Dio la prensa una nota en que leímos : “Víctima de un accidente de automóvil ha dejado de existir en la ciudad de Miami el Sr. Gustavo Godoy y Agostini. La muerte del bondadoso y fino poeta, que acaba de cumplir noventa años, deja inconsolable a su viuda, Ana María, a su hijo, el profesor Gustavo J. Godoy Rescalvo, y a sus numerosos deudos y amigos. Hasta ellos hacemos llegar nuestro más sentido pésame”. Pero, como la prensa no tiene poesía, quizás algún colega le dedique unos versos, y en una estrofa repita la de aquel tardío modernista de su predilección evocando a un maestro.
El hombre ungido en el manejo de la belleza encuentra ministerio en el mejoramiento de la sociedad. No llegaba así, a su taller encantado, negligente, sino en reverencia, como quien oficia ceremonia. Hablaba de Shakespeare, de Moréas y de Darío como de los Evangelios el místico del claustro y, cuando recitaba, sus palabras parecían rezos, y otras veces batir de alas y arrullos de palomas. En el silencio de la noche escribía poemas con los reflejos y las sombras, y el devaneo de la brisa, y con el sol ponía a marchar, para que ordenaran el mundo, sus tropas de flores. Un alma gemela, Agustín Acosta, lo había dejado hace muy poco. ¿Habrá egoísmo más allá de la vida? Pero, ¿cómo interrumpir el diálogo? Ya me parece ver el encuentro de los viejos camaradas, y la búsqueda, entre los vericuetos de la eternidad, de Tono Godoy, el hijo pintor, y de Armando, el hermano poeta, y de tantos otros seres amigos, y el corro de túnicas y barbas movidas por la luz de las almas, y doncellas y niños con jarrones de aroma, y decirse entre sonrisas y asombros las respuestas que sólo la muerte puede revelar. Con razón nos sentimos estrujados y mohínos, por el abandono que parece fiero abuso de la suerte. Pero sobre la tumba de mi poetamigo, para consuelo de cuantos lo amábamos, podría escribirse lo que todo artista honrado quisiera de epitafio: Aquí yace quien de su vida hizo un arte para que su arte fuera vida. |
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