FIDEL CASTRO Y OTROS ‘CUBANOS COLONIALES’
Rafael Montoro y Eliseo Giberga, defensores de la protección "maternal" de España a Cuba; Rafael M. Merchán, Antonio Bustamante, Raúl de Cárdenas y Orestes Ferrara, defensores de la protección "paternal" de los Estados Unidos; Fidel Castro, Olvaldo Dorticós y Raúl Castro, defensores de la protección "fraternal" de la Unión Soviética (Titular del periódico donde apareció este ensayo).
Miedo a la libertad Imperialismo y República
Servidumbre y soberanía “La palangana de sangre”
Llamó Martí “cubanos coloniales" a aquéllos sin fe en su tierra, que buscaban la sumisión del país a un poder extranjero. Es notable su constante recomendación de aplicar remedios propios a cada problema. Y no sólo en cuestiones sociales, sino también en todo lo relacionado con las artes y el comercio. Cuando llega a México, en 1875, expone el programa: “La imitación servil extravía, en economía como en literatura y política"; y poco después: “A propia historia, soluciones propias. A vida nuestra, leyes nuestras”, y propone crear “leyes originales y concretas" para las “necesidades exclusivas y especiales de México". Y al final de su vida, como ve que equivocaban el camino algunas repúblicas de América por copiar a España, Francia o los Estados Unidos, repite, como ante los autonomistas y anexionistas cubanos: “Por nuestra América abundan, de pura flojera de carácter, de puro carácter inepto y segundón, de pura impaciencia y carácter imitativo, los iberófilos, los galófilos, los yancófilos, los que no conocen el placer profundo de amasar la grandeza con las propias manos, los que no tienen fe en la semilla del país, y se mandan a hacer el alma fuera, como los trajes, como los zapatos".
Miedo a la libertad
Hay un común denominador en las distintas clases de “cubanos coloniales": el miedo a la libertad. Mucho se ha hablado del precio a pagar por conquistarla, pero no siempre se tiene en cuenta lo que cuesta su conservación. Por ser un bien superior no se piensa que, como la virtud, un esfuerzo lo consigue y otro, no menor, la mantiene viva. Y más difícil éste, porque no admite descanso. Así podría explicarse el porqué Cuba pudo pagar tan alto precio por su derecho a ser libre y más tarde rendir sus intereses a un imperio, y luego aún a otro. Miedo a los negros tenían los autonomistas que combatieron a Martí; miedo a la pobreza los anexionistas de todas las épocas, miedo al hombre libre los defensores del poder soviético. Y, además, el autonomista, miedo a la absorción norteamericana; el “plattista”, miedo a las ambiciones de Europa; miedo a los Estados Unidos, el marxismo-leninismo criollo. Y cada uno habla del otro como de pecado extraño, y señala en los accidentes de forma la condenación del prójimo y la disculpa del suyo.
Los yanquis no traerán a Cuba otra cosa que su amor a la riqueza —clamaban los autonomistas: ocupan un territorio y desprecian a sus habitantes; España es para Cuba la religión y la cultura —los godos simbolizan la barbarie y el absolutismo, advertían los anexionistas, en cuatro siglos de colonia no han hecho otra cosa que enriquecerse: Norteamérica es la democracia y el progreso. Y dicen ahora los pitirrusos: El yanqui ha explotado la República en su beneficio; desde la primera ocupación nuestro destino ha sido el capricho de Wall Street; la Unión Soviética es la justicia y la liberación. Pero en todos los casos hay un país poderoso que domina y el nuestro que obedece, un amo que manda y nuestro pueblo que sirve, sea el capitán general de la Corte de España, un plenipotenciario de la Casa Blanca o a un delegado del Kremlin. Y siempre un grupo de “cubanos coloniales" que propician y defienden la sumisión. Pocas diferencias imponen las épocas a las palabras humilladas de los que apoyaron a Martínez Campos, cuando fue a Cuba a defender los intereses de España, de las que le dijeron a Sumner Welles, cuando en la Habana defendía los monopolios norteamericanos, de las de Fidel Castro con motivo de la visita de Brezhnev, cuando fue a sentar en la Isla sus normas de comercio y de política internacional.
