EL OTRO FIDEL CASTRO
Elogio a la verborragia La falsificación de Martí El autobombo Fidel según Fidel
El hogar y la familia
Belén en Fidel Castro
Aplicación y conducta
Religión y apostolado
El “atracón de gofio seco”
Lujuria de dominio
|

Fidel; My Early Years, es el libro que se publicó con la ayuda del Consejo de Estado de Cuba. A base de mentiras y falsedades, en él se presenta a Castro como una mezcla de Espartaco, el Cid, Robin Hood, Bolívar, Martí, Lenin y Churchill: redentor, valiente, astuto, combativo, apóstol, revolucionario y estadista.
|
A principios del pasado mes de octubre [de 1998] se publicó en Miami un trabajo con el título “Explicando a Fidel Castro”. Partía del libro Explaining Hitler; The Search for the Origins of His Evil, de Ron Rosenbaum, que acababa de aparecer, y era un breve análisis sobre los orígenes de la maldad de Hitler en comparación con la de Castro. Se destacaba allí lo que alguna vez habían indicado otros escritos: la reserva de los dos respecto a su niñez y a su juventud, como si en esos años hubiera secretos que los rebajara, o que eran perjudiciales a la imagen que querían proyectar. Y en aquel examen de su conducta obsesiva y culpable, al margen de lo que la naturaleza les dio, producto de los genes, se mencionaban las causas que pudieron condicionar sus vidas: los padres, la educación, sus frustraciones, su psicosis y sus complejos.
Un mes más tarde se anunció en Nueva York la salida de un libro de Fidel Castro con el título de My Early Years. Podía parecer que era una respuesta a los que le señalaban su silencio, que Castro iba a desmentir con esa autobiografía la reserva que se le imputaba. El recuento de su temprana juventud lo publicaba la editorial Ocean Press, de Melbourne (Australia), con oficinas en La Habana, Chicago, Ontario, Londres, y Johannesburg. Tiene esa editorial un catálogo con una veintena de títulos, todos en inglés, que muestran sus intereses: un libro de lectura con obras de Fidel Castro, otro del Che Guevara, varios sobre las actividades del FBI y de la CIA en contra de los dirigentes cubanos, y aún otros sobre momentos varios de la revolución castrista.
Ya a finales de enero estaba a la venta My Early Years, “by Fidel Castro”, con un prólogo de Gabriel García Márquez. Consta de 141 páginas de texto, más 14 de ilustraciones, facilitadas, dicen los editores, por el “Consejo de Estado” de Cuba, en papel cromo, muy bien impreso, con encuadernación en rústica y cubiertas a dos tintas. El libro no contiene ningún trabajo nuevo o desconocido que responda a lo que anuncia el prefacio, donde se lee “Este libro es único en su género toda vez que ofrece la primera colección de bocetos autobiográficos [‘autobiographical sketches’] de Fidel Castro, un hombre que ha mantenido en secreto su vida privada, en especial el período de su niñez y de su juventud...” Y añade: “My Early Years se concentra en sus años formativos para dar al lector, en las palabras de Fidel, un resumen de su niñez y de su juventud rebelde...” Y para justificar la publicación del libro reproducen la advertencia de Lee Lockwood al presentar la entrevista que le hizo a Castro en 1969: “Si Castro es nuestro enemigo, y tan peligroso como se nos dice, parece evidente que debemos conocer de él todo lo posible... Estemos o no de acuerdo, la mejor manera de entenderlo es oír lo que tiene que decir [‘by listening to what he has to say’]”. Se verá aquí que, en realidad, para “entenderlo”, hay que conocer también lo que nunca ha querido decir.
My Early Years está formado por: (1) el prólogo de García Márquez, “A Personal Portrait of Fidel”, que es el que tenía el libro Habla Fidel (1988) con la entrevista a Castro del periodista italiano Gianni Minà; (2) extractos del libro Fidel y la religión: parte de las “conversaciones” que tuvo en 1985 con el sacerdote dominico, del Brasil, Frei Betto; (3) unas páginas de la entrevista que le hizo el colombiano Arturo Alpe, publicada en su libro El Bogotazo. Memorias del olvido (1983); y (4), el discurso de Castro al cumplirse los cincuenta años de su ingreso en la Universidad de La Habana, aparecido en Granma en los primeros días de setiembre de 1995.
El común denominador de esta colección es presentar una imagen heroica del personaje, y hasta providencial: una especie de Mein Kampf, del Führer (conductor) criollo, con igual cosecha de mentiras e inexactitudes que el libro en alemán, para justificar el mito del “líder” que se necesitaba en Cuba. Ante el fracaso de su dirección política, evidente en la ruina actual del país, y ante sus frustraciones como internacionalista, Castro quiere asegurarse un papel en la historia. Resulta así en este libro una mezcla de Espartaco, el Cid, Robin Hood, Bolívar, Martí, Lenin y Churchill: redentor, valiente, astuto, combativo, apóstol, revolucionario y estadista.
La portada de My Early Years tiene la foto de Castro que le hizo al principio de su gobierno el fotógrafo americano Lester Cole, en la que aparece con una mirada transida de bondad y determinación, y sus barbas nazarenas. Y en la primera página, y en la contraportada, el juicio de los jesuitas (algo alterado, como se verá luego) cuando su graduación en el Colegio de Belén: “... No dudamos que ha de lograr para sí un nombre brillante. Fidel tiene lo que se necesita [para triunfar en la vida] y se convertirá en algo [importante]” (“Fidel has what it takes and will make something of himself”); y un pasaje del juicio de García Márquez: “Fidel Castro es un hombre de costumbres austeras e ilusiones insaciables, con una educación formal a la antigua, de palabras cautelosas y modales sencillos [‘simple manners’], e incapaz de concebir ninguna idea que no sea descomunal”.
El libro es parte de la bien orquestada propaganda que sirve para complacer la vanidad del personaje y para asegurarle la ayuda de quienes lo temen, y ganarle el aplauso de los que no lo conocen o padecen de sus mismos complejos. Y le es a Castro muy oportuno ahora que crecen las rajaduras a su imagen de revolucionario, y a su mando totalitario, obligado a vergonzosas concesiones por el fracaso de su socialismo clasista y el hambre de dólares en el país. My Early Years logra en parte su objetivo con verdades a medias y mentiras enteras porque “el otro Fidel Castro”, con sus limitaciones y sus crímenes, no se llega a presentar ante el mundo de manera consistente. Lo poco que se hace para dar a conocer su cabal dimensión casi nunca trasciende el cotarro del exilio y el de sus escasos amigos. Y nos preguntamos con disgusto por qué en el extranjero le hacen la corte al déspota, y le dan palmaditas en la espalda, o se las dejan dar por él, o le aprietan la mano cariñosa, o lo ayudan con inversiones a mantenerse a flote. Buena parte de la culpa es de ellos, indiferentes y cómplices, pero mayor es la nuestra, por nuestra incapacidad y general inacción. Mucho daño le hizo al patriotismo cubano que en los primeros tiempos del gobierno de Castro muy reducidas fueran las actividades para combatirlo que no tuvieran la sanción y la subvención de agencias del gobierno de los Estados Unidos. Luego, también como herencia de esa “mentalidad colonial”, presente entre nosotros desde el nacimiento de la República, se redujo de manera considerable la denuncia a escala mayor. Así, menos aún ahora se puede realizar lo que conviene por la miopía del Pentágono al concluir que Castro no constituye una amenaza, como si sólo en la abundancia de armas y soldados estuviera el peligro, y no también en la serpiente que, a la sombra de un desbocado capitalismo, ya hoy sin la brida del “fantasma” del Manifiesto de Marx (“Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo”), y de corrompidos gobernantes, va sembrando su veneno en las frágiles democracias de Latinoamérica, y quizás en África, y aun en países cuya soberbia los hace creerse inmunes a todo desvío.
Elogio a la verborragia
El prólogo de García Márquez en My Early Years, que había titulado en 1987 “Fidel Castro: el oficio de la palabra hablada”, no es mucho más que una apología del habla de Fidel Castro. Viene así a ser una forma de agradecerle el “nobelista” los privilegios de que disfruta en La Habana. García Márquez se refiere a la obsesión de Castro por hablar como si se tratara de una virtud superior. No advierte que el habla compulsiva puede ser, como en este caso, un escondrijo para ocultar la verdad, y aun síntoma de desequilibrio mental. Esquilo, el dramaturgo griego, afirmaba que “las palabras eran la medicina de las mentes enfermas”; y Lin Yutang recordó en uno de sus libros al filósofo Chuang Tzu, del siglo IV antes de nuestra era, quien dijo: “Un perro no se considera bueno por lo mucho que ladra, ni a un hombre se le ha de creer inteligente por lo mucho que habla”. En un trabajo que tituló “Fidel in the Evening”, publicado en el New York Review of Books el 22 de octubre pasado, la escritora mexicana Alma Guillermoprieto comentaba una comparecencia de varias horas de Castro ante la prensa, y, sorprendida por sus inacabables divagaciones, le preguntó a un amigo si aquello se debía a que el comandante estaba enfermo; “No”, le contestó el otro riéndose, “Nadie supera a Fidel en hablar y hablar sobre nada cuando hay algo que no quiere decir”.

