José Martí: notas y estudios

Carlos Ripoll

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LOS VERSOS SENCILLOS DE JOSÉ MARTÍ

Los invitados
"Una noche de poesía y amistad"
Complejidad y sencillez
Estancias del recuerdo
La oscuridad decidora
Salvación y despedida

No es sólo la ocasión de su centenario lo que nos lleva a hablar hoy de los Versos Sencillos, aunque ya fuera ése motivo suficiente para recordarlos, sino que, de toda la poesía de Martí, de toda su literatura, es en este librito donde encontramos, con la muestra más acabada de su arte, su retrato mejor. Y nada más indicado, ahora al cerrar con ésta un ciclo de conferencias sobre algunos aspectos de su obra, que detenernos en tan cabal representación suya. Cuando revisamos la iconografía de una persona, nos parece más evocador un retrato, otro más sugestivo o hermoso, pero hay uno que nos da la auténtica imagen del representado. En ninguna de sus obras está más Martí que en ésta, y por eso, en el rato que vamos a comentar su libro nos puede hasta parecer que él está con nosotros, ahí, entre ustedes, como parte del público, quizás no con el levitón negro y el lazo fino de la corbata, sino como otro más de los invitados; y aun en nosotros mismos estará presente porque, prescindiendo de su singular altura, todos llevamos un poco de él, de sus vivencias, de sus inquietudes, de sus alegrías, y de sus penas y esperanzas. Tendremos, pues, aquí, esta noche, dos veces al poeta: en persona y en sus versos.

Con este libro entramos en la poesía lírica, que es aquélla capaz de recoger como en un milagro a su creador: aguijoneada por la contemplación, el recuerdo o la angustia, nos presenta la sensibilidad del poeta, su alma entera. Así se convierte el género en una especie de confesión cordial en la que el artista desnuda su espíritu más quizás que para contemplarse a sí mismo para mostrarse a otros. La voluntad de autocontemplación no excluye al testigo, sino más bien lo demanda ya que, como en el cotidiano vivir, quien se desnuda lo está más cuando tiene observador que cuando está solo.

En su remoto origen la poesía lírica tenía un compromiso, o una afición, por decirlo de otra manera, con la música, y a eso debe su nombre. Líricas eran las composiciones que se hacían "para cantar al son de la lyra", que era aquel instrumento que venía en apoyo del verso, para darle a la palabra un alcance que sola ella, escrita, no podía tener. Confesión en Martí son estos Versos Sencillos, autorretrato que se sirve también de la melodía que tienen en su entraña. No se ha reparado en que, antes de publicar este libro, Martí quiso recitar sus versos, darles vida en la palabra hablada, porque su peculiar sonoridad era parte del medio expresivo, como luego probó el feliz enlace con "La Guantanamera". Y así dijo en el prólogo, mientras se disculpaba por no entrar en detalles de su arte: "¿Ni a qué exhibir ahora, con ocasión de estas flores silvestres, un curso de mi poética, y decir por qué repito un consonante de propósito, o los gradúo y agrupo de modo que vayan por la vista y el oído al sentimiento, o salto por ellos [por "la vista y el oído"] cuando no pide rimas ni soporta repujos la idea tumultuosa?" Además, quiso Martí recitar sus versos porque el libro hace oportunas concesiones a la poesía dramática y a la narrativa, que necesitan o prefieren la palabra hablada. ¿Qué son sino núcleos de dramas su "Sueño con claustros de mármol", o "En el extraño bazar", entre otras composiciones de este libro? Por eso pudo nuestro José Antonio Ramos, en 1915, hacer una obra de teatro que tituló "El traidor", luego traducida al inglés, con el verso número XXVIII, con los doce octosílabos que empiezan así: "Por la sombra del cortijo/Donde está el padre enterrado;/Pasa el hijo de soldado/ Del invasor: pasa el hijo". Y el propio Martí ¿no nos dice en "La Niña de Guatemala", como si fuera él uno de aquellos juglares de la Edad Media, que iban por castillos y plazas narrando acontecimientos dignos de memoria, no nos dice sobre aquel pasaje de su vida en Centroamérica, "Quiero a la sombra de un ala/Contar este cuento en flor..."? Poesía lírica, dramática y épica, pues, todas en apoyo de la confesión: el hombre y su circunstancia: la física y la espiritual: desde el mundo de lo inefable al de la experiencia: trovador, dramaturgo y juglar es Martí en sus Versos Sencillos.

Los invitados

No sabemos cómo recitaba Martí, pero tenemos abundantes pruebas de su pasión por el teatro, y no nos faltan testimonios de su capacidad de orador, que requiere su parte de saber escénico. Podemos imaginarlo aquella noche de diciembre, en Nueva York, ante un grupo de amigos, recitando los versos, con inflexiones en la voz, gestos, silencios, énfasis, gradaciones de tono, ritmos...

