(Prólogo del libro Enrique José Varona, Crítica y Creación Literaria, por Elio Alba Buffill) Hay hombres que parecen reunir las esencias de su pueblo: en unos cristalizan vicios y excesos, en otros méritos y virtudes. Así no es siempre insólito el tirano, y en muchas ocasiones su parentesco con la víctima explica la usurpación del poder; ni el apóstol, que le es propia cuanta grandeza tiene la nacionalidad. Desde 1880 hasta su muerte, Enrique José Varona es un punto de referencia —por usar una expresión querida del filósofo— de todo lo que sucedió en la cultura y la política de Cuba, y como en ese período de más de medio siglo se produjeron los mayores cambios del país, el mismo índice sirve para analizar el fin de la colonia y las primeras décadas de la vida republicana. Con un minuto de indecisión, Varona representa la voluntad de independencia en la segunda mitad del siglo diecinueve cubano, pero lo más notable de su recorrido es verlo entrar en la república y allí como marchitarse su autoridad y magisterio en medio de las prevaricaciones de la joven nación. Prefirió entonces, frente a la apostasía, el pesimismo, y entre las esperanzas nuevas que buscaba la patria ausente aún refugió las suyas impecables y escuálidas. Varona es el más trágico de los grandes hombres de Cuba; aunque no puede medirse en la pena de los proscritos ni en la gloria de los mártires, es quizás el más heroico, porque hasta donde no le alcanzaron la vida y las fuerzas a su generación, él le llevó solo el aliento y el programa. Para un intelectual cubano el mejor exponente de amor a su patria es el estudio de cuanto forma parte de su cultura, todo lo que sirve para comprenderla; porque el origen de los males de un país radica en el desconocimiento de algún aspecto de su realidad, es siempre un empeño criminal inventarle el destino que no le pertenece. Como objeto de análisis e investigación, la vida y la obra de Varona es un acierto. La actual manera de los errores de Cuba ni le resta culpa a la causa ni exige remedio nuevo: la intolerancia, el abuso y la opresión que él denunció durante el coloniaje de España no cambiaron en los que le han seguido. Tiene así aún que hacer su lección y su ira. El positivismo que dio base al pensamiento de Varona ya es sólo una página en la historia de la filosofía, y otra es, no menos olvidada, en los manuales de crítica, la doctrina que le enseñó a interpretar la creación literaria. Pero el escritor sigue vigente por su denuncia de las calamidades de la sociedad y por el rigor de su obra. Todo el que lo ha leído sabe cómo andan tejidas las vertientes del sabio, y quien se proponga conocerlo no puede conformarse con solo un grupo de textos. Varona hizo filosofía por disciplina intelectual; por fidelidad a su tierra fue sociólogo; literato, en el sentido noble del término, lo fue por vocación; y como nunca alteró los métodos, el afecto o los gustos, hay seguirlo por todos los caminos. Este libro estudia a Varona como crítico y poeta, pero con buen juicio su autor analiza primero al filósofo. Comienza con una revisión de sus ideas referidas a las corrientes de Europa, las que éstas generan en América y la tradición filosófica cubana. La biografía que completa el capítulo inicial revela toda la figura del pensador en su medio histórico. Va entre los "fundadores" hispanoamericanos de abanderado del positivismo, ajustando principios a las necesidades de su inteligencia, y, en Cuba, cuando llena el vacío que dejaron Luz y Caballero y José Antonio Saco, Y aquí nos enfrenta Elio Alba con la famosa contradicción de Varona: minado por creciente derrotismo, sembró incansable la virtud en la conciencia de su pueblo; el autor resume en acertada expresión la paradoja: «crear, pese a no creer», lo que da la dimensión heroica del hombre. El hecho literario es la resultante de una causa, distinta de acuerdo con cada observador. Y por su estricto significado, la crítica, que es opinión y aprecio, refleja la peculiar mira de quien la ejerce. El positivismo, con sus pretensiones científicas, se resistió a ver en la literatura otros valores que los determinados por su origen. Pero al revisar la crítica de Varona aparece algo más que la estrecha visión de una filosofía: cuando se nos presenta el conjunto de la obra vemos las etapas de su vida en coincidencia con sus cambios en el manejo del juicio. Le lleva la mano Taine —con quien Alba le coteja aquí textos— pero tampoco en este ejercicio se somete a un dogma, y mientras revisa a Tasso o a Cervantes, a Heredia o a la Avellaneda, descubrimos la libertad cultural del humanista. El capítulo tercero de este libro muestra al crítico en funciones, ante la literatura de su preferencia. Se dice que Varona no entendió el modernismo, que tuvo aciertos frente a románticos y realistas, pero que no llegó a comprender aquella renovación poética. Y cabe preguntarse si al filósofo, que elogió las conquistas formales de los parnasianos, no le molestó la superficialidad y el extrañamiento de los modernistas, y no supo imaginar esa vía profunda y trascendente que luego se inventó a capricho. Ninguna actividad literaria cultivó Varona con más ilusión que la poesía. Desde muy temprano se propuso hacer versos, pero el peso de la razón siempre se los tornó mustios y severos. La prosa, que acepta el reposo, y aun se nutre de él, le compensó con creces el desdén de la musa. Varona ensayista merece toda la atención que se le dedica en el último capitulo de este libro. Como en nuestra lengua el medio predilecto para evaluar toda realidad es el ensayo, ahí se nos presenta lo más permanente en la obra de Varona, lo que da mayor actualidad a su palabra. Hay libros que se escriben desde afuera: el autor se asoma al objeto de su estudio sin dejarse penetrar por él, y sabemos que cumple el propósito sin que se altere su visión del mundo; es un empeño legítimo y, en alguna oportunidad, de gran provecho. Otras veces se adivina la identificación del autor con su tema, y se ve en el fervor del tratamiento un vasallaje espiritual que resulta en regalo para el lector. Este es el caso de Elio Alba: Varona, maestro, le ha dictado normas que enriquecen su labor valiosa. Él le hubiera agradecido el homenaje, como lo harán cuantos se interesen en la historia de la crítica en nuestros países; y más que nadie, su patria a quien ha servido con eficacia y generosidad. |