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LA BANDERA CUBANA  EN SUS 150 AÑOS

Desde que se empezó a pensar en la independencia, Cuba buscó un símbolo que la representara. La más antigua bandera para ese propósito fue la de 1810, del abogado bayamés Joaquín de Infante, en su proyecto de Constitución para el nuevo Estado; decía en el último de los cien artículos que la formaban: “La bandera nacional será un tricolor horizontal, verde, morado y blanco, combinación que no se sabe haya sido tomada todavía por otra nación”. A diferencia de ésa, por su interés en que no tuviera influencia de otras, tres posteriores no mostraron semejante preocupación: la  primera que se llevó al lienzo fue la de la Conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar, en 1823, que quiso establecer en la isla la República de Cubanacán. Nació este movimiento en la logia francmasónica Soles de Bolívar, creada por el habanero José Francisco Lemus, coronel del ejército de Colombia, aunque la bandera la diseñó el fraile betlemita José de Chávez, amigo del Libertador: la formaban un sol amarillo con cara humana y 16 rayos, en medio de un cuadro azul en borde rojo: los colores de la bandera de la Gran Colombia. La bandera de Yara, de 1868, fue imitación de la de Chile, que apoyaba la independencia de Cuba y había ofrecido la suya para amparar los barcos armados contra España; la mitad inferior era azul, y un cuadrado rojo y otro blanco en la otra, con una estrella de 5 puntas en el rojo junto al asta. Anterior a ésta fue la se convirtió en la enseña nacional, creada por Narciso López, la que cumplió en este 19 de Mayo siglo y medio de vida; quiso López al diseñarla, en Nueva York, en 1849, que imitara “en cuanto se pudiera el pabellón americano”, toda vez que en su concepto “era el más bello de las naciones modernas”.  


Narciso López en un pastel de J. García Montes.

Narciso López había nacido en Caracas en 1797, y servido en el ejército español contra los libertadores venezolanos. Derrotado, se fue a vivir a Cuba, donde se casó con Dolores Frías, hermana del conde de Pozos Dulces. Poco después viajó a España y llegó en las guerras carlistas a Mariscal de Campo, pero ya, enamorado de Cuba, cuando en 1837 no le permitieron a los diputados de las Antillas tomar posesión en las Cortes, propuso que en protesta, renunciaran sus cargos los oficiales hispanoamericanos del ejército español. En 1841 regresó a Cuba con el capitán general Jerónimo Valdés, quien lo nombro gobernador de Trinidad y presidente de la Comisión Militar. Empezó entonces a relacionarse con elementos separatistas por lo que el nuevo capitán general, Leopoldo O’Donnell, lo destituyó de sus cargos. Le descubrieron un plan de alzamiento preparado con cubanos de prestigio en Cienfuegos y Trinidad, al que llamaron conspiración de La Mina de la Rosa Cubana, y en junio de 1848 huyó a los Estados Unidos por el puerto de Matanzas después de correr treinta leguas a caballo. En la Constitución que había preparado se lee en su artículo primero: “Cesa y queda anulada para siempre la autoridad de la corona de España en la isla de Cuba, y ésta se constituye en República libre e independiente, con el nombre de República de Cuba”. Prueba esta declaración que aquel intento era de completo separatismo.

Nacimiento de la bandera

En Nueva York Narciso López siguió conspirando contra España, y quiso aprovecharse de los cubanos y norteamericanos anexionistas para lograr sus fines, aunque, según su confidente y amigo, el patriota y novelista Cirilo Villaverde, autor de Cecilia Valdés, López siempre aspiraba a crear “una Cuba soberana”. La declaración que preparó en 1849 para “El ejército [español] de la Isla de Cuba” decía:

Hace mucho tiempo que me ocupa la suerte de la Isla de Cuba; hace mucho tiempo también que deseo formar en ella una República de hermanos que se gobiernen por leyes que ellos mismos establezcan. Y siempre he pensado en esto, el Ejército que hoy sirve de instrumento de opresión y tiranía, deseo convertirlo en instrumento de libertad y felicidad general.   

 
El patriota y poeta Miguel Teurbe Tolón, dibujó la bandera y fue el primero en cantarla en sus versos, y aún más la honró con su ejemplar resistencia a regresar a Cuba mientras el país estuviera “en cadenas”.

