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De dos maneras se han interpretado las nuevas disposiciones económicas de Cuba: creen unos que con ellas se ha de destruir el gobierno de Castro; otros piensan que así podrá resolver los graves problemas que confronta; aquéllos se alegran porque también ponen en evidencia el fracaso del sistema, mientras que los otros aplauden la decisión de los gobernantes y piden que se les premie por sus actos. En ambos casos se parte de la base de que hay un verdadero cambio, algo distinto que de cierta manera sustituye a lo que había. Lo nuevo tendrá, pues, para los primeros, un final diferente de lo anterior, más infausto, inexorable, por lo que basta esperar para que se produzca; lo nuevo, para los otros, al ser mejor, merece un tratamiento menos severo ya que indica, por parte de las autoridades, una conducta promisoria y consecuente. Los enemigos del régimen son optimistas: la mayoría se cruza de brazos y sonríe satisfecha ante el colapso que considera inevitable; los amigos, también confiados, andan pregonando la virtud de las medidas que apartan a los autores de sus viejas culpas. Pero los dos están equivocados al suponer que los cambios son substanciales y que, por sí solos, pueden alterar el curso de los acontecimientos. Y Castro disfruta del doble engaño: por una parte reduce y tranquiliza a la oposición; por la otra alienta y da razones a quienes lo defienden. En un sistema como el de Cuba nada cambia si no hay un cambio político. Por eso la intransigencia del gobernante, y su histérica irritabilidad, cuando se le sugiere cambiar la estructura del poder y permitir la libre opinión y directa intervención del pueblo en los asuntos públicos. El cambio económico, con el mando totalitario, se puede manejar a capricho, y hasta suspender cuando haya resuelto el problema que le dio origen; él político, sin embargo, tiene una dinámica distinta y se sale de los controles oficiales —las pruebas más recientes son la Unión Soviética y Nicaragua, que hicieron cambios de esa naturaleza—. El cambio que no afecta a la política no pasa de ser un disfraz de cambio, lo cual podría, en el caso de Cuba, considerarse como un cambio de disfraz. No se puede olvidar al gran farsante. ¿Quién no recuerda al guerrillero con la medalla de la Virgen sobre el pecho? Y luego la oportuna consagración marxista-leninista, entre otros embustes y disfraces. Ahora, los cambios económicos, y a aumentar los tapujos nacionalistas y martianos. Antes, cuando no les hacía falta ninguna disculpa, en la Constitución de 1975, decían estar “guiados por la doctrina victoriosa del marxismo-leninismo”, y ahora en la nueva Constitución, dicen estar “guiados por el ideario de José Martí y las ideas políticas y sociales de Marx, Engels y Lenin”; y donde decían que el Partido Comunista de Cuba era “marxista-leninista” dicen ahora que es “martiano y marxista-leninista”. Disfraz sobre disfraz. Para resolver la crisis económica que sufrieron entre 1977 y 1979, China y Vietnam también se limitaron a realizar cambios en la economía, más ambiciosos los de China, y han logrado sobrevivir. Con algunas variantes entre los dos países, los cambios respetaban los “Cuatro Principios Básicos” que enunció el dirigente chino Deng Xiaoping, resumen del programa obligado para mantener a toda costa al gobernante comunista en el poder: 1) Seguir el camino del socialismo, 2) aceptar sin discusión el liderazgo del Partido, 3 ) conservar el marxismo-leninismo como programa, y 4) mantener la dictadura del proletariado. Se alivió así la crisis económica, se apuntaló el partido y se redujo el peligro de tener que realizar cambios políticos; y hasta se han mejorado las condiciones de vida de una parte de la población, pero los abusos y atrocidades que padece aumentaron, como se puso en evidencia en la plaza de Tienanmen y en el éxodo de Vietnam . El oportunista desecha los principios que amenazan su ambición, y se vuelve pragmático al considerar como verdad lo que le resulta conveniente: en 1960 dijo Deng que no importaba si el gato era blanco o negro con tal de que atrapara al ratón, porque eso es lo que hacía bueno al gato; luego, cuando ascendió al poder, se dio cuenta de que el color del gato podía amenazar su gobierno, pues en un sistema totalitario hasta con ese simple cambio se puede envalentonar el ratón, y hasta hacerse también gato, y el otro, al disminuir su ventaja, se amilana y se vuelve ratón. Ante los ojos asombrados del mundo se vio en Rumania, en pocas horas, la transmutación animal: el ratón se hizo gato, y el gato, abusador y soberbio antes, se convirtió en ratón. Con ese notable desprecio que tiene Castro por la inteligencia, todos los recursos de que pudo disponer en años anteriores los dedicó a empresas militares, a hacer buenos soldados, de los que difícilmente salen buenos administradores. Así sirvió a la Unión Soviética como eficiente mercenario, pero hundió a Cuba. Pero por esa mentalidad colonial no tiene hoy escrúpulos, también para su propia salvación, en hipotecar la isla a la usura del capital extranjero. Y en disimulo habla de salvar las “conquistas de la revolución”, que no pasan de ser consecuencia de los inmensos subsidios soviéticos, con los que una docena de países del Tercer Mundo hoy competirían con Suiza. La única “conquista” auténtica de “la revolución”, en honor a la verdad, es Fidel Castro y los suyos, y eso es lo que se quiere salvar bajo el disfraz de la revolución. El comunismo cubano no ha inventado nada: con protestas de originalidad se ha reducido a seguir las normas que le facilitaron los viejos miembros del Partido. Y ahora, con los cambios económicos, vuelve a la única fuente de sabiduría que conoce, a la Unión Soviética, a la fórmula de Lenin cuando éste se vio en similar aprieto, para de ella tomar lo que le conviene. Sin ningún comentario, y sin alusiones a la realidad actual de Cuba, que harían pensar en cierta torpeza o falta de imaginación en el lector por no ver el paralelismo, en las páginas que siguen se hace un resumen de lo que aconteció en Rusia en 1917, de los aprietos económicos en que se vio el gobierno bolchevique en 1921, de las medidas económicas que inventó Lenin para salir de ellos, y de sus aciertos e infortunios, para prevención de amigos y enemigos de