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Viejo y paranoico, poco antes de su muerte, Stalin constituía una amenaza para sus colaboradores y una rémora para el Partido
y para el país.
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Para Stalin, como revolucionario marxista-leninista, las relaciones sexuales no tuvieron más importancia que la de tomarse “un vaso de agua”, según la moda que se estableció en los primeros tiempos del gobierno bolchevique: estuvo así impedido de reducir su agresividad con la ternura de una mujer; ni tampoco pudo lograrlo con el calor de una familia, la cual consideraban los revolucionarios como refugio de creencias religiosas y de costumbres burguesas. A los 26 años Stalin se casó con una mujer que tenía el mismo nombre, Ekaterina (Svanidze), que su madre: la maltrataba, le dio un hijo y murió tuberculosa. Su segundo matrimonio fue también tormentoso: Nadia Alliluyeva era una ferviente revolucionaria, pero no pudo resistir los abusos del marido contra ella y contra sus ideales y, en 1932, se suicidó. A Stalin no le interesaban mucho las mujeres, aunque tuvo relaciones fuera del matrimonio (con Rosa la hermana de Kaganovich, su lugarteniente preferido). Según sus biógrafos, más que a los placeres de la cama era dado a los placeres de la mesa, donde se hacía acompañar por un grupo íntimo de colaboradores los cuales, entre brindis y chistes, le aprobaban cuanto se le ocurría.
Por vez primera en tiempo modernos, en su Catecismo de un revolucionario, propuso el terrorista ruso Sergei Nechaev, muerto en 1882, a los 34 años, que “el fin justifica los medios”, que cuanto ayudaba al triunfo de la revolución era moral, y que era un crimen cuanto lo impedía: “Para ser un buen revolucionario”, dijo, “uno tiene que rechazar todos los sentimientos de afecto, parentesco, amistad, agradecimiento, y hasta de honor. No es un revolucionario el que tiene lástima de algo en el mundo. Un revolucionario sabe sólo una ciencia, la ciencia de la destrucción y del exterminio. Y vive con ese único propósito, no dejar piedra sobre piedra... La revolución consagra el veneno, el puñal y la horca, la revolución lo consagra todo...” Se sabe que el archivo de Nechaev, que se suponía perdido, estaba en poder de Stalin. El historiador soviético Roy Medvedev, en su libro de 1971 Orígenes y consecuencias del estalinismo, concluye que “no fue el amor a la humanidad, a la clase obrera, lo que empujó a Stalin a la revolución, sino su ambición de poder, su vanidad, sus deseos de sentirse superior a los demás y de someterlos a su arbitrio... Su socialismo tuvo muchas de las características del socialismo de Nechaev”.
La autoridad y el subconsciente colectivo
El ambiente mejor para que nazca una dictadura es siempre producto del desencanto, la frustración de un pueblo por la ausencia de la autoridad. Reacciona de manera semejante a un niño abandonado, el cual, sin considerar los peligros de la entrega, se confía en quien le ofrece orientación o refugio. La multitud tiende a aceptar como bueno el rumbo del que asume la responsabilidad del futuro y le proporciona normas de conducta: así los que forman parte de ella se libran de la angustia de pensar y de decidir por sí mismos. El vacío que produce esa suspensión del juicio lo ocupa el dirigente con sus aberraciones, complejos e impulsos, el cual, con su fe fanática logra transformar al individuo, débil ayer y sumergido en una existencia gris, en un ser poderoso, inquieto y cruel. La doctrina nueva le parece precisa a sus deseos. La palabra del otro grita por la suya, y se ve aplaudido y en el centro del mundo. Y como en un grandioso acto sexual se siente satisfecho por la posesión del líder.
El demagogo alimenta en igual proporción el alma colectiva con miedo y esperanzas. Con el primero no sólo la masa justifica el castigo del que conspira contra su salvador y le amenaza el éxtasis, sino que también encuentra en la represión una salida para su natural reserva de sadismo. Con la promesa de un porvenir brillante se le mantiene despierto el ánimo, cumple las órdenes que recibe y acepta los sacrificios que reclama el futuro. En la Unión Soviética Stalin manejó con gran habilidad el peligro de “la estrangulación capitalista” para justificar sus medidas de emergencia y sus crímenes aunque, cuando empezaron las grandes purgas, ya habían pasado los peligros mayores: la agricultura colectiva estaba encaminada, funcionaban las plantas metalúrgicas y Moscú tenía relaciones con los Estados Unidos.
En Cuba, bajo Castro, “el peligro imperialista” ha producido el mismo efecto encubridor en los excesos y fracasos del régimen. Los proyectos de Stalin, tan costosos en sacrificios humanos, aunque hoy se sabe que fueron construidos sobre bases de arena, en su momento, por su grandiosidad movieron al pueblo. Con las promesas de la revolución cubana sobre los tiempos futuros podría hacerse un rico muestrario de la incapacidad y de los engaños de sus dirigentes, pero esos augurios, aunque no se cumplan mantienen el entusiasmo popular: después de 30 años de errores, ante el menos prometedor de los cambios, Fidel Castro le aseguraba recientemente al pueblo entusiasmado, “¡Ahora sí vamos a construir el socialismo...!” Es que, pasado el entusiasmo del primer momento, parece que se apodera del alma colectiva un deseo de repetir el transporte síquico, y vuelve incansable con el líder a la plaza pública, o hasta donde llegue su palabra, a que de nuevo le hable de los peligros que acechan y de los triunfos que anuncia el porvenir. Es ese arrebato el que confunde al observador ingenuo, quien lo toma como un acto racional de afirmación, y le hace creer que el tirano tiene una amplia base popular. La muerte de Stalin hizo llorar a gran parte del pueblo ruso, no sólo porque la propaganda había impedido que se conocieran su barbarie y su perfidia, sino porque otra vez le ocuparon el ánimo la incertidumbre y la orfandad.
El éxito de la revolución bolchevique se explica por el abandono en que se vio el pueblo ruso al quebrarse el Gobierno Provisional y el ejército, y por la amenaza de la anarquía. La promesa de Lenin logró ganarse la voluntad popular: “Paz, pan y libertad”, y le aplaudieron la toma del poder a los Comisarios del Pueblo. En Cuba la huida de Batista (aunque la mayoría lo repudiaba) y el desmoronamiento del ejército crearon el espacio necesario para la revolución. Por cada cubano que estaba con Castro el 31 de diciembre de 1958 había muchos que no se dieron a él hasta sentir el desamparo en que quedó el país. La demora del líder en llegar a La Habana aumentó la ansiedad e hizo más grata la recepción de sus promesas; dijo en el campamento de Columbia, bajo las palomas, el 8 de enero: “Yo quiero decirles a las madres cubanas que jamás por culpa nuestra se volverá a derramar sangre cubana...” Ya luego, enajenado, el pueblo siguió aplaudiendo las medidas que apuntaban hacia el totalitarismo, enardeciendo al líder, porque, es cierto que éste pervierte a la multitud, pero también la multitud, con su entrega incondicional, aumenta la perversión del líder.
El estalinismo: el terror, la centralización y los privilegios
El término para expresar la forma de gobierno de Stalin se difundió a partir del discurso de Nikita Jrushchov el 25 de febrero de 1956. En una reunión secreta del XX Congreso del Partido Comunista, ante millar y medio de delegados, el líder soviético hizo las más sensacionales revelaciones sobre los crímenes de su antiguo jefe. El discurso se prolongó hasta las 4 de la madrugada, en varias oportunidades lo interrumpieron con gritos “¿Por qué no lo asesinaste?” 30 delegados se desmayaron y Jrushchov lloró cuatro veces. Poco después sacaron del mausoleo de Lenin el cadáver de Stalin y lo quemaron para echar sin ceremonia sus cenizas junto al muro del Kremlin.
En 1917, en El Estado y la Revolución, Lenin aclaró que “la dictadura, en su concepción científica, no significa otra cosa que un poder no limitado por nada, por ninguna ley, y que se apoya en la violencia... en la fuerza”. Por su parte Marx había dicho: “En un partido uno tiene que apoyar cuanto puede ayudarlo sin detenerse en escrúpulos tontos...” Lo mismo que el leninismo no se explica sin la doctrina mística de Marx, el estalinismo no puede entenderse, ni hubiera podido existir, sin las normas que impuso Lenin durante sus cinco años de gobierno.
El estalinismo se caracteriza por el terror y la coerción de un aparato policial y por la concentración totalitaria y dogmática del mando en un individuo que gobierna, asistido por una élite privilegiada, según algunos preceptos extraídos a conveniencia de Marx y de Lenin, con el fin de destruir el capitalismo, mantenerse en el poder y consolidar el Estado. Como consecuencia de ese programa se producen el culto de la personalidad del gobernante y la falsificación de la Historia.
En millones se cuentan las víctimas de Stalin (fusilados por hambre y por balas, y presos). No es menor el cálculo en proporción al número de habitantes de Cuba: aparte de los que allá han sido asesinados y de los que padecieron, y de los que aún padecen, cárcel, hay que contar el destierro, muchas veces un gulag sin rejas, y con frecuencia ejecución sin sangre. Hubiera tenido en su frontera la Unión Soviética el Estrecho de la Florida, y buena parte de los muertos de Stalin hubieran sido exiliados. En ambos casos el crimen sirvió para sembrar el terror que, además de escape del sadismo rencoroso del tirano, es también recurso (quizás el más efectivo) para asegurarse obediencia del país. Cuanto más arbitrario es más útil el castigo: el terror nace de la falta de conexión lógica entre los actos del acusado y la pena que se le impone: en un régimen de terror todos son culpables, que así son más dócil rebaño. Cuenta el escritor polaco Alex Weissberger en su libro sobre “la conspiración del silencio”, que le preguntaron en una ocasión a Stalin si prefería la lealtad del pueblo porque lo amaba o porque lo temía, y contestó: “Prefiero que me teman: el aprecio puede cambiar, el miedo es inalterable...”