En ese año diseñó la bandera cubana. Ya había pensado en otra para la insurrección, pero al huir no tuvo tiempo de llevarse el dibujo. Tenía los colores rojo, blanco y azul, ya consagrados en la convención separatista de Filadelfia en 1776, y luego símbolos de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad en la Revolución Francesa. El nacimiento de la bandera lo narró así Cirilo Villaverde en el periódico La Revolución, de Nueva York, el 15 de febrero de 1873: “La concepción de nuestra gloriosa bandera fue exclusiva del ilustre Narciso López, la ejecución del plan se debió al buen poeta y entusiasta patriota Miguel Tuerbe Tolón. El que esto escribe fue testigo ocular y pude dar testimonio fehaciente de lo ocurrido en torno de una mesa cuadrilonga, en la sala del fondo del segundo piso de una casa de huéspedes [de la señora Clara Lewis] de la calle Warren, acera del río Norte, entre la calle Church y Collene Place, en los primeros días del mes de junio de 1849. Allí vivía Tolón y allí concurríamos casi todos los desterrados de entonteces. El general  López, [Gaspar] Betancourt [Cisneros], [José] Aniceto Iznaga, Pedro Agüero, [Juan Manuel] Macías, [José María] Sánchez Iznaga, Manuel Hernández y otros varios...

“[López] le dijo a Tolón, poco más o menos, las siguientes palabras: ‘Vamos, señor dibujante, trácenos Ud. su idea de la bandera libre de Cuba. Mi idea’, agregó tomando un lápiz de manos de Tolón, ‘era ésta, cuando me hallaba en las minas de Manicaragua’, y dibujó la de que acababa de hablarse, pero añadió enseguida que debía imitarse en cuanto se pudiera el pabellón americano, porque en su concepto era el más bello de las naciones modernas... No había sino tres colores para escoger; López expresó que las fajas debían ser tres en representación de los tres departamentos militares en que los españoles dividían la isla desde 1829... Dichas fajas en campo blanco, símbolo de la pureza de las intenciones de los republicanos independientes...”  


Sobre un plano actual de la parte baja de Nueva York, se indican: (1) la casa de huéspedes donde Teurbe Tolón dibujó la bandera (en Warren entre Church y Collene Place) que ya hoy no existe; (2) la casa donde vivían Teurbe Tolón y su esposa Emilia, quien cosió la bandera (en Murray entre Church y Broadway); (3) el edificio del periódico The Sun, donde por vez primera flotó al aire (en la esquina de las calles Nassau y Fulton).

Como López era masón escogió el triángulo equilátero para el color rojo, y, recordando la bandera primitiva de Tejas decidió que fuera en el centro del triángulo la estrella de Cuba que así había cantado José María Heredia en 1823:

  Nos combate feroz tiranía
Con aleve traición conjurada,
Y la estrella de Cuba eclipsada
Por un siglo de horror queda ya.

Bordó la bandera, poco después, Emilia Teurbe Tolón, prima y esposa del dibujante poeta, quien llegó a Nueva York, desterrada de Matanzas, el 12 de abril de 1850. Ésa primera flotó el 11 de mayo en el edificio del periódico The Sun, de los hermanos Alfred y Moses Beach, en los altos de su oficina, situada el número 89 de la calle Nassau, esquina a Fulton. De ella dijo ese día el periódico: “Arriba está la bandera de la Cuba libre. Que ondée o no sobre el Morro, pronto o tarde, ella está ahí. Las ideas que abarca son amplias, como es gloriosa la causa por la cual ondea. La estrella es Cuba —una nación independiente— rodeada por un triángulo, símbolo de fuerza y de justicia... Las franjas azules representan los tres departamentos de Cuba... El rojo, el blanco y el azul forman el tricolor de la libertad”.

Pero esa bandera no fue a Cuba, su mérito es el de ser la primera. La que llevó Narciso López a Cárdenas la hicieron mujeres de New Orleans, y también flotó dos semanas en las oficinas de un periódico, The New Orleans Delta, que estaba en la calle Poydras número 112 y era propiedad de Lawrence J. Sigur, político local y amigo de López, quien se arruinó por ayudarlo en su empeño revolucionario. Cuando se la entregaron a López, Teurbe Tolón improvisó un soneto que es la primera poesía que inspiro la bandera cubana; dice así:

  Galano pabellón, emblema santo
De Gloria y Libertad, enseña y guía
Que de Cuba en los campos algún día
Saludado serás con libre canto.
  Bajo tus pliegues cual sagrado manto,
La muerte si temor te desafía;
De tu estrella al fulgor la tiranía
Huye y se esconde en su cobarde espanto.
  Y tú, noble adalid, canto de guerra,
De Patria y Libertad alza valiente,
Clavando este estandarte en nuestra tierra,
  Que luzca siempre y que por siempre vibre,
La espada que en tu mano es rayo ardiente,
Y en el mundo se oirá: !Ya Cuba es libre!