Fidel Castro —arriba, el segundo a la izquierda, en la primera fila— en el colegio de Dolores, de Santiago de Cuba, con el prefecto, el padre Domínguez. Abajo, ya en La Habana, —a la derecha— cuando con tres compañeros de Belén ponía una ofrenda floral en memoria de los estudiantes fusilados por los españoles en 1871. Años más tarde, ya en el poder, con otras fechas nacionales, suspendió actos patrióticos como ése.
|
Cuenta García Márquez en su prólogo, tomado de la versión española de la entrevista de Minà, la cual tenía el título de Habla Fidel (1988): “...Refiriéndose a un visitante extranjero al que había acompañado durante una semana en una gira por el interior de Cuba, Fidel Castro dijo: ‘¡Cómo hablará ese hombre, que habla más que yo!’. Basta conocer un poco a Fidel Castro para saber que era una exageración suya, y de las más grandes, pues no es posible concebir a alguien más adicto que él al hábito de la conversación. Su devoción a la palabra es casi mágica. Al principio de la revolución, apenas después de su entrada triunfal en La Habana, habló sin tregua por la televisión durante siete horas. Debe ser un récord mundial... Tres horas son para él un buen promedio de una conversación diaria. Y de tres en tres horas los días se le pasan como soplos... Las fiestas privadas son contrarias a su carácter, pues es uno de los raros cubanos que no cantan ni bailan, y las muy pocas a que asiste cambian de naturaleza cuado él llega... los bailes se interrumpen, se suspende la música, se aplaza la cena y la concurrencia se concentra en torno suyo para incorporarse a la conversación que entabla de inmediato... Fatigado de conversar, descansa conversando... En las muy pocas entrevistas formales suele conceder el tiempo que le soliciten, aunque él mismo lo prolonga después con una elasticidad imprevisible, estimulado por la dinámica del diálogo... A veces las dos horas previstas se convierten en cuatro y casi siempre en seis. O en diecisiete, como fue el caso de esta entrevista que Gianni Minà le ha hecho para la televisión italiana, y que es una de las más largas que ha concedido”.
Y en esos comentarios teje García Márquez cálidos elogios de Fidel Castro: a su fuerza de voluntad: “De media caja de puros que se fumaba en un día pasó a la abstinencia absoluta, sólo por tener autoridad moral para combatir el tabaquismo... Sus cóleras homéricas pero momentáneas son ahora fábulas del pasado, y ha aprendido a disolver sus humores oscuros en una paciencia invencible. Total: una disciplina férrea...” A su combatividad: “Esté donde esté, como esté y con quien esté, Fidel Castro está allí para ganar. No creo que pueda existir en este mundo alguien que sea tan mal perdedor...” A su aplicación y a su saber: “Semejante molino verbal, desde luego, requiere el auxilio de una información incesante, bien masticada y digerida. Su auxiliar supremo es la memoria, y la usa hasta el abuso para sustentar discursos o charlas privadas con raciocinios abrumadores y operaciones aritméticas de una rapidez increíble...” A su americanismo: “Su visión de la América Latina en el porvenir es la misma de Bolívar y Martí: una comunidad integral y autónoma capaz de mover el destino del mundo...” A su inteligencia: “Conoce a fondo los veintiocho tomos de su obra [de Martí], y ha tenido el talento de incorporar su ideario al torrente sanguíneo de una revolución marxista...”
La falsificación de Martí
No fue cuestión de “talento” el mezclar a Martí con el marxismo-leninismo, como dice García Márquez, sino de osadía y poca vergüenza. Los marxistas mayores de Cuba habían señalado la distancia que separaba a Martí de Marx y Lenin: Juan Marinello calificó a Martí de “abogado de los poderosos”, y de “gran fracasado”. Pero Castro en el poder muy pronto descubrió que encontraría en la “revolución marxista” el caldo de cultivo ideal para sus impulsos enfermizos, y para hacérsela más fácil de digerir al pueblo se le ocurrió vestirla con ropaje martiano. Pero como Martí y el marxismo-leninismo son incompatibles, sin que nadie en Cuba le pudiera denunciar la profanación, se dio Castro a inventar un Martí que le sirviera para la trampa.

|
"Nuestro gran Fidel Castro ganador de los 800 m. en las competencias intercolegiales".
"Fidel Castro que por su amor al Colegio y el entusiasmo con que defendió el Pabellón Belemita en casi todos los deportes oficiales del colegio, ha sido proclamado el mejor atleta colegial del curso".
Fotos de Fidel Castro tal como aparecieron en la revista Ecos de Belén, cuando algunos de sus profesores lo elogiaban por su devoción al colegio y por sus actividades en el deporte.
|
A partir de un Martí antiimperialista y justiciero se creó un Martí, usando la terminología dialéctica, “en tránsito” hacia el marxismo-leninismo. Para dirigir la campaña nacional de falsificación se creó un organismo que llamaron Centro de Estudios Martianos. Unos cuantos especialistas quedaron amordazados, otros guardaron prudente silencio, y un buen grupo se prestó a la tarea de falsificar a Martí. El decreto que creó ese organismo advertía que su propósito era “auspiciar el estudio de la vida, la obra y el pensamiento de José Martí, desde el punto de vista de los principios del materialismo dialéctico e histórico”. Y cuando en 1977 fue inaugurado el Centro, el Ministro de Educación dijo en un discurso: “Orientado por el materialismo histórico, e inspirado en la enseñanza de Fidel en el Moncada, el Centro de Estudios Martianos debe cumplir el compromiso de estudiar las relaciones entre el pensamiento de José Martí y las tareas de la revolución socialista. Grande y valioso aporte hará el Centro de Estudios Martianos si con el pensamiento de José Martí y con el instrumento científico del materialismo histórico logra exponer, con información y datos concretos, los lazos que unen el movimiento democrático y revolucionario del Maestro con el ideario socialista de Marx, Engels y Lenin...” Pero como no hay “lazos” que unan el pensamiento de Martí con el “ideario de Marx, Engels y Lenin”, se dio el Centro de Estudios Martianos a inventarlos, y divulgaron una serie de mentiras sobre un Martí apócrifo: antidemocrático, unipartidista y dictatorial.
No, no es verdad que Fidel Castro, como dijo García Márquez, “conoce a fondo los veintiocho tomos de la obra” de Martí. Fidel tuvo en su juventud el conocimiento que tenía de Martí cualquier persona medianamente culta en Cuba, pero la necesidad de disimular su mando totalitario y sus crímenes le hizo recurrir al innoble artificio de falsificar la doctrina de Martí.
En las páginas de My Early Years que recogen su entrevista con el dominico brasileño, Castro le dijo: “Antes de ser marxista, fui un gran admirador de la historia de nuestro país y de Martí, fui martiano. Los dos nombres empiezan con M, y creo que los dos se parecen mucho. Porque estoy absolutamente convencido de que si Martí hubiera vivido en el medio en que vivió Marx, hubiera tenido las mismas ideas, más o menos la misma actuación. Martí tenía un gran respeto por Marx; de él dijo una vez: ‘Como se puso del lado de los débiles, merece honor’. Cuando murió Marx escribió cosas muy bellas sobre él. Yo digo que en el pensamiento martiano hay cosas fabulosas y tan bellas, que uno puede convertirse en marxista partiendo del pensamiento martiano...” No es cierto: uno no “puede convertirse en marxista partiendo del pensamiento martiano”, sino todo lo contrario: uno repudia el marxismo “partiendo del pensamiento martiano”; a esa conclusión llegó casi todo el comunismo criollo antes del castrismo.
Y también miente Castro al afirmar que “Martí tenía un gran respeto por Marx”: aparte de esa mención que hizo de él cuando su muerte, en un pasaje que ocupa menos de una sexta parte del artículo que trata de otros asuntos, Martí sólo lo menciona dos veces más en todos sus escritos: en uno de sus Cuadernos de Apuntes, cuando relaciona los programas de gobierno que podrían seguir al triunfo de los nihilistas en Rusia, junto a Bakunin, Fourier, Comte, Proudhon y Gagneur. Y la otra al condenar en La Nación, de Buenos Aires, el extravío de proponer doctrinas exóticas para los problemas americanos: “Ni Saint-Simon, ni Karl Marx, ni Marlo ni Bakunin. Las reformas que nos vengan al cuerpo...”; y cuando manda ese mismo artículo a El Partido Liberal, de México, emplea reducida la fórmula: “Aquí [en los Estados Unidos], como los de la Flor [de Mayo], resolvemos con nuestra cabeza los problemas que salen en el cuerpo. A opresión, emancipación. Ni Fourier, ni Karl Marx. Las reformas que nos vengan al taller...”
No existe, pues, ese “gran respeto” de Martí por Marx, del que habla Castro, como se prueba también al comparar sus menciones del alemán con las más de cien veces que menciona en elogio a Bolívar, a Washington o a Lincoln. Sí, en 1883, cuando murió Marx escribió Martí esas palabras, pero Fidel Castro no dijo las que seguían inmediatas, que eran: “Pero no hace bien el que señala el daño, y arde en ansias generosas de ponerle remedio, sino el que enseña remedio blando al daño. Espanta la tarea de echar a los hombres sobre los hombres...”; y al referirse a los que asistieron a la velada en el Cooper Union, de Nueva York, a la que él, por supuesto, no fue, agrega profético: “... No son aún estos hombres impacientes y generosos, manchados de ira, los que han de poner cimiento al mundo nuevo...” Y aun esos breves pasajes que Martí dedicó a Marx, dejan ver la distancia y el despego de Martí por la figura y el acontecimiento. Debió informarse sobre su asunto en fuentes de segunda mano, pues hasta equivoca los nombres de los que asistieron a aquel acto: llama “Lecovitch” al anarquista Sergius E. Shevitsch; “Swinton” a secas, a John Swinton; “Millot” a Théophile Millot, y “Magure” al irlandés Patrick McGuire... De quien habla Martí sin reservas en ese artículo es de su admirado Henry George, enemigo del marxismo, del “socialismo de Estado”, como lo llamaba, al que calificó de “idea infantil que no puede florecer en tierra americana”; a él se refirió Martí con estas palabras: “Leen carta de Henry George, famoso economista nuevo, amigo de los que padecen, amado por el pueblo, y aquí y en Inglaterra famoso”. Puede decirse que Martí respetaba a Henry George, quien aparece citado con elogio medio centenar de veces en sus escritos, no a Carlos Marx.