El gobierno de Cuba ha perdido el injusto prestigio que gozó en el extranjero por casi un cuarto de siglo. Como en el caso de Stalin fue difícil convencer a muchos, principalmente a los intelectuales, de la perversidad de sus ídolos: ahí están los elogios de Thomas Mann, Upton Sinclair, Henri Barbusse, Pablo Neruda, George B. Shaw, Waldo Frank, Emil Ludwig, André Malraux y Lillian Hellman entre tantos otros escritores que defendieron a Stalin; y la nómina de Castro también ha contado con figuras de prestigio: Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Bertrand Russell, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Jorge Semprún, Susan Sontag, Norman Mailer, Julio Cortázar, Magnus Ensenberger, Juan Goytisolo, Camilo José Cela... Algunos de éstos, más honrados que otros, pagan con su acusación del régimen de La Habana la deuda que tienen por haberse un día deslumbrado ante el tirano. El papel de la inteligencia, al igual que el del médico ante el tumor, es el de penetrar el síntoma y descubrir a tiempo la enfermedad.
Hoy las denuncias de las organizaciones internacionales muestran con menos reserva ante el mundo el carácter estalinista del gobierno de Cuba; dice el último informe Americas Watch: “La práctica de Cuba respecto a derechos humanos es absolutamente contraria a los patrones universales. Sigue vigente la legislación que limita los derechos básicos que se relacionan en la Declaración Universal de los Derechos Humanos —la libertad de expresión, de asociación y de movimiento; el derecho a la vida privada y a la protección de la ley. En Cuba no hay instituciones legales ajenas al gobierno o al Partido Comunista, ni hay organizaciones, excepto las clandestinas, que vigilen las violaciones de los derechos humanos. En las prisiones hay cientos de presos políticos por tratar de emigrar u organizar protestas. A muchos activistas recientemente arrestados se les ha mantenido presos durante meses sin celebrarles juicio, y otros, ya en la misma cárcel, se les ha condenado con penas nuevas”.

Stalin, de experto en agricultura, revisa sobre un mapa los cordones de siembras que le darían la "victoria" sobre la "seca" alrededor de Moscú. Castro, de experto en ganadería, muestra uno de sus toros a los representantes de Viet Nam.
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En la Unión Soviética, bajo Stalin, el terror y el despotismo inhibía a los expertos de decir la verdad por temor a que los consideraran traidores o “deviacionistas”. La ineficiencia de la economía estalinista, afirma Alec Nove en su libro Stalinism and After (1989), fue producto de la “deformación burocrática, la arbitraria interferencia de planificadores incapacitados, la falta de atención a los costos, el uso de la propaganda para lograr objetivos en perjuicio de otras actividades importantes, los saltos de un estrangulamiento a otro en la producción y el supeditar la calidad de los productos y las necesidades del consumidor a los intereses del Partido”. Respecto a la economía cubana ha dicho Zbigniew Brzezinski, en su reciente libro The Grand Failure: “El desastre económico de Cuba se debe a su persistente empleo de normas de planificación estalinista, Una burocracia de 250 mil administra una economía con una fuerza laboral de 3 millones. En su discurso en el Tercer Congreso del Partido Fidel Castro reconoció los desastres: proyectos de industrias donde no había casas para los obreros; siembras de cítricos donde no hay regadío; irrigación cuando no se pueden conseguir bombas para mover el agua, o no hay electricidad; viviendas donde no hay comercios; ferrocarriles, en los que se invirtieron millones, donde no hay maneras de descargar las mercancías, ni estaciones...”
El principio de igualdad expresado en el artículo 40 de la Constitución cubana es un mito. En Cuba hay grupos privilegiados de funcionarios y militares que disfrutan de ventajas que no llegan al hombre común —mejores viviendas, transporte privado, viajes al extranjero, exención de racionamientos, tiendas especiales, selecta atención médica, colegios particulares, servicio doméstico... Pero el más irritante privilegio de los que forman esa “nueva clase” es que se consideran como los únicos capaces de entender la historia y de dirigir el país: “la vanguardia de la clase trabajadora”, se llaman a sí mismos.
Al igual que Stalin, Fidel Castro ha sabido convertir en resorte político la corrupción en todas las esferas del gobierno. El privilegio es siempre precario, y el que lo disfruta siente la amenaza de perderlo, y con él la libertad o la vida. Así esa casta se mueve entre el servilismo y la hipocresía. En su libro Fidel: A Critical Portrait, Tad Szulc describe ese aspecto de la realidad cubana: “Fidel Castro vive sumergido en una adulación absoluta que preparan los órganos de propaganda del régimen. La adulación se manifiesta en sus títulos, Comandante en Jefe, Presidente del Consejo de Estado y de Ministros, Primer Secretario del Partido, que se usan al referirse a él, y en los editoriales y discursos se habla de su genio como guía de Cuba. Hasta la Constitución de 1976 proclama la decisión de ‘llevar adelante la revolución triunfante... dirigida por Fidel Castro’. Las citas de Fidel están impresas en todas partes, hasta en las páginas de las guías telefónicas. Todos sus actos, sin importar si valen como noticia, aparecen en las primeras páginas de los periódicos y es lo primero en la televisión. Las noticias empiezan con la imagen bondadosa de Castro saludando desde un balcón. Así se ha desarrollado un gobierno de cortesanos, apparatchiks, burócratas y aduladores que le dicen a Castro lo que él quiere oír, pero que no es siempre la verdad”.
El culto de la personalidad
Los cambios que ha experimentado la propaganda comercial entre los tiempos de Stalin y los de Castro es semejante a las diferencias entre el culto de la personalidad de uno y de otro. Por ejemplo, la manía de Stalin de verse representado en cuadros y estatuas (había 151 en la estación de Kazan, en Moscú), Castro la ha sustituido por la suya de aparecer constantemente en la televisión. Pero el propósito es el mismo: satisfacer la vanidad del líder, expresar sus subalternos la mayor admiración y lealtad, y distanciar al gobernante (en inteligencia, saber y energía) del resto de los mortales para que a nadie se le ocurra discutirle el mando, y para que se le obedezca ciegamente. Es una versión moderna, aunque aumentada, de la relación que existió entre el soberano y el siervo en las monarquías absolutas de la Edad Media, en la que todo era el príncipe, cuyo capricho tenía fuerza superior a la ley (quod principi placuit, legis habet vigorem).
Además de presentarse como un gran político y estratega, Stalin se preciaba, entre otras cosas, de sus conocimientos, de filosofía, lingüística, biología y arte. Con toda autoridad hablaba de Sócrates y de Spinoza, y algunos profesores confesaron que habían entendido a Aristóteles y a Kant gracias a sus juicios. Cuando salió publicado su libro El marxismo y las cuestiones del idioma, un estudio anodino y ambiguo sobre el lenguaje, expertos y burócratas se deshicieron en elogios: Malenkov dijo en el último Congreso del Partido al que asistió Stalin, en 1952: “... en esta obra, que ha enriquecido con nuevas tesis la ciencia marxista-leninista, el camarada Stalin abre perspectivas descono-cidas para el progreso de todas las ramas del saber...” Stalin había hecho experimentos con una variedad de cítricos en la costa del Mar Negro y con la siembra de melones en Moscú para vencer el invierno, y se enamoró de las disparatadas teorías del agrónomo Lysenko, quien mantenía que era posible alterar el ciclo vital de las plantas, también para hacerlas resistentes al frío, sometiendo las semillas a burdas manipulaciones. De ahí surgió, en 1948, el decreto por el que Unión Soviética iba a “transformar la naturaleza”, y por el que se sembraron, por orden de Stalin y con un costo enorme de recursos y de mano de obra, cordones de cultivos y siembras que irían a mejorar la producción agrícola y a alterar el clima... Los criterios de Stalin eran decisivos en los concursos literarios: la novela de Víctor Nejrasov, por ejemplo, sobre la batalla de Stalingrado, y la de Ilya Ehremburg, sobre la toma de París, ganaron primeros premios porque así lo dispuso él; y como Cemento, de Fiodor Gladkov, le pareció un modelo de literatura socialista, se hicieron tiradas de millares de ejemplares de tan mediocre novela; y para colmar su vanidad de crítico, un profesor de literatura dijo que había comprendido la intención del Quijote cuando Stalin descubrió que “era una gran sátira...” Porque no le gustaba una ópera muy popular de Shostajovich, dejó de presentarse, y porque le gustaba una pieza de teatro de Bulgakov, que vio 17 veces, se impuso en los escenarios soviéticos; porque se entusiasmó con la primera parte de la película “Iván el Terrible”, de Eisenstein, la premiaron, y porque la segunda parte no le pareció bien, la prohibieron. Era de tal naturaleza el culto, cuenta Solzhenitsyn, que en una reunión local se mencionó a Stalin y todos se pusieron a aplaudir sin que nadie se atreviera a parar. Después de once minutos el director de la fábrica decidió sentarse, y luego todos lo siguieron. Esa misma noche el director fue arrestado, se le acusó de sabotaje, y se le ordenó que nunca más fuera el primero en dejar de aplaudir.

Para probar su ortodoxia revolucionaria y darle legitimidad a sus gobiernos, Stalin y Fidel Castro se hicieron retratar junto a un cuadro de Lenin.