En 1887 explicaba el autonomista Eliseo Giberga las ventajas del colonialismo de España, lo que significaba para el país el sometimiento: “La soberanía española, con la inmensa fuerza que representa un organismo secular, nos dará resueltas graves consecuencias que sin ella pudieran dividirnos, y será garantía de paz, de orden, de estabilidad, de progreso, que facilitarán el desarrollo de la vida económica y política de nuestro pueblo". Y a esta confesión de pereza cívica, por la que prefiere la esclavitud a la independencia, en cuanto que aquélla viene a servir su comodidad, añade en 1892: “Estamos tanto como el que más, interesados en conservar la unión con la Metrópoli, que representa para nosotros grandes ventajas y preciosas garantías... Ella representa la firmeza del orden sin el cual entre las perturbaciones del motín, la riqueza decae y la libertad sucumbe; ella representa, en fin, la sucesión pacífica y regular en el más alto poder local, sin que esté, a merced de la ambición y la violencia de los más audaces. “Otro autonomista famoso, Rafael Montoro, hizo la más cálida apología del imperialismo español en un discurso de 1885, pronunciado en el Nuevo Liceo de la Habana; elogiaba la metrópoli porque, “sin detenerse ante las desalentadoras deducciones de su balance anual, ante las cifras desesperantes de su déficit perpetuo, tiende aún con orgullo y con avidez sus miradas por el mapa del mundo, donde todavía encuentra cobijados, por su histórica enseña, territorios como Cuba, Puerto Rico y Filipinas, y emprendiendo aún nuevas adquisiciones, toma posesión, ahora mismo, en la costa occidental de África, de nuevas comarcas, y se sitúa en importantes puestos avanzados dentro de Marruecos, como si no se hubiese desvanecido todavía la ilusión tenazmente alimentada por el espíritu nacional desde Cisneros hasta O'Donnell”. Y termina justificando la aplicación de la fuerza sobre los países menos desarrollados que resistan sus ambiciones: “Si por ventura se encuentra una comarca que razas salvajes o poderes bárbaros o primitivos quieran cerrar a la libre comunicación con el mundo, justo y legítimo es que los grandes Estados, a quienes incumbe la representación eminente de la cultura humana, abran a cañonazos los puertos que pretenden cerrarles la ignorancia y la barbarie. "Es curioso que tan brutal recomendación vuelva a aparecer en el notable imperialista norteamericano. Theodore Roosevelt, apóstol del “big stick", quien años más tarde amenazaba con la agresión y la vigilancia policiaca sobre el continente, dijo: “La continuación de cosas mal hechas, o la impotencia que resulte en el debilitamiento de los lazos con la sociedad civilizada, puede dar motivo en América, y en otros lugares, a la intervención de algún país civilizado, y, en el hemisferio occidental, el compromiso de los Estados Unidos por la Doctrina de Monroe, puede forzarnos, aun contra nuestra voluntad, por cosas mal hechas o por la impotencia de algún país, a ejercitar el poder de policía internacional”.
Imperialismo y República
Con la derrota del colonialismo español entraron en escena los abogados del proteccionismo yanqui. Bastarán algunos como ejemplo. Aún antes de la inauguración de la República, cuando se discutía la Enmienda Platt, dijo el escritor Rafael María Merchán: “¿Qué revolucionarios pretenderán derrocar a nuestros presidentes, sabiendo que los pueblos no los seguirán, y que la Unión Americana no ha de consentirlo? ¿Qué nación nos atacará, sabiendo que los Estados Unidos no lo permitirán? Por lo que hace a las agresiones extranjeras, seré franco: Cuba no sólo debe agradecer el padrinazgo yanqui, sino que debería solicitarlo, debería pagar por él a los Estados Unidos”. Un año más tarde, en apoyo del Tratado de Reciprocidad y de la buena fe norteamericana, razonaba así el internacionalista Antonio Sánchez Bustamante: “Después de haber alimentado a nuestros indigentes, después de haber organizado nuestros hospitales, después de haber saneado nuestras ciudades y nuestros puertos, después de haber embellecido nuestras poblaciones, después de haber difundido la instrucción pública por todas la regiones de la Isla, el pueblo americano, estad seguros de ello, nos dejará en acuerdos comerciales abierto el camino para mantener y aumentar sus progresos y nos brindará, en unión mercantil estrechísima, el origen de nuevos y fecundos beneficios. De este modo su acción salvadora no aparecerá ante la historia dentro de algunos años, como el brillo pasajero de los relámpagos en la noche inacabable de nuestras tempestades, sino, antes bien, como la luz perenne y tranquila del sol, que día tras día fecunda, inalterable e inextinguible la vida toda del planeta.
Arriba, a la izquierda, el presidente de los Estados Unidos, Calvin Coolidge, en La Habana, el 18 de enero de 1928: "Hace treinta años que Cuba era una posesión extranjera", dijo, "el gobierno que existía descansaba en la fuerza militar. Hoy Cuba es soberana". A la derecha, discurso de Brezhnev, en La Habana, el 29 de enero de 1974: "Cuba ha cesado de ser un patrimonio de los monopolios extranjeros, y ahora decide su propio futuro". Abajo, a la izquierda: Machado despide a Coolidge en el puerto de La Habana; a la derecha: 46 años después, Castro despide a Brezhnev en el aereopuerto de La Habana.