Se creería vanidad de Martí la insistencia con que pidió a sus invitados que fueran a la reunión en que iba a sus Versos Sencillos. La oportunidad fue la despedida Panchito Chacón, que regresaba a Cuba. Era Francisco Chacón (el padre de nuestro José María Chacón y Calvo, casualmente uno de los críticos que ha estudiado este libro con mayor acierto, destacando su raíz popular hispánica) uno de esos cubanos que, a fines del siglo pasado, iba a Nueva York por prescripción médica, en busca del aire de las montañas Catskill, que fue donde Martí escribió buena parte de este libro. La lectura se llevó a cabo en el apartamento de Carmita Mantilla sobre el cual, en un piso alto, tenía habitación Martí. Era el número 361 de la 58, Oeste, de Manhattan, entre las avenidas Octava y Novena. La hora aquel sábado 13 de diciembre de 1890: las 8 noche. Se conocen 5 invitaciones: al pintor Federico Edelmann, para animarlo a ir, le habla de los cuadros que allí encontraría: una "Madrugada" de Herman Norrman, el pintor sueco que poco después le iba a hacer a Martí el único retrato al óleo que se le hizo en vida, cuya copia preside la exposición de Documentos y Retratos que tenemos en la biblioteca de esta universidad; en su carta Martí, ávido de público, le pidió a Edelmann que llevara dos amigos y, al despedirse, lo conmina con estas palabras: "Lo espera sin falta su José Martí". Otro invitado fue Néstor Ponce de León, también poeta, a quien tienta con lo más efectivo con que se le puede tentar a un poeta, que es la oportunidad de dar a conocer sus versos; le escribe: "No me atrevo a pedir a su musa, tan feliz y esquiva, que le ponga en el bolsillo alguna de sus obras, aunque Ud. se lo dirá en secreto, por si se deja ablandar y se nos aparece Ud. con ocho o diez, y no menos, composiciones suyas..."; y lo compromete a asistir con esta advertencia: "Deseo que no tenga Ud. ese sábado nada que hacer, ni de veras ni de excusas... Y si no va creeré que desdeña Ud. visitar a los pobres. No le ha de decir que no, ni a Chacón, ni a su amigo José Martí". Otra de las cartas es la le envió a Sotero Figueroa, activo revolucionario, poeta y redactor de La Revista Ilustrada, donde días más tarde, el 1º de enero de 1891, iba a aparecer el estupendo ensayo de Martí, "Nuestra América"; a este noble puertorriqueño Martí le escribe: "Mi amigo y mi poeta: De seguro nos juntamos mañana, y les he dicho a los pocos que se han de reunir que Ud. llevará versos nuevos en el bolsillo. Leerán Chacón y Fuentes, y Palomino y Zeno, y acaso Ponce, y este servidor de Ud...", y de nuevo se despide cariñoso amenazando: "No le perdonaría su ausencia su amigo José Martí". Otro invitado fue Antonio Ignacio Quintana, colombiano casado con una santiaguera, veterano de la Guerra Grande, que había sido vecino de Martí cuando éste vivía con la esposa en Brooklyn; parece que a Quintana no le gustaban los versos, pero Martí, para que hubiera uno más en la reunión, interesa a este indiferente a la literatura porque aquello era como un reto a la magia de la recitación y una esperanza de conmoverlo; y así le dice, galante: "Aunque usted se haga el esquivo con los versos, como si no fuese poeta el que supo casarse con Clarita, yo creo que a usted le gustaban en el fondo de su corazón..."; pero, ante la duda de convencerlo, Martí, habilísimo, recurre a otro efugio para asegurar su presencia, y le agrega: "Una hora de amistad y una taza de chocolate no vienen mal en una noche de invierno..." y todos los que hemos pasado noches de invierno en Nueva York sabemos cuánto pueden atraer, en la soledad y el frío, "una hora de amistad y una taza de chocolate..." La última invitación que se conserva la dirigió a Miguel Montejo, conspirador y activista desde el levantamiento de Céspedes hasta lograrse la independencia; en aquella ocasión le escribió Martí una carta aún no recogida en sus Obras Completas, y que tuve la suerte de dar a conocer hace algunos años cuando me la facilitaron sus hijos Arturo y René Montejo, en la ciudad de Tampa, en la que le decía a aquel buen patriota: "Mi señor don Miguel: Ud. es invitado natural y de privilegio a todo lo mío, y debe saber cuándo se le espera, sin necesidad de carta. Sepa, pues, que ha de venir mañana, a eso de las ocho de la noche, a la casa que nos prestan... a oírle leer versos a Francisco Chacón y a otros poetas cordiales. Ud. no ha de dejarme el asiento vacío ni la amistad sin paga. Hasta mañana, sin falta, le dice adiós su amigo José Martí".