Castro, para que tengan una idea de lo que puede suceder en Cuba, en particular para los que auguran mejores tiempos para sus inversiones y esperanzas. En marzo de 1917 se inició en Petrogrado (San Petersburgo) la revolución contra Nicolás II, quien tuvo que abdicar cuando las fuerzas que mandó para imponer el orden se les sumaron a los rebeldes. Un mes antes, el pueblo hambriento en esa misma ciudad había asaltado las panaderías y almacenes de alimentos. Uno de los primeros cubanos en celebrar el triunfo fue el líder obrero Carlos Baliño, a quien los críticos en la isla, para ganar méritos con el gobierno, o por cobardía, presentan, por sus relaciones con Martí, como un consumado marxista desde su juventud, cuando lo cierto es que, al igual que en 1892, aun en 1917, no ocultaba sus simpatías por el anarquismo al citar a Bakunin, el principal adversario de Marx y fundador del movimiento anarquista internacional. En la revista Cuba y América, de abril de 1917, y con el título de “En marcha hacia la vida y la libertad” escribió sobre el regreso de los presos políticos rusos detenidos en Siberia (todavía muy cerca de los ideales de Martí sobre la integración nacional, ajeno a la lucha de clases y a la supremacía proletaria) . Todas las clases sociales están representadas en esa muchedumbre de redimidos que durante años enteros han estado recibiendo insultos, bofetadas y azotes, y hoy reciben vítores y aclamaciones de su pueblo en un despertar magnífico de la vida, de la libertad y el derecho, tras largos siglos de opresión y vasallaje. Se encuentran entre ellos labriegos, obreros, opulentos aristócratas y artistas literarios. Ningún país del mundo ha dado a la causa de la redención humana un contingente tan grande de miembros de las clases privilegiadas como la tierra de los zares. Jóvenes de ambos sexos, ricos, talentosos, de porvenir brillante, han abandonado las dulzuras y los goces de la vida regalada y cómoda cortando todo lazo de comunicación con la clase favorecida a que pertenecían, para ir a hacer propaganda revolucionaria entre los rudos labriegos de la campiña. Dando la espalda a la doctrina enervante predicada por el místico Tolstoi, han repetido una y mil veces al oído de los oprimidos la palabra de Bakunin: “¡Rebélate, rebélate, rebélate!” Al concluir aquel levantamiento popular se constituyó un gobierno en el que estaban representados los diversos sectores opuestos al zarismo y del que llegaría a ser jefe el socialista revolucionario A. Kerensky, pero ocho meses más tarde, aprovechando el descontento de la población por la guerra y el hambre, un grupo de bolcheviques, dirigido por Lenin dio un golpe de Estado para imponer su interpretación de las doctrinas de Carlos Marx. Desde 1914, cuando los rusos apoyaron a los serbios que asesinaron en Sarajevo al heredero del trono de Austria, el país estaba en guerra. Francia e Inglaterra se le unieron a Rusia, mientras que Alemania se mantuvo junto a los austrohúngaros. Toda Europa se vio envuelta así en aquel conflicto que fue la Primera Guerra Mundial. Ya en 1915 se hizo evidente la inferioridad del ejército del zar cuando, por falta de abastecimientos, la cuarta parte de los soldados que iban al frente tenían que recoger las armas de sus compañeros muertos para combatir al enemigo. A pesar de los desaciertos políticos de Nicolás II, y de los errores en la dirección de la guerra, Rusia luchó con todo heroísmo, con sus 10 millones de soldados y marinos en el extenso frente desde el Mar Báltico al Mar Negro. Pero el pueblo estaba cansado de tantos sufrimiento y recibió con alegría la propuesta de los bolcheviques de lograr un armisticio con Alemania. Era el 7 de noviembre (el 25 de octubre según el antiguo calendario Juliano, por lo que se conoce el episodio como “la Revolución de Octubre”), cuando, con la ayuda de algunos militares y obreros atacaron el Palacio donde estaban reunidos los representantes de aquel gobierno liberal: los arrestaron, y ocuparon el poder. La resistencia fue poca y débil: no podían imaginar los rusos que, con los comunistas, tendrían que renunciar a cuanto habían logrado en aquellos meses: la libertad de pensamiento, de palabra, de imprenta y la esperanza de mover el país hacia la justicia y el progreso material. Pero Lenin determinó que la revolución burguesa que había derrotado al zar tenía que dar paso a la revolución socialista que iba a imponer el mando de los obreros y de los campesinos pobres: “La historia no nos perdonará jamás si no tomamos el poder ahora”, les dijo a los que vacilaban en espera de una oportunidad mejor para el golpe de Estado. En La Habana la primera noticia de este acontecimiento la dio el Diario de la Marina, en su edición del 8 de noviembre, en la que se lee: “Un destacamento naval armado, cumpliendo órdenes del Comité Revolucionario Maximista, ha ocupado el palacio donde el Parlamento preliminar había suspendido sus sesiones en vista de la situación. No se tienen noticias de que hayan ocurrido desórdenes hasta ahora, exceptuando algunos desmanes de los apaches. La vida en general continúa normal y el tráfico en las calles no ha sido interrumpido”. Al día siguiente dijo el periódico La Discusión: “Petrogrado y los centros oficiales y de comunicaciones están a estas horas en manos de los elementos radicales extremistas... A cuantos seguimos desde hace algún tiempo el desarrollo de los acontecimientos en Rusia, no ha podido sorprendernos el suceso del día, previsto desde que la guarnición de Petrogrado se dejó influir manifiestamente por los radicales, adversarios del precario gobierno provisional”. El día 10 completa la información el Diario de la Marina, al reproducir un despacho sobre “La crisis rusa”, desde Petrogrado, en el que se lee: “El Congreso de Delegados de Obreros y Soldados apeló hoy al ejército ruso para que se mantenga firme y proteja la revolución contra las tentativas imperialistas hasta que el nuevo gobierno haya obtenido esa paz democrática... El nuevo gobierno adoptará medidas adecuadas para asegurar todo lo necesario al ejército y, por medio de enérgicas demandas a las altas clases, tratará de aliviar la situación económica de las familias de los soldados... El corresponsal agrega el siguiente extracto del mensaje de Lenin: ‘La sagrada revolución se ha llevado a cabo. Ofreceremos una paz aceptable al proletariado de todos los países... Ocuparemos todas las tierras y estableceremos el control de los obreros sobre la industria. La consecuencia será la tercera revolución...’