A pesar de tan bellas predicciones la intervención de los norteamericanos en los asuntos de Cuba fue tan escandalosa que se hizo necesaria una campaña contra los Estados Unidos. De nuevo Manuel Sanguily denunciaba las ventas de tierras a los extranjeros, porque ponían en manos de consorcios azucareros el patrimonio nacional. Pero en medio de esa evidencia, en 1915, publica Raúl de Cárdenas, quien llegaría a vicepresidente de la República, un folleto titulado Cuba no puede invocarse en testimonio del imperialismo norteamericano" Elogia la Doctrina Monroe, y allí se lee: “Desde que quedaron separadas de su metrópoli las colonias españolas de Centro y Sud América, los Estados Unidos se irguieron en defensores de la independencia de las nuevas nacionalidades... Se dice ahora con mucha frecuencia, por gran número de escritores de Hispanoamérica, que después de la guerra con España, ocurrida como todos sabemos en el año 1898, los norteamericanos han roto su tradición democrática, tomándose, como los grandes pueblos de Europa, en conquistadores e imperialistas... No es extraño que semejante tesis la sustenten quienes revelan estar influenciados [sic] por perjuicios y quienes después de todo no demuestran haber realizado un estudio desapasionado y sereno de los sucesos que se relacionan con la política exterior de los Estados Unidos”. En su afán de esconder la evidencia, pasa por encima de hechos históricos posteriores a 1898: nada dice, por ejemplo, de la ocupación de Puerto Rico, de la intervención de las Aduanas de Santo Domingo y su ulterior ocupación militar, del desmembramiento de Colombia y la adquisición de la Zona del Canal, de las aventuras armadas en Centro América, de las presiones diplomáticas sobre México y el bombardeo de Veracruz, de la invasión de Haití, etc. No se da por enterado de las tres intervenciones en Cuba, ni de la agresiva actividad financiera de los norteamericanos, y añade: “Hemos oído decir y repetir que los Estados Unidos fingieron defender la independencia de Cuba y fomentar la insurrección con el fin de suplantar al primer ocupante, y nos parece que va siendo ya hora de que voces cubana se levanten para contradecir esos dichos”.
Servidumbre y soberanía
Desde los inicios de la República, los Estados Unidos impusieron a Cuba los tratados que convenían a su comercio; luego desembarcaron tropas cuando lo estimaron necesario para garantizar sus inversiones; en tiempos de Menocal declararon enemigos a los que se alzaron contra las elecciones fraudulentas; en tiempos de Zayas mantuvieron un enviado especial, Enoch Crowder, que abiertamente dirigía la política del país; y a Manchado le exigieron su promesa de orden y mano dura en el gobierno. En 1930 ya no estaba en manos cubanas ni una tercera parte de la industria azucarera, los americanos poseían el control de más del dieciséis por ciento del territorio de la Isla, la deuda nacional ascendía a ciento cincuenta millones de dólares, y muchos de los empréstitos limitaban el manejo económico de Cuba, según las disposiciones de la casa Speyer, J. P. Morgan. En 1917 se iniciaron las operaciones, desembarcos y bombardeos de los Estados Unidos en Guatemala, Panamá y Honduras para deponer y nombrar gobiernos según convenga a sus grandes inversiones. Ya no se pudo disimular el desenfreno de la política imperialista de la América del Norte, pero aún en 1930 Orestes Ferrara ensaya una increíble justificación:
Los Estados Unidos, indiscutiblemente, han intervenido en algunos pueblos del Caribe, y aún más hacia el Sur; pero si bien estos hechos a nuestro juicio representan, en la mayoría de los casos una política errónea, no por ello son un exponente de imperialismo. Es preciso fijar bien los términos. Las intervenciones a que aludimos han sido dictadas por cierto espíritu paternalista que los Estados Unidos practican en su política externa; espíritu paternalista que responde a la mentalidad política del pueblo norteamericano... Ninguna de estas intervenciones es suficiente para aprobar la acusación de imperialismo político, porque a los países ocupados se les ha restaurado siempre la libertad e independencia, sin derivarse de la intervención beneficio alguno para el país ocupante, que, con frecuencia, ha pagado sumas muy crecidas por conceptos de gastos de intervención.