Esas reuniones literarias eran frecuentes en la época: además de recitar, se tocaba el piano u otro instrumento, se cantaba y, en algunas, se representaban pasajes de obras de teatro, y tenía, mayor importancia, como era de esperarse, la plática amiga. No hay memoria de ningún acto sobre el que Martí haya insistido tanto en la asistencia de sus invitados como en éste en que iba a presentar los Versos Sencillos. Se reunieron en el apartamento de Carmen Mantilla unas 30 personas. Los "poetas cordiales" leyeron sus versos. De las 46 composiciones que forman este libro no sabemos cuáles leyó Martí, pero poco después las entregó a los impresores, ya con la licencia de quienes se las habían escuchado; dijo en prólogo: "Se imprimen estos versos porque el afecto con que los acogieron, en una noche de poesía y amistad, algunas almas buenas, los ha hecho ya públicos..." Y nosotros, en recuerdo de aquella noche de Nueva York, para acercarnos a la dimensión que Martí quiso para su poemario, en esta noche que también quiere ser "de poesía y amistad", los vamos a escuchar en las voces de estas jóvenes que podían haber estado en aquel cuarto piso de la calle 58, en Manhattan, o que quizás, de verdad, allí estuvieron y no nos lo han dicho. Son estudiantes de nuestro seminario sobre José Martí que se han ofrecido generosas para leerlos: son Fidelma Leonor Cobas, Elena Freyre, Anita Velis y María Vidal, a las que quiero que saluden con un aplauso.

Complejidad y sencillez

Puesto que hablábamos del carácter confesional de los Versos Sencillos, resulta oportuno recordar ahora una frase que Martí escribió en ese mismo mes de diciembre de 1890 al comentar las Poesías del cubano Francisco Sellén; destacaba los aciertos del poeta y dijo, y éstas son sus palabras, que "se pintó, sin querer, que es como las pinturas de sí propio salen buenas..." Obsérvese el modo que consideraba Martí como el mejor para un fiel autorretrato: "sin querer", porque así, creía, es "como las pinturas de sí propio salen buenas..." Vale, pues, hacer esta aclaración, de que, cuando hablamos de lo confesional en los Versos Sencillos, no es porque estemos en el mundo de las "confesiones" al estilo de las de San Agustín, o de Rousseau ni siquiera las de Azorín, sino de esa involuntaria revelación que se produce cuando el poeta se da a evocar episodios de su vida, o deja que salga espontánea, en un temblor de inspiración, la palabra de su intimidad. Y es por ese motivo que la poesía lírica tiene tan larga vida y gusta tanto, porque, libre de lo accidental, que siempre envejece, maneja asuntos que no tienen época o lugar, o lo vencen, como en las Coplas de Jorge Manrique, los Sonetos de Shakespeare, las Canciones de Víctor Hugo, los Campos de Antonio Machado y el Hábito de esperanza de nuestro Eugenio Florit, también crítico mayor de los Versos Sencillos, que hoy nos honra con su presencia, por citar sólo algunos ejemplos de esas victorias del arte sobre el tiempo y el espacio, y que llevan en parte la biografía del poeta. Cuando Martí le manda un ejemplar de los Versos Sencillos a su madre, se lo dice todo con estas palabras: "Lea este libro de versos... Es pequeño es mi vida".

Como en el coro de una tragedia antigua, Martí se nos presenta insistiendo en el pronombre de primera persona, o en sus declinaciones, siempre con el verbo en tiempo presente, como para eternizar los trazos del pincel que va delineando el retrato; nos dice: "Yo soy un hombre sincero/De donde crece la palma", y sigue:

Yo vengo de todas partes,
Y hacia todas partes voy:
Arte soy entre las artes,
En los montes, montes soy. [...]
Oculto en mi pecho bravo
La pena que me lo hiere:
El hijo de un pueblo esclavo
Vive por él, calla y muere. [...]
Cultivo una rosa blanca
En junio como en enero,
Para el amigo sincero
Que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arranca
El corazón con que vivo,
Cardo ni oruga cultivo:
Cultivo una rosa blanca. [...]
Con los pobres de la tierra
Quiero yo mi suerte echar:
El arroyo de la sierra
Me complace más que el mar.
Yo quiero cuando me muera
Sin patria pero sin amo,
Tener en mi losa un ramo
De flores, y una bandera.

Así se nos presenta: quién es, qué sabe, a dónde va y de dónde viene, con quién anda, cómo reacciona; y después de ese esbozo de esencia y existencia, la resultante de un plan para el vivir, que es siempre la muerte, y dejar de huella en la tierra sus dos grandes contribuciones: la poesía, que es el "ramo de flores" y el amor a la patria, que es la otra poesía suya, la mejor de todas: su patriotismo: sobre la sepultura, como firma del gran poema de su vida, "una bandera".