“. Así, con la promesa de “paz, tierra y pan” logró Lenin neutralizar las fuerzas que podían oponérsele: la paz la querían los soldados, entre los que había un millón de hombres de campo; la tierra, los campesinos pobres, explotados por los grandes terratenientes; y el pan toda la población, en particular los obreros urbanos. Entre los primeros decretos del gobierno comunista estaba uno que disponía la confiscación de las tierras que aún quedaban en manos de latifundistas, de la Iglesia y de la antigua aristocracia, y las puso en manos de los Soviets rurales, especie de consejos, los que las repartieron entre los campesinos en espera de que se aprobara una ley agraria. Dos meses después siguió la nacionalización de los bancos ya que el pánico hizo que los depositantes extrajeran su dinero dificultando las operaciones del gobierno, y, a pesar de las promesas en contrario, las autoridades forzaron las cajas de seguridad y se incautaron de todos los valores que allí se guardaban. Lenin había proclamado: “Hay que robar todo lo que nos habían robado”. Así pasaron las industrias a manos de los obreros, lo que produjo tal caos en la producción que el gobierno se vio obligado a crear en diciembre de 1917 un Consejo Económico Supremo: fue el primer paso para la gran burocracia con la que siempre han intentado, sin éxito, en regímenes de esa naturaleza, dirigir la economía. El celo revolucionario y la fidelidad al Partido Comunista, y no su capacidad, o sus conocimientos, determinaban la posición de los administradores: consta que en aquellos días de Rusia, por ejemplo, a uno le dieron un cargo importante en la Oficina de Asuntos Exteriores porque hablaba una lengua extranjera; a otro lo hicieron Comisario de Finanzas porque estuvo empleado en un banco francés; y a un tercero lo nombraron director del Banco del Estado por el hecho de que, años antes, en Londres, había sido estudiante de Economía. Aún en 1927 menos del 10% de los miembros del Partido Comunista tenían educación superior, menos del 8% una educación secundaria, y más del 2% eran analfabetos —fue en buena parte esa falta de formación la que le permitió a Lenin y su grupo, en 1917, y a Stalin, en 1928, dominar el Partido, y con éste al resto de la ciudadanía, y la causa de buen número de disparates y errores. Aunque les resultó muy fácil llegar al poder, los bolcheviques tuvieron que esperar más de tres años para consolidar su gobierno. La guerra civil, que empezó en el verano de 1918, puso frente al ejército rojo la contrarrevolución armada, a la que pertenecían antiguos oficiales y soldados del zar, los cosacos, la burguesía, la juventud culta, los monárquicos y los socialistas revolucionarios. Al principio de la contienda todo parecía favorecer a éstos, hasta el extremo de que el gobierno tuvo que ordenar el asesinato de Nicolás II, la zarina, su hijo y sus cuatro hijas, el 16 de julio de 1918, en Ekaterinburgo, cuando las fuerzas blancas se acercaban al lugar en que estaban detenidos. También en 1918 se produjo la intervención extranjera: un total de 14 países tomaron parte en ella a favor de los contrarrevolucionarios: cerca de 200 mil soldados enviaron Japón, Francia, Inglaterra, Italia, Grecia y los Estados Unidos, pero en 1920 prácticamente ya habían vencido los bolcheviques. Su triunfo se debió a la desunión y múltiples intereses de quienes se les oponían (siempre enemigos en una larga lucha), y a la desganada participación en el conflicto de los soldados extranjeros, frente a la unidad y el espíritu combativo de que dio muestras repetidas el ejército rojo, dirigido con la mayor diligencia y astucia por el Comisario de la Guerra, León Trotsky. La revista Cuba Contemporánea vio lo sucedido en Rusia de manera parecida a como lo vieron los gobiernos de los países aliados, con una actitud despectiva y crítica que auguraba el inminente fracaso del comunismo: en un artículo de marzo de 1919 se lee: “La Guardia Roja, creación de esa gente [los bolcheviques], es un verdadero atentado al orden público que debe existir en todo pueblo civilizado. Se ha autorizado a los campesinos al robo y al pillaje”. Dos meses más tarde allí publicó Juan Clemente Zamora, profesor de Derecho Constitucional, de la Universidad de La Habana, un artículo sobre “El bolchevismo”, en el cual, adelantándose al juicio de Milovan Djilas en La Nueva Clase, dijo: “La república rusa es esencialmente una aristocracia que limita a una clase determinada de la nación el ejercicio del poder soberano, sin derechos ni garantías para los miembros de las otras clases y tendencias...” Y ya muy cerca de la victoria militar soviética, en marzo de 1920, anuncia un trabajo de la misma revista: “De una manera u otra el régimen bolchevique en Rusia está destinado a desaparecer, es sólo cuestión de tiempo. Lo importante es impedir que esta nueva peste roja transcienda a los países no contaminados aún. Todos los esfuerzos de los gobiernos y los pueblos deben encaminarse a este fin...” Pero entre muchos de los obreros de Cuba, al igual que en otros países, el ejemplo soviético iba haciendo su obra. Por la torpeza y las injusticias del capitalismo, a pesar de los excesos y los crímenes de los bolcheviques, muchos defendían al programa de Lenin. Aunque el presidente Mario García Menocal aseguraba que el gobierno no se iba a detener “ante ningún obstáculo para reprimir a la secta antisocial que gobierna en Rusia”, el proletariado cubano celebraba actos públicos en apoyo de “La gloriosa revolución de Octubre”. Un informe de la Policía Secreta, de 1919, publicado en Cuba en 1967, pone en evidencia cuánto influyó en algunos sectores laborales: por un acto celebrado en el teatro Payret, dice un informe dirigido a la Audiencia de La Habana: Señor Juez, en cumplimiento de lo ordenado por usted asistí a la asamblea que celebraron los obreros el día primero del mes pasado [enero de 1918]. El teatro se hallaba completamente lleno: se comenzó tocando el himno de los trabajadores, que cantaron tres hombres y dos mujeres de la raza mestiza y cuyo himno lo oyó el público de pie, haciéndolo repetir; después se