Por más cercanas no es necesario acumular otras manifestaciones de los “cubanos coloniales", de cómo siguieron sirviendo a los Estados Unidos hasta el triunfo de la revolución en 1958, cuando cesó su papel activo en la vida cubana. Entró entonces en escena la nueva promoción de “cubanos coloniales", al servicio de un nuevo poder imperial. Lo reciente de este grupo nos excusa de señalar las etapas de su desarrollo. Por eso no nos detendremos en consideraciones sobre el acuerdo de Kennedy-Jrushchov, por el que los rusos desarmaron a Castro sin consultarle; en la deuda exterior de veinticinco mil millones de dólares en manos del gobierno soviético; y en todas las pruebas del actual colonialismo por las que pudo concluir el historiador Hugh Thomas: “Rusia juega hoy casi el mismo papel en la política cubana que antes los Estados Unidos: ella es el principal mercado para su principal producto, ella le suministra las armas (y, sin duda, los expertos y la tecnología del espionaje) sin las cuales el régimen quizás no hubiera sobrevivido; ella absorbe la mayor parte de los otros productos de Cuba, los vegetales y las frutas; ella es su único abastecedor de trigo y de petróleo”.
No es necesario analizar estos hechos que confirman la dependencia de Cuba porque el objeto de este escrito no es mostrar los actos del que manda, sino del que sirve, de los “cubanos coloniales". Y para comparar los nuevos con los anteriores, serán suficientes las palabras de Fidel Castro en Argelia, hace pocos meses, y las posteriores con motivo del viaje a Cuba de Leonid Brezhnev.
De la misma manera que los primeros anexionistas de la República no reconocían otra opresión que la de España, sin confesar la del nuevo imperio, y destacaban las diferencias en los procedimientos de las dos naciones, la mentalidad reaccionaria de Fidel Castro no reconoce otra forma de absorción y dependencia que la manifestada en la etapa anterior, por el capitalismo norteamericano. Con la correspondiente mala fe e ingenuidad política común a todos los “cubanos coloniales", se preguntaba en la reunión de los países no alineados, “¿Cómo se puede calificar de imperialista a la Unión Soviética? ¿Dónde están sus empresas monopolistas? ¿Dónde está su participación en las compañías multinacionales?" No acepta así, ni concibe, otra explotación que la de los consorcios radicados en Wall Street, otra penetración que la que se anunciaba en letreros lumínicos en las ciudades de Cuba, otros amos que los capitalistas que visitaban el American Club del Prado. También para los plattistas solamente eran “cubanos coloniales" los que defendieron los impuestos que gravaban la economía del país en el siglo XIX, los que sirvieron los intereses políticos de España, los que ayudaron a los voluntarios que asistían al antiguo Casino Español de la Habana. Por esas absurdas comparaciones, con las que se negaba la posición colonial en Cuba respecto a los Estados Unidos, aclaraba Julio Antonio Mella: “El dominio yanqui en América no es como el antiguo dominio romano de conquista militar, ni como el inglés, dominio imperial comercial disfrazado de Home Rule; es de absoluta dominación económica con garantías políticas cuando son necesarias”. Así, en nuestra historia, al imperialismo militar monopolista del siglo XIX, siguió el imperialismo burgués capitalista de los Estados Unidos y el imperialismo burócrata internacionalista de los Soviets. Castro insiste en las diferencias con el imperialismo anterior, y repite en su discurso ante Brezhenev: “La Unión Soviética no es dueña de una sola mina o acre de tierra de nuestro país, ni de ninguna fábrica o servicio público, de ningún banco o negocio”. Dijo Mella, con las palabras de Orlando, para demostrar la falta de soberanía en la Cuba de su época, que “obrar como soberano equivale a decidir en última instancia, sin ulterior recurso, de un modo inapelable"; y en ese mismo trabajo que tituló “Cuba, un pueblo que jamás ha sido libre”, recordaba la definición del jurisconsulto Eduardo Posada, para quien “soberanía etimológicamente significa 'sobre todo', es decir, el Estado con sus súbditos ejerce la suprema autoridad”. Y ¿qué decisión, “sin ulterior recurso, de un modo inapelable”, puede hoy realizar Cuba, ni qué “suprema autoridad" puede ejercer cuando un oficial de la Embajada Soviética en la Habana Rudolf Shliapnikov, superando todas las declaraciones arrogantes de los procónsules yanquis que visitaron la Isla, declaró que si a Rusia se le antojaba reparar el puerto por donde le embarcaban petróleo caería el gobierno de Castro? ¿Qué necesidad tiene la Unión Soviética de la posesión física de tierras, negocios o servicios públicos de Cuba cuando controla de manera absoluta toda actividad política, económica y militar del país? Las manifestaciones accidentales del imperialismo a que Castro se refiere eran características de la etapa anterior, no son aplicables a la actual, pero el concepto de soberanía sigue siendo el mismo, como no ha cambiado la condición de servidumbre: hay muchas maneras de ser amo, y muchas maneras de ser esclavo; una sola de ser libre.