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En su engreimiento, el culto de la personalidad llega a ser tan natural al líder que o no lo nota o deja de parecerle de mal gusto. Fidel Castro ha negado que exista. Ya en su discurso del 26 de marzo de 1962 señaló, quizás recordando a Stalin, que él no permitía monumentos ni se había condecorado ni llevaba estrellas de general. “Lo primero que propusimos”, dijo, “fue prohibir que se levantaran estatuas... por profunda convicción revolucionaria”. Al principio de su gobierno los elogios eran más por la obra realizada, por lo que se confundía la persona con revolución, pero luego se convirtieron en alardes de sometimiento ante el gobernante glorificado. Poco después de aquella declaración contra el culto de la personalidad, al celebrarse el tercer aniversario de la muerte de Camilo Cienfuegos, el periódico Revolución publicó en primera plana, y a toda letra, este mensaje de Raúl Castro a su hermano, el cual, como ha observado Jeannine Verdès-Leroux La lune et le caudillo: Le rêve des intellectuels et le régime cubain (1989), no se hubiera publicado de ser cierto que el líder no quería ese tipo de reverencias. Era parte de un discurso pronunciado en la provincia de Oriente, y decía: “Al Comandante en Jefe, al compañero de dirección precisa, clara y concreta, que nos ha sabido dirigir durante los últimos años, que ha sabido conducirnos a la victoria en todos los momentos difíciles podemos decirle, ‘En esta provincia oriental todo está normal, todos hacemos algo, todos estamos listos’. Al compañero Fidel, máximo representante del Partido y Gobierno, al fundador del primer Estado Socialista América [aplausos y exclamaciones de ¡Fidel! ¡Fidel!] podemos decirle que el pueblo de Oriente, su Partido Unido, sus organizaciones de masa, su primer ejército, igual que todo el pueblo de Cuba y todos los Ejércitos y de las Fuerzas Armadas [aplausos] están plenamente de acuerdo con sus últimos planteamientos [sobre la crisis de cohetes], con sus últimas declaraciones [aplausos], que aquí, como en toda Cuba, nos encontramos más unidos que nunca; que aquí, como en toda Cuba, hay una voluntad, la voluntad de vencer y seguir hacia adelante [aplausos y exclamaciones de ¡Venceremos!], que aquí, como en toda Cuba, estamos listos para acatar y cumplir incondicionalmente las órdenes que, a nombre del pueblo de Cuba, del Partido y del Gobierno, como Comandante en Jefe, quieras darnos”.
Y ese pujo de sometimiento incontrolado y de reverencia es el que se hizo norma en el tratamiento de Castro y está presente en los programas de radio y de televisión, los libros que se imprimen, las vallas anunciadoras, las reuniones públicas, los mensajes al dirigente. Cualquier publicación de Cuba, periódico o revista, desde la más especializada hasta la más popular ofrece innumerables ejemplos de esas explosiones de entrega y adulación; dos se escogen aquí: al cumplirse los 25 años “del triunfo de la Revolución”, los empleados, obreros y directores de cine le escribieron una carta pública a Castro donde le dicen: “La Cinematografía cubana cumple sus primeros veinticinco años de vida. Durante todo este tiempo ha sido usted aliento mayor de nuestro cine... Fue usted en esos años iniciales, con su presencia casi a diario entre nosotros, con su irrevocable pasión por la verdad, con su amor infinito por el pueblo, con su optimismo revolucionario, quien marcó para siempre el destino consecuente del Cine cubano... De usted aprendimos a querer más nuestra historia, a medir la estatura de los héroes, a respetar más la inteligencia y la sensibilidad del pueblo. Con usted conocimos más de cerca la solidaridad humana, la dimensión de nuestros actos, el valor de los sueños... Permítanos en este XXV Aniversario saludarlo como el Fundador principal de la Cinematografía cubana. Le reiteramos nuestra decisión de defender, a cualquier precio, la Patria, el Socialismo, y nuestra Cultura...” Y en el 30 aniversario, también en una carta pública a Fidel Castro, le dicen los “escritores y artistas cubanos” con más cariñosa confianza, tratándolo de tú, en Granma, el 30 de diciembre de 1988: “Ahora, como siempre, a treinta años del Primero de Enero, los escritores y artistas de Cuba nos reconocemos en la Revolución Cubana, el acontecimiento cultural más importante de nuestra historia... Querido compañero Fidel: admiramos el papel que has desempeñado en situar a Cuba en el mundo, al servicio de las mejores causas. Los cubanos somos menos que los habitantes de cualquiera de las enormes ciudades de estos días, pero nuestra responsabilidad (que Martí llamó ‘el deber de Cuba’) es grande. Lo saben los amigos y los enemigos. Que todos sepan que nosotros también fabricantes de sueños, estamos hoy, siempre, contigo...” Y siguen muchas firmas, entre ellas, Alicia Alonso, Ángel Augier, Leo Brower, Miguel Barnet, Eliseo Diego, Roberto Fernández Retamar, Pablo Armando Fernández, Harold Gramatges, Alfredo Guevara, Pablo Milanés, Carilda Oliver, Félix Pita Rodríguez, José A. Portuondo, Raquel Revueltas y Cintio Vitier...
El día del cumpleaños de Stalin la Unión de Escritores Soviéticos publicó en Pravda, el 22 de diciembre de 1949, un ditirambo dedicado a Stalin en el que le decían: “Por todo, por todo, recibe nuestro reverente homenaje; /Como deber del corazón, como testimonio del amor que te tiene el pueblo.../ De todos, para Ti, de todos, recibe el reverente homenaje del hijo al padre...” Y en el pasado mes de marzo la Federación Estudiantil Universitaria tomó en La Habana el acuerdo de declarar a Castro “padre de todos los cubanos” puesto que, a pesar de sus múltiples ocupaciones, “les da consejos a todos los jóvenes cubanos... y dedica gran parte de su tiempo a la juventud...” Y la Federación de Mujeres Cubanas que preside Vilma Espín, no se quedó atrás al aprobar en los mismos días, también por unanimidad, una moción por la que se declaraba a Castro “hijo de todas las madres cubanas y el guía de todas las mujeres cubanas...”
En Cuba, es verdad, no hay estatuas del “máximo líder”, ni ciudades, lugares, premios y concursos que lleven su nombre. Es otro el estilo, pero cuanto tuvo que ver con sus actividades revolucionarias se ha convertido en monumento nacional, como la finca Siboney, de donde partió el ataque al Mancada; y la celda del Presidio Modelo, en Isla de Pinos, donde estuvo preso... El Museo de la Revolución está en el antiguo Palacio Presidencial, y allí se encuentran como reliquias sus recuerdos, y en una urna de cristal cerrada y en aire acondicionado se conserva, siempre con una guardia de honor, el yate Granma.
El culto del gobernante y del revolucionario, como en el caso de Stalin, ha ido creciendo con el culto del ser omnisciente cuya dirección es imprescindible en los más variados asuntos. Buena parte de los desastres económicos que ha sufrido Cuba se deben a sus caprichos. El día en que se le haga a Castro un balance como se le hizo a Stalin en el XX Congreso del Partido, junto a los crímenes y abusos de su gobierno, ha de aparecer la irresponsabilidad con la que dirigió el país además de la culpa de cuantos por acción u omisión contribuyeron a sus disparates. Fidel Castro cree saber de agricultura (ha dispuesto sobre las siembras de caña, arroz, café, tabaco, maní, hortalizas...), de zootecnia (ha decidido sobre los cruces de ganado mejores para carne y para leche), de pesca y de avicultura, de industrias y de maquinarias, de regadíos y de carreteras... Y así se manifiesta, sin el menor recato: sobre una de sus visitas a Cuba dijo el economista francés René Dumont: “Viajando por la isla con Castro tuve la impresión de que estaba con su dueño, que me mostraba sus campos, sus pastos, sus vacas y, casi, hasta sus empleados...”
La participación de Castro en todas las actividades del país, y su engreimiento incontrolado, le han permitido preparar, él solo, un plan quinquenal desechando el que presentó un grupo de técnicos y economistas —profesionales quienes, vanidoso e ignorante, él siempre desprecia. Y por sus propias palabras se le supo estratega dirigiendo las tropas en Angola, rodeado de teléfonos, ayudantes y mapas; impartiendo órdenes, moviendo aviones, barcos, abastos, refuerzos y mandos. Lo que para Stalin fue la defensa de Stalingrado en 1943, fue para Fidel Castro, aunque a escala de liliput, en 1988, la defensa de Cuito Cuanavale —”la más gloriosa página de nuestra historia”, la llamó en el juicio del general Arnaldo Ochoa.
La falsificación de la Historia
El lema del Partido, en la novela de George Orwell, 1984, resume la actitud totalitaria frente a la historiografía. “Quien controla el pasado, controla el futuro; quien controla el presente, controla el pasado”. Esto lleva al tirano a falsificar la realidad histórica: arregla lo sucedido para justificar el dogma y su gobierno. Además, así se ve que su grandeza no se debe a los acontecimientos, sino que son los acontecimientos los que se deben a su grandeza.
En el control de la historia entra el control de la cultura. Se suben las figuras que conviene y se destierra a los herejes. Al clausurar en abril de 1971 el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, consagrando el estalinismo en el quehacer intelectual, dijo Fidel Castro: “Para nosotros, un pueblo revolucionario en proceso revolucionario, valoramos las creaciones culturales y artísticas en función de la utilidad para el pueblo... Nuestra valoración es política...”
Cuenta Jorge Edwards, en Persona non Grata, que en una reunión del Instituto de Literatura Chilena le preguntaron a Jesús Díaz, capitán y escritor de Cuba, por las novelas de Severo Sarduy y de Cabrera Infante, y que respondió con otra pregunta: “¿A qué hemos venido aquí: a hablar de literatura o de gusanos?” Explicó entonces que se podía discutir la obra de los amigos de la revolución, pero que las creaciones de los enemigos debían ser descartadas; y agrega Edwards “...como diría un émulo suyo a un crítico inglés: ‘Suprimidas de los anales de la cultura humana...’“ Así no aparecen en los dos tomos del Diccionario de la Literatura Cubana, publicados en 1980 y 1984 por el Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba, entre otras ausencias, y por limitar este recuento, los nombres de Gastón Baquero, Guillermo Cabrera Infante, Calvert Casey, Carlos Alberto Montaner, Humberto Medrano, Carlos Montenegro, Lino Novás Calvo, Ana Rosa Núñez, Hilda Perera, Juana Rosa Pita, Severo Sarduy y Agustín Tamargo... Y en ese mismo Diccionario Jorge Mañach tiene dos páginas escasas, pero Marinello, 6; Francisco Ichaso, media, Blas Roca, 6; Emeterio Santovenia, menos de 3, el Che Guevara, más de 6; Agustín Acosta, l, Guillén 8... Y en el Diccionario de la Música Cubana, biográfico y técnico, publicado en La Habana, en 1981, no aparecen, otra vez limitando a doce la relación de ausentes, los nombres de Jorge Bolet, Celia Cruz, Osvaldo Farrés, Olga Guillot, Julio Gutiérrez, Ivette Hernández, Rolando Laserie, Julián Orbón, Martha Pérez, Paquito de Rivera, ené Touzet y Aurelio de la Vega... Pero en ese Diccionario la reseña sobre la música de Ernesto Lecuona tiene la misma extensión que la dedicada a la música del comandante Juan Almeida...