dio lectura a telegramas del interior de la Isla, de distintos gremios adhiriéndose a la celebración de la asamblea. Luis Frabegat dio lectura a una comunicación de protesta contra las Naciones Aliadas que han enviado tropas a Rusia con el fin de aplastar el bolchevismo, porque los trabajadores fusilan a los burgueses... Hizo uso de la palabra Alejandro Barreiro, presidente de los Elaboradores de Tabaco: dijo que había que acabar el actual régimen, donde unos paseaban y otros trabajaban, que fijaran la vista en Rusia y que la imitáramos, que había necesidad de sembrar el bolchevismo entre los obreros y soldados... Habló Roberto León, presidente de la Asociación de Empleados de Industria y Comercio: dijo que la última guerra no era por ideales sino formada por los burgueses, que los capitales estaban respaldados por las bayonetas, que había que destruir a las babosas y parásitos de los salones. Habló Ángel Arias, por los Elaboradores de la Madera; aprovecha los aplausos del público para pedir que éstos se dediquen o se guarden para la próxima revolución social... Jesús Arena, por los Carteros, dice horrores de la prensa que defiende a los burgueses que dicen que el virus bolchevista ha venido del extranjero, y que esto no es así, puesto que él antes era burgués, y aquí se ha vuelto bolchevista; que los esbirros de la policía entraron en el Centro Obrero y asesinaron a un compañero... Ricardo García por los Planchadores anuncia el triunfo obtenido en el día de hoy, que en vista de que el gobierno no ha hecho nada por los obreros, se siente bolchevista y anarquista, debiendo prepararse para la lucha, echando unos centavos a un lado para comprar armas que hagan una sola para la defensa del obrero... Aunque los elementos conservadores en todo el mundo habían pronosticado la derrota soviética, en lo político y en lo militar, el mando comunista, al terminar la Guerra Civil, quedó asegurado. En lo económico, sin embargo, la amenaza de un colapso que iba a destruir la revolución era inminente. En 4 años la producción industrial se había reducido a 1/3 de lo que era en 1917, y el comercio exterior a una centésima parte; menos del 35% de la tierra que se cultivaba en 1914 estaba en producción en 1921, y entre esos años el rublo se había depreciado de 2 por un dólar a 1,200 por un dólar. Como cerca del 80% de la población vivía en el campo, al repartir la tierra el gobierno de Lenin tuvo el apoyo de la mayoría del pueblo; luego, al requisar las cosechas por las necesidades de la guerra y por el principio de centralización económica, sólo con la fuerza y el terror pudo mantenerse en el poder. Ante la propaganda oficial destacando que la revolución había repartido las tierras entre los campesinos, éstos respondían con disgusto: “Sí, camaradas, nosotros somos dueños de la tierra, pero el pan es de ustedes; las cosechas son nuestras, pero el trigo es de ustedes; los bosques son nuestros, pero las maderas son de ustedes. En realidad todo es nuestro, pero no podemos morder ni un bocado”. Entre 1917 y 1921, por el conflicto, el hambre, las epidemias, el frío y las ejecuciones murieron más de 15 millones de rusos. El descontento no disminuyó al terminar la Guerra Civil, al contrario, fue en aumento, pues ya las autoridades no tenían manera de explicar el fracaso económico y la escasez de alimentos. Explotó en la rebelión de marinos en el puerto de Kronstadt, que por su participación en el levantamiento bolchevique de 1917 se le llamaba “el orgullo y la gloria de la Revolución de Octubre”. Se inició cuando se supo en la base naval los horrores del gobierno al suprimir una huelga en Petrogrado. Citaron a un mitin al que asistieron 16 mil personas, en el que se denunció el carácter despótico del sistema, y, en aquella asamblea, se pidió que se celebraran elecciones con voto secreto, que hubiera libertad de pensamiento y de reunión, que se autorizara el multipartidismo, que se pusieran en libertad a los presos políticos —obreros, campesinos, militares y miembros de otros partidos socialistas—, que se prohibiera la requisición de los productos agrícolas y que los campesinos pudieran disponer de sus tierras con libertad: mucho de lo que habían prometido Lenin y los suyos al tomar el poder. En el Manifiesto que hicieron público con el titulo de “Por qué luchamos”, decían: “La clase obrera esperaba que, al llevar a cabo la Revolución de Octubre, iba a conseguir su emancipación. El resultado ha sido una mayor esclavitud. El poder del Estado policial monárquico ha ido a parar a manos de los usurpadores comunistas, los cuales, en vez de libertad ofrecen a la población el miedo de ser llevados a los lugares de tortura de la Cheka, muchas veces más horribles que los del tiempo del zar... Pero el hecho más odioso y criminal de los comunistas es el haber creado la esclavitud moral, ya que se meten hasta en la vida privada de uno y lo obligan a pensar como ellos...” En aquellos primeros días de marzo 1921, cuando se produjo la rebelión en esa fortaleza del Báltico, el Partido Comunista Ruso celebraba su Décimo Congreso, y ante el peligro, toda vez que el ejército rojo no había podido someter a los rebeldes, Lenin ordenó a los 300 delegados allí presentes que se trasladaran al lugar para combatirlos y castigarlos. El 7 de marzo se inició el bombardeo de la base y, diez días después, se rindió, siendo sus ocupantes pasados por las armas. Ése no era el mejor camino para combatir a los bolcheviques, una protesta local sin preparación suficiente para derrotar en un conflicto armado a las fuerzas del gobierno. Eran éstos malos administradores en asuntos relacionados con la economía, pero había entre ellos excelentes asesinos cuyo fanatismo los llevaba a ser crueles y eficientes soldados y policías en defensa de sus ideas; centenares de miembros del partido comunista forzaron a punta de pistola a los oficiales del ejército regular para que movieran sus fuerzas contra los insurrectos; contaban además los bolcheviques con todo el armamento que se había acumulado en el país desde 1914, por la Guerra Mundial y luego por la Guerra Civil. Así acabó aquel heroico levantamiento de revolucionarios de izquierda: el primero en la historia contra un régimen comunista. Era evidente que el gobierno soviético se había equivocado, y que, en lo económico, estaba