Han apoyado a Castro, sin embargo, en esa labor de falsificación, buen número de intelectuales, pues como advirtió el propio Martí, “Todas las tiranías tienen a mano uno de esos cultos, para que piense y escriba, para que justifique, atenúe y disfrace: o muchos de ellos, porque con la literatura suele ir de pareja el apetito del lujo, y con éste viene el afán de venderse a quien pueda satisfacerlo”. Así, por ejemplo, el que nombraron presidente del Centro de Estudios Martianos, Roberto Fernández Retamar, llegó a decir que Castro había leído a Martí de “manera ávida y torrencial”, y que por esa acción podía pensarse en el Apocalipsis, el cual recomendaba “comerse el libro”, y de esa manera Castro había hecho de Martí “carne de su carne y sangre de su sangre”. Pero Martí, con el crédito de su palabra, sigue denunciando los atropellos y abusos del régimen, como prueban estos pensamientos suyos entre los muchos que con ese propósito se podrían citar: “Democracia no es el gobierno de una parte del pueblo o una clase del pueblo sobre otra, porque eso es tiranía”. “El respeto a la libertad y al pensamiento ajenos, aun del ente más infeliz, es mi fanatismo: si muero, o me matan, será por eso”. “La tiranía es una misma en sus varias formas, aun cuando se vista en algunas de ellas de nombres hermosos y de hechos grandes”. “Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía”. “Como el hueso al cuerpo humano, y el eje a una rueda, y el ala a un pájaro, y el aire al ala, así es la libertad la esencia de la vida. Cuanto sin ella se hace es imperfecto”. “Me parece que me matan un hijo cada vez que privan a un hombre del derecho de pensar”. “El hombre ama la libertad, aunque no sepa que la ama, y anda empujado de ella y huyendo de donde no la halla”. “El animal anda en manadas, el hombre con su pensamiento libre”. “Asesino alevoso, ingrato a Dios y enemigo de los hombres es el que, so pretexto de dirigir las generaciones nuevas, le enseña un cúmulo aislado y absoluto de doctrinas, y les predica al oído, antes que la dulce plática de amor, el evangelio bárbaro del odio”.
El autobombo
El culto de la personalidad, tal como lo practican los esbirros en las dictaduras, es hasta cierto punto disculpable ya que el halago asegura al adulón el favor del déspota. Pero supera la frontera del mal gusto cuando es el propio tirano quien se pone a enumerar sus méritos. El discurso al cumplirse los cincuenta años de entrar en la Universidad, y la entrevista de Castro con Arturo Alpe sobre el Bogotazo, son muestras de su engreimiento. Dijo en las que Alpe llamó “Reflexiones de Fidel”:
Figúrate que yo entonces [cuando la muerte de José Eleicer Gaitán] tenía veintiún años, yo creo que lo que hice allí [en Bogotá] fue realmente noble. Yo por mi parte me siento orgulloso de lo que hice... Creo que la decisión de quedarme allí aunque estaba solo, y cuando todo aquello me parecía un gran disparate táctico, lo que estaba ocurriendo aquella noche, creo que fue una gran prueba de desinterés, una gran prueba de idealismo, una gran prueba de quijotismo en el mejor sentido... Yo diría que mi comportamiento fue intachable. Fui disciplinado; aun sabiendo que aquello era un suicidio me quedé allí... Fue por un sentido de honor, por un idealismo, por un principio, por una moral... Iba a morir anónimamente allí y sin embargo me quedé. Yo personalmente estoy orgulloso de eso, porque actué consecuentemente, actué con principios, actué con dignidad, actué con una moral correcta, actué con dignidad, actué con honor, actué con disciplina y actué con un altruismo increíble... Aquella noche que me planteé el problema de conciencia, me pregunté qué hacía allí, me planteé que estaban equivocados militarmente, que no era mi patria, que estaba solo, y sin embargo decidí quedarme, eso fue lo que hice después toda mi vida. Reaccioné entonces como reacciono ahora, exactamente igual. Te das cuenta que yo reaccioné entonces, aquellos días, como reaccioné después y reaccioné siempre y reacciono ahora. Yo puedo sentirme orgulloso de mi conducta en aquellos días... Yo seguí mi ulterior evolución política, mi ulterior evolución revolucionaria, seguí siendo como fui en aquel momento, pero pocas veces en mi vida he sido tan altruista y tan puro, como fui durante esos días...
Su largo discurso en el Aula Magna de la Universidad, doce años después de esas palabras, ofrece también una rica colección de jactancias y falsedades; bajo el título de “Fidel en la Universidad: un acto de cariño”, y, al siguiente día, bajo el de “Universidad: testigo y forja”, en el periódico Granma, se lee: “... Mis padres eran campesinos semianalfabetos y vivían en el campo, campesinos con tierra y comercio, no eran campesinos pobres... Yo vi cómo vivió la gente, yo sí tengo una estampa imborrable de lo que era el capitalismo en el campo, cómo fue hasta el triunfo de la revolución... Como lo había vivido, conocía todo aquello y tenía experiencia de lo que era nuestro país, eso fue lo que a mí, realmente, me hizo ya revolucionario. Yo podía haber sido un revolucionario romántico, un utopista, pero creo que realmente me hice revolucionario cuando adquirí una doctrina política y una concepción de la sociedad y llegué a la convicción de que el socialismo era el sistema más justo...” Y sobre sus días en el colegio de Belén, otra vez haciendo alarde de su autosuficiencia y de sus esfuerzos, dijo: “Yo estudié Matemáticas, Física y Ciencia yo solo, cuando se acercaba el fin del curso, y lograba buenas notas, muy por encima de los mejores estudiantes del año... Recuerdo que un día al salir del comedor, un sacerdote que era muy severo me dijo, con su acento español: ‘¿Sabes la nota que has sacado en Física?’, y yo me hice el tonto y dije que no; y él dijo ‘¡Cien!’; el alumno mejor de la clase sólo había sacado 90... En Geografía de Cuba nada más que un estudiante había sacado 90, y ése fui yo, tuve ese honor, todos los demás sacaron menos...”

|
Primera página del examen de Fidel Castro sobre Literatura Española, que conservaba su profesor el padre José Rubinos S.J., quien se lo llevó de Belén como un curioso recuerdo cuando fue expulsado con los otros jesuitas de Cuba.
|
Y más adelante, glosando el discurso, comenta el periódico: “Desde su ingreso en el primer año de la Escuela de Derecho, Castro se vio envuelto en las lides eleccionarias estudiantiles. Las distintas fuerzas que se movían en el recinto universitario querían ‘captar’ a los noveles. Fidel fue el blanco de todos y le interesó la posibilidad de convertirse, como así fue en definitiva, en delegado de su curso... En tales lides de enfrentamiento intramuros y extramuros fue modelándose la naturaleza rebelde del joven Fidel. Fue creciendo su prestigio y su influencia en su curso y en otros. Comenzaba a perfilarse el dirigente estudiantil que en breve tiempo se convertiría. Germinaba la semilla del líder político...”
Y siguen las palabras de Castro, sin hacer alusión a sus actividades de pandillero en la Universidad, que culminan en un atentado para ganarse las simpatías de Manolo Castro y del Movimiento Socialista Revolucionario, y en su abierta participación luego en las actividades del grupo contrario, la Unión Insurreccional Revolucionaria, que dirigía su admirado Emilio Tro. Y vuelve, a precio de la mentira, a destacar su valor personal y cuánto se bastaba a sí mismo; dijo: “En la universidad me sentí solo, absolutamente solo, y cuando en el proceso electoral me enfrenté con toda la mafia que dominaba la universidad... Todo eso representaba un gran peligro para mí, por el ambiente que reinaba de fuerza, miedo y armas... Y me encontré solo en lucha abierta contra esas fuerzas...” Cuenta entonces cómo le advirtieron que no volviera a la universidad, pero que él volvió armado y en compañía de unos pocos amigos: “Nos encontramos en lo que era la cafetería de la Escuela de Derecho... Y llegamos de pronto, y la gente allí, unos 15 o 20, empezaron a temblar. Nunca me había pasado por la mente que representábamos para ellos un reto tan poderoso...”
“Toda mi vida”, agregó, “antes del golpe del 10 de marzo de 1952, el trabajo con la gente lo realizaba personalmente, y tuve ese contacto, todo el tiempo, como estudiante universitario, cuando empecé a destacarme como dirigente estudiantil, más adelante como dirigente político, después del 10 de marzo de 1952, como organizador del proceso revolucionario, y en todas esas cosas trabajé como un esclavo, personalmente. Esos hábitos los he mantenido a lo largo de más de 30 años del triunfo de la revolución...” Y en otro alarde de su “yoísmo” desenfrenado añadió: “Tuve que autoforjarme yo mismo, y por lo tanto, utilizando la terminología moderna, tengo que ser autocrítico con mi autoforjamiento, ya que no tuve la suerte de disponer de mentores. Yo mismo tuve que hacer de mentor de mí mismo, con mis defectos. Tal vez porque tenía algunos genes políticos, un temperamento rebelde y porque vivíamos en una sociedad muy injusta, me hice revolucionario. Yo no puedo decir que me hicieron. Me hice revolucionario a partir de las realidades que veía. Y me inicié relativamente joven, tenía unos 18 o 19 años...”
Fidel según Fidel
Pero es en las “conversaciones” de Castro con Frei Betto donde mejor se descubre lo que ahora interesa. Se transcriben, para comentarlos, varios pasajes de Fidel y la religión (1985), los que traducidos ocupan buena parte de My Early Years. Allí afirmó Castro: “Podría decir que vine de una nación religiosa, en primer lugar, y, en segundo lugar, que vine también de una familia religiosa. Al menos mi madre, más que mi padre, era una mujer muy religiosa, profundamente religiosa... Pienso que su religiosidad provenía de alguna tradición familiar, de los propios padres de ella, sobre todo de la madre, mi abuela, que era también muy religiosa... Mi madre era creyente fervorosa, rezaba todos los días... Aparte de mi madre, también mis tías y mi abuela eran muy creyentes...”