La primera afirmación en este libro, su primer verso, destaca la sinceridad: es el primer adjetivo que emplea Martí: "Yo soy un hombre sincero/De donde crece la palma". ¿Qué significa la palabra sincero? Viene del latín sincerus, compuesto de sinne y de cerussa, que quiere decir sin albayalde, ese polvo blanco que se emplea en la pintura y también para blanquear el cutis o encubrir los aspectos menos agradables de las cosas: sin máscara, sería su equivalente. Pero es que en castellano antiguo la palabra "sincero" era sinónimo de "sencillo", por lo que descubrimos que el adjetivo del título, "sencillo", resulta ser intercambiable con el del primer verso: así, prescindiendo de la sonoridad menos grata, Martí podía haber titulado su colección "Versos Sinceros" en vez de "Versos Sencillos", y haber dicho en su primera afirmación "Yo soy un hombre sencillo/De donde crece la palma", porque los dos quieren decir lo mismo. Sinceridad y sencillez son las palabras básicas del libro, hasta en su más amplio significado: sin artificio, sin trampa, puro y sin doblez. Por eso termina el prólogo de esta colección con los términos afines: "Amo la sencillez, y creo en la necesidad de poner el sentimiento en formas llanas y sinceras..."

Tiempo después, al hablar de los versos de un amigo, pero con seguridad recordando éstos suyos, dio el secreto de la composición; dijo: "A la vida se le van cayendo los velos poco a poco, y cuando se conoce y rehuye lo de verboso e inútil que hay en ella, vuelve como una ingenuidad al corazón que, en los hombres sensibles y adoloridos, se refleja, a la tarde de los años, en la sencillez de la poesía"; y así él, alejado de lo "verboso " y lleno el corazón de esa "ingenuidad", lo encontramos en su conocidísima estrofa: "Yo pienso, cuando me alegro/Como un escolar sencillo,/En el canario amarillo,/Que tiene el ojo tan negro".

Se ha dicho muchas veces que la sencillez a estos versos les llega del metro y de las estrofas preferidas: el octosílabo, la redondilla tradicional y la cuarteta, todo lo popular de la poesía española, lo más simple, porque hasta en el acto de componer se puede usar albayalde para encubrir defectos y arrugas de la obra o del artífice; y es verdad que en los Versos Sencillos hay como un deseo de que la forma no le robe escenario a los asuntos y a las imágenes que generan, sino de que ella sólo los lleve discreta de la mano como consorte humilde y respetuoso. En uno de sus Apuntes dejó Martí otra indicación sobre la fábrica de esta poesía; allí leemos lo siguiente: "Adoro la sencillez, pero no la que proviene de limitar mis ideas a este o aquel círculo o escuela, sino la de decir lo que veo, siento o medito con el menor número de palabras posibles, de palabras poderosas, gráficas, enérgicas y armoniosas..."; lo que dejó resumido en aquella comparación al hablar de la poesía de Pérez Bonalde: "El verso es perla. No han de ser los versos como la rosa centifolia, toda llena de hojas, sino como el jazmín del Malabar, muy cargado de esencias..." Así lo sencillo no está reñido con lo complejo, sino que precisamente la sencillez es la que exige la complicación. Hace algún tiempo una cámara fotográfica, la Minolta, se anunciaba con una frase que me pareció apropiada para los Versos Sencillos decía: "So complex it's simple" es tan compleja que es sencilla: para alcanzar la máxima facilidad en su manejo, en su entendimiento, aquella cámara tenía complicadísimos mecanismos interiores, al igual que los Versos Sencillos: un prodigio de ingeniería: "So complex it's simple".

Estancias del recuerdo

Uno de los personajes principales de esta colección es el recuerdo, la evocación del pasado, que son los episodios que recrea el poeta para contemplarse y mostrarse en ellos. Veamos algunas de esas memorias. Empezamos por la más antigua, de cuando tenía nueve años. En esa época ayudaba a su padre, empleado entonces de capitán de partido en Hanábana, un pueblecito de la península de Zapata por donde se practicaba con frecuencia el contrabando de esclavos. Allí el niño vio un boca bajo, el azote que daban a los negros de castigo; en un Cuaderno de Apuntes escribió años después: "¿Qué vi yo en los albores de mi vida?", y, entre sus primeras impresiones, anota: "El boca bajo, en el campo, en la Hanábana". En los Versos Sencillos recuerda así el horrible espectáculo:

El rayo surca, sangriento,
El lóbrego nubarrón:
Echa el barco, ciento a ciento,
Los negros por el portón.
El viento, fiero, quebraba
Los almácigos copudos:
Andaba la hilera, andaba
De los esclavos desnudos.
El temporal sacudía
Los barracones henchidos:
Una madre con su cría
Pasaba, dando alaridos.
Rojo, como en el desierto
Salió el sol al horizonte:
Y alumbró a un esclavo muerto
Colgado a un seibo del monte.
Un niño lo vio: tembló
De pasión por los que gimen:
Y al pie del muerto juró
Lavar con su vida el crimen.