en un callejón sin salida: su principal error fue haber creído que, con la revolución de octubre, los países capitalistas iban también a caer en el comunismo, y que de ellos recibirían ayuda, en particular de Alemania: equipos y obreros industriales, créditos y productos manufacturados. Pero el pueblo no aceptaba disculpas: la imprevisión y la incapacidad de los gobernantes había creado la crisis, y exigía, como los marinos de Kronsdadt, que se les diera lo que le ofrecieron en 1917. El hambre era espantosa: en el verano de 1921 se empezaron a mezclar los granos con paja y aserrín. En ese año las cosechas habían sido las peores que se recordaban en Rusia. La gente no hablaba más que de comida, y entre las familias se celaban para robarse unos a otros los alimentos. Antes de la revolución buena parte del pueblo vivía en la miseria, pero muy pocos morían por ella. En 700 años de historia, Rusia había sufrido periódicas hambrunas pero jamás tan horrible como aquella entre 1921 y 1922. Los bolcheviques le echaban la culpa al bloqueo que sufrían los puertos, pero la población acusaba a los gobernantes. Se llegó al canibalismo: así describe la situación un historiador que visito Moscú diez años más tarde: “Los padres, los hijos, los hermanos y hermanas se mataban. De las calles se robaban a los niños y a las niñas, y a los jóvenes les prometían comida para llevarlos a chozas donde los mataban a hachazos”; y cuenta de una madre que se comió a su hija moribunda; de una joven de 18 años que se comió a su hermana menor, y dijo en disculpa: “De todas maneras se iba a morir, y yo tenía mucha hambre”; de otra mujer que razonó así: “Era mi hijo, y yo tenía derecho a matarlo para salvarme yo”; de otra que alegó en el juicio por su canibalismo: “Todos tenemos que morir, y todo el mundo está matando, por lo tanto nosotros también tenemos que matar...”
Por otra parte, al desaparecer los alimentos disminuyó de manera considerable la producción industrial, y, como no había nada que comprar se produjo un exceso de moneda circulante que llevó a la mayor inflación. Fue entonces que, ante el caos económico, la mayor amenaza desde el inicio de su gobierno, Lenin inventó y puso en práctica la Nueva Política Económica (la N.E.P., Novoia Economicheskaia Politika), que no era, en su esencia, más que volver de una manera u otra, a buena parte de lo que habían criticado los bolcheviques, influidos por el marxismo: la propiedad privada, las utilidades, las rentas, las comisiones, los negocios; en general, la economía de mercado libre. Lenin vio en la misma burguesía que había combatido, y que quiso que se destruyera en todo el mundo, en su manejo de la economía, la salvación única del socialismo. Muy pronto Lenin se dio cuenta de que las ilusiones que se había hecho respecto a la administración del país, antes de la toma del Palacio de Invierno y al principio del gobierno bolchevique, nada tenían que ver con la realidad: en el colmo de su optimismo había dicho que “cualquier cocinero era capaz de gobernar...” Los revolucionarios no contaban con ningún plan concreto para dirigir la economía del país —lo único que tenía escrito Lenin relacionado con el problema económico era su folleto El imperialismo: fase superior del capitalismo, en 1916, que bien poco trataba de la economía socialista; tuvo así que improvisar caminos en un mundo que no conocía. En abril de 1918, al analizar “las tareas inmediatas del gobierno soviético”, dijo: “Tendremos que recurrir a los métodos burgueses.. . Es claro que esos métodos no sólo significan detener la ofensiva contra el capitalismo, sino también un paso hacia atrás de nuestro poder socialista soviético... La posibilidad de construir el socialismo está condicionada precisamente a nuestra competencia para combinar el poder soviético, junto con su organización y administración, con los más recientes logros capitalistas...” Pero la Guerra Civil y la lujuria revolucionaria impusieron objetivos mucho más ambiciosos. Sin embargo, ante la crisis que afrontaba el país en 1921 por la escasez, el hambre y el disgusto de la población, puesta de relieve en el levantamiento de los marinos de Kronstadt, fue necesario hacer concesiones económicas para no tener que hacer concesiones políticas. De hecho la brutal represión contra los alzados en el puerto Báltico no fue por los cambios económicos que pedían, muchos de los cuales se iban a incluir en la nueva política, sino porque también pidieron cambios políticos que habrían de socavar el poder soviético. Lenin advirtió que a Robespierre lo había liquidado la burguesía francesa, y que él evitaría similar destino sometiéndose a las demandas de los agricultores; y dijo en abril de ese año: “Lo más urgente en la actualidad es tomar las medidas necesarias que inmediatamente aumenten las fuerzas productivas... El efecto de esas medidas será revivir la pequeña burguesía y el capitalismo con motivo de cierta cantidad de mercado libre. No hay duda sobre esto. Sería ridículo cerrar los ojos ante eso.. ¿Qué hacer? ¿Tratar de prohibir el desarrollo privado... o tratar de dirigirlo por el camino del capitalismo de Estado? ¿Son compatibles? Por supuesto que lo son...” Ampliando su idea primitiva sobre el “capitalismo de Estado”, Lenin iba a desarrollar la “Nueva Política Económica”, y, para tranquilizar a los bolcheviques de izquierda que temían esas medidas, hizo en diversos momentos de aquellos días críticos, estas observaciones que aquí se reúnen como síntesis de su pensamiento: ...Están condenados al fracaso los comunistas que se imaginan que es posible llevar a cabo un cambio tan trascendental, como es el de fundamentar una economía socialista, sin cometer errores, sin retroceder, sin cambios en lo terminado, o en lo que se terminó de manera equivocada. Los comunistas que no se hacen ilusiones y que no se desesperan, y que mantienen su fuerza y su flexibilidad para empezar una y otra vez desde el principio, no están condenados al fracaso, y con toda seguridad no han de perecer... Lo nuevo para la revolución en el momento presente no es discutir si estamos avanzando o retrocediendo del comunismo: el asunto es de salvar o destruir el poder comunista. Actuar de esa manera no es más que un acto de salvación: no olvidemos la experiencia de Kronstadt... En vista de nuestro