A medida que se fueron publicando nuevas ediciones de la enciclopedia soviética, la figura de Stalin fue creciendo como revolucionario, político, militar y pensador, y desaparecían aquellos actores y testigos que no convenía recordar: a Trotsky, por ejemplo, Stalin no sólo lo expulsó del Partido, lo desterró y lo mandó a matar, sino que lo hizo desaparecer de los libros de historia. Por esas ausencias, que Gorbachov ha llamado “páginas en blanco” (Bujarin, Kamenev, Piatajov, Rycov, Tujachevsky, Zinoviev...), y porque los textos oficiales presentaban los desastres de la economía como aciertos de Stalin, se están preparando en la actualidad otros libros, y ha sido necesario suspender exámenes en los centros de estudio para que no se divulguen más falsedades. De la historia de la revolución en Cuba se han borrado los nombres de Gustavo Arcos, Manuel Artime, Rolando Cubela, Mario Chanes, Raúl Chibás, Pedro Díaz Lanz, Carlos Franqui, Eloy Gutiérrez Menoyo, Húber Matos, William Morgan, Manolo Ray y Humberto Sorí Marín, por citar, también aquí, sólo una docena de “páginas en blanco”.
En su discurso en el Segundo Congreso del Partido Comunista dijo Fidel Castro: “Céspedes, Agramonte, Maceo, Gómez y Martí son para nosotros inseparables de Marx, Engels y Lenin. Están unidos en nuestras conciencias... Los cimientos del país que hoy construye el socialismo los hicieron nuestros gloriosos antepasados...” Pero, como se podía suponer, los mayores esfuerzos para tergiversar la historia se centran en Martí, por lo metido que está en la conciencia del pueblo y por lo que repugna su pensamiento el marxismo-leninismo. Un hito en su falsificación es cuando cambian los directores del Anuario Martiano: en 1974 pasa de ser una revista con estudios sobre la vida y la obra de Martí a un recuento preferente de lo que creen puede acercarlo a Fidel Castro. Luego se publica con otro nombre. En el primer número del Anuario del Centro de Estudios Martianos se aclara: “... el Centro tiene como orientación cardinal estudiar y propagar la magna creación martiana desde la perspectiva que la hace plenamente comprensible: la concepción científica del mundo, el materialismo dialéctico e histórico, que informa el proceso mismo de nuestra revolución... Para nosotros, inequívocamente, Martí es el autor intelectual del Moncada, como lo proclamó el propio compañero Fidel a raíz de aquel ataque, que el 26 de julio de 1953 abrió el camino de nuestra revolución socialista; el hombre a quien, en 1960, el Che Guevara llamó ‘el mentor directo de nuestra revolución...’“
A partir de entonces los estudios, publicaciones, seminarios, ponencias y concursos dedicados a Martí, siempre con ese propósito, han hecho crecer la bibliografía martiana de manera singular. Pero la confusión creada entre Martí y Castro es de tal magnitud que, al reconstruir a Cuba será necesario deshacer ese impío maridaje entre lo más abyecto y lo más noble del país. Un ejemplo bastará para mostrarla: en la revista Patria, de la Cátedra Martiana, de la Universidad de La Habana, en su primer número de 1988, al analizar lo que saben de Martí los alumnos en los centros de Educación Superior, se concluye: “En general, los conocimientos de los jóvenes acerca de la figura de José Martí son muy pobres, superficiales y muchas veces esquemáticos, como sucede con el conocimiento de la historia de Cuba... Muchos jóvenes conocen a Martí como Autor Intelectual del Moncada, pero no lo ubican en su momento histórico, ni comprenden su relación con las principales figuras de nuestro proceso revolucionario, como se ha visto en pruebas diagnóstico realizadas donde plantean que ‘Fidel sacó del Presidio Modelo a Martí’“.
Conclusión
Varias teorías han sido propuestas para explicar el fenómeno de Stalin en la Unión Soviética, desde la locura del líder hasta la propensión del pueblo por la autocracia. Se ha pensado que la maldad del gobernante le permitió manejar de cierta manera los recursos del poder para conformarlo a su visión enfermiza del mundo. Otros recurren a períodos de la historia que parecen probar, entre Iván el Terrible y Pedro el Grande, la inclinación despótica del ruso. Es posible así también reducir la razón del estalinismo en Cuba a la sicología del tirano o a la presencia de gobiernos autoritarios que condicionaron el alma nacional: Tacón, Weyler, Machado, Batista.

"Nada dura para siempre", dice el letrero sobre el busto de Stalin que el pueblo de Checoslovaquia paseó por las calles de Praga.
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Pero la casual aparición de un sujeto sin escrúpulos a la cabeza de un país no explica sola la tiranía, como tampoco esa herencia fatídica de la colectividad. Ni el tirano ni el pasado tienen total la culpa. Sin ser cómplice el súbdito no logra la dictadura perpetuarse: la aplaude en un momento de irreflexión, y después la práctica totalitaria lo acostumbra a ella. El terror, el control de la sociedad y la propaganda le dan al déspota y a su programa una dimensión mesiánica por lo que tantas veces se acepta pagar el precio de sus caprichos. Stalin le hizo creer al pueblo que en su ausencia volvería el imperio de la esclavitud y del hambre, y que bajo su mando Moscú sería una nueva Roma gerente del universo. Fidel Castro, partida la promesa de arbitrar una parte del mundo, ha puesto al cubano a escoger entre un paraíso de miserias, asilo de caduca doctrina, y la aniquilación del país: si David no vence al gigante, el gigante aplasta a Judea, y lo tiene esperando al gigante, que no llega, onda en mano, escondida en la amenaza la mentira de su soberbia. Y proclama, “¡Socialismo o muerte!”, que en la práctica se reduce a “¡Tiranía o muerte!”
Desde sus comienzos el comunismo cubano adoptó los métodos de Stalin, que entonces iniciaba sus luchas contra la oposición presentando como suyo el legado de Lenin. Con disculpa del ataque injusto a su gobierno y de su pureza revolucionaria, los abusos y la violencia de Stalin se tuvieron en Cuba, entre sus partidarios, como medidas necesarias para la derrota del capitalismo y el éxito socialista, y se adoptaron como normas y guías del Partido.
Al amparo de los malos gobiernos y del sentimiento antiimperialista nació en Cuba el socialismo. La alianza de Norteamérica y la Unión Soviética, y las victorias de ésta sobre Alemania, la hicieron prosperar y, en su mejor momento, se aprovecharon sus defensores para presentarlo en un programa nacional y justiciero que aseguraba la superación de los males del país. Luego, avalada su idea por la clandestinidad y la persecución de un gobierno inmoral, logró prestigio entre la parte del pueblo que quiso rescatar la República de la usurpación de Batista.
Por incapacidad para gobernar en un sistema democrático, Fidel Castro y los suyos abandonaron la promesa que los llevo al poder y, seducidos por las ventajas del mando totalitario y de los logros que anunciaban los comunistas, los llamaron a dirigir el país. Desde entonces se han probado en Cuba a capricho diversas interpreta-ciones del marxismo-leninismo, variando accidentes de la doctrina con cambios pero sin alterar su esencia, por lo que una y otra vez se vuelve al fracaso a que obliga el sistema, con nuevas heridas para la población. De allí ha de salir menor el hombre: el daño del estalinismo no termina en la pena y la asfixia que hoy en Cuba son evidentes, sino en el saldo de incapacidad, rencor y frustración individual que va acumulando y que se verá en el futuro.
Impotentes y en silencio, aunque culpables, contemplaban los allegados a Stalin el ocaso de una época y la necesidad de cambiar el rumbo de la nación, pero el estalinismo se resistía a morir sin la muerte de su artífice, y la providencia lo privó de la vida. Así en Cuba, mientras Fidel Castro y los suyos tengan acceso al poder no le será posible al país seguir el camino que le imponen la época y las circunstancias, y lo mantendrán inmóvil, aún con un nuevo atavío, entre ayunos y privaciones, harto de armas y policías, esperando con los otros estalinistas del mundo que de las cenizas dispersas en el Kremlin, salga robusto, y eterno esta vez, su maestro el tirano.
El comunismo cubano nunca tuvo otra inspiración que la de José Stalin, y fue en el estalinismo donde encontraron Fidel Castro y los suyos el mejor apoyo para mantenerse en el poder. El despotismo, el terror, la crueldad, la corrupción y la mentira que caracterizan al gobierno de Cuba, así como su ineficiencia económica, no pueden entenderse sino en función de sus prácticas estalinistas. Al igual que ha sucedido en otros países, esa doctrina, por mucho que trate de salvarse con cambios y ajustes, llega un momento que sólo sirve para prolongar la tiranía. El pueblo cubano no podrá salir del estancamiento en que se encuentra sin la erradicación del castrismo, que nunca llegó a ser más que los modos de Stalin en el Caribe. Aunque sea sólo en esquema, como aquí todo se presenta, y hasta que se haga el estudio que merece el asunto, se reúnen estas páginas algunas consideraciones sobre “los fundamentos del estalinismo en Cuba”, en qué se basa esa forma de gobierno, cómo pudo controlar los destinos del país, y los males que le ha traído.
Medio siglo de culto a Stalin
De la misma manera que se obligó al Partido Comunista de la Unión Soviética a someterse al juicio y dictado de Stalin, los partidos del extranjero tuvieron que plegarse a su política y a sus normas de conducta. En Cuba el comunismo fue modelo de la más servil ortodoxia estalinista, que siempre consideró como el único camino revolucionario, y por la que mantenía en sus filas, con carácter obsesivo, la mayor intolerancia y disciplina. En 1942, en la voz de Nicolás Guillén, dijo el Partido en elogio de su mentor:
Stalin, Capitán, A quien Changó proteja y a quien resguarde Ochún. A tu lado, cantando, los hombres libres van. [...] Cabezas y cabezas cortadas a cercén. El mar arde lo mismo que un charco de alquitrán. Bocas que ayer cantaban a la Verdad y el Bien, Hoy bajo cuatro metros de amargo sueño están. Stalin, Capitán. Pero el futuro afinca, levanta su ilusión Allá en tu roja tierra donde es feliz el pan. [...] América convoca su puma y su caimán, Pero además engrasa su motor y su tren. [...] ¡Stalin, Capitán, Los pueblos que despierten junto a ti marcharán!
