José Martí: notas y estudios

Carlos Ripoll

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APUNTES SOBRE ISMAELILLO

  El título
  La composición
  "Espantado de todo"
  "Sed de pureza"
  "El celeste retiro"
  La forma
  La crítica
  Notas

Hay muchos y valiosos estudios sobre este pequeño libro de Martí, impreso en Nueva York hace ahora un siglo. Alguna crítica reciente explica con acierto su mérito en la poesía de lengua española. Este trabajo se reduce a explorar algunos aspectos de Ismaelillo que no se habían aclarado o de los que se tiene una impresión equivocada. En su mayoría lo forman notas de cursos y seminarios sobre la vida y la obra del gran cubano. Los epígrafes dicen su asunto: "El título" aclara el motivo por el cual Martí llamó al hijo Ismaelillo; "La composición" sigue al autor en su búsqueda de la forma que consideró más adecuada; "Espantado de todo" descubre una probable influencia sobre su visión de los males del mundo; "El celeste retiro" dice la razón de su victoria mística con el amor; y, por último, "La forma" y "La crítica", señalan lo que llegó como influencia a esos versos de Martí y el poco interés que despertaron entre sus contemporáneos.

Estos "Apuntes" suponen un conocimiento básico de la obra por parte del lector, y del aprecio en que hoy la tiene la crítica más autorizada. Se publican aquí con la esperanza de que puedan servir al mejor entendimiento y disfrute de Ismaelillo, y como una contribución por su centenario.

El título

Aunque se han intentado varias teorías para explicar por qué Martí llamó al hijo Ismaelillo, ninguna llega a convencer, toda vez que se basan en interpretaciones más o menos caprichosas. Parece más lógico suponer que el nombre estaba directamente relacionado con el personaje bíblico. Es bien conocido el episodio del Génesis, en el cual Sara, la esposa de Abraham, al no poder darle un hijo, le entregó su esclava Agar para que con ella tuviera descendencia: así impedía la esposa estéril ser repudiada por el marido, según el código Hammurabi que regulaba la vida conyugal. Cuando Agar quedó embarazada empezó a desdeñar a su ama, y ésta, en castigo, la expulsó de la casa. Sola Agar en el desierto pidió ayuda al cielo, y Dios vino a consolarla, y le dijo: "Has concebido y parirás un hijo, y le llamarás Ismael, porque ha escuchado Yavé tu aflicción. Será un onagro de hombre"(1). Ismael, pues, porque en hebreo quiere decir "Dios ha escuchado"; y el carácter del hijo queda descrito al anunciarle que será "un onagro de hombre", indómito y amante de la libertad, como el asno salvaje del desierto, que se describe en el Libro de Job, "que se ríe del estrépito de las ciudades, y se ríe de las voces del arriero; vaga por los montes al pasto y va tras de toda hierba verde"(2). Ismael se convirtió en un invencible arquero, fue el más famoso rebelde nómada contra la opresión de los babilonios, y los árabes se consideran descendientes de él. Por eso llama Martí a su personaje "Ismaelillo, árabe", "guerrero fúlgido", "guerrero de alas de ave", quien va con un "carcax de plumas" siempre cabalgando con un "audaz semblante", y en el escenario de sus aventuras aparecen "el paño árabe", "el ónice árabe", etc.