aislamiento, nuestra tarea es mantener la revolución, mantener en ella alguna forma de socialismo, no importa cuán débil sea éste. Lo nuevo para la revolución en el momento presente es la necesidad de recurrir a métodos reformistas, gradualistas y cuidadosos en la cuestión económica. Estamos obligados a admitir cambios radicales en nuestra concepción del socialismo. El cambio radical consiste en el hecho de que antes poníamos, y tuvimos que hacerlo así, el mayor énfasis en la lucha política, en la revolución, en la conquista del poder; ahora el mayor énfasis se ha cambiado de tal manera que se dirige al trabajo pacífico, cultural y organizativo... La Nueva Política Económica que iba a revivir el país para asegurarle la continuidad del poder a los gobernantes, consistió en lo siguiente: 1) Permitirle al campesino que vendiera por su cuenta las cosechas, después de pagar un impuesto al Estado, con lo que terminaban las requisiciones que hasta entonces había sufrido; y también que arrendara nuevas tierras y hasta que contratara trabajadores para aumentar sus cultivos. 2) Autorizar la práctica de oficios domésticos, privatizar las industrias que tuvieran menos de 20 empleados, y dar en arrendamiento las que tuvieran menos de 70 (por estas medidas, en enero de 1923 ya había miles de negocios y comercios independientes del gobierno-- la tercera parte administrados por sus antiguos dueños, y el resto por otros individuos o cooperativas de artesanos). 3) Formar “compañías mixtas” con capitales extranjeros a las que se les hacían concesiones o se les arrendaban tierras, minas, industrias, empresas y propiedades inmuebles para que, por su cuenta, las explotaran. 4) Arrendarles a sus antiguos dueños, por 12 años, propiedades urbanas menores, permitiéndoles subarrendarlas siempre que las sacaran del deterioro en que habían caído bajo la administración bolchevique. 5) Crear una moneda dura, respaldada por una reserva de oro, que empezó a circular junto a la antigua, la cual siguió usando el gobierno a pesar de su enorme depreciación. 6) Suprimir algunos de los servicios gratuitos que antes ofrecían: el agua, la luz, el gas, el correo, los periódicos. Con la excepción de la industria pesada y la mediana, el comercio exterior, los bancos y el transporte, y todo lo que sin el control directo del gobierno amenazaba su estabilidad, cuanto cayó en la órbita de la iniciativa privada, durante un tiempo, funcionó con éxito. Se hizo evidente que, cuanto más se apartaba del socialismo leninista la economía soviética, el progreso era mayor. Pero ese mismo triunfo conspiraba contra su mantenimiento: las prácticas burguesas y capitalistas hicieron burgueses y capitalistas a los antiguos desposeídos, y, junto a la burguesía tradicional, empezaron a obstaculizar el camino hacia el comunismo. Entre 1921 y 1922 la producción industrial se había reducido en casi un 20% en comparación a la de 1913; y la agrícola a la mitad; pero tres años más tarde aquélla aumentó un 70% y la agricultura un 80%. En 1927 ya era sólo un recuerdo el hambre y las escaseces de cuando empezó la Nueva Política Económica, y en casi todas las esferas de la producción se habían alcanzado, o superado, los niveles anteriores a la Primera Guerra Mundial. En las ciudades el progreso trajo como consecuencia el aumento de la bolsa negra, la corrupción de los funcionarios, la prostitución, el juego, el alcoholismo y, en general, la mentalidad consuntiva (el consumerismo) y el individualismo, todo lo que disgustaba a la izquierda bolchevique, enemiga de la N.E.P. y partidaria del más “puro socialismo” donde todos los bienes debían de ser comunitarios. Marx había dicho en el Manifiesto Comunista: “La teoría del comunismo puede resumirse en una sola frase: la supresión de la propiedad privada”—y, de una manera u otra, a esa propiedad parecía aspirar peligrosamente toda la población. La regla básica del socialismo rezaba: “De cada uno según sus posibilidades, para cada uno de acuerdo con su trabajo”; y el precepto comunista era: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”; sin embargo, en muchos aspectos de la vida soviética, la máxima rectora se había convertido en algo como: De cada uno lo que pueda dar, para cada uno lo que pueda comprar. Así renacían clases en función de su poder adquisitivo, base de la desigualdad. Fue por eso que a aquella apertura económica la acompañó un notable aumento de la represión. No era casual que el mismo Décimo Congreso, el que aprobó la N.E.P., se proclamara la necesidad de suprimir toda disidencia: en la Resolución que se refiere a este asunto se lee: Este Congreso advierte a todos los miembros del Partido que la necesidad y solidaridad dentro de él es particularmente esencial en los momentos presentes, cuando un número de circunstancias vienen a aumentar las vacilaciones de la pequeña burguesía del país... La manera en que los enemigos del proletariado se aprovechan de cualquier desvío de la consistente línea comunista, se mostró con toda claridad en el motín de Kronstadt, cuando los contrarrevolucionarios burgueses y los anticomunistas del mundo entero empezaron enseguida a manejar los postulados del sistema soviético con el propósito de asegurarse la caída de la dictadura del proletariado en Rusia... Por lo tanto, este Congreso declara disueltos y ordena la inmediata disolución, sin exceptuar a ninguno, de todos los grupos que se han formado con base a una u otra plataforma. El no cumplimiento de esta decisión será castigada con la absoluta e inmediata expulsión del Partido... De esta manera se estaban sentando las bases del unipartidismo totalitario de que se iba a aprovechar Stalin a fines de los años veinte para destruir la N.E.P. y, años más tarde, para llevar a cabo las purgas que le iban a aseguran el poder absoluto. En el siguiente Congreso del Partido, en el XI, dijo Lenin como prueba de su intolerancia, y la del gobierno bolchevique, y de la resistencia obstinada a realizar todo tipo de cambio político: “Es inevitable castigar la más pequeña infracción de la disciplina con toda severidad, crueldad y sin compasión... Cuando en el ejército se impone una retirada se sitúan las ametralladoras en la retaguardia, y en el momento en que el pánico la altera o desordena, con toda razón se da el grito de ‘¡Fuego!’