Fue famosa en La Habana la visita del indio del Putumayo, Colombia, territorio en el que había varios misioneros. Lo invitaron a visitar el colegio de Belén, y aquí aparece rodeado de alumnos y profesores. En el extremo izquierdo de la foto está el Hermano Lasa, del Observatorio; el próximo sacerdote es el padre José Rubinos, profesor de Literatura Española; y en el extremo opuesto el Hermano Magdaleno, de la Escuela de Niños. Detrás del Indio Putumayo, hacia su derecha, se ve a Fidel Castro, indicado con una flecha.
|
Y poniendo en evidencia cuánto debió molestarle su condición de bastardo y el concubinato de sus padres, origen posible de muchos de sus complejos, al que con disimulo llama “segundo matrimonio”, y que lo consideraran judío (factores que debieron contribuir a su odio a la sociedad burguesa que luego destruyó), insiste de manera reiterada en el asunto y dice:
Al que no estaba bautizado le decían ‘judío’, lo recuerdo bien... Yo estaba sin bautizar, y recuerdo que me decían ‘judío’. Decían: ‘Éste es judío’. Yo tenía 4 o 5 años, y me criticaban diciendo que era ‘judío’. Yo no sabía lo que era judío, pero indiscutiblemente me lo decían con una connotación peyorativa, como una condición bochornosa, por el hecho de no estar bautizado, y yo no tenía realmente ninguna culpa de eso... Como yo estaba allí [en Santiago de Cuba] y mi padrino rico [Fidel Pino] no acababa de aparecer por ninguna parte, ni se efectuaba la ceremonia del bautizo y yo tenía ya como 5 años y era —como decían— ‘judío’, porque no estaba bautizado, y ni siquiera sabía qué quería decir eso, había que buscar una solución al problema. Pienso que el calificativo de ‘judío’ está relacionado también con ciertos prejuicios religiosos... Entonces me bautizaron, y mi padrino fue el cónsul de Haití... Déjame decirte que nosotros éramos hijos de un segundo matrimonio. Había habido un primer matrimonio. Recuerdo que teníamos relaciones con los hermanos del primer matrimonio...
De aquel colegio [de Dolores, en Santiago de Cuba] yo decido, por mi cuenta, ir a la escuela de los jesuitas de La Habana. Allí [en Dolores] no había tenido conflictos; tengo éxito total en los estudios, en el deporte, no tengo dificultades ni en el sexto grado ni en séptimo, ni en el primero ni en el segundo año del Bachillerato, pues allí estuve hasta concluir este curso. Yo decido de manera consciente buscar nuevos horizontes. Pude haber estado influido por el prestigio de la otra escuela de la Habana, los catálogos de la escuela, los libros sobre aquella escuela, los edificios de aquella escuela, y me sentí motivado a salir de aquella escuela y pasar a la otra; tomo la decisión, lo propongo en mi casa y me aceptan el traslado a la otra escuela... Aquella escuela [Belén] se convirtió en un instituto tecnológico después del triunfo de la Revolución, y hoy es un instituto superior de tecnología militar, el Instituto Técnico Militar, de nivel universitario. Es hoy una gran instalación, que ha sido ampliada, una universidad militar... Allí llegué y me encuentro un amplio campo en que mi actividad fundamental era el deporte y la exploración...Yo no sabía que me estaba autopreparando para la lucha revolucionaria, ni lo podía imaginar en aquel momento....
No hay duda de que en la enseñanza que nos daban había una ética, la que nos daba mi madre, la que nos daba nuestro padre, la que nos daba la familia, había una ética incuestionablemente... No pudieron inculcarme una fe religiosa a través de los métodos mecánicos, dogmáticos e irracionales en que se me trató de inculcar ésa. Si alguien me pregunta, ‘¿Cuándo tuvo usted una creencia?’, digo: ‘Bueno, realmente nunca la tuve’. Es que nunca llegué a tener verdaderamente una creencia y una fe religiosa, no fueron capaces en la escuela de inculcarme esos valores...
Hay algo que tal vez me faltó añadir cuando te hablé de mi padre y de Birán. Mi padre, aunque tenía extensas tierras, era un hombre muy noble, sumamente noble. Sus ideas políticas eran ya desde luego, las ideas que se correspondían con las de un terrateniente, las ideas de un propietario, porque él sí había adquirido ya su conciencia de propietario y tendría que ver el conflicto de intereses entre sus intereses y los intereses de los asalariados; pero fue hombre que jamás le dio una respuesta negativa a alguien que llegara a pedirle algo, que le solicitara una ayuda. Esto es muy interesante... A mi padre tenían acceso, le decían: ‘Yo tengo un problema, tenemos hambre, necesitamos algo, una ayuda, un crédito para la tienda’, por ejemplo... No recuerdo nunca que a mi padre fuera nadie a pedirle algo y que él no le buscara una solución. A veces protestaba, refunfuñaba, se quejaba, pero siempre demostraba generosidad; era una característica de mi padre...
El hogar y la familia
Según la descripción que hizo de los suyos, Castro se nos aparece ahí como hijo de un padre “noble, muy noble”, a quien, en consecuencia, él respetaba; y de una madre “muy religiosa, profundamente religiosa”, y en un hogar armonioso donde había una moral paralela a la que encontró en los colegios de los jesuitas. No es ésa la imagen que han ofrecido los que conocieron la familia, ni algunos de sus parientes más cercanos; véanse estos ejemplos, dos de hace años, de sus hermanas, y uno reciente, de su hija. En los artículos del Diario de Nueva York, en abril y mayo de 1957, que cita Nathaniel Weyl en su libro Red Star Over Cuba (1960), la hermana y la media hermana de Fidel Castro hablan de los disgustos entre el padre y su hijo (“las malas relaciones entre los dos”): “La oposición paternal”, dijo Weyl, “es evidente en la biografía que prepararon Emma y Lidia Castro. Sus hermanas trataron de que el conflicto apareciera como una prueba del interés de Fidel en la justicia social...” Contaron: “Un día, cuando papá lo regañó, con el apoyo de mamá [porque había dicho que la tierra le pertenecía al pueblo y no a los terratenientes como su padre], Fidel le contestó: ‘Yo estoy estudiando leyes en la Universidad... y defiendo los derechos de los oprimidos contra los que abusan de los poderes que le ha arrebatado la gente con falsas promesas’“. Por los pleitos de tierras robadas que tenía Ángel Castro con sus vecinos, aún Fidel adolescente, pero ya hablantinoso y bocón, según ellas, la madre le dijo: “Fidel, tienes que estudiar y ser diligente, pues con todo lo que hablas puede ser que un día llegues a ser abogado...”
Fidel Castro en su discurso de 1945 defendiendo los intereses conservadores del país, y en contra de un proyecto de ley para nacionalizar la enseñanza privada. Esta foto del orador, tal como apareció en la revista de Belén, fue reproducida en el libro My Early Years, pero sin decir, por supuesto, que por su cálida posición reaccionaria, Hoy, el periódico del Partido Comunista, situó a Castro “entre los pelagatos más profundamente infectados por la propaganda nazifalangista”, el cual, con su discurso, se había dado un formidable "atracón de gofio seco”.
|

|
Años más tarde, ya con Fidel Castro en el poder, contó su hermana Juana en un artículo publicado en la revista Life (28 de agosto de 1964): “Yo no soy tonta, pero hasta que él mismo confesó que era comunista, nunca pensé que Fidel Castro pudiera serlo. Él es mi hermano, y lo conozco bien. Es nervioso y brillante, capaz de enormes arrebatos de cólera y de violencia. Tiene, y ha tenido, algunos de los atributos temperamentales de un hijo malcriado... Fidel jamás mostró el menor interés en los derechos de los trabajadores. De hecho, él le reprochaba a mi padre que fuera tan generoso con los guajiros que trabajaban para nosotros. Lo criticaba porque les daba dinero, y crédito en nuestra tienda en tiempo muerto. Teníamos como 500 guajiros en la finca, y Fidel era de la opinión que casi todos querían robarle...” Y sobre su afirmación de ser comunista, dijo Juana: “El 2 de diciembre de 1961 Fidel por fin declaró que él era y siempre había sido un marxista-leninista. Mientras lo oía pensé que en realidad era un magnífico actor. Había engañado no sólo a sus amigos, sino también a su familia. En ese discurso dijo que había sido comunista prácticamente toda su vida. Sin embargo, ¿cómo Fidel, a quien se le dio lo mejor de todo, podía ser comunista?”
El testimonio más reciente sobre el hogar de los Castro aparece en el libro Alina; memorias de la hija rebelde de Fidel Castro (1997). No sólo allí acusa a su abuelo de ser ladrón, sino que también lo acusa de ser un asesino; cuenta cómo se aseguraba “la mano de obra más gentil y barata: contrataba a sus lejanos conocidos del pueblo galiciano por tiempos de cuatro años. Les prometía cuidarles sus ahorros, haciéndolos comprar con vales en bodega propia. Y después, cuando ya habían cumplido su temporada, los llevaba a un lugar apartado y los mataba”. Y respecto a su abuela Lina Ruz, por quien le pusieron a ella Alina, confirmando la opinión de quienes la trataron, presentó una imagen que estaba muy lejos de la mujer que le describió Fidel a Frei Betto; dice que su abuela era hija de un turco que, de niño en Estambul, le robaba a los ciegos. Se llamaba Francisco Ruz, después de haberle “borrado una letra a su apellido” (posiblemente era Rusé, del turco Ruschuk o Russe, como la ciudad al norte de Bulgaria, en el puerto del Danubio); emigró a Cuba, se estableció en Pinar del Río casándose con la criolla Dominga. Atribulados por la necesidad, y ya con tres hijas, fueron desde Artemisa hacia el Este en busca de mejor fortuna hasta llegar a la finca de Ángel Castro, quien estaba casado con una maestra de escuela, con la que tenía dos hijos: Pedro Emilio y Lidia. Dominga le dijo al dueño del lugar: “Don Ángel, lo único que tenemos son mis brujerías y estas hijas. Escoja una de las tres, y déjenos vivir en el bohío de arriba”. Don Ángel escogió “la más chiquita... hija de turco y de cubana hechicera mezclada con mandinga, congo o carabalí”, la cual tenía la misma edad que su hija. Empezaron a nacerle hijos a Lina, hasta siete: —Emma la mayor; el tercero fue Fidel (quien con sus hermanos “vivió sus primeras anochecidas en el bohío de paja al norte de la finca... [y cuya] primera humillación fue ver a su medio hermano, Pedro Emilio, montado a caballo, orondo al lado de su padre, mientras ellos tenían que mantenerse aparte como una mancha oscura”; el cuarto Juana y el sexto Raúl), hasta desplazar a la esposa, “abandonada por la querida”, con sus dos hijos.