La bandera en Cárdenas

Fracasada la expedición preparada por López en 1849 —por los planes anexionistas del presidente Zachary Taylor, quien había ocupado como jefe del ejército a Texas en 1845, y dirigido la guerra contra México al año siguiente— el general preparó la expedición de 1850. Saldría de New Orleans sin armas, para no violar las leyes de neutralidad, y recogería los pertrechos de guerra fuera del territorio de los Estados Unidos.

Unos 500 hombres embarcaron con destino a Cuba. Casi todos eran soldados norteamericanos de la guerra de México que estaban sin empleo. En la expedición fueron también, el segundo de López, Ambrosio José González, matancero que hablaba perfectamente el inglés; Juan Manuel Macías, también de Matanzas, edecán de López; y otro matancero, José Manuel Hernández; el bayamés Francisco J. de la Cruz; el trinitario José M. Sánchez Iznaga y Pedro Manuel López, sobrino del general.  

Avistaron las costas de Cuba el 18 de mayo. Pasaron frente al Mariel y La Habana, con dirección a Cárdenas, donde desembarcaría la expedición. Era Matanzas, según el valioso estudio de Herminio Portell Vilá, Narciso López y su época (1952, 1958), “la provincia más revolucionaria de Cuba... y en ella tuvo la revolución un contenido integral ya que no se concretaban las aspiraciones de los matanceros al establecimiento de la república de Cuba, sino que iban mucho más lejos y reclamaban, en una región eminentemente azucarera y esclavista, la abolición de la esclavitud. La ‘Junta Abolicionista y Republicana’ de Matanzas como indica su nombre, alentaba los más progresistas ideales...” Es por eso que sufrieron prisión y habían tenido que emigrar a los Estados Unidos los hermanos Pedro José y Eusebio Guiteras, Juan Manuel Macías, Miguel Teurbe Tolón y su prima Emilia, el padre Joaquín Valdés, el párroco de Sabanilla, el poeta Lorenzo de Allo, el cardenense Victoriano Arrieta y otros conspiradores de Guamacaro, Camarioca, Lagunillas, Alacranes y Cimarrones.  

Tenía Cárdenas unos 4 mil habitantes, Junta Municipal, Parroquia, periódico y escuelas. Y cuidaban la ciudad unos 100 hombres al mando del coronel Francisco Cerruti. El plan de López era tomar la ciudad y trasladarse por tren a Matanzas, someterla y extender la insurrección por el resto de la isla. Llegaron a la bahía de Cárdenas en la madrugada del día 19. El primero en desembarcar fue Ambrosio José González, luego López seguido del regimiento de Kentucky, que llevaba la bandera en manos del soldado Bill Redding, y después los regimientos de Luisiana y de Mississippi. Formaron en el muelle y López despachó una parte de sus hombres para ocupar el paradero del ferrocarril y él se fue con el resto de su tropa a tomar la cárcel. Resistieron los guardias unos minutos pero López ordenó suspender el fuego y tocó a la puerta dándole a los españoles la misma orden: “¿Quién lo ordena”? le preguntaron desde dentro: “¡Narciso López!” contestó el general, y era tal su fama que enseguida depusieron las armas.

Atacó después la Casa Capitular, donde se había refugiado el coronel Cerruti con un grupo de soldados, pero le prendieron fuego los asaltantes y pronto se rindió también. Un testigo que narró en 1898 el acontecimiento, en la revista Cuba y América; dijo: “El general puso en libertad a los soldados y condujo a Cerruti [y a dos oficiales] al cuartel, donde los dejó pasioneros con guardias de vista. Enseguida dio libertad a los presos de la Cárcel...[y] al frente de alguna fuerza y al toque de tambores, recorría la población haciendo pregones para que los vecinos entregaran las armas que tuvieran... Se dirigió entonces a la Plaza de Armas y clavó la bandera cubana frente a la Iglesia...”