... Si un contrarrevolucionario nos dice que ahora estamos retrocediendo, y que ellos siempre estuvieron por eso, les decimos que estamos de acuerdo, y retrocedemos juntos, pero por manifestaciones propias de la contrarrevolución, los fusilamos...” Y en una carta de Lenin a Kamanev, de marzo de 1922 (que no se dio a la publicidad hasta l959 para no estorbar la canonización de Lenin), le advierte que el cambio económico era posible que debilitara la seguridad del Estado, por lo que habría que recurrir a métodos de violencia para salvar el sistema; le dijo: “Es un error pensar que la Nueva Política Económica le pone fin al terror; tendremos que recurrir otra vez al terror, y al terror económico”. Lenin murió el 21 de enero de 1924: en el mes anterior le había dado una embolia que le paralizó la mitad del cuerpo y lo dejó sin habla; tuvo la primera en 1922, a raíz de la operación para extraerle la bala que le disparó en 1918 la socialista revolucionaria Dora (Fanya) Kaplan. Nunca se podrá saber cuál habría sido la actitud de Lenin ante los acontecimientos que sucedieron después de su muerte. ¿Hubiera apoyado el desarrollo de la Nueva Política Económica, que muchos llegaron a considerarla como una “traición al socialismo”, siguiendo el juicio de la izquierda bolchevique dirigida por Trotsky, o hubiera visto con satisfacción los resultados de su plan, y disculpado sus tropiezos, junto a la derecha bolchevique con Bujarin a la cabeza? Él sólo dijo que apoyaba la N.E.P. “con toda seriedad y por largo tiempo”, pero los resultados hacen pensar que, al igual que le sucedió entre 1917 y 1921, al imponer el “comunismo de guerra” y querer llegar a la sociedad comunista sin una etapa de transición, estaba equivocado en sus planes de construir el socialismo ahora por caminos opuestos, con la ayuda de procedimientos capitalistas, o, según sus palabras, “construir el comunismo con manos no comunistas”. De los seis líderes de que habló Lenin en su carta testamento, del 24 de diciembre de 1922, cinco de ellos iban a ser asesinados por el sexto: Stalin logró eliminar a Trotsky, Bujarin, Piatakov, Kamenev y Zinoviev. Este último advirtió el peligro que entrañaba la Nueva Política Económica puesto que iba creando una nueva y poderosa burguesía que poco a poco se transformaba en la mayor amenaza para el socialismo; dijo en el XIII Congreso del Partido, en 1924: Marx planteó la cuestión teórica de redimir a la burguesía con el triunfo de la revolución. Pero ni él ni Lenin dijeron una palabra de lo que en realidad iba a ser esa burguesía años después de llegar la revolución al poder... Se está desarrollando una nueva burguesía. Es una clase con características propias. La tiramos desde un quinto piso, pero se puso de pie y hoy está viva. Ni es joven ni vieja. No tiene la cabeza en proporción a su cuerpo, pero sería un milagro si no creciera en el ambiente creado por la Nueva Política Económica... ¿No será que esa política se ha salido de sus límites? Y advirtió que los nuevos burgueses se mostraban sin pudor enemigos del gobierno soviético, y que hacían juicios sobre el socialismo que nadie se hubiera atrevido a hacer años atrás. Y como prueba de la osadía de la nueva clase, los estudios sobre esa época citan las palabras proféticas de un orador de entonces, quien dijo en una asamblea de ingenieros en Leningrado: Los comunistas aseguran que su régimen ha de durar una eternidad, lo que constituye un error trágico. El régimen comunista es una medida económica temporal. Su teoría de que el trabajo será el motor de la humanidad es falsa. Es una artimaña para amarrarnos las manos, pues el motor de la humanidad ha de ser el pensamiento libre del hombre libre; ese es el único principio bajo el cual hemos de trabajar, y por lo que exigimos los derechos del hombre... Esa nueva burguesía de que habló Zinoviev, ya con “resabios capitalistas” fue la causa principal para la terminación de la N.E.P. Muchos bolcheviques que habían estado a favor de ella, porque no previeron sus consecuencias, y por el apoyo de Lenin, ya no resistían aquella “odiosa retirada” que había creado una especie de sociedad clasista y corrupta parecida a la que se destruyó en 1917. Era necesario, por lo tanto, ponerle fin a aquel período de transición que el propio Lenin habla calificado como “casi socialismo”, y volver a la “ofensiva revolucionaria” de los primeros años de Gobierno. Además, en 1928 se hizo evidente que la Nueva Política Económica era de una peligrosidad alarmante: en ese año la producción privada disminuyó de manera notable: la razón fue, entre otras, la baja de los precios del grano impuesta por las autoridades, por lo que los cosecheros, en venganza, redujeron sus entregas, lo que, a su vez, frenaba a la industria. Frente a ese peligro, aunque Stalin había favorecido la N.E.P., en cuanto tuvo el control del Partido, dijo que la misma había perdido su fuerza original y que era necesario suprimirla e imponer el colectivismo en la agricultura para evitar el chantaje de los campesinos —así también podía destruir aquella poderosa clase formada por los hombres de campo que se enriquecían, o querían enriquecerse, a quienes calificaba de kulaks, como llamaba el pueblo, desde el tiempo de los zares, a los terratenientes ricos y egoístas. Aquella operación se llevó a cabo con métodos tan eficientes como despiadados, y produjo en el país cerca de 10 millones de muertes. Con el mismo desprecio por el costo en sacrificios y vidas humanas, Stalin impuso un ambicioso plan de industrialización para el que era necesario el más alto rendimiento agrícola, pues temía que aprovechándose del descontento popular, los países capitalistas atacaran la Unión Soviética: el desarrollo de la industria pesada lo vio así como imprescindible para la defensa del país. Para ese efecto, de acuerdo a su plan quinquenal, se dispuso que la producción de petróleo había que duplicarla, y la de acero y hierro hacerla tres veces mayor. Se vivía entonces un clima de violencia: los agentes del partido mataban a los campesinos y obreros que se resistían a las disposiciones oficiales, y éstos, en represalia, mataban funcionarios del gobierno . Entre otros acontecimientos similares, a principios de 1928, la antigua “Comisión Extraordinaria para la Lucha Contra el Sabotaje y la Contrarrevolución”, la