Continúa Alina el retrato de su abuela al contar cómo Fidel y Raúl se salvaron de la masacre del Moncada “por algún motivo oscuro que precisa, tal vez, la intervención de los Santos de Lina y las prendas congas de Dominga, que no dejaron de sacrificar cabras y pollos desde que se enteraron de la noticia...” Y cuando el desembarco del Granma, fue la abuela a tranquilizar a la madre de la pequeña Alina, pues le aseguró sobre la suerte de Fidel: “No tengas miedo, m’hija. Anoche se me apareció Santiago Apóstol en un caballo blanco y me dijo que mi hijo está vivo...”
Belén en Fidel Castro
Con toda intención este epígrafe que trata de los años de Castro en el colegio de La Habana, quiere destacar cuánto de su persona se forjó allí, y cuánto de lo que allí hizo niega la imagen que ofrece de su persona. Ningún momento de su biografía lo ha ocultado con mayor insistencia, o le ha hecho mentir más, que su vida de pupilo en Belén. Nada le desluce tanto la imagen izquierdizante y rebelde desde su adolescencia, que quiere proyectar, la imagen del “revolucionario profesional” que gustaba a Lenin, como sus creencias religiosas de aquellos años y su identificación con la ideas derechistas del colegio. Al hablar de su paso por Belén no sólo se confirma su capacidad para la mentira sino su cobardía al negar esos años en que fue un ferviente católico y un militante de la reacción conservadora.
|

|
Arriba, la presidencia del acto, con el vicepresidente de La República, Raúl de Cárdenas, y el alcalde La Habana, Raúl Menocal. Con no menos fervor que Fidel Castro, el padre Daniel Baldor, rector del Colegio (a la izquierda), atacó el proyecto de Juan Marinello para regular e inspeccionar la enseñanza privada. Dijo que en aquella noche estaban allí reunidos los factores que intervenían en la formación de la juventud: la Iglesia, la Familia y el Estado, "todos cooperando a la más completa educación de los futuros ciudadanos de la Patria”.
|
|
En la entrevista de Minà, antes mencionada, al preguntarle a Castro sobre Carlos Franqui, respondió: “Franqui había sido miembro del Partido Comunista de Cuba, y en un momento determinado abandona el Partido Comunista, lo abandona, o lo botan o tiene conflictos con el Partido Comunista. Y yo toda mi vida he sido desconfiado de alguna gente que adopta una posición, adopta una ideología, y luego abandona esa causa”. Debe así desconfiar Castro de sí mismo, pues pocos han dado tantos cambios como él buscando satisfacer sus intereses. Uno de los más antiguos, y el menos conocido, es el del paso del alumno de los jesuitas al gángster en la Universidad de La Habana, para luego hacer política en el Partido Ortodoxo, emprender algunos negocios y ejercer de abogado en un bufete particular.
En 1965 Robert Merle publicó en París un libro que tituló Moncada, premier combat de Fidel Castro, con unas palabras de Raúl Castro quien dijo distinguiendo su rechazo del colegio religioso (tal como había hecho Stalin en el seminario jesuita de Tbilisi, donde lo había puesto su madre) al compararlo con la aceptación de su hermano: “... No, no me gustaba el colegio, para mí era como una prisión. El colegio era para mí el rezo, la corbata, el temor a Dios. Se rezaba de la mañana a la noche. Fidel era diferente. Él dominaba la situación... [‘Fidel c’était defférent. Lui, il dominait la situation’]...” Sí, dominó la situación, pero sometiéndose a ella, o abrazándola, que eran los únicos caminos para continuar en ese colegio. Peleaba con sus compañeros por cualquier cosa, por una novia que le robaron, porque quiso apropiarse de una bicicleta ajena, porque no le hacían en el juego de Basket los pases necesarios para él anotar más puntos. Peleaba por todo; contaba Capi Campuzano, el entrenador de deportes en Belén, que para burlarse de Castro, conociendo sus compañeros la enfermiza belicosidad del sujeto, cuando pasaba un hombre fuerte cerca del Colegio, le decían: “Fidel, ese tipo que va por allí dice que tú le tienes miedo, que tú no te fajas...”; y allá corría Fidel a enfrentarse con el individuo, y se le plantaba delante y lo increpaba: “¿Usted dice que yo no me fajo?” “Pero niño”, le contestaba el otro, “si yo nunca te he visto en mi vida...” Y Fidel insistía, “Pero yo quiero que usted sepa que yo me fajo con cualquiera...”, y el sujeto seguía su camino moviendo la cabeza como quien da con un niño majadero. Se “fajaba”, sí, usando el curioso cubanismo por pelear, pero se sometió a la rígida disciplina del Colegio y defendió la enseñanza religiosa.
Se pasa por alto, por ejemplo, sin concederle su verdadero valor, el hecho de que, además de recibir la categoría de “dignidad” (por la que se depositaba particular confianza en los más modosos y obedientes alumnos), llegó a ser miembro de la Congregación Mariana de San Luis Gonzaga. Lo dice el juicio que se publicó en la revista del colegio, Ecos de Belén, en 1945, el año en que se graduó; allí se lee que fue “congregante” (“member of the congregation”, así sin mayúscula, dice la traducción en My Early Years), pero con sola la palabra en inglés se puede entender que pertenecía a un grupo no relacionado con lo religioso. Sin embargo, en la traducción francesa de ese mismo pasaje, en el libro de Merle antes citado, donde también se presenta a Fidel Castro como un revolucionario al estilo de los “charbonniers”, de la época de Louis XVIII, anticlerical y progresista, como en ese idioma la palabra “Congrégation” trae a la memoria del lector el grupo monárquico y antiliberal que fundaron en contra de los carbonarios los jesuitas de Francia, se suprime por completo la palabra (“C’est un véritable athlète que a toujours défendu avec courage et fierté le drapeau de l’école. Il a su gagner l’admiration...”, etcétera, pero pasa por alto lo de “congregante”).
Para ser congregante en Belén había que ser un alumno piadoso que frecuentaba los sacramentos y daba pruebas de tener una sólida fe. Pertenecían a esa Congregación Mariana alumnos aventajados y alumnos menos capaces, atletas y no atletas, pero siempre con la recomendación de un confesor, de su padre espiritual o de algún sacerdote que lo conociera bien. En una reunión de antiguos alumnos de Belén, según reseña publicada en The Miami Herald el 26 de agosto de 1974, contó el padre Amando Llorente que se cayó a un río crecido durante una excursión en que iba Fidel Castro, quien, al verlo en peligro de ahogarse, se tiró al agua y le salvó la vida. Una vez en la orilla le dijo al sacerdote: “Padre, esto ha sido un milagro, recemos tres Avemarías a la Virgen”, y arrodillados las rezaron. En esa misma ocasión habló el padre del apetito de poder en Castro; se lee allí: “Llorente dijo que Castro tenía desde niño una inextinguible sed de poder y ansias de sobresalir, y que buscaba el poder y sobresalir ‘sin considerar las consecuencias’ [‘without regard for what happened’]”.
El episodio de Acción de Gracias dirigido por Castro lo contó otra vez el padre Llorente a Georgie Ann Geyer, según consta en su libro Guerrilla Prince: The Untold Story of Fidel Castro (1991), y lo repitió el pasado mes de noviembre en el homenaje que le hicieron al cumplirse los cincuenta años de su ordenación sacerdotal. Y también le dijo a la Geyer que cuando veía a Fidel rezando en la capilla del colegio, pensaba que lo hacía, además de por devoción natural, para lograr el mayor triunfo en alguna de sus actividades deportivas o académicas. Fue el padre Llorente, según propia confesión, quien escribió el conocido elogio de Fidel junto a su retrato de graduado, que en su totalidad dice: “Se distinguió siempre en todas las asignaturas relacionadas con las letras. Excelencia y congregante, fue un verdadero atleta defendiendo siempre con valor y orgullo la bandera del Colegio. Ha sabido ganarse la admiración y el cariño de todos. Cursará la carrera de Derecho y no dudamos que llenará con páginas brillantes el libro de su vida. Fidel tiene madera y no faltará el artista”.
¿”Artista” que le dé forma, como “la mano de nieve” sobre “el arpa” de las Rimas de Bécquer? Sus inhibiciones y complejos han sido el “artista”, y le dieron el molde que les convenía. “Artista”, sí, además, por su capacidad para la representación, como el actor de teatro, para hacer el papel que le convenga y engañar a todos, hasta a sí mismo, porque en último análisis, como sucede con los grandes embusteros, Fidel llega a creerse sus propias mentiras. Es por esa autenticidad, como sucede con los buenos actores en la escena, que logra conmover y convencer. Recuerda así su vida la tragedia Enrico IV, de Pirandello, en la que el protagonista, por un golpe que se da en la cabeza al caerse del caballo (también Fidel Castro se trastornó, dicen, por un golpe semejante al chocar con una columna en Belén, montando bicicleta) cuando representaba al emperador en una cabalgata histórica, llegó a creerse que en realidad él era su personaje. Años más tarde se descubrió que su locura había sido una farsa, y que se hacía el loco para acrecentar su odio y facilitar su venganza contra el barón Belcredi, quien le había robado el amor de la marquesa Matilde de Toscana. Enrico al final de la obra hiere con su espada al traidor el cual, agonizante, al ver la razón del castigo, descubre desesperado que la locura sólo ha sido un instrumento de la justicia, y le advierte a gritos a otro personaje: “Non sei passo! Non è pazzo! Non è pazzo!” (“¡No está loco!”).