Con todo acierto Martí asoció la noble figura bíblica necesariamente del gusto romántico por su condición de bastardo, desterrado, jinete, nómada, guerrero y de extraordinaria fortaleza espiritual con su hijo, que él quisiera ver bien equipado para los embates de la vida. Por eso escribió en su Cuaderno de Apuntes: "Porque es necesario que ese hijo mío, sobre todas las cosas de la tierra, y a par de las del cielo, y ¡sobre las del cielo!, amado; ese hijo mío a quien no hemos de llamar José sino Ismael no sufra lo que yo he sufrido"(3). Conviene también recordar que José, el hijo de Jacob en el Antiguo Testamento, vendido por sus hermanos como esclavo a Egipto, no tiene los atributos que convienen a lo que Martí quiere que sea su pequeño hijo, que así se llamaba: José se caracteriza más bien por su generosidad y disposición para perdonar. La única mención que en sus escritos hizo Martí de Ismael, lo presenta como modelo de fortaleza ante las vicisitudes de la vida. En sus "Impresiones" sobre los Estados Unidos, escritas poco antes de empezar Ismaelillo, dice que el amor al lujo en la mujer americana no podrá "llevar a su hogar esas sólidas virtudes, esos dulces sentimientos, la bondadosa resignación, aquel evangélico poder de consuelo que sólo puede conservar en los hijos el desprecio de los placeres naturales y el amor por las satisfacciones internas que hace a los hombres felices y fuertes, como hicieron a Ismael, para afrontar los días de pobreza" (XIX, 124).

Esta interpretación del título se confirma por el hecho de que Martí asoció en otra oportunidad a su esposa con Agar, la madre de Ismael: en sus Versos sencillos dijo con clara alusión a sus desavenencias con Carmen Zayas Bazán: "En el extraño bazar/Del amor, junto a la mar,/La perla triste y sin par/Le tocó por suerte a Agar" (XIV, 120). Y que la "perla" es el hijo se evidencia de manera concreta en la composición que tituló "Mi tojosa adormecida", en la que describe esta escena anterior al desastre en su hogar: "Como perla dormida/Sobre su concha de nácar,/De mi Carmen sobre el seno,/Nuestro niño dormitaba" (XVII,143).

La composición

Se ha dicho que Martí escribió Ismaelillo durante su estancia en Caracas. Él mismo habla del lugar de la composición en su carta de diciembre de 1881, ya de regreso en Nueva York, a Diego Jugo Ramírez; le dice: "Aquí mis escasas horas de esparcimiento son horas venezolanas. Las parto con Bonalde y con Gutiérrez Coll. Ellos me animan a imprimir un librito, que escribí en Caracas, y allá le irá. Ya está en las prensas. Es un juguete, como para mi hijo" (VII, 269). Que la forma final de Ismaelillo se logró allí parece evidente, pero el proceso de creación y algunos poemas tienen un ámbito distinto, según consta en esta nota de su Cuaderno de Apuntes:

Sucedió a poco que, afligido mi espíritu por dolores más graves que los que corrientemente lo aquejaban, y, como extinguida temporalmente aquella luz de esperanza a la que yo había escrito los primeros versos, las ideas sobre mi hijo salían de mis labios en versos graves, de otro género distinto, acordes a la situación de mi espíritu, mas no en acuerdo con la necesidad artística que, por haber tomado diversas ideas semejante forma, pensé dar a la obrilla. Si la luz de la esperanza no se hubiera de reencender, quedaría así la obra, sin que yo la desfigurase ni falsificase (XXI. 213-214).

Vemos, pues, que los primeros versos a "la luz de la esperanza" estarían compuestos en Nueva York, junto a la mujer y al hijo, que regresaron a Cuba en octubre de 1880. Luego, el 8 de enero de 1881, embarcó hacia Venezuela con la ilusión de reunirse con ellos, y allí, otra vez a "la luz de la esperanza", continuar la obra. Hubo tres momentos, pues, en la elaboración de Ismaelillo. De la primera etapa parecen ser, por ejemplo, "Mi reyecillo" ("Cuando te vayas, llévame, hijo...") y "Musa traviesa" ("Hala acá el travesuelo/Mi paño árabe;/Allá monta en el lomo/De un incunable..."), mientras que el uso del tiempo imperfecto y las alusiones a la ausencia indican que fueron escritos durante el viaje a la Guaira, como "Amor errante" ("Hijo, en tu busca/Cruzo los mares"), o ya en Caracas, como "Mi caballero" ("Por las mañanas/Mi pequeñuelo/Me despertaba/Con un gran beso..." y "Sueño despierto" ("Montado alegremente/Sobre el sumiso cuello/¡Un niño que me llama/Flotando siempre veo!"). Los "versos graves" que desechó dejaron huellas en su Cuaderno de Apuntes, como éste que quedó incompleto:

Bien solitario estoy, y bien desnudo:
Pero en tu pecho, ¡oh niño!
Está mi escudo. [...]
Los flacos brazos sin brío:
¿A quién volveré los ojos?
A mi hijo.
Si vienen dos brazos mórbidos
A enlazar mi cuello frío:
Los haré atrás: sólo quiero
Los de mi hijo (XXI, 155).

Este tema luego aparece en Ismaelillo, ya "en acuerdo con la necesidad artística" de que habló:

¡Yo doy los redondos
Brazos fragantes,
Por dos brazos menudos
Que halarme saben,
Y a mi pálido cuello
Recios colgarse,
Y de místicos lirios
Collar labrarme!
¡Lejos de mí por siempre,
Brazos fragantes! (XVI, 24)

"Espantado de todo"

La tristeza de Martí al verse separado del hijo, las desavenencias en su matrimonio, el fracaso de su gestión revolucionaria y el disgusto por los aspectos desagradables que ha descubierto en los Estados Unidos, no justifican la declaración en la primera página de Ismaelillo: "Hijo, espantado de todo, me refugio en ti" (XVI, 17). Se pregunta uno, ¿a qué debe su "espanto"? Los versos presentan el triunfo del amor sobre la sordidez de la vida: "la bella carne", "la moneda de oro", "la desdentada envidia", "los celos voraces". El objeto amado protege al guerrero en la contienda: "No temo yo ni curo/De ejércitos pujantes,/Ni de tentaciones sordas,/Ni vírgenes voraces... ¡Hijos, escudos fuertes/De los cansados padres! (XVI, 47 y 48). Martí había vivido lo suficiente, para conocer las miserias humanas, pero éstas tienen en sus versos tal presencia que permite pensar en un estímulo más inmediato. En la época en que trabajaba el Ismaelillo, Martí leyó un libro que explica su "espanto". Se trata de una obra hoy completamente olvidada, A morte de D. João, del portugués Abilio Guerra Junqueiro. Debió llegar a sus manos por la traducción al español que había hecho de algunos pasajes José A. Pérez Bonalde. Son éstos sus comentarios:

De Guerra Junqueiro: se ha acercado a los abismos de la vida, se han cantado algunas historias espantosas, de esas que parecen increíbles, y son ciertas; y reculo espantado. De aquí este honrado asombro, de esta poderosa rebelión de un alma clara contra el oculto crimen, de esta impresión inolvidable del mundo infame en el puro espíritu; de este choque de un alma juvenil, sincera, tierna, blanca, con ese fétido aire de pantano que exhalan los espíritus corrompidos, nació el libro. Es la lucha de un ángel contra los demonios de alas negras, ojos hambrientos, manos garrudas, y ojos hambrientos que lo persiguen. Al llegar al descanso, al quitarse las ropas del combate, escribió el libro. Es el reflejo del infierno en unos ojos puros. Es el cuento de un espantoso viaje... Es un libro ingenuo. No es la obra malsana. Clamor de honrado espanto: no trozo de arte (XXI, 184-185).(4)

La obra de Guerra Junqueiro presenta un cuadro desolador de miserias, vicios y pasiones: Don Juan se enamora de una mujer a quien no se le declara por cierta timidez. Más tarde presencia una escena donde la mujer corrompida se entrega a otro en una sala en desorden, con los cálices rotos por la "deshecha bacanal", y el fondo del vino en las copas después de la orgía(5), todo lo que luego aparece así en "Tórtola blanca":

