Circula en Londres una biografía de la bailarina y poeta que actuó en 1851 en el teatro Tacón, de La Habana, cuando tenía 16 años, y se enamoró de Juan Clemente Zenea. Pero la famosa Ada Menken mintió tanto sobre su vida (sus padres, sus amores y sus actividades en la escena y en las letras) que el biógrafo creyó otra mentira sus relaciones con un cubano. Dice el libro: “En varias oportunidades Ada declaró que se había casado en La Habana, cuando empezaba su brillante carrera, con un noble español llamado Clemente Zenea. En realidad Zenea existió: fue un notable poeta revolucionario cubano que vivió exiliado en Nueva York desde 1852 hasta 1855, la época en que dice la Menken que se casó con él en Cuba. Por lo tanto, despidámonos de Zenea”. El autor de esta biografía, Wolf Mankowitz, es conocido en el mundo de la novela, buen dramaturgo y excelente guionista —ya tiene ganados un Oscar y un Gran Premio en Cannes. Con esta obra se inicia en la historiografía del teatro, y escogió a Ada Menken porque es una figura de mayor interés que se movió con éxito en los escenarios de los Estados Unidos y de Europa. Pero no se le puede perdonar que un libro tan cuidado en los detalles desconociera el tiempo que pasó su biografiada en La Habana con Zenea, y luego en Nueva Orleans, donde volvieron a reunirse. Tenía Zenea 19 años cuando conoció a la joven bailarina. Aunque nacido en Bayamo, ejercía entonces el periodismo en la capital mientras estudiaba con la mayor dedicación el inglés y el francés Su gran amigo y biógrafo, Enrique Piñeyro, contó así el encuentro de los enamorados: Le deparó la fortuna profesor inesperado y excepcionalmente eficaz [Zenea]. Formaban parte de una compañía que vino de Nueva Orleans a trabajar en el teatro Tacón, dos hermanas, The Theodore Sisters, como se llamaban, y Zenea, que a título de periodista entraba en los bastidores, conoció y trató íntimamente a una de ellas. Era la misma que con el nombre de Ada Menken, habría de alcanzar gran celebridad en Europa y América representando dos piezas, “Mazeppa”, en inglés, y “Los piratas de sabana”, en francés, en las cuales, vestida de punto, medio desnuda al parecer, ostentaba sus formas de estatua atada sobre un caballo que en el fondo del teatro por practicables ingeniosamente dispuestos, ascendía en galope furioso hasta perderse de vista entre bambalinas... Se publicaron varias biografías de la aplaudida actriz, con datos por ella misma facilitados, y en varias aparece Zenea como un joven cubano que fue en La Habana su primer novio, con quien paseaba del brazo en noches de luna por la Plaza de Armas durante los conciertos militares, exaltando de tal modo la admiración universal por su gracia y su belleza, que la llamaban la Reina de Plaza. Varios meses estuvo Ada en La Habana. Terminado el contrato, se despidió de Zenea y regresó a Nueva Orleans. Pero quiso el destino que un año más tarde, por problemas políticos, tuviera Zenea que expatriarse, y fue a donde estaba Ada. Allí continuaron sus relaciones durante un tiempo: se leían versos: en una silva dejó el recuerdo de sus amores, y de cómo ella le recitaba los sonetos de Shakespeare:
Poco después se fue Zenea a Nueva York, a conspirar contra España hasta que, fracasados los intentos revolucionarios, se acogió a un indulto y regresó a Cuba. Dos años mas tarde Ada se casaba en Texas con un compositor, pero al año se fugó con el músico Alexander Isaac Menken, con quien estuvo algún tiempo casada y de quien tomó el apellido.
Ada Menken, por su poco pudor y por su belleza, se convirtió en la primera pinup que produjo este país. Por su talento y por su osadía llegó a ser la primera actriz americana de fama internacional, y en sus versátiles y movidas actuaciones buscan los críticos las raíces de las variedades musicales modernas. Pero, para valorar el empuje y las facultades de esta estupenda mujer, es necesario recordar que fue, en poco más de 10 años, desde el anonimato al más sonado triunfo de su época. Es que nada la arredraba, y como poseía un caudal inagotable de gracia y de ingenio, logró triunfar. Su debut en el teatro serio se produjo en 1858, en Nashville, Carolina del Norte. Al gran actor James E. Murdoch le hacía falta con urgencia una Lady MacBeth. Ada Menken se ofreció diciendo que se sabía el papel. Murdoch, seducido por la belleza de la joven, se dejó engañar. Pocas horas antes de la función le confesó que sólo en una oportunidad había visto la obra representada, pero que todo iba a salir bien pues le ayudaría su excelente memoria. Contó Murdoch que, al principio, pocos se dieron cuenta, pues el público sabía de Shakespeare menos que Ada Menken, pero cuando llegó la escena en que se aparece el espectro del rey que han asesinado MacBeth y su mujer, y le pregunta éste: “¿Cómo va la noche?”, a lo que ella tenía que responder: “Casi en lucha con la mañana, mitad y mitad, señor”, ella, con el mismo tono del parlamento, le dijo: “Señor, no recuerdo qué tengo que contestar...” El le apuntó en voz baja su línea, y continuó en lo suyo: “¿Qué piensas de Macduff, que rehúsa rendirse?”