IGNACIO AGRAMONTE "CONTRARREVOLUCIONARIO" En los días en que se celebraba el centenario de la muerte de Agramonte, publicó un diario de Nueva York varios fragmentos de su famoso discurso en la Universidad de La Habana. En aquella ocasión transcribimos los pasajes en que el gran camagüeyano condenaba todo sistema de gobierno por el cual se imponía un limite a la libertad individual en beneficio del Estado, y denunciaba el falso razonamiento que pretendía justificar la monstruosa esclavitud. Parecían sus palabras dichas para el momento actual de Cuba, y le hubieran asegurado un lugar de honor en las cárceles del castrismo; decía uno de los párrafos del discurso: "La centralización hace desaparecer ese individualismo cuya conservación hemos sostenido como necesaria a la sociedad. De allí al comunismo no hay más que un paso: se concluye por justificar la intervención de la sociedad en su acción destruyendo su libertad, sujetando a reglamento sus deseos, sus pensamientos, sus más íntimas afecciones, sus necesidades, sus acciones todas. El gobierno que con una centralización absoluta destruya ese franco desarrollo de la acción individual y detenga la sociedad en su desenvolvimiento progresivo, no se funda en la justicia y en la razón, sino tan solo en la fuerza: y el Estado que tal fundamento tenga podrá en un momento de energía anunciarse al mundo como estable e imperecedero, pero tarde o temprano, cuando los hombres conociendo sus derechos violados se propongan reivindicarlos, irá el estruendo del cañón a anunciarle que cesó su letal dominio.”
Ante tan evidente contradicción con los principios del castrismo, en aquella oportunidad nos preguntábamos: “¿Qué maromas podrán hacer los corifeos del socialismo criollo para esconder estas afirmaciones? Ya los veremos con los manidos argumentos de las "ideas burguesas", "las doctrinas económicas del capitalismo premonopolista", "el pensamiento demo-liberal del siglo pasado," "las ‘etapas anteriores a la radicalización de la lucha de clases," y esos lugares comunes de la dialéctica. Ahora llega a nuestras manos la confirmación de la sospecha en un libro publicado en Cuba, con el título de El Mayor, en el que su autora, Mary Cruz, premiada por el gobierno de Castro, comenta esas ideas de Agramonte y dice: “Justamente aquí, tras la objetiva expresión y el juicio acertado, asoman los resabios de su condición de intelectual burgués, en defensa del individualismo y contra el comunismo, con las mismas falsas razones y dibujando la misma caricatura que pintaban los reaccionarios de aquel tiempo y pintan los actuales.... Pero no hemos de asombrarnos de la ingenuidad de Ignacio Agramonte un siglo atrás, cuando muchos de nosotros los cubanos, en este siglo, hasta hace brevísimo tiempo estuvimos también ciegos y engañados por mentiras con que encubren su codicia las civilizadas naciones del mundo occidental”. Por “burgueses”, por “defensores del individualismo,” por ir “contra el comunismo,” por suscribir las “mismas falsas razones” de Agramonte, por “reaccionarios,” hay miles de cubanos en las cárceles de Cuba, y cientos de miles en el destierro. No cabe duda sobre el lugar que ocuparía el Mayor en este momento de su patria: junto a los nuevos mártires otra vez rindiendo su vida por combatir la tiranía, por rescatar para el hombre, con el deber de la justicia, el derecho de la dignidad. Pero la infamia castrista llega aún más lejos. Como Agramonte es un paradigma de pureza y de valor cívico para todos los cubanos, después de haber insultado su memoria con los juicios que anteceden, este libro tiene la osadía de comparar al héroe de Jimaguayú con el Che Guevara; al describir la muerte de Agramonte dice la autora: "... así ha visto el mundo caer recientemente en Bolivia, en esta nueva etapa libertadora de los pueblos de América, a un moderno paladín, al Che Guevara.” Pero la diferencia resulta difícil de ocultar: es tan grande como la que existe entre el programa de esclavitud que preconizaba Guevara y el de libertad que defendía Agramonte. Si el camagüeyano resulta a los ojos del castrismo un contrarrevolucionario, y, como nadie puede negar, murió por sus ideas, es su muerte la de un contrarrevolucionario, de alguien que hubiera combatido a Guevara y a los otros extranjeros que rigen hoy su patria, y a los cubanos que apoyan la tiranía. Ese desdoblamiento de nuestras figuras es imperdonable (ya lo ensayarán este año por el centenario de Céspedes). Martí es el mismo cuando proclama la justicia que cuando defiende la libertad, uno cuando denuncia los imperialismo, uno en sus ideas y en su muerte. A un siglo de Jimaguayú, como la de todos nuestros grandes hombres, las palabras progresistas y revolucionarias de Agramonte son la del futuro de Cuba, y van haciendo su obra aunque la maldad del castrismo trate de escamotearlas y las considere “falsas razones” hijas de “la ingenuidad” burguesa.
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