Aplicación y conducta
Según los premios recibidos en sus últimos años de Belén, no puede decirse que Fidel Castro fuera el estudiante de que hablan sus apologistas, o él mismo, ni el que pinta el padre Llorente. Ni fue “Excelencia” en su Cuarto Año del Bachillerato, ni fue “Expediente” en el Quinto, el Pre-Universitario. En la lista de premios recibidos en 1944 aparece con sólo un primer premio, en Agricultura, y un quinto en Español, mientras que allí hay varios alumnos premiados en todas o casi todas las siete asignaturas del curso; y en 1945 sólo ganó un segundo premio en Sociología, y tampoco fue de los primeros de la clase. Al emitir su juicio encomiástico pudo haber movido al padre Llorente, como a algún otro de sus profesores, la esperanza de que Fidel Castro iba a ser un defensor del Colegio como lo había sido en los deportes; o pudo influir en Llorente la gratitud porque lo salvó de ahogarse en la famosa excursión de las Tres Avemarías, y aun, quizás, porque pudieron ver en él, a un posible seminarista, y, ¿por qué no?, hasta a un jesuita. En el pie de grabado de una de las fotos de Castro, al terminar la carrera de 800 metros, en la que quedó en primer lugar, se lee (y adviértase el pronombre posesivo y el epíteto): “Nuestro gran Fidel Castro, ganador de los 800 m. en las competencias intercolegiales”. Y aún para camelarlo más, en la crónica del año sobre los “Deportes”, quizás escrita por el padre Francisco Barbeito, otro de sus confundidos protectores, al hablar de Base Ball, se lee: “... la labor del Box pesaba sobre el ‘Oriental’ Castro, el rey de la curva y destacado pitcher del equipo de menores de 18 años del Colegio...”; y en el Basket Ball escribió el cronista: “Desde estas páginas felicito a nuestro coach el insustituible Fidel, que pese a que no lo dejaron jugar por el miedo terrible que le tenían, ya había sido designado All Star de los colegiales, supo llevar a la perfección su fama como entrenador...”
|

|
Fidel Castro, alumno del Colegio entre 1942 y 1945, en su foto de graduado, tal como se publicó en la revista Ecos de Belén, con el juicio que la acompañaba, sobre su amor al Colegio y su futuro como abogado.
|
|
Se revisan los rasgos sicológicos del futuro San Ignacio, antes de su conversión, durante su juventud y su etapa en Pamplona, siguiendo el estudio del padre W. W. Meissner, S.J., The Psychology of a Saint; Ignatius of Loyola (1992), y se puede entender la ilusión de algunos de los profesores de Fidel Castro en Belén: por el deseo de gloria en el joven Ignacio; por su incapacidad de darse por vencido; por su agresividad, su osadía y altivez; por su autoritarismo y sueños de grandeza; por su narcisismo y su exhibicionismo. Pero lo que en el Santo fue un proceso de conversión mientras se curaba en Loyola de su herida en la pierna, por sus lecturas de la vida de Cristo y del Flos Sanctorum, donde vislumbró la gloria que podía alcanzar al servicio de la religión, en el joven Castro lo fue, al entrar en la Universidad, de abjuración de las creencias adquiridas en el colegio. Los dos caben, sin embargo, entre los que tienen una “personalidad narcisista fálica”, la cual, según Freud, se desarrolla entre los tres y los cinco años (que es la edad en que humillaban al niño Fidel Castro llamándolo “judío”, y cuando vivía con la madre y sus hermanitos en un “bohío de paja al norte de la finca”, porque en la casa principal vivía el padre con su legítima esposa), pero mientras el Santo, después de su conversión, practicó en la cueva de Manresa lo que le reducía las pasiones (su famoso “agere contra”: imponerse un vivir en el “territorio contrario” a sus malas inclinaciones), Fidel Castro les dio rinda suelta en el gangsterismo y la política, y luego en el gobierno (una especie de agere propitius para su crecimiento): se dio cuenta de que para su ambición de poder, y para satisfacer sus complejos, le resultaba más útil la pistola que el rosario.
Siguiendo la opinión de Freud en su estudio de 1931 sobre el desarrollo de la libido, el padre Meissner afirma: “Los sujetos con esas características [fálicas] tienden a ser individualistas, independientes, difíciles de intimidar, con frecuencia atrevidos, prontos a entrar en acción, fuertes personalidades que están siempre listas y dispuestas a asumir la posición del líder” (“Individuals with these character traits [phallic] tend to be self-centered, independent, difficult to intimidate, often fearless, ready to spring into action, strong personalities that step readily and willingly into positions of leadership”). Pero con los mismos rasgos sicológicos pudo un hombre ser Atila y otro Constantino; uno Churchill o DeGaulle y otro Mussolini, uno Adolfo Hitler y otro George Patton.
Parece que en los exámenes ayudaba a Fidel Castro más la memoria que la inteligencia. Una muestra de la primera aparece en un examen suyo que tuvo la gentileza de facilitarme poco antes de su muerte, en 1963, mi profesor de Literatura en Belén, el padre José Rubinos. Eran dos “comentarios”: uno sobre “La flor del Gnido”, de Garcilaso de la Vega, y otro sobre la “Oda a la música”, de Fray Luis de León; y una “comparación” entre los estilos de Garcilaso y de Jorge Manrique. Dicen así las primeras líneas de este escrito de Fidel Castro que nunca han visto la luz pública y que, por curiosas, se transcriben aquí: “1) Comentario sobre la flor del nido [sic]. La Flor del Gnido. Esta magnífica canción conocida por la canción de la flor del Gnido es la obra cumbre de las compuestas por Garcilaso. Hecha probablemente en honor de Doña Violante Sanseverino, dama célebre por su hermosura, que vivía en el aristocrático barrio del Gnido en Nápoles. El poeta italiano Fabio Galeota, prendado de la dama, reconociendo la superioridad de Garcilaso, que era su amigo, le rogó que le hiciese esta oda. Está escrita en Liras, aunque no introducidas éstas por Garcilaso y llamada así porque el primer verso de esta canción es ‘Si de mi baxa lira’. Garcilaso expone ejemplos de la mitología clásica como la de la ninfa Anaxarete condenada a piedra en castigo de su desamor y recomienda a la dama que no sea desdeñosa con Galeota. No sabemos qué efecto causó la canción a la dama [y] muy raro sería que no amase a Galeota y resistiese el don de persuación [sic] de Garcilaso”.
El texto con el que enseñaba al padre Rubinos era la Historia de la Literatura Española de Juan Hurtado y Ángel González Palencia, y de ahí se copia lo que sigue para mostrar cómo Castro seguía el texto impreso, el cual dice: “Entre sus canciones, la más famosa es la dirigida A la flor del Gnido, probablemente doña Violante Sanseverino, dama hermosísima del barrio de Gnido, en Nápoles, de la cual estaba prendado Mario Galeota, amigo del poeta, quien por complacer a éste y por encargo suyo, dirigió a aquella beldad su poesía, sembrada de rasgos mitológicos, en la que recomienda a la dama que no se muestre desdeñosa con su galán, recordándole el caso de la ninfa Anaxarete, que fue convertida en piedra por los dioses en castigo de su desamor”.
El resto del examen repite los lugares comunes de la otra obra y del otro autor; escribió Fidel Castro sobre “la oda a la música”: “Esta oda la compuso Fray Luis de León en honor de su amigo Francisco Salinas, ‘el clérigo maravilla’, profesor de música de la Universidad de Salamanca. En una ocasión invitado por el ciego a su casa, extasiado e inspirado los sonidos divinos y profundos que arrancados por el ciego al arpa penetraron su alma susceptible y compuso con increíble habilidad esta prodigiosa oda...” Y al comparar los estilos de Garcilaso y de Jorge Manrique, opina: “Existen marcadas diferencias sustanciales entre los estilos de estos dos grandes poetas. En primer lugar la escuela de Jorge Manrique es la galaico-portuguesa y su estilo trobadoresco el predominante en su tiempo. Garcilaso por el contrario es discípulo por excelencia de la escuela italiana, y a él cabe la gloria de haber introducido definitivamente en nuestras poesías las formas italianas introducidas por Boscán...” La nota que mereció del padre Rubinos esta “Composición de Español”, de Fidel Castro, en 1944, fue de 96 puntos.
Religión y apostolado
En una de sus “conversaciones”, reproducidas en My Early Years, Castro le habló muy mal a Frei Betto de los Ejercicios Espirituales que recibió en Belén. “Consistían” dijo,”en recluir a los alumnos de ese curso, durante tres días, para conferencias religiosas, meditación, recogimiento y silencio, que era en cierta forma la parte más cruel que tenían los retiros aquellos, porque de repente uno tenía que caer en la condición de mudo absoluto, no se podía hablar...” Los llama “terrorismo mental”, por las meditaciones sobre el pecado, el infierno y la eternidad, y por los ejemplos que se usaban para explicarlos. Y concluye sobre su educación religiosa, para lucir un tan falso como cobarde ateísmo desde la niñez que gusta exhibir como acabado marxista: “Si alguien me pregunta, ‘¿cuándo tuvo usted una creencia?’, digo: ‘Bueno, realmente nunca la tuve’. Es que nunca llegué a tener verdaderamente una creencia y una fe religiosas...” Y se pregunta uno, ¿cómo fue que sin una “creencia y una fe religiosas” pudo resistir durante ocho años (cuatro en Santiago de Cuba y cuatro en La Habana), de pupilo en colegios jesuitas, una intensa vida de catolicismo, con misa diaria, confesión y comunión frecuentes, el rezo constante y los retiros espirituales? Y aun cantar a menudo en los actos del Colegio el Himno de San Ignacio de Loyola, que todavía recuerda, puesto que lo cantó a dúo el pasado mes de enero con Alberto Casas, el ministro de cultura de Colombia, también antiguo alumno de los jesuitas, en una reunión en La Habana: “Fundador sois Ignacio y General/ De la Compañía Real/ Que Jesús con su nombre distinguió./ La legión de Loyola con fiel corazón/ Sin temor enarbola la Cruz por pendón./ Lance, lance a la lid fiero Luzbel...”