Los jerarcas del comunismo cubano (Juan Marinello, Salvador García Agüero, Blas Roca y Carlos Rafael Rodríguez, entre otros) formaron la Juventud Socialista en el saber y la promesa de Stalin, y fue esa Juventud la que convenció a Fidel Castro de la necesidad del marxismo-leninismo, tal como a ellos se lo habían enseñado, para que la revolución funcionara en el poder y para que tuviera asiento seguro su obsesión de mando.
Porque interesan a estas páginas se reproducen a continuación pasajes de las declaraciones, hoy del todo olvidadas, de los cuatro miembros de la “vieja guardia”, antes citados, con motivo de la muerte de Stalin. Son el mejor ejemplo del fervor estalinista del comunismo criollo; se publicaron en la revista Bohemia; dijo Marinello:
La desaparición de José Stalin ha conmovido a los pueblos porque él encarnaba, genialmente, la más honda y transcendental revolución de la historia, el esfuerzo para el logro de una convivencia humana, justa y feliz: el socialismo. Los trabajadores del mundo, los pueblos todos, tenían en Stalin el jefe, el guía, el maestro... El Partido Socialista Popular [Comunista] ha manifestado su sincero dolor por la muerte del hombre singular que llena toda su época. Seremos, como siempre, fieles a sus enseñanzas magistrales, fieles a su firmeza ejemplar, a su vigilancia revolucionaria, a su constante lección de solidaridad proletaria, a su culto por la independencia de los pueblos, a su permanente y sabia lucha por el aseguramiento de la paz.
Con similar unción opinaba Salvador García Agüero:
Nadie, salvo opresores rabiosos y enanos de librea, podrá regatear el honor y la gloria de Stalin, el formidable guiador de pueblos que, ejecutando y enriqueciendo las doctrinas de Marx encabezó a los débiles, los hizo fuertes y los condujo por el camino seguro de la victoria. Por eso la muerte de Stalin nos agita con noble conmoción a las grandes multitudes de toda la tierra. Porque en él pierde no sólo su patria, sino el mundo, al dirigente sagaz y genial, realizador glorioso de una política fecunda entre todos los pueblos, de la liquidación de todas las esclavitudes.
Blas Roca, el más estalinista de todos los estalinistas cubanos, y quizás de todo el continente, no se quedó atrás en elogios, dijo:
El papel personal de Stalin en la conducción de la clase obrera y de los pueblos hacia el socialismo, al desenmascaramiento del trotskismo y de todas las teorías anti-marxistas, y la derrota de los hitlerianos y de los militaristas japoneses, a la salvaguarda de la paz mundial y de la independencia de los pueblos, al trámite gradual del socialismo al comunismo, al enriquecimiento y desarrollo de la teoría marxista-leninista, ha sido inmenso, pues no en balde él es uno de los grandes genios de la humanidad... El comunismo cubano seguirá firmemente el camino de Stalin, el camino de la lucha por la paz, por la independencia de los pueblos, a su permanente y sabia lucha por el aseguramiento de la paz.
Y, por último, esto es lo que opinaba Carlos Rafael Rodríguez, actual vice presidente del Consejo de Ministros y del Consejo de Estado, y miembro del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de Cuba:
El tremendo impacto de J. V. Stalin sobre la historia de nuestro tiempo está a la vista. Ninguna otra muerte ha producido ni podrá producir tan honda conmoción mundial. Ha sido la figura más descollante de las últimas tres décadas, y forma, con Lenin, la pareja de personalidades más señeras de este siglo. Esa grandeza es ya indiscutible, y quienes pretendan opacarla con insultos póstumos y calumnias envejecidas, sólo consiguen poner de relieve un odio zoológico que los disminuye.
La pérdida de Stalin es, en ese sentido, personal, irreparable... Stalin era el comunismo, Stalin era el poder soviético de los obreros y campesinos, Stalin era el Partido Comunista de la Unión Soviética. Todo eso queda, como queda la política estaliniana que, a fin de cuentas, es la política de los comunistas, de la URSS y su partido... Para nosotros, como para todos los comunistas del mundo, la muerte de Stalin nos trae el dolor de despedir al más alto maestro, al discípulo y continuador de Lenin. Pero el gran caudillo ha dejado un tesoro inapreciable que servirá para orientamos mejor... Nosotros, que hemos procurado siempre ser los abanderados de la independencia cubana y los más intransigentes defensores de las libertades públicas, rendiremos a Stalin nuestro homenaje mejor afanándonos por aprender esas enseñanzas suyas postreras.

Juan Marinello, Salvador García Agüero y Carlos Rafael Rodríguez
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A pesar de que los abusos de Stalin fueron mejor conocidos en todo el mundo a partir del destierro de Trotsky, en 1929, y luego, entre otras publicaciones en los Estados Unidos y Europa, con su libro La revolución traicionada, en 1937, ningún comunista importante de Cuba se retractó jamás del culto a su maestro. Cuando en 1956 Jrushchov reveló las crímenes de Stalin, Blas Roca se fue a China porque allí continuaron su defensa: Mao era de la opinión que el dirigente soviético había cometido errores, pero los disculpaba por el asedio que había sufrido del capitalismo. Ese mismo argumento en defensa de Stalin lo usó luego el Che Guevara en una entrevista con K. S. Karol. Como dijo Theodore Draper, aunque el Che se pronunció en alguna ocasión contra el “totalitarismo estalinista”, y censuró la copia exagerada de los métodos de Europa del Este, tres años más tarde “no se inhibía de citar a Stalin, sin disculparse, como una de sus autoridades”.
Ni tampoco Fidel Castro se ha manifestado de manera integral contra el estalinismo: en la entrevista que le concedió a Ángel María Luna para el Canal 10 de la televisión, del Uruguay, publicada después en el semanario El Popular, el 20 de marzo de 1987, sin importarle el descrédito en que había caído Stalin, por lo que lo negaban casi sin excepción los partidos comunistas de todo el mundo, dijo: “Yo creo que Stalin interpretó esa doctrina [el marxismo-leninismo] en su tiempo. Recuerde que Stalin se refería a Lenin constantemente... Hubo el asunto del culto de la personalidad y todas sus consecuencias. Y hubo ciertas medidas drásticas del gobierno respecto a la dirección política del país. Sin embargo, no puede negarse que Stalin tuvo grandes méritos. Cometió grandes errores, pero tuvo grandes aciertos... Yo creo que se hará en el futuro un análisis más objetivo sobre la figura de Stalin y sobre la construcción del socialismo en la Unión Soviética...”
Stalin murió en su villa de Kuntsevo a las 10 de la noche del 5 de marzo de 1953. Dos días antes había cenado allí con Malenkov, Beria, Bulganin y Jrushchov. Al día siguiente, un domingo, nadie supo de él, pero el lunes lo encontraron inconsciente, tendido en el suelo, junto al sofá de su habitación. Había sufrido una hemorragia cerebral, se dijo. Otros aseguraban que lo habían asesinado. Algunos de sus más cercanos colaboradores temían que se estuviera volviendo loco (por su delirio de persecución), que estuviera preparando otra ola de juicios y ejecuciones (ya tenía bajo arresto a los médicos del Kremlin), y concluyeron que el mejor servicio que podían hacerle al Partido, al socialismo y a su patria era eliminarlo. Su hija Svletana ha dicho que lo dejaron morir intencionalmente, y Vasily, su hijo alcohólico, protegido de Beria, afirmaba que a su padre lo habían envenenado. Dos hombres de su guardia se suicidaron a raíz de su muerte, y una frase reveladora se le escapó a Jrushchov en un discurso de 1964: insistía en el error de ocultar los crímenes de Stalin, y añadió: “La historia de la humanidad ya ha sufrido su cuota de crueles tiranos, pero todos murieron por la espada, como por la espada gobernaron...” Dejaba ver así que lo habían asesinado de la misma manera que él asesinó a millones de los suyos. Pero esas palabras que pudo oír todo el pueblo soviético fueron suprimidas al publicarse el discurso.
Stalin había muerto, pero los comunistas en Cuba continuaron siendo fieles, igual que cuando estaba vivo, “a sus enseñanzas magistrales”, como dijo la promesa de Marinello, al “dirigente sagaz y genial” que en él encontraba García Agüero. El comunismo cubano, hasta hoy, ha seguido “firmemente”, como prometió Blas Roca, “el camino de Stalin, uno de los grandes genios de la humanidad”, porque a pesar de su desaparición, como advirtió Carlos Rafael Rodríguez, Stalin les había dejado “un tesoro inapreciable... la política estaliniana que, a fin de cuentas, es la política de los comunistas...”
Los Fundamentos del Socialismo en Cuba
Con ese título publicó Blas Roca en 1943 un libro del que toma el suyo este trabajo. Con toda probabilidad Blas Roca llamó así a su obra imitando la de Stalin, Los Fundamentos del Leninismo, la colección de conferencias, de 1924, en las que se explicaban las ideas de Lenin en función de la realidad soviética pero con alcance universal (“el marxismo en la época del imperialismo y de la dictadura del proletariado”), y se insistía en la importancia del Partido, de la unidad dentro de él y de su pureza ideológica. En todos los casos la palabra “fundamentos” tiene el valor de principio y base de una doctrina, de su razón de ser.
La pluma cuidada de Juan Marinello, a quien Blas Roca dedicó el libro, supo darle a la prosa el máximo de claridad. La simplificación de los problemas y de los análisis debió también llegarle de Stalin, muy hábil al presentar los más complejos asuntos de la manera más simple. La primera edición de Los Fundamentos del Socialismo en Cuba salió cuando los ejércitos rusos ganaban las más sonadas victorias sobre Alemania. Su primera página lleva en epígrafe una cita que evidencia la admiración del autor por Stalin; dice como si se tratara de un pensamiento de superior profundidad: “Cada país, si lo quiere, hará él su revolución, y si no lo quiere no habrá revolución...” Y es notable que, a pesar de los muchos cambios que le hizo Blas Roca a su libro en las siguientes ediciones, para adaptarlo a las nuevas circunstancias y a la estrategia que le convenía al Partido (hasta las tiradas que vinieron después de las denuncias de Jrushchov, y ya con Castro en el poder), mantuvo en su lugar de honor esas palabras de reverencia estalinista.