El aire está espeso,
La alfombra manchada,
Las luces ardientes,
Revuelta la sala;
Y acá entre divanes,
Y allá entre otomanas,
Tropiézase en restos
De tules, ¡o de alas!
Un baile parece
De copas exhaustas. [...]
De tiernas palomas
Se nutren las águilas;
Don Juanes lucientes
Devoran Rosauras. [...]
Mariposas rojas
Inundan la sala,
Y en la alfombra muere
La tórtola blanca. (XVI, 49 y 50)

El segundo canto del libro de Guerra Junqueiro, "O Orfão", trata de las desventuras de los huérfanos, pero opone la luz del amanecer a la desgracia de los niños en términos semejantes a los que luego servirán a Martí, particularmente en "Hijo del alma" y en "Musa traviesa". Había escrito Guerra Junqueiro:

Não há dôr que resista á la luz da madrugada:
E como irmã mais nova inquieta e perfumada...
Deita-se ao pôr do sol, levanta-se mui cedo,
Entra-nos pelo quarto, assim como em segredo,
Pé a pé, subtil... dá-nos un beijo, canta
(E que alegre cancão, que matinal garganta!)
Depois desata rir, puxa-nos pelo braco
Com sanguinea alegria, uma alegria daço
Brinca, salta, sorri, ñao póde estar em paz.
Atira-nos cantando um ramo de lilaz,
Torna-nos a beijar... até que finalmente
Já ñao há resistir!(6)

"Sed de pureza"

No es difícil encontrar en Ismaelillo expresiones y giros de los místicos españoles y de la poesía religiosa de los siglos XVI y XVII. Eran recursos poéticos del amor cortés que habían entrado en España con el gay trovar provenzal y con la obra de Petrarca, en gran parte procedentes, a su vez, del repertorio devoto de la Edad Media. La superioridad y la belleza de la dama, la soledad y la añoranza del amante, la purificación y la alegría como milagro del amor, las empresas nobles que acomete el caballero enamorado, todos esos lugares comunes del amor cortesano pasaron de nuevo a la literatura religiosa. La aplicación de los recursos profanos, que habían divinizado a la mujer, se emplearon luego en los objetos sagrados sin perder la forma del arte menor, aprovechando su popularidad para mover la devoción de los fieles. Los atributos de la amada ("dueño", "señor", "tirano", "rey", etc.), pasan a ser los de la Virgen María y del Niño Jesús, y la influencia de la dama sobre el galán enamorado viene a ser la que tienen las figuras sagradas sobre el creyente.

De los muchos ejemplos de ese empleo de formas de amor cortés en asuntos religiosos, se copian a continuación unas seguidillas de Lope de Vega, en las que aparece el verso mayor indeciso entre siete y seis sílabas, porque están romanceadas y nunca se han publicado con relación a Ismaelillo, y quitan crédito a la creencia de ser ésa una de las novedades que lo hacen "modernista". Además anuncia tonos del libro de Martí, donde al único autor que se cita es precisamente a Lope, en la forma adjetivada de "Lópeos galanes":

Sea bien venida
La blanca niña,
Venga norabuena
El Niño de perlas. [...]
El Niño amoroso,
Que sin ofensa
De tan bello nácar
Su gloria muestra;
El Niño esperado
De los profetas
Por tantas edades
Que le desean;
El Niño gigante,
Que en la pelea
Matara a la muerte
Que agora reina;
David pastorcillo
Que las ovejas
Con honda de palo
Guarde y defienda. [...]
Los cabellos de oro
Parecen plata,
Del puro rocío
De la mañana,
Como clavellinas
De hojas doradas,
Que al alba se bordan
De pura escarcha.
Palma parecían
Y ya son zarzas,
Porque suben espinas
A coronarlas. [...](7)

"El celeste retiro"