“La palangana de sangre”
Ya le ha llegado al imperialismo soviético el momento en que se le hace muy difícil ocultar sus abusos y agresiones. Lo denuncian los países subdesarrollados que han sido víctimas y, como antes, necesita de lacayos para que nieguen su existencia. Así tuvo que decir Castro en Argelia:
La teoría de dos imperialismos, uno dirigido por Estados Unidos y otro supuestamente por la Unión Soviética, alentada por los teóricos del imperialismo ha encontrado eco —unas veces por ignorancia de la historia y las realidades del mundo de hoy— entre los voceros y dirigentes de los países no alineados. A ello contribuyen, desde luego, los que desde supuestas posiciones revolucionarias lamentablemente traicionan la causa del internacionalismo. En ciertos documentos políticos y económicos elaborados con motivo de esta conferencia, se ve aflorar, de una forma o de otra, y de diversos modos matizada esta corriente. A ellos se opone y se opondrá resueltamente, en todas las circunstancias, el gobierno revolucionario de Cuba. Algunos con evidente injusticia e ingratitud histórica, y olvidados de los hechos reales y del profundo e insalvable abismo que media entre el régimen imperialista y el socialismo, pretenden ignorar los gloriosos, heroicos y extraordinarios servicios prestados a la humanidad por el pueblo soviético.
Y también imitando a los anteriores, a pesar de los convenios favorables para los rusos, que de tal manera gravan la economía de Cuba, trata de presentarlos como ejemplo de su munificencia y bondad. Dijo ante Brezhnev: “La colaboración fraternal de la Unión Soviética continúa desarrollándose en todos los frentes. Miles de Técnicos especializados en distintas ramas de la economía han trabajado muy duro con nosotros en los últimos quince años. La Unión Soviética ha concedido a nuestro país tratados comerciales y préstamos a largo plazo que constituyen un verdadero modelo de relaciones entre un gran país industrial y un país pequeño”. Igualmente justifica y elogia el poder del imperio porque supone la estabilidad de sus intereses. “La mera existencia de la Unión Soviética restringe las aventuras militaristas de las fuerzas agresoras del mundo imperialista, sin la cual ya se hubieran lanzado a repartirse de nuevo el planeta”. Y con una devoción y elocuencia que envidiarían los más abyectos “cubanos coloniales" del pasado, al referirse a los acuerdos a que llegaron Brezhnev y Nixon, dijo en su discurso: “Camarada Brezhnev, nuestro partido y nuestro pueblo lo apoyan a usted resueltamente en esa lucha, y lo felicitan de todo corazón por los resultados positivos que ha conseguido, y le pedimos que continúe sus esfuerzos, asegurándole que las generaciones presentes, y las futuras aún más, le estarán por siempre agradecidas por este extraordinario servicio que el partido y el estado de Lenin le están rindiendo a toda la humanidad”.
Estas palabras nos llevan a una última consideración sobre los “cubanos coloniales", los que llamaron al imperialismo de España “vigilancia materna", “actitud paternalista”, al de los Estados Unidos, “ayuda fraternal”, al de la Unión Soviética. A pesar de sus diferencias y enemistades también tienen un fondo común los imperios. Por eso, terminada la guerra de 1898, España y Estados Unidos se pusieron de acuerdo; se transfirió el mando y Cuba quedó, por la voluntad expresa de los españoles, en las garras del imperialismo yanqui. Ahora parece como se avecina otro Tratado de París. Otra vez se sentarán en la mesa del mundo los antiguos y los nuevos propietarios de la Isla para decidir el futuro. Y luego, cuando ya no haya remedio, nos enteraremos los cubanos del destino de nuestro pueblo; seguramente el respeto al último posesor. Y seguirán cantando sus alabanzas los “cubanos coloniales" de turno, porque siempre hay, como advirtió Martí, “hombres hechos, por su ruin natural, para que se acuesten sobre ellos”, siempre hay “quien lleva al señor todos los días, para que se bañe al despertar, la palangana servil, llena de la sangre de su tierra”. Hasta que un día nos demos cuenta de que los verdaderos enemigos de Cuba no son los imperialismos que nos codician, ni siquiera nuestras distintas ideologías, sino esos grupos de “cubanos coloniales" asustados ante los nobles sacrificios que ha de exigir la continua libertad de la patria.
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