Esta obra, que formó en el marxismo-leninismo a muchos miembros de la generación de Fidel Castro, y que a partir del 1959 sirvió para adoctrinar a cientos de miles de cubanos, llevaba en todas sus ediciones el homenaje de su autor a José Stalin
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Cuando la Unión Soviética fue invadida por Hitler, en 1941, los intereses del comunismo internacional coincidieron con los de sus tradicionales enemigos, las democracias capitalistas. En Cuba, al ceder el viejo conflicto, ganaron prestigio las ideas del socialismo, y Blas Roca comprendió la necesidad de difundirlas en una exposición clara, orgánica y tejidas sobre la realidad cubana. Eran tiempos de gloria para el comunismo criollo: el Partido había hecho sustanciales aportes en favor de los obreros en la Constitución de 1940, y en las elecciones de ese año sacaron diez representantes a la Cámara, cien concejales y el alcalde de Manzanillo; en 1943 Juan Marinello y Carlos Rafael Rodríguez fueron los primeros comunistas de América en formar, como ministros, parte de un gobierno; y al año siguiente eligieron tres senadores (Marinello, García Agüero y César Vilar)... Así, en un momento de euforia y de optimismo, nació la obra de Blas Roca, de la que habrían de salir los dirigentes futuros que necesitaría el Partido. En ese año 1943 se iba a celebrar la reunión de Roosevelt, Churchill y Stalin en Teherán, y Blas Roca, quien hasta poco antes había sido irreconciliable enemigo de los norteamericanos, y les había prodigado insultos, le dedicó un ejemplar de Los Fundamentos del Socialismo en Cuba a Spruille Braden, el embajador de Washington en la Habana, adversario mayor de sus ideas (es uno de los ejemplares consultados para este trabajo, el cual se conserva en la biblioteca de la Universidad de North Carolina, en Chapel Hill), en el que escribió: “Al excelentísimo Spruille Braden, con un saludo de Blas Roca. 1943”. Es un recuerdo de la fórmula de “conciliación” que proponía entonces, entre “las clases sociales”, el dirigente comunista Earl Browder, desde los Estados Unidos.
La “Presentación” del libro explica que se trata de “un resumen breve y popular de los fundamentos científicos” del “programa nacional-liberador y socialista, basado en el análisis de los elementos principales de la sociedad cubana... para capacitar sólidamente a los miles y miles de obreros y campesinos que diariamente ingresan en la lucha”. Acusa allí a los agentes nazis y falangistas, y a los trotskistas, de provocar la división en Cuba manejando “el coco comunista”. Y destaca la promesa que siempre domina: “Aspiramos al socialismo como fórmula última de solución a todos los males de nuestra patria”.
Los Fundamentos de Blas Roca no son mucho más que los lugares comunes de la interpretación marxista de la historia aplicados al caso de Cuba: los siboneyes representaron el régimen social del comunismo primitivo; con la conquista de España se estableció la esclavitud, equivalente al régimen feudal; luego vino el régimen capitalista, que es el que impera en ese momento en el país: “En vez de esclavos”, aclara, “ahora hay obreros que están obligados a trabajar en beneficio de los propietarios”. Además de la enajenación de la riqueza nacional, dice, el capitalismo había traído al país la discriminación racial, la explotación obrera, la división de clases, el latifundio y la anarquía de la producción con la correspondiente miseria del pueblo. Y vaticina: “Todos nuestros males sólo hallarán remedio definitivo bajo el Régimen Socialista”. El libro es eso, un vaticinio: en otro capítulo afirma: “Bajo el socialismo no pueden haber crisis económicas... Allí donde no existe el capitalismo no existen estas crisis económicas. Tal ocurre en la Unión Soviética, donde existe un régimen socialista... Todo se produce de acuerdo con planes perfectamente elaborados con vista a las necesidades de toda la sociedad...”
El último capítulo está dedicado a mostrar la maravilla que sería Cuba bajo el régimen socialista, el cual, sabiendo por la experiencia soviética que no era así, presenta como modelo; advierte: “El socialismo no impondrá la propiedad colectiva ni sobre las boticas de propietarios particulares, ni sobre las bodegas de las esquinas”, solamente sobre “los ferrocarriles, plantas eléctricas, centrales azucareros, grandes empresas, la droguería Sarrá, los edificios de los propietarios que tengan decenas de casas... Bajo el sistema socialista se respetará la propiedad de los artesanos y pequeños propietarios, llevándolos hacia el socialismo a través de la formación de cooperativas que les permitan usar de todas las ventajas de la gran producción sin la explotación del trabajo humano...” En resumen, iba a ser, dijo en aquella oportunidad, “un materialismo consecuente” toda vez que los marxistas están “totalmente opuestos a toda violencia, a toda persecución anti-religiosa...” Y aún llega a más: después de relacionar las mejoras económicas que se lograrían en el país, agrega: “...Todo este desarrollo puede alcanzarse sin eliminar el capitalismo... Todas las medidas que hemos indicado, reforzarían a los capitalistas nacionales, aumentarían su riqueza y poder... A los marxistas no les asusta esta perspectiva, sino que la consideran con criterio realista, dialéctico...” Y respecto a la cultura, ese socialismo de salón, también por la influencia “browderista”, dice, haría grandes ediciones de las obras de Martí, Cervantes, Shakespeare, Rousseau, Franklin, Marx, Lenin y Stalin...
La estrategia del libro, en la presentación y en el análisis de lo que le interesa, es semejante a la que siguió Castro en sus primeros tiempos de gobierno: hablar de un programa fácil de entender, humanista, justiciero, nacionalista y prudente, sin decir del todo lo que se pretendía ni revelar en nada los métodos que estaban dispuestos a emplear para lograrlo. Blas Roca y la dirigencia del Partido sabían lo que iba a significar en abusos y sacrificios el “paraíso socialista” de que hablaban, siguiendo el modelo ruso, por lo que le ocultaron a los lectores, junto a los fracasos que hoy se conocen del “camino de Stalin”, los crímenes por el colectivismo forzado en el año 30; la hambruna en el sur de Rusia en el 33; los fusilamientos y prisiones durante las purgas entre 1935 y 1938; la vergüenza del pacto con los nazis y la invasión de Polonia en el 39; el abuso en la anexión de los países bálticos en 1940, y los horrores y errores de Stalin en la guerra con Alemania.
La obra de Blas Roca logró seis ediciones entre 1943 y 1949, y pudo hacer su labor de adoctrinamiento al convertirse en la obligada lectura de los círculos de estudio del Partido y de muchos jóvenes que querían un cambio en la estructura social del país y el adecentamiento de la vida pública. Su mérito consistía en haber tratado, al analizar la realidad nacional, problemas que preocupaban a buena parte de la población y que, en forma dispersa, habían tratado cubanos ilustres: Varona, Sanguily, Enrique Collazo, Guiteras, Fernando Ortiz, Ramiro Guerra, Roig de Leuchsenring, Eduardo Chibás y algunos de los delegados en la Asamblea Constituyente de 1940.
Fidel Castro conoció el libro de Blas Roca en la Universidad de La Habana, cuando asistía con varios de sus amigos de la Juventud Socialista, y otros, a seminarios independientes en los que se estudiaba. En La historia me absolverá se ve la influencia de Los Fundamentos del Socialismo en Cuba. Salvando la distancia entre las dos figuras, el tiempo transcurrido, los cambios en el escenario internacional, la distinta extensión de los trabajos y, sobre todo, que Blas Roca escribió siendo aliado de “la Presidencia progresista del General Batista”, y Castro, desde la cárcel, denunciando al “tirano Batista, un hombre sin escrúpulos [cuyas] manos criminales rigen los destinos de Cuba”, no anda muy escondida la huella del primero. Enseguida se nota el mismo optimismo exagerado, por ignorancia o cálculo, respecto al futuro: uno con la toma del poder por el socialismo, y el otro con la revolución; dijo Castro en su alegato: “Un gobierno revolucionario resolvería el problema de la vivienda... hay piedras suficientes y brazos de sobra para hacer a cada familia cubana una vivienda decorosa... El gobierno revolucionario procederá a concluir definitivamente el problema de la tierra... Cuba podría albergar espléndidamente una población tres veces mayor, no hay razón para que exista miseria entre sus actuales habitantes. Los mercados debieran estar abarrotados de productos; las despensas de las casas debieran estar llenas; todos los brazos podrían estar produciendo laboriosamente...” Con enfoque semejante al de Blas Roca, Castro trata allí de los problemas del desempleo, del latifundio, de la vivienda, del capital extranjero, de la necesidad de industrializar el país, de las expropiaciones que había que hacer, de los repartos de tierras...
Cuando a mediados de 1975 se celebró el cincuentenario de la fundación del “Primer Partido Marxista-Leninista en Cuba”, en el elogio de Castro, al hablar de Blas Roca, lo llamó “maestro de generaciones revolucionarias”. Y cuando en 1987 lo fueron a enterrar en el Cacahual, con honores de general muerto en campaña, junto a la tumba de Antonio Maceo, dijo Fidel Castro: “[En nuestra] guerra de liberación nacional y en la lucha clandestina, junto a nosotros combatieron abnegados jóvenes y trabajadores comunistas que se formaron en los principios inculcados por Blas”.
Plenitud del vaticinio
La obra salvadora que haría el socialismo en Cuba, tal como lo anunciaba Blas Roca antes de 1959, permite pensar en su libro como si fuera el Antiguo Testamento donde el profeta anuncia qué traerá la llegada del Mesías. En las Sagradas Escrituras se recogieron las palabras que habían dicho en las plazas y a las puertas de las ciudades Daniel, Jeremías y Ezequiel: las denuncias de los jueces por su venalidad, de los poderosos por sus atropellos, y de la conculcación de la Ley Divina por parte de todos. Lo que para Israel habían sido Babilonia, Asiria y Persia, lo estaban siendo para el mundo libre “el Eje Roma-Berlín-Tokío”, y el imperialismo, en particular “bajo la forma estatal fascista”.