Martí leyó los clásicos españoles junto a su maestro Rafael María Mendive, en la Habana, y luego en las bibliotecas de Madrid, pero la más cercana influencia de los místicos sobre su poemario debió llegarle por otro libro, también muy poco recordado hoy, que asimismo leyó en los días anteriores a Ismaelillo: son los Afectos espirituales de la madre Castillo, la monja colombiana, que se publicaron en la primera mitad del siglo XIX(8); debió leerlos en la casa de Mercedes Smith de Hamilton, prima hermana de Carmita Miyares, donde se hospedó o visitaba durante su estancia en Caracas. Martí sentía gran admiración por aquella mística que, como él, "sufrió mucho de cuerpo, y de una noble alma que no le entendían". En la misma página en que escribió ese juicio, dice sobre el estilo de la monja neogranadina:

No se cuidaba de decir, sino que ponía en el papel las cosas con la pasión ingenua y lenguaje doméstico que se le venía del corazón ardiente a los labios. De súbito, sin dejar esta sencillez en la manera de decir, su lenguaje se encumbra y oscurece, como todo lo que asciende de la pequeña tierra, aletea en los espacios, y mora en las alturas, allá se recoge, como paloma herida por los hombres... Junta sin desconcertarse ni esconderse las imágenes de lo real que ve en torno suyo, con aquellos hervores amorosos, en que vivía como presa y encendida... No recalienta la inspiración: no bate las cenizas para hacer surgir chispas ya pálidas... Y así van creciendo y agitándose, y fulminándose y luciendo y serpeando, como llamas, y humillándose como hormiguilla, y levantándose y aleando como águila, las imágenes ardientes de la monja... Parece ala que vuela, beso que sube, fuego que humea... Ciertamente que este lenguaje se acerca a lo divino (XXI, 200-201).

Y después del estilo de la madre Castillo, que a veces parece descripción del suyo en Ismaelillo, habla de su agonía, que es también la de Martí en el libro:

¡Qué defensa del celeste retiro, como quien defiende su propia fortaleza! ¡Y qué suspiros por la casa del Señor, como quien preso en ribera ajena se duele, con las manos extendidas y cubierto de lágrimas, y postrado de rodillas, de la ausencia de la suya! ¡Y qué miedo de sus pasiones, qué batallar con ellas como con tigres! ¡Qué sentirse mal segura de la victoria! ¡Qué brillantez y fuego en el combate, qué devaneo de amores, sin puerto ni reposo! (XXI, 201)

Y cuando copia un pasaje de la monja, escoge éste del milagro amoroso, uno de los temas centrales en Ismaelillo:

"A donde crecían las ortigas y las zarzas, nacerá el cálamo y la juncia, y darán su olor el lirio y la azucena. Aquella sentina de malos olores, será jardín ameno donde sople el céfiro suave del Espíritu Santo, y den su flor y fragancia las eras de las flores. Aquella tu triste oscuridad donde vestía tus paredes de luto, como viuda, se volverá en luz, tan graciosa como los adornos de una bella desposada".(9)

Son los prodigios del amor, tan gustados por los místicos españoles, que llegan a Martí en "Tábanos fieros", "Rosilla nueva" y en "Valle lozano":

Dígame mi labriego
¿Cómo es que ha andado
En esta noche lóbrega
Este hondo campo?
Dígame, ¿de qué flores
Untó el arado,
Que la tierra olorosa
Transciende a nardos?
Dígame ¿de qué ríos
Regó este prado,
Que era un valle muy negro
Y ora es lozano? (XVI, 51)

