Aunque advertidos por su larga enfermedad nos resistíamos a pensar en el fin de Elena Mederos. La ausencia de un ser querido sólo se entiende cuando es un hecho, antes se rechaza como si la rebelión pudiera vencer el acaso. Hoy sabemos por qué: sin ella somos menos, se siente como si le faltara peso a nuestro andar. En las cosas de Cuba siempre encontró junto a ella ejemplo la conducta, respuesta la duda y fortaleza la vacilación. Por humildad pedía consejo, no por falta de saber, y con la fuerza del apóstol que lo es a su costa, descubría la meta y señalaba los caminos. Dicen que los jóvenes son el capricho de los dioses, que los codician del mundo, pero la juventud no se mide en razón de cuánto se vive, sino del cómo y del por qué, de la pureza de los sentimientos, del mérito de la pasión, de la entrega a un ideal. No marchitaron los años el espíritu de esta anciana venerable que miraba los acontecimientos con adolescente ingenuidad, y con la misma frescura disfrutaba los regalos del vivir. Pensamos en las grandes cubanas y nos vienen a la mente Mariana Grajales, Amalia Simoni, Ana Josefa de Agüero, Emilia Casanova y tantas otras que engalanan nuestra historia. Y es quizás por haber tenido tan cerca a Elena Mederos que no reparamos en el alcance todo de su virtud, y en la lección de su biografía. Cuanto buen empeño se inició en la República tuvo su ayuda. Cuando en 1928 se fundó la Alianza Nacional Feminista, ya ella luchaba por el voto de la mujer y por las reivindicaciones que, desde la Asamblea de Guáimaro, había clamado aquella otra ilustre cubana, Anita Betancourt de Mora, quien pidió a los legisladores del 68 “les desatasen las alas” a sus compatriotas. En la hoja de servicios de Elena Mederos una y otra vez reaparecen las palabras “asistencia” y “protección”. Y siempre de lo más frágil de la sociedad: del niño, de la mujer, del enfermo; y de lo más urgente: de los derechos civiles, de la cultura. Pero su vocación por el prójimo nunca le desvió su amor a Cuba, todo lo contrario, que en su afán fueron sólo un pro-grama. Y en el exilio Elena Mederos ha estado en cuanto intentó la salvación de su pueblo. Y si por la adversidad cedían las esperanzas, de nuevo se le iban los ojos hacia los más infortunados, y así dedicó sus últimos años a la causa de los presos políticos de Cuba. Además del ejercicio de caridad que le era tan propio, vio en ellos refugiada la rebeldía cubana y el frente más débil del tirano. En Washington fundó Of Human Rights, la publicación que ha denunciado ante el mundo las violaciones de los derechos humanos por el castrismo. En su inicio parecía ése otro empeño condenado al fracaso, pero, sin atender a los que le advertían de las dificultades, se puso a trabajar arrastrando con su optimismo a cuantos presenciaron el valeroso proyecto. Sabía Martí lo importante que es el concurso de la mujer en las luchas por la libertad, y dejó escrito este hermoso pensamiento: “Las campañas de los pueblos sólo son débiles cuando en ellas no se alista el corazón de la mujer; pero cuando la mujer se estremece y ayuda, cuando la mujer, tímida y quieta en su natural, anima y aplaude, cuando la mujer culta y virtuosa unge la obra con la miel de su cariño, la obra es invencible”. Elena Mederos es un símbolo de las mujeres preocupadas por la causa de Cuba, y en ella, en su recuerdo honramos a cuantas allá y aquí conspiran contra la tiranía. Hoy vamos afligidos a poner una flor sobre su tumba, y junto a ella, para rendir la levedad que nos produce la ausencia, los que tuvimos la fortuna de trabajar a su lado, hemos de recoger la bandera “invencible” del patriotismo, de la caridad y del amor que llevó con orgullo la mano amiga y generosa. |
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