El siguiente recuerdo que hemos escogido se refiere a los sucesos del teatro Villanueva, en La Habana. Había estallado la insurrección el 10 de Octubre de 1868, en La Demajagua, de Carlos Manuel de Céspedes, y ya era el 22 de enero. En la capital ardían la esperanza de los cubanos y la ira de los soldados de España. En una función de aquel teatro, propiedad de un cuñado de Rafael María de Mendive, el maestro de Martí, se dijo algo en la escena y en el público que se podía tomar como apoyo a los insurrectos, y empezó una balacera que pronto se extendió por otros lugares de la ciudad. No lejos del teatro se encontraba Martí, en el colegio de Mendive, y allá fue la madre desesperada a buscarlo en esos días había escrito su poema dramático "Abdala", en el que el joven protagonista muere por salvar la patria, y, con todo juicio, doña Leonor pudo creer que la ficción había sido un augurio...; los Versos Sencillos cuentan de esta manera el episodio:

El enemigo brutal
Nos pone fuego a la casa:
El sable la calle arrasa,
A la luna tropical.
Pocos salieron ilesos
Del sable del español:
La calle, al salir el sol,
Era un reguero de sesos.
Pasa entre balas un coche:
Entran, llorando, a una muerta:
Llama una mano a la puerta
En lo negro de la noche.
No hay bala que no taladre
El portón: y la mujer
Que llama me ha dado el ser:
Me viene a buscar mi madre.
A la boca de la muerte,
Los valientes habaneros
Se quitaron los sombreros
Ante la matrona fuerte.
Y después que nos besamos
Como dos locos, me dijo,
¡Vamos pronto, vamos, hijo:
La niña está sola: vamos!

Es por esa composición que, al enviarle el libro a la madre, Martí le pide lo empiece a leer en la página 51, que es donde está dicha memoria.

El amor y la muerte son de las coordenadas más visibles de los Versos Sencillos, y hay uno en que coinciden los dos en logradísimo equilibrio, y así esplenden en aciertos poéticos inigualables. Es en "La Niña de Guatemala". Martí había llegado a ese país centroamericano en 1877. En México acababa de comprometerse con Carmen Zayas Bazán, con la que pronto iba a casarse. A poco de llegar, en la Escuela Normal, donde lo contrataron, conoció en una de sus clases a María García Granados. El cubano director de la escuela describió así a aquella jovencita: "Era alta, esbelta y ai; su cabello, negro como el ébano, abundante, crespo y suave como la seda; su rostro, sin ser soberanamente bello, era dulce y simpático; sus ojos profundamente negros y melancólicos, velados por pestañas largas, revelaban una exquisita sensibilidad. Su voz era apacible y armoniosa, y sus maneras tan afables, que no era posible tratarla sin amarla. Tocaba el piano admirablemente, y cuando su mano resbalaba con cierto abandono por el teclado, sabía sacar de él notas que parecían salir de su alma y pasaban a impresionar el alma de sus oyentes". Por esta descripción del amigo de Martí, y la de otros testigos de la época parece que, efectivamente "La Niña de Guatemala" era una criatura singular: atractiva, culta, discreta. Además de en la clase, Martí la trató en su casa, la que visitaba por su amistad con el general Miguel García Granados, padre de la "Niña", quien había sido presidente del país cinco años antes: los dos eran aficionados al ajedrez, y ella preludiaba los encuentros con canciones y piezas al piano. Martí no le ocultó a María su compromiso, pero quizás fue imprudente: en versos de aquellos días se ve un juego peligroso: la llama "hermana" y le habla de la "esposa arrodillada" que espera por él, pero le canta con dulce tono a su cabello, a su voz y a las gracias de su carácter. Meses después fue Martí a México, a casarse, y regresó con la esposa a Guatemala. No sabemos si hay un paralelo entre lo que pasó y lo que cuentan los versos, porque hay una verdad histórica y una verdad poética que no siempre coinciden. Al narrar el suceso no podía Martí detenerse en el accidente de los hechos redondos e inmóviles como hitos de piedra al borde del camino: las cosas pueden pasar de una manera y el sentimiento percibirlas de otra, y, en último análisis, el acontecer es más como uno lo siente que como en realidad fue, y ésa es la verdad que ofrece la poesía, y, por lo mismo, de rango diferente, capaz de recoger lo que se le escapa a la crónica reptando entre lo preciso, lo exacto y otros inconvenientes de lo real. A los efectos de lo que nos interesa ahora, el incidente de "La Niña de Guatemala" sucedió así:

Ella dio al desmemoriado
Una almohadilla de olor:
Él volvió, volvió casado:
Ella se murió de amor.
Ella por volverlo a ver,
Salió a verlo al mirador:
Él volvió con su mujer:
Ella se murió de amor.
Se entró de tarde en el río,
La sacó muerta el doctor:
Dicen que murió de frío:
Yo sé que murió de amor.
Iban cargándola en andas
Obispos y embajadores:
Detrás iba el pueblo en tandas
Todo cargado de flores.
Callado, al oscurecer,
Me llamó el enterrador:
¡Nunca más he vuelto a ver
A la que murió de amor!
Eran de lirios los ramos
Y las orlas de reseda
Y de jazmín: la enterramos
En una caja de seda.
Allí en la bóveda helada,
La pusieron en dos bancos:
Besé su mano afilada,
Besé sus zapatos blancos.