. Ella guardó silencio y Murdoch volvió a ayudarla; el público comprendió lo que estaba pasando, pero era tal su compostura, y tan elocuentes sus gestos que, al terminar ese acto tercero la aplaudieron más que a los otros actores. Ya no le quedaba mucho por decir pues el personaje muere poco después. Ada Menken había triunfado: no se sabía su papel, pero no le costó trabajo adaptarse a la perfección al ambiente extraño de violencias y exageraciones que domina esta tragedia. Con la experiencia, y por haber actuado con Murdoch, empezó el ascenso de la actriz, pero no fue hasta l861 que encontró el personaje que la inmortalizaría. En un teatro de Albany se preparaba la representación de “Massepa”, un drama mediocre basado en la leyenda polaca que inspiró el poema de Byron. Un joven noble, Ivan Mazeppa, está enamorado de Olinska, una aristócrata prometida en matrimonio, contra su voluntad, a un cruel conde. En un duelo vence el galán, que lo representaba Ada Menken, pero le perdona la vida al villano; al final éste lo traiciona y lo condena a una muerte horrible: amarrado desnudo a un caballo irá por la nieve para morir de frío y de hambre. Hasta entonces la escena última se hacía con un muñeco: entraba el caballo, algo como en un circo, y después de numerosas piruetas y corcovos en medio de ruidos y luces que simulaban una tempestad, desaparecía al galope tras las bambalinas. Ada triunfó en el papel. El público aceptaba la convención dramática de que el héroe lo representara una mujer: tanto mejor, pero el escándalo y las denuncias de los moralistas ya nunca la abandonaron. Se casó entonces con un boxeador de moda, pero la acusaron de bigamia cuando Menken le negó el divorcio. Poco después volvió a casarse, esta vez con un crítico y poeta que se dejó deslumbrar por la fama de la actriz en el mundo bohemio de Nueva York y San Francisco. Trató de hacerla dejar el teatro. El matrimonio duró seis días: escapó por una ventana para volver a sus numerosos admiradores y amigos: entre ellos, el poeta Walt Whitman. Fue después a Londres. Con “Mazeppa” triunfó en el Astley; allí se puso a vivir con un jugador elegante, el capitán James Paul Barkley, que podría haber inspirado el personaje de Clark Gable en “Lo que el viento se llevó”. Se separaron: ella se fue a París y él a Nueva York; pero cuando supo que Barkley estaba enfermo, vendió sus pertenencias en Londres y corrió a su lado: cometió el error de casarse con él. Ada Menken nunca creyó en el matrimonio. Incurrió tantas veces en él por la insistencia de sus pretendientes: en una ocasión le escribió a un enamorado: Creo que todos los hombres buenos deben casarse, pero no las mujeres. Como que se esfuman después del matrimonio. Esto se debe a la mala educación que reciben: desde la cuna se les enseña a pensar en una boda como en el gran acontecimiento de la existencia. Quizás Byron tiene razón al decir que el amor es sólo parte de la vida del hombre, pero que es toda la vida para la mujer. Si esto es así, no debe extrañarnos que haya tantas casadas tontas. Las mujeres buenas casi nunca son inteligentes, y las inteligentes muy pocas veces son buenas. El matrimonio de Ada Menken con el capitán Barkley duró nada más que tres días. En estado volvió a París, donde George Sand fue la madrina del niño. Como nunca antes cosechó grandes triunfos, pero mayor éxito tuvo aún la mujer: imponía gustos, modas y peinados: todo era à la Menken. Su gran amigo y admirador, Théophile Gautier, alma de la literatura moderna de entonces, le presentó a Alejandro Dumas, y ella se enamoró del viejo novelista que había amado a tantas mujeres. Luego se hizo la compañera inseparable del rey Carlos de Württenberg, huésped permanente, con su numerosa corte, de Le Grand Hotel, en París. Todo le sonreía, pero en 1867, como presintiendo la muerte, concentró la mayor atención en su obra poética: consiguió que un editor de Londres se comprometiera a publicar una colección de sus versos: le dedicó el libro a Charles Dickens, el escritor más famoso de aquellos años, y el novelista inglés aceptó el homenaje en una carta que sirvió de prólogo. Poco después, en un ensayo de “Les pirates de la savane”, casi una pantomima con mucho de “Mazeppa”, se desmayó: los médicos diagnosticaron un tumor, apendicitis, tuberculosis: el relámpago de la vida, el humo del cigarrillo y el alcohol habían hecho su obra. Ella supo que iba a morir. Tenia 32 años, y le dijo a un amigo: “He vivido más que una mujer de cien años; me ha llegado el momento de hacer mutis”.
Rodeada de escritores, aristócratas y amigos de la vida bohemia, murió la belle americaine que cosechó tantos aplausos como envidias y críticas. Una semana después salió de la imprenta Infelicia, su libro de versos. Zenea lo recibió en México, donde residía entonces; uno de ellos, “Answer me”, desgarrado, debió herir la memoria del cubano; decía: ...Y cuando me cubra la mortaja silenciosa ¿me amarás todavía?
Cuando estalló la Guerra de los Diez Años, Zenea fue a Nueva York para enrolarse en alguna expedición. Fracasó en este empeño, pero cometió el error de comprometerse en una gestión de paz: fue a Cuba a hablar con Carlos Manuel de Céspedes: lo arrestaron los españoles, y después de ocho meses incomunicado en un calabozo de la Cabaña, lo fusilaron. Días antes de morir, el cónsul de los Estados Unidos le llevó lápiz y papel para que escribiera los versos que retenía en la memoria: formaron el Diario de un mártir, publicado en Nueva York donde dejó la esposa y la hija. Hacia tres años que había muerto en París su primer amor, a quien no volvió a ver en tanto tiempo, pero aún la recordaba: de los 16 poemas que compuso en la cárcel, a uno, el más extenso y triste, le puso el título del libro de Ada Menken: “Infelicia”. |