Como prueba de su militante irreligiosidad, cumpliendo instrucciones del Kremlin, Castro convirtió la capilla de Belén (arriba), donde tantas veces él rezó, en la biblioteca que se ve abajo. Luego, con el colapso del ateísmo marxista-leninista, necesitado de la ayuda del Vaticano, con la supervisión de un jesuita de La Habana, ha restaurado el hermoso mural de la Virgen que había ordenado cubrir.
|
¿Estará tirando el pasado a Fidel Castro, ahora, ante el descrédito y la crisis de su gobierno? ¿O serán actos de su gran comedia para asegurarse el apoyo de la Iglesia de Cuba, casi toda ella cobarde, complaciente y consentidora? En su último viaje a la ciudad de Miami, el padre Federico Arvesú, S.J., que acaba de morir en La Habana, dijo que Castro había restaurado la capilla de Belén. Al convertirla en un salón de lectura, en uno de sus primeros pujos antirreligiosos, había hecho cubrir el hermoso mural con la Virgen de Belén que estaba sobre el altar, y contó Arvesú que le consultó detalles de la obra original al volverla a su primitivo estado... Castro ha sido en su proceso político, usando como etapas personajes de la historia de Rusia, aunque en la pequeña escala que le corresponde, un Bakunin, un Kerenski, un Lenin, un Trotsky, un Bujarin, un Dzerzhinsky, un Stalin, un Brezhnev y un Jrushchov, y, a la fuerza, hasta un tímido Gorbachov... ¿Lo tentaría también ser un Yeltsin? ¿Se atreverá a entrarle a cañonazos a la Asamblea Nacional del Poder Popular si encuentra resistencia a los cambios que se imponen, como hizo Yeltsin con el Parlamento ruso? ¿Lo dejarían cambiar el sistema los estalinistas “comecandelas” que él embarcó en sus disparatadas aventuras, y que lo han ayudado en sus abusos y en sus crímenes?
Durante su visita a Chile, según el artículo “Fidel y los cristianos”, publicado en la Pastoral Popular de ese país, en noviembre de 1971, un sacerdote le preguntó a Castro sobre su “crisis religiosa”, y él respondió, otra vez hipócrita y mentiroso: “El problema es que no tuve educación religiosa, era superficial...”; y más adelante añadió: “¿Sentido religioso? No tenía ni el 10%”. Así, para entender la permanencia, y los “triunfos”, de Fidel en los colegios de Dolores y de Belén, durante ocho años, tendríamos que hacer de él un falso devoto y un impostor como el Tartuffe de la comedia de Molière, quien decía: “Yo no soy nada menos que lo que de mí [hago que] piense la gente” (“Je ne suis rien moins, hélas! que ce qu’on pense”). ¿A los 16, 17 y 18 años? Y ¿por qué no, objetará alguno, en un sujeto con mayor facilidad para mentir, en el actor que vive en él? Pero es que hay otras actividades suyas en Belén, también hoy olvidadas, o escondidas por sus defensores, las cuales evidencian que, en aquellos años, aunque le diera después vergüenza confesarlo, no sólo tuvo fe religiosa sino que se identificó con la ideología reaccionaria de sus maestros.
En la entrevista con Frei Betto dijo de los padres del colegio: “Todos estos sacerdotes, y los que no habían sido todavía ordenados que ya participaban en la docencia, desde el punto de vista político eran nacionalistas, digamos más francamente franquistas, todos, sin excepción... Aquellos jesuitas eran todos gente de derecha... su ideología era derechista, franquista, reaccionaria. Eso te lo digo sin una sola excepción...” Así estuvo el Colegio de Belén, en 1945, contra el proyecto de Juan Marinello, presidente de los comunistas, que quería nacionalizar la enseñanza. Como senador de la República había presentado una Proposición de Ley en la que pedía la “Inspección y Reglamentación de la Enseñanza Privada”. Se basaba en un artículo de la Constitución de 1940 por el que se disponía que, a pesar de la libertad de enseñanza, el Estado se obligaba a inspeccionarla y reglamentarla; y aún otro artículo mandaba que “en todos los centros docentes, públicos o privados, la enseñanza de la Literatura, la Historia y la Geografía cubanas, y de la Cívica y de la Constitución”, tenían que “ser impartidas por maestros cubanos por nacimiento y mediante textos de autores” que fueran también del país. Y más adelante, sobre la cultura, ordenaba también: “Toda enseñanza pública o privada estará inspirada en un espíritu de cubanidad y de solidaridad humana, tendiendo a formar en la conciencia de los educandos el amor a la patria, a sus instituciones democráticas y a todos los que por una y otras lucharon”. De cierta manera venía a ser una protesta contra la ideología del franquismo que en general no habían condenado los colegios religiosos de Cuba, y mucho menos Belén. Es que aún resonaban en los corredores del Colegio, al terminar las misas por el triunfo de los ejércitos nacionales de Franco, de poco antes, con los saludos del brazo en alto, las notas del Himno de la Falange: “Cara al sol, con la camisa negra/Que tú bordaste en rojo ayer...”
Además de por las simpatías en favor del Eje que mostraban los jesuitas de Belén, defendía Marinello la necesidad de vigilar la enseñanza por un texto de Geografía editado y usado por el Colegio, del hermano Alberto Martínez, en el cual, según dijo, “se atenta contra la cubanidad, al contener expresiones depresivas de nuestras características psicológicas, se agrede con violencia a la solidaridad humana; cuando se admite como bueno el dominio de unos pueblos sobre otros. Y se ataca gravemente a las instituciones democráticas, al hacerse el más encendido elogio de quienes hacen armas contra ellas: Hitler, Mussolini, Franco e Hirohito”. Y en un trabajo que publicó sobre su Proyecto de Ley aclaraba Marinello: “No denunciamos allí la huella religiosa, siempre respetable, sino la marca nazista, fascista y falangista, siempre repudiable”. Su proposición, en síntesis, y en eso con justicia, pedía que fueran ciudadanos cubanos los profesores de varias asignaturas en la enseñanza privada, y que éstos tuvieran los mismos títulos que se les exigía a los maestros para ejercer la docencia pública.
Defendieron el proyecto de Marinello, entre otros, desde el periódico Noticias de Hoy, del Partido Socialista Popular, Ángel Augier; en la revista Metal, Amado Hernández; en Mella, Luis Escalona y Carlos Franqui. Muchos más protestaron contra él, como era de esperarse, en particular los representantes de las clases más conservadoras del país, y se creó un poderoso movimiento que llamaron “Por la Patria y por la Escuela”. El 30 de enero de 1945, el Diario de la Marina publicó con grandes titulares en su primera página, con la firma de uno de sus voceros, Eugenio de Sosa Jr., un artículo en el que calificaba el plan de Marinello como una “maquinación más del partido de la hoz y del martillo contra la Iglesia Católica... [y] un ataque sin tapujos a la libertad de enseñanza...” Su argumento más sólido era que el propio Marinello, por su cargo en el Consejo Nacional de Educación y Cultura, iba a ser quien determinara los textos que podrían emplearse en los colegios privados, y que así, decía, sólo se iban a autorizar “obras como El Capital, de Carlos Marx, y las de Rosa Luxemburgo, de Engels, de Bujarin, de Plejanov u otros connotados evangelistas del comunismo”. Una de las más respetables figuras del catolicismo cubano, Manuel Dorta Duque, publicó, también en el Diario de la Marina, el 6 de febrero de 1945, una “defensa de las escuelas y colegios privados, de la libertad de conciencia y de la libertad de enseñanza... denunciando los errores, contrasentidos e inconstitucionalidades de la proposición de ley sobre la supervisión de la enseñanza privada”. El 2 de marzo, también en la Marina, dijo Gastón Baquero: “Mucho se lleva escrito en torno al desdichado proyecto de ley para la reglamentación de la enseñanza privada... [con el que] diciendo que se habla en nombre de la democracia, se prepara arteramente la destrucción de la democracia... Es un nuevo combate que presenta el bolchevismo, dentro de la casa, a la libertad... Ellos [los comunistas] no hacen nada que no vaya hacia su fin; ellos no duermen nunca. No durmamos nosotros tampoco, pues la serpiente, como dice nuestra Santa Biblia, se esconde entre las hierbas...”
El “atracón de gofio seco”
Mucho hubiera afectado a Belén, y reducido su prestigio e influencia, la aprobación del proyecto de ley de Marinello. Coincidió la campaña para combatirlo con los últimos meses de Fidel Castro en el Colegio, y el entonces bravo y fiel discípulo de los jesuitas fue de los más fervorosos voceros de la reacción a fin de condenar el plan de Marinello. El acto principal de aquella campaña se iba a realizar el día de su graduación, que presidieron Raúl de Cárdenas, vicepresidente de la República; el alcalde de La Habana, Raúl Menocal; y varios representantes del gobierno de Ramón Grau San Martín; un grupo de congresistas, entre ellos, Manuel Dorta Duque, Emilio Núñez Portuondo y José Manuel Cortina; el subdirector del Diario de la Marina; el rector de las Escuelas Pías; el presidente del Centro Gallego; el arzobispo Manuel Arteaga, el padre vice-provincial y el rector del Colegio.
De la revista, Ecos de Belén, se transcriben a continuación pasajes de la reseña, escrita por uno de los alumnos que se graduaban, Valentín Arenas Jr.; dijo: “Por fin llegó el día ansiado, el día de nuestro último acto público como alumnos de Belén, llegó el día de Graduación. Esa mañana asistimos, graduandos y madrinas, a una Misa de Acción de Gracias. Allí, de rodillas ante Dios, dimos gracias, mil gracias, al Maestro Bueno que nos trajo a un Colegio donde se nos enseñaba la ciencia del cielo y la ciencia de la tierra... La parte interior, espiritual, ésa que es la esencia de Belén, sin la cual Belén no sería lo que es: un Colegio de educación integral, humanista, estaba cumplida... Los alumnos de letras de la Preuniversidad, que muy pronto saldrán a defender en la vida pública los principios y doctrinas aprendidos en el Colegio, se hicieron eco [para denunciarlo] del proyecto de ley presentado a la consideración del Honorable Senado de la República, limitando la libertad de expresión y más en particular la libertad de enseñanza...”