La magia de la bandera

La joven Cecilia Porraspita, quien vivía en la esquina de Real y Calzada, vio pasar por la puerta de su casa a los expedicionarios, y llena de emoción compuso esta décima, la cual, aunque pobre de méritos literarios, es el primer canto de mujer a la bandera, y los primeros versos que se le escribieron en tierra cubana:

  En lienzo blanco y lustroso
Con listas color de cielo,
Miro un triángulo modelo
De rojo color precioso.
Es el pabellón glorioso
Causa de tanta querella,
Es nuestra bandera bella
Que nos quiere saludar
Y a la Patria iluminar
Con la lumbre de su estrella.

Temen las tiranías siempre a los poetas, y a Cecilia Porraspita la metieron en la cárcel por sus versos. Pero en el corazón de Cecilia arraigó el patriotismo. Diez y ocho años más tarde, cuando se produjo el alzamiento de Céspedes, aún vivía en Cárdenas y se puso a recoger dinero para enviárselo a la Junta Revolucionaria de Nueva York en ayuda de los insurrectos: ella donó un crucifijo de brillantes. En 1871 tuvo en su casa a un grupo de revolucionarios que habían desembarcado en Matanzas, lo que le costó que la encerraran en la Casa de Recogidas, luego le embargaron sus bienes y la condenaron a seis años de prisión.  


Juan Manuel Macías.

Otra mujer de Cárdenas vio pasar el 19 de Mayo de 1850 por su casa la bandera, y también sucumbió a su embrujo. Era Emilia Casanova, quien emigró a los Estados Unidos y en Filadelfia, en 1854, se casó con Cirilo Villaverde. En 1868 Emilia le envió a Carlos Manuel de Céspedes una bandera cubana bordada en seda, y en 1871 le escribió: “Era yo niña todavía cuando en una mañana de mayo el bravo Narciso López plantó delante de la ventana de mi casa, en Cárdenas, la bandera que había ideado para simbolizar la libertad e independencia de Cuba. Me pareció tan bella, y grande el hombre que la enarbolaba, que desde ese momento juré en mi interior consagrar mi vida a ese fin sagrado y noble”. 

Y así lo hizo: hasta su muerte en Nueva York, en 1897, vivió dedicada a la causa de Cuba y empleó su cuantiosa fortuna en ayudar a los cubanos en el exilio y a los heridos de la guerra que llegaban de Cuba; fundó la Sociedad de Señoras Cubanas para Socorros y la Liga de las Hijas de Cuba, y, como era muy inteligente y activa pudo influir en políticos norteamericanos y figuras de relieve en todo el mundo: le escribió a Víctor Hugo y a José Garibaldi, y ambos se solidarizaron con la causa de los cubanos.

Retirada de los expedicionarios

A media tarde del 19 de Mayo llegaron a Cárdenas refuerzos españoles, y viendo López frustrados sus planes ordenó a la tropa retirarse hacia el muelle. La bandera había ido a manos del coronel Theodore O’Hara, jefe del regimiento de Kentucky, pero herido, se la entregó a Macías, quien la pudo salvar del desastre. Se le habían unido a los expedicionarios 26 soldados españoles y varios oficiales del regimiento de León, y un puertorriqueño Felipe N. Gotay, pues López fue el primer revolucionario de Cuba que luchaba también por la independencia de Puerto Rico. Mucho después, en un acto patriótico de Nueva York, se le mencionó, y al reseñarlo Martí en un artículo que tituló “¡Vengo a darte Patria! Puerto Rico y Cuba”, dijo, aunque confundiendo el apellido del valiente puertorriqueño: “... Recordó Quesada a Felipe Goita [sic], el puertorriqueño que cayó herido el primero por la libertad cubana al pie de Narciso López...” Gotay, quien según un compañero expedicionario “era gallardo y caballeroso, e idolatrado por sus soldados”, acompañó a López en su última expedición, a Vuelta Abajo, en 1851; fue el primero en llegar a tierra cubana, y con el grado de capitán lo hirieron en la batalla de Las Pozas donde se suicidó para evitar que lo torturaran los españoles, como habían hecho con los otros heridos.