Dentro de estas evocaciones de los Versos Sencillos merece también lugar de honor por su gracia poética, otro recuerdo de Martí: es "La bailarina española", aquel personaje que ganó la inmortalidad por estos versos. Y ésa es la misión singular del artista: darle superior categoría a lo que no la tiene de sí. ¿Qué hubiera sido de la memoria del supuesto conde de Orgaz, sin el Greco; del mulato Pareja, sin Velázquez; de Fray Diego, sin Zurbarán; o de la duquesa de Alba, sin Goya por citar sólo los pintores clásicos de España que Martí prefería? Un soplo hubieran sido sin los artistas: un soplo. Así "la bailarina española". Había llegado esta mujer a Nueva York y bailaba en un teatro donde el empresario, por darle autenticidad a la función, colocó a la puerta una bandera española. Martí llevaba a España en su corazón y quiso ver a la bailarina de quien toda la ciudad hablaba, pero su sensibilidad, movida por el amor a Cuba, se lo impedía. En una ocasión, sin embargo, por suerte para él, y para nosotros, no pusieron la bandera, y Martí fue al teatro, y comentó en sus Versos Sencillos: "Han hecho bien en quitar/ El banderón de la acera;/ Porque si está la bandera,/No sé, yo no puedo entrar." Y bailó ante Martí "La bailarina española", y baila hoy, un siglo después, ante nosotros, y le vemos el gesto y la mantilla, y hasta la oímos taconear en su tablado:

Ya llega la bailarina:
Soberbia y pálida llega:
¿Cómo dicen que es gallega?
Pues dicen mal: es divina.
Lleva un sombrero torero
Y una capa carmesí
¡Lo mismo que un alelí
Que se pusiese un sombrero!
Preludian, bajan la luz,
Y sale en bata y mantón,
La Virgen de la Asunción
Bailando un baile andaluz.
Alza, retando, la frente;
Crúzase al hombro la manta:
En arco el brazo levanta:
Mueve despacio el pie ardiente.
Repica con los tacones
El tablado zalamera,
Como si la tabla fuera
Tablado de corazones.
Súbito, de un salto, arranca:
Húrtase, se quiebra, gira:
Abre en dos la cachemira,
Ofrece la bata blanca.
El cuerpo cede y ondea;
La boca abierta provoca;
Es una rosa la boca:
Lentamente taconea.
Recoge, de un débil giro,
El manto de flecos rojos:
Se va, cerrando los ojos,
Se va, como en un suspiro.

Resulta oportuno, ahora que hablamos de las experiencias de Martí en los Versos Sencillos, aclarar un pasaje que tiene cierta importancia en su biografía. Se trata del rompimiento definitivo de Martí con la esposa en ese año de 1891. Creo que la culpa de la separación, más que otro motivo, lo tuvo este librito. Siempre se ha dicho que Carmen Zayas Bazán se disgustó con Martí y que por eso él la atacó en alguna de sus composiciones, pero ahora que se sabe cuándo llegó ella a Nueva York, y cuándo se fue, y la fecha de la publicación del libro, se puede afirmar que debió ser éste el desencadenaste del conflicto. Martí compuso buena parte de sus Versos Sencillos durante el verano de 1890, después de la Conferencia Internacional Americana celebrada en Washington, después de "aquel invierno de angustia", como dijo en su prólogo, por el que estuvo enfermo, y por el cual lo "echó el médico al monte". A fines de ese año, como dijimos, leyó sus versos en la despedida de Panchito Chacón. La esposa no llegó a Nueva York hasta fines de junio del año siguiente, y se fue, escondida de Martí, dos meses más tarde, en agosto de 1891, precisamente cuando vieron la luz los Versos Sencillos. Lo que allí escribió el poeta tuvo que molestar mucho a Carmen Zayas Bazán. Hacía 5 años que el matrimonio estaba separado, y Martí nunca pudo suponer que resultarían tan inoportunos sus reproches y sus quejas. Para algunos podían pasar desapercibidas las alusiones, pero no para los amigos más íntimos, y menos para ella; veamos estos ejemplos:

Corazón que lleva rota
El ancla fiel del hogar,
Va como barca perdida
Que no sabe a dónde va. [...]
He visto vivir a un hombre
Con el puñal al costado,
Sin decir jamás el nombre
De aquélla que lo ha matado. [...]
¿Qué importa que tu puñal
Se me clave en el riñón
¡Tengo mis versos, que son
Más fuertes que tu puñal! [...]
Aquí está el pecho, mujer,
Que ya sé que lo herirás;
¡Más grande debiera ser,
Para que lo hirieses más!
Porque noto, alma torcida,
Que en mi pecho milagroso
Mientras más honda es la herida
Es mi canto más hermoso.