Cheka, fundada por Lenin en 1918, ya con el título de “Administración Política del Estado”, la G.P.U., dijo haber descubierto una conjura en las minas de carbón de Shakhty, en la que sus antiguos dueños, en complicidad con los ingenieros y agentes de inteligencia extranjeros, saboteaban la producción: arrestaron a medio centenar y, para escarmiento, fusilaron a unos cuantos de los acusados. En 1928, en el pleno del Comité Central, producto de incidentes como el de las minas de Shakhty, Stalin dijo que actos como esos representaban “los nuevos métodos y las nuevas formas de la contrarrevolución burguesa para destruir la dictadura del proletariado y el proceso de la industrialización socialista”. Ante la salvaje y agresiva política de Stalin, Bujarin, el más capacitado y fervoroso defensor de la N.E.P., la cabeza más lúcida de lo que llamaban sus enemigos “desviacionistas de derecha”, se burló del plan de Stalin diciendo que el empeño colectivista e industrializador se proponía “alimentar a los obreros de hoy con los panes de mañana”; y en la reunión del Comité Central, el 10 de julio de 1928, denunció a su antiguo camarada con estas palabras: “Nuestra opinión es que la línea de Stalin es la ruina de la revolución... Él es un intrigante sin principios, y subordina todo para asegurarse en el poder... y como resultado estamos creando un régimen policial. Esto no es asunto de menor importancia, sino algo decisivo para la revolución...” Diez años más tarde Stalin ordenó asesinarlo. Por su parte Trotsky había denunciado a Bujarin por su debilidad ante los kulaks y por querer implantar el socialismo “a paso de tortuga”, pero como con su grupo también se opuso a Stalin, aunque éste le robó parte de sus planes —el pasar del comunismo distributivo al comunismo productivo— en 1927 se le expulsó del partido, y en 1940 Stalin lo hizo asesinar en México. Llegó a su fin la Nueva Política Económica. Se procedió a expropiar los capitales privados, se requisaron las cosechas y pasaron a manos del gobierno las industrias, las empresas y las propiedades que se habían cedido o arrendado a particulares; se nacionalizaron cuantos negocios ajenos al gobierno habían ido creciendo entre 1921 y 1928, y se anularon las concesiones hechas a los capitalistas extranjeros. Se volvía así a los métodos radicales del “Comunismo de Guerra” que fueron empleados entre 1918 y 1921, pero ya no había guerra, y se pudieron silenciar con mayor facilidad las protestas pues el aparato represivo había crecido en la misma medida que la oposición se redujo. Con todos los recursos políticos a su disposición, e ignorando los compromisos por la Nueva Política Económica, fue posible imponer la voluntad de Stalin y permitirle hacer su “Revolución desde arriba”, la cual, analizada con la perspectiva del tiempo, fue destruirla, como pronosticó Bujarin: “La ruina de la revolución”. Sí, pero entiéndase bien, “la ruina” de las promesas de la Revolución de Octubre, de su programa con un Estado antiautoritario, antiburocrático, justo y en favor del igualitarismo, del que muy poco quedaba después de once años de gobierno bolchevique, pero no “la ruina” del poder soviético, que es otra cosa, en todo su monstruoso esplendor, totalitario, centralista, abusivo y jerárquico que logró vivir 60 años después de la desaparición de la Nueva Política Económica. Fue por sangriento milagro de Stalin que hoy añoran sus marchitos admiradores, entre los que merecen puesto de honor Fidel Castro y los suyos. Siempre censuró José Martí a los que en Latinoamérica, “de puro carácter inepto y segundón, de pura impaciencia y carácter imitativo, se mandan a hacer el alma afuera, como los trajes y como los zapatos”. Mucho le ha costado a Cuba, y le cuesta, que desde 1959, superando el defecto que le venía desde el nacimiento de la República, sus gobernantes, “de puro carácter inepto y segundón, de pura impaciencia y carácter imitativo”, se entregaran ciegos a una doctrina extraña a sus necesidades, a su tradición y a su cultura para perpetuarse en el poder, y pagar con la felicidad del país el capricho de mandarse “a hacer el alma afuera, como los trajes y como los zapatos”, y ahora que el marxismo-leninismo, desprestigiado, es el hazmerreír de todo el mundo, y no tiene ni sastres ni zapateros, anda Cuba en harapos y descalza. Han dicho en recientes declaraciones los voceros de Castro, que quieren encontrar una solución nacional para sus actuales problemas económicos, que no quieren imitar más, pero sus representantes van por China y Vietnam averiguando sobre los remedios capitalistas para el maltrecho socialismo. No hay otra medicina que la inventada por Lenin en 1921, la Nueva Política Económica, y de ella, con algunas variantes, salen todas. Pero no hablan del modelo que les sirve de orientación para que no descubran los que se confunden con los cambios económicos el fin que tuvieron en la Unión Soviética. Hace poco, en la inauguración de un Centro de Rinitis, en Santiago de Cuba, le preguntó un reportero a Castro. “¿Cómo vamos a mantener la sociedad socialista tomando medidas que corresponden a una economía de mercado?” Y Castro le contestó calcando el razonamiento de Lenin aunque escondiéndole la estirpe: Esas son concesiones que tenemos que hacer para salvar la revolución. Lenin también quiso desarrollar el capitalismo bajo ciertas condiciones. Su idea era desarrollar el capitalismo antes del socialismo, pero ése no es nuestro caso... Nosotros debemos tener habilidad para adaptarnos a esas condiciones, sacrificar lo que debemos sacrificar, y salvar lo que tenemos que salvar para preservar nuestras posibilidades de avanzar en el futuro... Y uno se pregunta: “¿Avanzar en el futuro”? Y la respuesta obligada es avanzar hacia lo que ha sido la inspiración y la meta del marxismo-leninismo en Cuba: al más puro estalinismo. Por eso Castro se niega obstinado a realizar verdaderos cambios políticos, los cuales, aunque le traerían el progreso y la tranquilidad al país, le iban a impedir ese avance, y se limita a jugar con los cambios económicos, que no son más que un remedio temporal, un disfraz que engaña a quien le conviene y que puede quitarse cuando resulte oportuno hacerlo, como hizo Stalin en la Unión Soviética en 1928. |
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