La ciudad de Cárdenas había estado en manos de los rebeldes 12 horas. A eso de las nueve de la noche el Creole ya navegaba en alta mar. Habían muerto 26 expedicionarios. López pidió que lo dejaran, y a sus compañeros cubanos, en la costa de Pinar del Río, para de nuevo intentar un levantamiento, pero los norteamericanos se negaron toda vez que ya los perseguía un rápido buque español de vapor y vela, el que por menos de media hora no los alcanzó antes de llegar a Cayo Hueso.

En la bandera el coronel O’Hara escribió: “Kentucky. Primus in Cuba”, y como quedó en manos de Juan Manuel Macías, a la muerte de Francisco Vicente Aguilera, en 1877, hizo que, como sudario, cubriera el féretro del gran patriota en las honras fúnebres que le hizo el ayuntamiento de Nueva York. Muerto Macías, su hija Alicia, el 14 de agosto de 1918, se la entregó al presidente Mario García Menocal, quien se la regaló a Manuel Sanguily, cuyo hijo la entregó al Senado de la República el 14 de diciembre de 1944.

La que bordó Emilia Teurbe Tolón e izaron en el periódico The Sun la conservó Villaverde. Su hijo, que llevaba el hombre del general López, Narciso, la donó al Fondo Cubanoamericano de Socorro a los Aliados el 12 de octubre de 1943, y luego pasó al Salón de Embajadores del Palacio Presidencial.

En el mes de agosto le dieron un homenaje a López en Nueva York. Le hicieron entrega de una espada y una bandera: ésta, dijo Miguel Tuerbe Tolón, quien se la presentó, había sido hecha por “lindas manos de bellas hijas de Cuba, para quienes este trabajo fue una obra de amor.... Simboliza la nacionalidad de Cuba, libre, independiente y feliz, como debe ser y será”. López le contestó con estas reveladoras palabras: 

Las revoluciones son épocas de prueba para el temple de la almas que aspiran a ser libres, y a dar la libertad a su patria; los que tomen parte en ellas no sólo han de resolverse a pasar las horas oscuras e incómodas de la noche antes de saludar el sol apetecido sino que han de resignarse igualmente a sufrir con noble silencio, hasta que el suceso haya estampado en su obra el sello de la gloria, las calumnias de los enemigos, la dañina frialdad de ajenas simpatías y la hostilidad de ese partido antipopular que tiene una común existencia y un carácter común en todos los países y bajo todas las formas de gobierno... Esta bandera será la bandera regimental del primer cuerpo que se organice en el seno de nuestra patria que orgullosamente se llamara ‘El de las hijas de Cuba’. Lucirá sobre el Morro, o será mi mortaja en una tumba cubana que sirva para marcar un paso más en la marcha de la revolución que ustedes llaman inevitable justamente...

Muerte y consagración de López

Un año más tarde, en la madrugada del 12 de agosto de 1851, desembarcó el general en tierras cubanas, esta vez en la costa norte de Pinar del Río, en Playitas del Morrillo. Había salido de New Orleans en el vapor Pampero con unos 500 hombres, de los que menos de la mitad eran norteamericanos, siendo el resto cubanos, españoles y europeos; el llamado Primer Regimiento de Patriotas Cubanos constaba de 50 hombres y estuvo al mando del capitán Ildefonso Oberto. Otra vez, como en el desembarco de Cárdenas, en los primeros encuentros lograron someter a los españoles, pero superados en número, fueron vencidos: 10 mil soldados operaban contra los expedicionarios. Las fuerzas de López tuvieron 130 muertos en combate y 160 fusilados y 230 fueron hechos prisioneros, lo que prueba que muchos soldados españoles desertaron; y los españoles sufrieron más de 300 bajas, incluyendo el general Manuel Enna. A López y un grupo reducido de sus hombres, entre los que se encontraba el sargento español que se le había unido en Cárdenas, los sorprendieron en los Pinos del Rangel el 29 de agosto, por la traición de un cubano que se suponía amigo del general. Los llevaron presos a San Cristóbal y Guanajay, hasta que los embarcaron hacia La Habana. Por su parte el coronel William L. Crittenden y cincuenta de sus hombres fueron apresados y trasladados a La Habana, donde en juicio sumarísimo los condenaron a muerte. No contentos con la victoria, los españoles permitieron la profanación de los cadáveres de las víctimas, por lo que dijo el poeta Juan Clemente Zenea al referirse al hecho:

¡Horror! ¡Horror! Del héroe moribundo
En los santos despojos
Halló placer la turba embrutecida […]
Allí se disputaban los malvados
El robo vil sobre el cadáver frío […]
Allí el anillo que en la vez postrera
Gimiendo dio la prometida esposa:
Todo lo roba con descaro y saña
La chusma imbécil que en mostrar se esmera

La ilustración y la piedad de España.