¡"Alma torcida"! La vergüenza debió ser mucha para la Zayas Bazán, y con la ayuda de un mal amigo de Martí y la complicidad del consulado español en Nueva York, logró embarcarse con el hijo hacia La Habana. Y la irritación de la esposa debió ser aún mayor al notar el contraste entre el tratamiento que le daba a ella y el regalo y el cariño con que Martí recordaba a otras mujeres: a la aragonesa Blanca de Montalvo, a María García Granados "la que se murió de amor.".., y sobre todas, a Carmita Mantilla, entonces la fiel compañera del poeta, en este libro luminosa presencia sin nombre

Yo visitaré anhelante
Los rincones donde a solas
Estuvimos yo y mi amante
Retozando con las olas.
Solos los dos estuvimos,
Solos, con la compañía
De dos pájaros que vimos
Meterse en la gruta umbría.
Y ella, clavando los ojos,
En la pareja ligera,
Deshizo los lirios rojos
Que le dio la jardinera.
La madreselva olorosa
Cogió con sus manos ella,
Y una madama graciosa,
Y un jazmín como una estrella.
Yo quise, diestro y galán,
Abrirle su quitasol:
Y ella me dijo: "¡Qué afán!
Si hoy me gusta ver el sol!"
Después, del calor al peso,
Entramos por el camino,
Y nos dábamos un beso
En cuanto sonaba un trino.

La oscuridad decidora

Pero no todo en los Versos Sencillos es de esa claridad en la comunicación, porque el lenguaje directo no puede decir ciertos secretos del alma, y menos de una tan rica como la de José Martí. Para completar la confesión de que antes hablamos, su retrato, tuvo que salirse de la anécdota, de lo descriptivo, para entrar en el mundo de la sugerencia, del símbolo, más preocupado por las cualidades de las cosas que por su naturaleza, ese recurso que apenas se cultivaba entonces entre los poetas de habla española, olvidado en aquel siglo XIX de asombros por los adelantos de la ciencia, del positivismo y de la práctica realista en el arte. Se dijo así, como respuesta a aquella estrechez, que lo importante no era hacer las cosas claras, sino hacerlas sentir (Mallarmé), que, ante todo, la musicalidad debía dominar la comunicación (Verlaine), porque con la música no se entiende, sino que se siente, y hay pedazos del vivir que no están hechos para el entendimiento sino para sentirlos. Es como un saber de las sombras, del mundo onírico, que permite llegar a zonas donde sólo entra la intuición. El propio Martí dijo en apoyo de esa técnica expresiva que la poesía era "un estado vaporoso, nuboso, sumo". ¿Quién no conoce de ese universo de lo ininteligible donde lo que en él habita es causa de tanta controversia, puesto que cada uno lo percibe de distinta manera ya que está un pedazo fuera de nosotros y otro en nosotros mismos? Es el reino de aquellas cosas que se pueden entender de modos diversos, que es lo ambiguo. Ya Martí había ensayado esos caminos en su poemario anterior, Ismaelillo, con el que se consagró, sin caer en el decadentismo de algunos de sus contemporáneos, en heraldo de la renovación poética en español, en la que luego participaron, con bien diferente propósito, Gutiérrez Nájera y José Asunción Silva; Julián del Casal y Rubén Darío. A fuerza de imágenes atrevidas y originales, de símbolos, de asedios a lo sensorial colores, sonidos, y texturas y formas, pero nunca a nivel del realismo, por no reducir su retrato, nos hace entrar en esa parte del ser, de la que todos tenemos un poco, vaporosa, nubosa, suma, tan amiga de la poesía. Oigamos algunos de esos pasajes de fantasmas y visiones, veámoslos, podemos decir mejor, a la luz de lo que se puede llamar su oscuridad decidora:

Yo tengo un amigo muerto
Que suele venirme a ver:
Mi amigo se sienta, y canta:
Canta en voz que ha de doler. [...]
Por donde abunda la malva
Y da el camino un rodeo
Iba un ángel de paseo
Con una cabeza calva. [...]
Yo tengo un paje muy fiel
Que me cuida y que me gruñe,
Y al salir me limpia y bruñe
Mi corona de laurel.
Salgo y el vil se desliza
Y en mi bolsillo aparece:
Vuelvo, y el terco me ofrece
Una taza de ceniza.
Mi paje, hombre de respeto,
Al andar castañetea:
Hiela mi paje y chispea:
Mi paje es un esqueleto. [...]
Estoy en un baile extraño
De polaina y casaquín
Que dan, del año hacia el fin,
Los cazadores del año.
Una duquesa violeta
Va con un frac colorado:
Marca un vizconde pintado
El tiempo en la pandereta.
Y pasan las chupas rojas,
Pasan los tules de fuego,
Como delante de un ciego
Pasan volando las hojas.

Locura fuera preguntarle al poeta quiénes son el "amigo muerto" que le canta, o el "ángel" y la "cabeza calva" que pasean, o el "paje muy fiel" que le ofrece "una taza de ceniza", o aquel otro que es un "esqueleto"; o cómo puede vestir sólo de "frac colorado" esa "duquesa violeta", al tiempo que en "pandereta" toca un "vizconde pintado"... ¿Qué son? ¿Quiénes son? Pues nos diría que son eso, y mucho más: un amigo muerto, un ángel, una cabeza calva, un paje, un esqueleto, una duquesa y un vizconde: todo lo que pasa delante de un ciego mientras estamos en ese "...baile extraño/De polaina y casaquín/Que dan, del año hacia el fin,/Los cazadores del año...

