; “Lo que odia es ralea”. Y también martilla su prédica en favor de la “dignidad plena del hombre”, contra la tiranía, la dependencia extranjera, y repite la necesidad de integrar a todos los cubanos, y su derecho a vivir en la patria, digámoslo con sus palabras, “aun en el error... con la dignidad del libre pensamiento”; ahí está Martí condenando explícitamente los “remedios de otras sociedades”, y a los que, como decía, “de pura flojera de carácter, de puro carácter inepto y segundón... se mandan a hacer el alma fuera como los trajes, como los zapatos”.  


Para mantenerse en el poder también Castro ha recurrido a la vieja trampa de declararse discípulo de Martí: al principio dijo que Martí había sido "el autor intelectual del Moncada". Y desde la primera página de este libro, publicado por el Instituto de Cultura en la "Feria Popular del Libro", en 1960, se presenta como su ferviente seguidor; allí se lee: Traigo en el corazón las doctrinas del Maestro..."; y más adelante se pregunta: "¿Cuál es nuestro ideal? El de una sociedad donde todos tengan derecho a sus ideas políticas, sean cuales fueren; y aún en otro pasaje: "Nosotros hemos dicho que convertiremos a Cuba en el país más próspero de América..."; y en otro: "Cuando un gobierno actúa rectamente, no teme a ninguna libertad. Si no roba, ni asesina, no tiene que temer a la libertad de prensa..."

El “puñal en el costado”

Con el castrismo se ha producido un fenómeno que no es nuevo en la historia política de Cuba: un hombre, un partido, encuentran inspiración, o la simulan, en el ideario martiano. Con ese procedimiento, con sus “huesos”, se aseguran la simpatía del pueblo, el cual, desde 1895, espera el triunfo de Martí, que será su propio triunfo. Luego ocupan el poder y la doctrina se convierte en un testigo molesto: empieza el rejuego, la justificación, pero aun entonces, por miedo a la sanción popular, lo traen de nuevo para otra vez engañar al país.

Fidel Castro, respaldado por un régimen de terror, se ha atrevido a mucho. No creemos se atreva, por muy incómodo que le sea, a suprimir el ritual martiano: siempre encontrará algunos oportunistas que le escondan en palabras la traición de su tiranía. Pero Martí está vigilando, con el ejército, ése sí, el más poderoso de América, preparando su revolución, ésa sí, radical, en cuanto que va a las raíces del hombre y propugna su transformación, no por las ramas de la forma política, sino por su interior, para que del hombre mejor salga, natural y sin peligro, la sociedad que nos anuncia su maravillosa profecía. Mientras, y respecto al tema de estos comentarios, no cabe otro juicio, para los tiranos de Cuba, que el que dejó Martí escrito, severo, respecto a los que se aprovechan del modelo virtuoso para encubrir sus crímenes: “Honrar en el nombre lo que en la esencia se abomina y combate, es como apretar en amistad un hombre al pecho y clavarle un puñal en el costado”.