   


Alegoría de López con la bandera cubana, publicada en un periódico de París, anunciando su desembarco en Playitas.


Narciso Villaverde, hijo del famoso autor de Cecilia Valdés (en traje negro, a la izquierda), en el acto de entregar la bandera original que bordó Emilia Teurbe Tolón. Fue su aporte al Fondo Cubano-Americano de Socorro a los Aliados. La recibió el 12 de octubre de 1943 el Dr. Cosme de la Torriente (firmando el documento), director de dicha organización.

Había sido esa bandera testigo de mucho heroísmo, pero también de muchos fracasos, y Céspedes, el 10 de Octubre de 1868, en el ingenio Demajagua, creyó buen augurio empezar la insurrección con una nueva: fue la de Yara, imitando la bandera de Chile. La victorias que obtuvo al principio de la Guerra de los Diez Años parecían asegurarle el puesto de honor en la Asamblea Constituyente de Guáimaro, pero los patriotas allí reunidos el 11 de abril de 1869, con todo respeto para Céspedes, prefirieron la de López por su largo historial en las luchas separatistas, según expuso el convencional Antonio Zambrana.

Había servido la bandera también como símbolo de las esperanzas de los exiliados. Cuando cesó la monarquía y se constituyó la Primera República Española, a principios de 1873, en Madrid todas las naciones que tenían allí representación diplomática izaron sus pabellones para saludar el nuevo gobierno; en la ventana de una casa de huéspede de la calle Concepción Jerónima apareció una que no se conocía: era la de López, la había expuesto un estudiante: José Martí. Con la bandera entraba Martí en la vida, y con ella quiso salir; dijo en sus Versos Sencillos: “Yo quiero, cuando me muera,/ Sin patria, pero sin amo,/ Tener en mi losa un ramo/ De flores, ¡y una bandera!”

El momento de mayor gloria para la enseña nacional fue, sin duda, el mediodía del 20 de Mayo de 1902, en la transmisión de poderes, cuando ondeó en todo el territorio de la nueva República. Siguió presidiendo todas las causas nobles aunque no pocos la traicionaron. La cantaron muchos poetas; imposible recordarlos a todos; baste aquí la más afortunada y conocida composición, la décima de Agustín Acosta, “A la bandera cubana”, en su libro Ala, de 1915:

  Gallarda, hermosa, triunfal,
Tras las múltiples afrentas,
De la patria representas
El romántico ideal.
Cuando agitas tu cendal
—Sueño eterno de Martí—
Tal emoción siento en mí,
Que indago al celeste velo
Si en ti se prolonga el cielo  
O el cielo surge de ti.

En el texto constitucional de 1940, firmado en el pueblo de Guáimaro el 11 de julio de ese año, se menciona en su artículo 5, en el que se lee: “La bandera de la República es la de Narciso López, que se izó en la fortaleza del Morro de La Habana el día 20 de Mayo de mil novecientos dos, al transmitirse los Poderes públicos al pueblo de Cuba...” Y exacto se reprodujo este artículo en la Ley Constitucional de 1952 (los Estatutos del Viernes de Dolores), y en la Ley Fundamental de la República, de 1959. Ni Batista ni Castro, a pesar de todos sus excesos y desmanes, se atrevieron con la bandera.

En todo empeño por volver la libertad a Cuba ha estado presente la bandera de la estrella solitaria, y está en cuanta actividad por los más nobles caminos pretenda ese fin. De nuevo ha de cumplirse el vaticinio del poeta que primero la llevó a sus versos, Miguel Teurbe Tolón, en New Orleans, también hace ahora 150 años:

  Gallardo pabellón, emblema santo
De Gloria y Libertad, enseña y guía,
Que de Cuba en los campos algún día
Saludado serás con libre canto.  


Al cumplirse el centenario de la bandera, el 19 de Mayo de 1950, se emitieron estos sellos de correo en homenaje al acontecimiento.