Salvación y despedida

Una última advertencia sobre los Versos Sencillos quisiera hacer antes de terminar. A partir de ese verano de 1891, cuando salió el libro de las prensas de Louis Weis y Compañía, en el número 116 de la calle Fulton, en Nueva York, Martí renunció todo para dedicarse por entero a la causa de Cuba sus corresponsalías en los periódicos y sus representaciones consulares: sólo le quedó, por unos meses, un puesto de profesor de español en el Central Evening High School, de la calle 63, Este, de aquella ciudad. Así fue ese año, hace un siglo, fin y principio de mucho en la vida de Martí: corona de dos tiempos, y este libro, los Versos Sencillos, como una despedida, un testamento espiritual, esa marejada de recuerdos y sentimientos como dicen que tienen los agonizantes en sus últimos minutos; despedida también de la creación literaria, pensando en ésta un poco como delirio, un poco como escape y un poco como juego, para entrarla toda en lo que hoy llamamos literatura comprometida, literatura de propaganda, porque después de este libro clavó en Patria su pluma, en el periódico que iba a llevar su mensaje revolucionario a las emigraciones y a Cuba, y no la sacó de allí más, y de sus cartas a los conspiradores y a los patriotas. Por eso dijo en la primera estrofa del libro: "...antes de morirme quiero/Echar mis versos del alma", y obsérvese el verbo, "echar", "echar mis versos del alma", como forzar su salida, despedirlos, distanciarse de ellos. Podría parecer ingratitud del poeta: uno no echa de su lado lo que ama, pero es que Martí sintió la urgencia de su obra: el porvenir de Cuba estaba amenazado por la soberbia de España, por la debilidad de algunos de sus compatriotas, por la culpable indiferencia de los países de América Latina y por el empuje imperialista de los Estados Unidos, avivado entonces por un tratado de reciprocidad que los convertía en la metrópoli mercantil de la isla. "Me echó el médico al monte... escribí versos", nos dice en el prólogo: él echado por el médico, para alejarlo de su quehacer y sus ansias; y los versos llevarlos al papel para sacárselos de sí, para entregarse a lo que entendió su deber.

Dentro de la despedida mayor que son el conjunto de los Versos Sencillos, la última composición está dedicada a despedirse de lo que había sido su apoyo, su confidente y su consuelo: la poesía; y le rinde uno de los homenajes más tiernos y hermosos que se han escrito en nuestra lengua. Como resumen del libro, como coda de la gran sinfonía que son los Versos Sencillos, a la poesía le dedica la última página: cambia aquel pronombre de primera persona, del principio, el yo, yo, yo, propio de la confesión, por el tú, del drama, el pronombre de segunda persona, en un parlamento tanto más impresionante y conmovedor en cuanto que uno de los actores, el verso, como avisado del rompimiento, permanece mohíno, inmóvil y en silencio, en un lugar oscuro del escenario: le dice Martí:

Yo te quiero, verso amigo,
Porque cuando siento el pecho
Ya muy cargado y deshecho,
Parto la carga contigo.
Tú me sufres, tú aposentas
En tu regazo amoroso
Todo mi amor doloroso,
Todas mis ansias y afrentas.
Tú, porque yo pueda en calma
Amar y hacer bien, consientes
En enturbiar tus corrientes
Con cuanto me agobia el alma.
Tú, porque yo cruce fiero
La tierra, y sin odio, y puro,
Te arrastras, pálido y duro,
Mi amoroso compañero.
Mi vida así se encamina
Al cielo limpia y serena,
Y tú me cargas mi pena
Con tu paciencia divina.
¿Habré, como me aconseja
Un corazón mal nacido,
De dejar en el olvido
A aquél que nunca me deja?
¡Verso, nos hablan de un Dios
Adonde van los difuntos:
Verso, o nos condenan juntos,
O nos salvamos los dos!

Hemos venido aquí, esta noche, para repetirle al poeta y a sus versos lo que ya saben muy bien ellos, que "los dos" se han salvado, que aún estamos en su infancia, celebrando estos primeros cien años, y que han de venir muchas más fiestas centenarias, porque mientras haya un bien que hacer, una pena que consolar, una justicia que cumplir, a "los dos", al maestro y a su catecismo, los necesitará el mundo. Ellos sí se han salvado, pero su patria no, ni nosotros, y, puesto que Cuba no tiene otra salida que con él, con su doctrina, con su república sincera, otra vez aquí sincera, sin recortes ni disfraces, en un empeño de salvación como el suyo en los Versos Sencillos, montados en su última estrofa, podemos decirle cada uno de nosostros:

Maestro, nos hablan de un Dios
Adonde van los difuntos:
Maestro, o nos condenan juntos
O nos salvamos los dos.

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