La devoción estalinista de Blas Roca ( a la derecha) lo llevó a presumir de su parecido con Lázaro Kaganovich (a la izquierda), el hombre de confianza de Stalin, que combatió a Jruschov cuando éste empezaba su campaña para desestalinizar la Unión Soviética.
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En la obra de Blas Roca el socialismo iba a ser como el enviado de Dios. Más tarde, con el triunfo de la revolución, el comunismo cubano hubiera podido repetir las palabras del profeta Isaías: “Han llegado las cosas predichas”.
Eran los tiempos en que a algunos se les parecía Castro a Jesús. Según han contado testigos del episodio, el parecido lo descubrieron las mujeres que abrazaban a Fidel camino de Santiago a Bayamo, cuando bajó de la Sierra Maestra. A Castro no le disgustó la comparación, como pudo verse poco después en su discurso de Semana Santa, al decir que a Cristo lo crucificaron por predicar la verdad, por querer cambiar el mundo y castigar a los fariseos, como él estaba haciendo para establecer la justicia con medidas revolucionarias. El entusiasmo popular creó así una oportunidad única para ver que la promesa socialista encarnaba en Fidel Castro: allí estaba el héroe, y allí la leyenda, y ambos se necesitaban: a Castro le venía bien la doctrina que lo había anunciado como al Salvador; y él, por su parte, le daba validez a la doctrina que lo anunció en profecía.
Cuando Castro llegó al poder casi todos los ejemplares de Los Fundamentos del Socialismo en Cuba habían desaparecido: después del 10 de Marzo era peligroso, ante la policía de Batista, tener el libro, y su última edición, 1949 (uno de los años más pobres del Partido) apareció limitada y en mal papel. La séptima edición, la primera bajo Castro, se publicó a finales de 1959. Ya entonces como un Nuevo Testamento, porque los hechos demostraban “la plenitud y el cumplimiento” del Antiguo. El oportunismo de Blas Roca le permitió hablar entonces más como evangelista que como profeta; dice en la “Introducción”: “El curso del tiempo, y sobre todo la acción bestial de los agentes y esbirros de la tiranía en sus siete años de gobierno, destruyeron la casi totalidad de los cuantiosos ejemplares de las ediciones hechas hasta 1949. Con el derrocamiento de la tiranía... muchos militantes maduros del Partido y representativos de la nueva generación revolucionaria sintieron el deseo de releer o leer y estudiar en las nuevas condiciones el libro ya un poco viejo... por tal razón preferí incluir en cada capítulo las conquistas ya alcanzadas por la revolución y los problemas que se plantean en su desarrollo”. Luego, ya en el texto de esta edición convenientemente corregida y aumentada, forzando los hechos para conformarlos a la predicción de Lenin sobre “la misión histórica del proletariado en la constitución del socialismo”, proclama: “La guerra de guerrillas iniciada en la Sierra Maestra por Fidel Castro y los demás supervivientes del Granma se desarrolló, se nutrió con los campesinos, los obreros agrícolas, los trabajadores y representantes de las clases medias de las ciudades, se extendió por la Isla y condujo, con la resistencia y la movilización popular, al colapso de la tiranía... Pero aún inseguro del rumbo que iba a tomar el gobierno, advierte más adelante, aunque ya sin recordar la promesa del “materialismo consecuente” que lograría las mejoras necesarias “sin eliminar el capitalismo”: “Para derrotar definitivamente y para siempre al dominio imperialista en nuestro país, para destruir hasta sus raíces al régimen semicolonial y latifundista, y construir, en su lugar, el régimen de la plena independencia y de la estructura económica progresista, para llegar al socialismo y acabar con todas las formas de explotación del hombre por el hombre, es indispensable la existencia de un partido socialista, obrero, comunista, organizado y guiado por los principios revolucionarios del marxismo- leninismo...” Porque, razona, otra vez como profeta: “El establecimiento del socialismo garantizará a Cuba contra el estancamiento económico, contra las crisis económicas, contra el desempleo, y permitirá una elevación constante de la economía y del bienestar de las masas, puesto que el motor de la economía socialista es la necesidad de ‘asegurar la máxima satisfacción de las necesidades materiales y culturales, en constante ascenso, de toda la sociedad, mediante el desarrollo y el perfeccionamiento ininterrumpidos de la producción socialista sobre la base de la técnica más elevada’, según la correcta definición dada por Stalin...”
Dos años más tarde, en 1961, se hizo una edición especial de Los Fundamentos para las Escuelas de Instrucción Revolucionaria, y ya dice Blas Roca en el “Prólogo”: “Nuestro dirigente y líder Fidel Castro, ha proclamado el carácter socialista de nuestra revolución. Esta proclamación es tanto una consecuencia de las transformaciones económico-sociales ya realizadas en nuestro país como la elevación formidable de la conciencia revolucionaria, ideológica y política de nuestro pueblo en estos dos años y cuatro meses que la revolución lleva en el poder”.
Con una tirada para 50 mil Círculos de Estudios de los Comités de Defensa de la Revolución, al año siguiente circulaban en el país cerca de millón y medio de ejemplares de la nueva edición del libro de Blas Roca. Por la influencia de Raúl Castro, las campañas de adoctrinamiento del Ejército Rebelde habían caído en manos de miembros del Partido Socialista Popular, formados, como era de esperarse, por la vieja guardia estalinista. El jefe de la educación militar era Osmani Cienfuegos, y en el Manual de Capacitación Cívica con el que se instruyeron las Fuerzas Armadas Revolucionarias, se ve la influencia (en el enfoque de la realidad y en sus simplificaciones) de la cartilla de Blas Roca. Además de numerosas citas de Fidel Castro ese capítulos sobre la “Revolución”, la “Reforma Agraria”, la “Historia” y la “Doctrina Martiana”; dos escritos del Che Guevara: sobre la “Industrialización” y sobre “Disciplina”; y uno de “Geografía Económica” por Antonio Núñez Jiménez y Oscar Pino. Este Manual había sustituido el Curso de Orientación Revolucionaria publicado en marzo de 1959, con el mismo propósito, por la Dirección de Cultura del Ejército Rebelde.
Otro miembro del Partido, Leonel Soto, jefe de la Juventud Socialista en los días universitarios de Castro, dirigió las Escuelas de Instrucción Revolucionarias; creadas por el Ministerio del Interior, a partir de diciembre de 1959; esas escuelas ofrecían cursos intensivos de marxismo-leninismo, en 9 meses, a miembros del 26 de Julio y del Directorio Revolucionario. Uno de los textos de estudio era, allí también, la edición corregida de Los Fundamentos. Viejos y más recientes comunistas eran los profesores: Blas Roca, Carlos Rafael Rodríguez, Fabio Grobart, Raúl Valdés Vivó ... Más tarde esas actividades educacionales culminaron en la creación de la Universidad Central Ñico López, en la que se ofrecían, hasta en carreras de 5 años, doctorados en marxismo-leninismo.
Fortunas y adversidades del PSP
La incapacidad administrativa de Fidel Castro llamó después de 1960 a los comunistas a que dirigieran el país. La promesa del socialismo todo lo presentaba muy fácil. Desde 1943 se había dicho en Los Fundamentos, hablando de sus conquistas: “Otras regiones del mundo que en 1917 eran mucho más atrasadas e incultas que Cuba, lugares donde sólo se conocían los camellos como medio de transporte, adoptaron en esa época el régimen socialista y entraron a formar parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y hoy son naciones florecientes, ricas e instruidas, con modernas fábricas, ferrocarriles, aviones, institutos y universidades. Con los adelantos que ya tiene Cuba... la aplicación de los principios socialistas producirá milagros transformando esta tierra en pocos años en el paraíso del mundo”.

Blas Roca creó el aparato legal de Cuba siguiendo el modelo de Stalin. Aquí se le ve junto a Guevara, Raúl y Fidel Castro.
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Nació la ORI, Organizaciones Revolucionarias Integradas, y el viejo Partido Socialista Popular acaparó la burocracia. Parecía que la única “organización” que se había “integrado” era la de los comunistas, que habían sido, a su vez, los menos “revolucionarios”. Aplicaron sus fórmulas de gobierno pero nada funcionaba: el milagro de pasar de los camellos a los aviones se presentaba al revés: parecía que Cuba iba de aviones a camellos, y aun a menos, pues no había transporte. Castro reaccionó violento. Tuvo que disimular el disparate, y con el mismo razonamiento que siempre emplea cuando quiere esconder su responsabilidad, dijo en su discurso del 26 de marzo de 1962: “... La dialéctica nos enseña que lo que en determinado momento es correcto como método, puede ser un poco más tarde un método incorrecto; el resto no es más que dogmatismo, mecanicismo... Habíamos convertido ciertos métodos en sistemas, y caminos en un horrible sectarismo. ¿Qué es sectarismo? Es creer que los únicos compañeros dignos de confianza, los únicos que podían cargar con una responsabilidad en una granja, una cooperativa, en el Estado, o en cualquier otro lugar, eran los viejos militantes marxistas...” Cayó entonces Aníbal Escalante. Con resultados desastrosos se había aplicado la técnica estalinista de concentrar el poder, de centralizar la dirección económica, y se habían explorado caminos absurdos en la producción. Pero Castro hizo ver que eran los artífices, no el sistema, los responsables del caos.
Dos años más tarde recibió otro golpe el PSP. Se produjo en el juicio del comunista Marcos Rodríguez, cuyo fusilamiento aumentó el terror. Castro dijo amenazante en su papel de juez, fiscal y testigo: “Ese tribunal [la opinión pública, que él controlaba] juzga, y suele juzgar con extraordinario acierto, y puede sentar en el banquillo de los acusados y poner en la picota pública a cuantos farsantes quedan por ahí. Puede situar en la picota pública y desenmascarar a cuantos hipócritas y seudorrevolucionarios quedan por ahí...” Cayó Joaquín Ordoqui. Aún el Partido tuvo que padecer otra adversidad mayor: la “microfacción”. Algunos estalinistas no se resignaban a que les hubieran robado la doctrina y que ellos no participaran más en el gobierno. Empezaron a intrigar. Los castigaron. En ese año 1968 cayó lo que quedaba del PSP. La “ofensiva revolucionaria” de entonces hizo desaparecer todo vestigio de la propiedad privada para aumentar el control del Estado: los males del estalinismo se quisieron resolver con más estalinismo. Uno de los más destacados economistas de la Academia de Ciencias de China, Huan Xian, en la Beijing Review, en 1958, a raíz de “la libre discusión” que permitió “la experiencia de las Cien Flores” de Mao Tse-Tung, describió los desastrosos resultados de aplicar los modelos económicos de Stalin; dijo: “Cuanto más se centraliza la economía, más rígida ésta se vuelve, menos trabaja el obrero, se empobrece más y se hace necesaria una mayor centralización, creando así un círculo vicioso”.