Se representó como en un “debate parlamentario” la discusión del proyecto de Marinello, y cuenta el cronista: “Fidel Castro inicia la segunda parte del acto y explica agradablemente al público el otro gráfico expresando cómo la intervención del Estado en la enseñanza privada en los diversos países va desde la más completa libertad, y a veces ayuda [como en los Estados Unidos], hasta la más absoluta centralización, como ocurre en Rusia [comunista] y Alemania [nazi]...” Enseguida se recogen en la crónica algunos comentarios de la prensa habanera sobre el acto, y del periódico Información aparece este juicio: “El debate sirvió para poner una vez más en evidencia la preparación intelectual y social que los hijos de San Ignacio prestan a sus discípulos, y al mismo tiempo para resaltar la improcedencia de algunos proyectos de Leyes relacionados con la enseñanza, próximo a discutirse por nuestras Cámaras Legislativas...” Y agrega el cronista: “La opinión de [Noticias de] Hoy [órgano oficial del Partido Socialista Popular (comunista)], novato de la prensa cubana [se había fundado en 1937], no podía faltar. La importancia que nos dieron quedó demostrada al dedicarnos una columna entera de su plana editorial. Titulaban su poco feliz artículo ‘Estupendo Show’, y entre sus párrafos más interesantes citaremos el siguiente: ‘Los parlamentarios fueron escogidos cuidadosamente entre los pelagatos más profundamente infectados por la propaganda nazifalangista... y después de entregárseles el tema que debían tratar y de indicárseles la forma en que debían hacerlo y los argumentos que tendrían que emplear en la mojiganga ridícula, se les soltó la rienda y allí se dieron a desbarrar de lo lindo aquellos pobres diablos... Fidel Castro se dio un formidable ‘atracón de gofio seco’...”
Ignorando este episodio, los editores de My Early Years, al igual que otros admiradores de Castro que quieren presentarlo como un revolucionario y un socialista casi desde la cuna, interpretando sus rebeldías de niño malcriado y sus guaperías durante la adolescencia como las raíces del marxista-leninista que llegaría a ser, reproducen la foto del personaje en ese acto, en el momento de su discurso en el que hizo causa común con las figuras más conservadoras de Cuba. Pero esa imagen falsa del temprano revolucionario es la que Castro cultiva para la posteridad, y de sus años jesuitas habla poco, y menos habla de su religiosidad, y jamás de haber sido uno de “los pelagatos más profundamente infectados por la propaganda nazifalangista” de Belén, ni de su “atracón de gofio seco” el día en que se graduó. Así, como una vergüenza, sintió aquellos años al llegar a la Universidad, donde la mayoría del estudiantado era progresista, liberal y antifascista, y aun de la izquierda revolucionaria los más connotados dirigentes.
Lujuria de dominio
En el libro de Lionel Martin The Early Fidel (1978), que apareció en 1982 traducido al español con el título El joven Fidel. Los orígenes de su ideología comunista, se transcriben estas palabras de Alfredo Guevara, militante de la Juventud Comunista, que había ingresado en la Universidad el mismo año que Fidel Castro: “... Procedía del colegio religioso de Belén, y yo lo veía como una amenaza política. El amenazante espectro del clericalismo sobrevolaba el campus, y yo creía que Castro iba a ser su instrumento”. Y Castro, para “limpiarse” de esa imagen que proyectaba su pasado, usando la terminología del creyente en las religiones africanas, fue adentrándose en los grupos de acción hasta llegar al atentado contra Leonel Gómez, en diciembre de 1946. Y, ¿no ha sido la carrera política de Fidel Castro, hasta hoy, un alarde de guapería, una disposición a “fajarse”, en casa y en el extranjero, con cualquiera, un reto al que lo limita, como si fuera para demostrarle al mundo, y a sí mismo, que él no es el niño “bitongo” salido de los jesuitas, el del “atracón de gofio seco”, “el amenazante espectro del clericalismo”, que es como lo vio la gente de acción del estudiantado universitario?
En los comentarios de García Márquez, antes citados, al referirse al gusto de Castro por la pelea, escribió: “... Nadie puede ser tan obsesivo como él cuando se ha propuesto llegar al fondo de una cosa... Y en especial si tiene que enfrentarse a la adversidad. Nunca parece de mejor aspecto, de mejor talante, de mejor humor. Alguien que se cree conocerlo le dijo: ‘Las cosas deben andar muy mal, porque usted está rozagante’“ (“... Things must be going very badly, because you look radiant”). ¡Qué triste es que haya podido hacer tanto daño por un complejo que en persona no enferma hasta esos extremos hubiera podido resolver de manera menos dolorosa! Y ¿cómo puede esperarse un arreglo con quien se realiza existencialmente en la pelea, con quien logra su “mejor aspecto”, según cuenta García Márquez, su “mejor talante” y su “mejor humor”, cuando tiene que pelear? Todo acuerdo trae como consecuencia un cese en la lucha: dice el refrán que “con uno que no quiere, dos no pelean”, pero también es cierto que con uno que la quiere jamás llega a su fin la pelea.
Contó también Alfredo Guevara que un día, a poco de conocer a Fidel Castro, éste le confesó, como en broma, que él estaría dispuesto a hacerse comunista, pero con una condición: “Si puedo llegar a ser Stalin”, le advirtió. Ya en el gobierno se dio cuenta que nada como el marxismo-leninismo podía satisfacer su patología, puesto que en último análisis no es más esa doctrina que una lucha a fin de conseguir el poder por cualquier medio, y de mantenerlo después a toda costa.
La vida oscilante de Fidel Castro tiene así un común denominador, el cual confirma, como se ha visto, el perfil sicológico de sus años juveniles: ser siempre el primero, destacarse, dominar: lo que resume en Cuba el vocablo cheche, de origen yoruba, según Fernando Ortiz: el vencedor, el más atrevido, el más valiente: el cheche. Y todo por su propio esfuerzo, por lo que en Castro es notable su abuso del elemento compositivo “auto” que destaca la acción hecha por uno mismo: si alguno de sus triunfos los debiera a otro, le reduciría el tamaño: como en la de Adolfo Hitler, ha sido su “lucha”, propia, (Mein Kampf): nada le debe a nadie el agonista. Véanse estos ejemplos de los varios pasajes citados aquí: en Belén, aunque sin darse cuenta, se estaba “autopreparando” para la guerra de guerrillas, y aprendía sin ayuda de nadie las lecciones, como si no hubiera clases a las que asistió regularmente: “Yo estudié Matemáticas, Física y Ciencia yo solo...” Cuando el Bogotazo, al describir su actuación, dijo, mintiendo: “... que estaba solo”, por lo que añadió: “Pocas veces en mi vida he sido tan altruista y tan puro...”, cuando lo cierto es que en su viaje a Colombia lo acompañaron el presidente de los estudiantes, un miembro de la UIR y Alfredo Guevara. Y de sus años en la Universidad, habla de su “autoforjamiento”: tuve que “autoforjarme”, por lo que se hizo “autocrítica”, y agrega: “No tuve la suerte de disponer de mentores. Yo mismo tuve que hacer de mentor de mí mismo”. Y de sus otras actividades allí, repite: “En la universidad me sentí solo, absolutamente solo, y cuando en el proceso electoral me enfrenté con toda la mafia que dominaba la universidad... Y me encontré solo en lucha abierta contra esas fuerzas...”
Esa morbosa obsesión de preeminencia, si no se controla, se halla siempre dispuesta a atropellarlo todo para lograrla, por lo que resulta tan peligrosa. Es lo que le sucedió a Hitler, en quien el poder actuaba como un “afrodisíaco”, según la acertada opinión de Ian Kershaw en su reciente libro Hitler; 1889-1936: Hubris (1999) (usando la palabra “hubris”, derivada del griego, donde significa orgullo, arrogancia y violencia); dice este autor: “No hay que disminuir cuánto contribuyó el carácter de Hitler a su conquista y a su ejercicio del poder. La obsesión, la inflexibilidad, la brutalidad al vencer obstáculos, la cínica rectitud, su arriesgarlo todo por el todo al igual que un jugador profesional, todo eso le dio forma a su ejercicio del poder. Estos rasgos de su carácter se reunían en un impulso dominante: su ilimitado egocentrismo. El poder era el afrodisíaco de Hitler. Para un sujeto tan narcisista como él era, el poder le daba la razón de vivir que los contratiempos de sus primeros años le trajeron” (“...Power was Hitler’s aphrodisiac. For one as narcissistic as he was, it offered purpose out of his purposeless early years, compensation for all the deeply-felt setbacks of the first half of his life.”).
Ante esta observación del peligro del poder en las mentes enfermas, viene al caso la conocida frase de Lord Acton en su carta de 1887 a Mandell Creighton, luego obispo de la Iglesia de Inglaterra: “El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente” (“Power tends to corrupt and absolute power corrupts absolutely”.). El camino y los medios que se emplean para satisfacer el apetito de poder no tienen importancia: el objetivo es triunfar; el cómo, en último análisis, no tiene importancia. Así tentaron a Fidel Castro José Antonio Primo de Rivera, Mussolini, Hitler, Lenin, Stalin y Perón... Todos víctimas de lo que con acierto llamó Salustio (86-35 a. de C.) “libidum dominandi” (“lujuria de dominio”), al narrar la vida del ambicioso soldado romano Catilina.
¿Cuál es, pues, “el otro Fidel Castro” que aquí se ha querido presentar? No, por cierto, el del derrotero épico y luminoso que presenta My Early Years, el rebelde justiciador siempre enderezando agravios; sino ése que ahora necesita tantas mentiras para lograr un puesto menos vergonzoso en la posteridad; ése de trampas, abusos y crímenes, ése del socialismo clasista que ha arruinado a Cuba pero que le complace su “lujuria de dominio”.
Martí previó ese tipo de personaje: en carta a Fermín Valdés Domínguez, de mayo de 1894, cuando Fermín Valdés Domínguez preparaban en Cayo Hueso actos en memoria de los anarquistas muertos en Chicago, le advirtió profeta:
Una cosa te tengo que celebrar mucho, y es el cariño con el que tratas, y tu respeto de hombre, a los cubanos que ahí buscan sinceramente con este nombre o aquél, un poco más de orden cordial, y de equilibrio indispensable en la administracíon de las cosas del mundo... Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras: el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas, y el de la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados.
Ése es el verdadero Fidel Castro, el “ambicioso”, el “de la soberbia y rabia disimulada, que, para ir levantándose en el mundo”, le dio “por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenético defensor de los desamparados”.
|