Con los nuevos descalabros de la economía, en parte por la “zafra de los 10 millones”, la Unión Soviética decidió no permitir más las herejías “socialistas” de Cuba. Se produjo entonces otra disculpa: un golpe de pecho de Castro ante la multitud, y la promesa de cambiar de rumbo; dijo en el discurso del 26 de julio de 1970: “Tenemos algunas deudas pendientes realmente con las ironías, con las ilusiones, que nosotros mismos nos hemos hecho en algunas ocasiones... Muchas veces incurrimos en tonterías... El camino es más difícil de lo que parecía... El esfuerzo heroico por elevar la producción, para elevar nuestro poder adquisitivo, se tradujo en descompensaciones en la economía, en reducciones en otros sectores y, en fin, en un acrecentamiento de nuestras dificultades...” De nuevo recurrió a su malabarismo de echarle la culpa a otros para salvarse él, aunque era suya toda la culpa, y agregó: “Hemos hecho algunas remociones de Ministros necesarias, y tendremos que hacer algunas remociones más... Hay que remover porque lógicamente hay compañeros que se gastan, se desgastan, han perdido energías, ya no pueden con la carga que llevan sobre sus hombros, y es necesario hacer remociones...” La rectificación de entonces fue institucionalizar el país, darle normas legales. Entonces se llamó a Blas Roca, quien había sabido mantenerse a flote durante las tormentas del PSP: era como llamar a la enfermedad para curar el enfermo: se iba a codificar el estalinismo.
En 1974 el Consejo de Ministros y el Buró Político de Partido acordaron unas “recomendaciones” para que “un pequeño grupo de compañeros” redactara el proyecto de una Constitución “basada en los sólidos principios del marxismo-leninismo”. Se formó entonces una “comisión mixta” del gobierno y del Partido, compuesta de 20 miembros, con Blas Roca de presidente. El proyecto desconoció los adelantos que ya formaban parte de las Constituciones socialistas en Europa del Este, y siguió el modelo de la de Stalin, de 1936, como mostró la doctora Linda B. Klein en su estudio de 1978 en la revista Columbia Journal of Transnational Law. Por ese motivo los derechos civiles, políticos, culturales y económicos de la Constitución cubana de 1976 son tan limitados, como también las libertades de pensamiento, expresión y asociación, que quedaron muy reducidas y solamente posibles cuando fueran a servir para “la construcción del socialismo”. No se incluyó la expresión “dictadura del proletariado” porque ya estaba en desuso, pero el propio Blas Roca aclaró en una entrevista publicada en la World Marxist Review, en 1977, hablando de la Constitución y de las “características específicas de la democracia socialista de Cuba”, que, “en su esencia”, no era más que “una forma de la dictadura del proletariado”.
Al pueblo le dieron todo ya hecho, pero se puso a “discusión pública” lo que llamaban el “anteproyecto”. Y para que aquel ejercicio diera la impresión de tener una raíz nacional, se “discutió” entre dos fechas patrióticas: el 10 de abril, que era el aniversario de la Constitución de Guáimaro, de 1869, y el 16 de setiembre, que era el aniversario de la Constitución de Jimaguayú, de 1895 —así se trataba de disimular la importación de principios legales extranjeros. La prensa dijo que 6 millones 200 mil personas habían participado en las discusiones; que 16 mil habían sugerido cambios que fueron apoyados por 600 mil votos en distintas reuniones. Pero un cotejo del texto final y del “anteproyecto” revela que los cambios fueron mínimos, y entre éstos estaban también los recomendados por el Consejo de Ministros y el Buró Político. Sacado a votación el texto definitivo, en un referéndum, fue aprobado por el 97.7% de los votantes, cifra que dijo Fidel Castro, en su discurso del 17 de febrero de 1976, que a él mismo le sorprendió, pues creía que un 90% hubiera sido ya un porcentaje muy alto, y que tenía temor de que en el extranjero, con esos resultados, “pusieran en duda la honestidad del proceso”.
Hasta en los detalles de este episodio se imitó a Stalin. En la Unión Soviética, en 1935, asimismo se creó una “comisión” para que redactara un nuevo texto constitucional, pero allá estuvo presidida por el propio Stalin. En junio de ese año se sometió a “discusión pública” en las fábricas, las granjas, las escuelas, los cuarteles... Dice Robert H. McNeal en su libro Stalin: Man and Ruler, que “era raro encontrar una persona que no hubiera sido obligada a participar, por lo menos en una ocasión, en las discusiones de la constitución de Stalin”. Se recomendaron 154 mil cambios, ninguno contra el proyecto ni de mayor substancia. Luego fue aprobado con gran entusiasmo por el pueblo. El momento culminante del proceso fue, también allí, el discurso del líder presentando el documento: lo hizo en una sesión extraordinaria del Congreso de los Soviets, iniciada el 25 de noviembre de 1936 —era la primera vez que se transmitía por radio un discurso de Stalin, que oyeron millones de sus súbditos en los más remotos lugares, asombrados ante la palabra de “El Jefe”, “El Líder Amado”, “El Padre”, “El Maestro”, “El Fiel Discípulo de Lenin...”
Perfil de Stalin
Desde que quedó viuda cuando el hijo tenía once años, la madre de Stalin se propuso hacerlo subir en la escala social por medio de la carrera eclesiástica. El odio al padre (un belicoso zapatero muerto en una pelea de taberna) dominó todo otro sentimiento del niño, también violento —en una oportunidad le tiró un cuchillo para que dejara de azotarlo. Stalin nunca sintió cariño por la madre, Ekaterina, una doméstica basta y astuta, de quien alguna vez habló llamándola “vieja puta”. Por su parte ella lo temía: en una ocasión le mandaron una guardia para que la protegiera, y se desmayó al ver a los soldados creyendo que el hijo había ordenado arrestarla. El pueblecito que vio nacer a Stalin, Gori, en 1879, a 40 millas de Tbilisi, la capital de Georgia, lo describió Máximo Gorki como un lugar “salvajemente original”, por sus montañas, al pie de la cordillera del Cáucaso, y por su abundosa vegetación.
La infancia y la juventud de Stalin recuerdan las de otro tirano, Robespierre: huérfano a los siete años, quedó al cuidado del padre díscolo y errático quien lo abandonó a los catorce. Stalin de seminarista y luego de revolucionario hizo lo que Robespierre con sus primeros estudios y la carrera de Leyes, prepararse, como dijo, “para defender al oprimido frente al opresor, al débil frente al poderoso que atropella, y destruirlo...” Los dos se habían sentido rechazados por una sociedad que luego habrían de aniquilar. En el seminario miraban a Stalin como a un intruso, por su extracción humilde y sus maneras rústicas, y más con el rumor de que era bastardo; a Robespierre le echaban en cara su apariencia y el pertenecer a una familia sin nombre. En los dos se fundió el resentimiento por su particular humillación con sus luchas contra las injusticias sociales, a tal extremo, que ambos llegaron a considerar a los que no aprobaban sus actos como “enemigos del pueblo”, y a castigarlos como a criminales. Fue la venganza rencorosa convertida en norma política. De Stalin dijo George Kennan, el embajador americano en Moscú, que el líder soviético “solamente era capaz de ver el mundo a través del prisma de sus propios temores y ambiciones”.
Tampoco se diferencian los primeros años de Stalin de los de otros déspotas modernos, todos en odio y desprecio del padre: Mussolini nació en una familia campesina de propietarios (la pequeña burguesía que tanto iba a odiar), de un alcohólico y una maestra religiosa. El padre de Hitler era bastardo, casado varias veces y tuvo a Adolfo a los 50 años; peleó siempre con el hijo que quería ser artista (luego creció su frustración al no poder terminar sus estudios de arquitectura ni entrar en la Escuela de Bellas Artes por falta de talento). También Mao se rebeló violento contra el padre, otro terrateniente acomodado, lo que explica que durante la Revolución Cultural, a pesar de la tradición china de respeto al padre, Mao hiciera que todo Guardia Rojo repudiara al suyo.
Stalin fue un estudiante modelo. Sacaba excelentes notas en todas las asignaturas y se le consideraba el mejor alumno del colegio. Uno de sus compañeros de clase, Iremashvil, dijo en 1932, desde su exilio en Alemania y sin voluntad de elogio, que “Stalin tenía un carácter apasionado, fuerte y decidido que le permitía lograr cuanto se proponía”. También contó que desde los quince años se le notaba un talento singular para imponer su voluntad. La disciplina religiosa hizo nacer en el seminarista el carácter inflexible y porfiado que siempre tuvo. De acuerdo con Svletana, su hija, en los años del seminario, a Stalin, “en vez de desarrollársele la espiritualidad, lo que aprendió fue a ser hipócrita, a mentir y a adular”. Pero también allí aprendió, como ha observado su biógrafo Alex de Jonge, el estilo de oratoria que tanto le iba a servir en su carrera política: el énfasis declamatorio; la repetición de frases simples; las preguntas retóricas antes de las explicaciones sencillas, como las del catecismo; el orden graduado de los razonamientos; los insultos, las amenazas, los anatemas... Coincidencias sorprendentes, también en su biografía, con Fidel Castro...
Con esa formación cambió Stalin la teología por el marxismo y vivió sus años de mitad pandillero y mitad agitador revolucionario. Los encuentros con la policía, la cárcel y los destierros le dieron crédito y le permitieron subir en la jerarquía de los conspiradores. Su participación en la toma del poder, junto a Lenin, le mereció el título de “organizador y líder de la revolución proletaria y de sus fuerzas armadas...”
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