La forma

En la primera página de Ismaelillo, en el breve prólogo y dedicatoria, le advierte Martí al hijo: "Si alguien te dice que estas páginas se parecen a otras páginas, diles que te amo demasiado para profanarte así" (XVI, 17). No explica esta protesta la preocupación romántica por la originalidad del acto creativo: ¿quién entre los contemporáneos de Martí podría afirmar que aquellos versos se parecían a otros? En unas seguidillas de su Cuaderno de Apuntes dice: "Causa pasmo a la gente/Mi breve estrofa./¡No vi jamás en línea recta/Volar las mariposas!" (XXI, 182). La palabra "pasmo" se ha entendido más como admirada sorpresa que, con su valor original, como desgano, indiferencia o estupor, lo que se justifica con la explicación de los dos últimos versos. En el Cuaderno donde hablaba de la creación de Ismaelillo aclara el asunto; escribe: "¿Mi objeto? No se me calumnie diciendo que quiero imitar nada ajeno; mi objeto es desembarazar del lenguaje inútil la poesía: hacerla duradera, haciéndola sincera, haciéndola vigorosa, haciéndola sobria" (XXI, 220). ¿Por qué esa preocupación de Martí por la originalidad de sus versos, cuando dice que no quiere "imitar nada ajeno"? Sólo con una revisión de la poesía que llega hasta él, y de la que se leía en su época, podemos responder esa pregunta.

Aparte de las dos composiciones con versos de siete sílabas y una en hexasílabos, hay en Ismaelillo cuatro romancillos de pentasílabos y ocho seguidillas romanceadas, o romances con versos de cinco y siete sílabas. En la poesía del siglo XIX hay numerosos ejemplos de arte menor dedicados a temas del hogar y a los niños; como después de la seguidilla Martí prefirió el romance de cinco sílabas, escogemos estos tres ejemplos para presentar luego los que corresponden a la forma que más abunda en el libro. Del poeta español José Selgas, muy leído en aquellos días, y a quien mucho admiraba Mendive, son estos fragmentos de sus versos dedicados a "La infancia", que aparecieron en El pasatiempo, de Bogotá, una de las más valiosas revistas literarias en los años de Ismaelillo:

Cielos azules,
Nubes de nácar,
Limpios celajes,
De oro y de grana.
Ángeles bellos
De blancas alas,
Sueños de oro,
Cuentos de hada. [...]
Ésa, hijo mío,
Flor de mi alma,
Ésa es tu vida,
Ésa es la infancia.(10)

De la extensa composición que dedicó el colombiano Julio Añez a su hijo son estos versos que publicó La pluma, de Bogotá, cuando era su redactor principal Adriano Páez, que poco después se convertiría en el primer crítico literario de Martí, al reproducir con grandes elogios su famoso estudio sobre los "Poetas españoles Contemporáneos":

Ven, hijo mío,
Alma de mi alma,
En quien concentro
Mis esperanzas:
Ven picarillo,
Retoza, canta. [...]
No te deslumbren
Los mil colores
Con que fascinan
Las ilusiones.
¡Jamás consientas
Esas pasiones
Que el alma llenan
De odio y rencores
Y que envenenan
Y que corroen
Cual los gusanos
Más roedores.(11)

Del dramaturgo José Peón Contreras, el amigo mexicano de Martí, a quien le dedicó tantas crónicas y aplausos desde la Revista Universal, es este romancillo no ajeno a las descripciones de "Amor errante" y de "Mi reyecillo":

Sobre la nieve
Que cubre en copos
De las montañas
El regio trono;
Sobre el ropaje
Multicoloro
Del ancho llano,
Del bosque umbroso;
Sobre los mares
Azules y hondos,
Sobre las nieblas
Que arroja el Noto;
Sobre esos mundos
Que ven mis ojos
De lo infinito
Girando en torno;
Envuelta en nubes
Y rayos de oro,
Volando pasas
Tú sobre todo.(12)

Los orígenes de la seguidilla se encuentran en la poesía popular, y es precisamente cuando las fórmulas del amor cortés se incorporan al lenguaje religioso que arrastran la forma a la poesía culta. Hasta el siglo XIX continuó cultivándose por poetas de nombre (Calderón de la Barca, Quiñones de Benavente, Torres Villarroel, Ramón de la Cruz, Tomás de Iriarte) sin dejar de usarse en cantos populares, en el género chico y la zarzuela.(13) Pero la exaltación de la seguidilla, con la del arte menor, se produce en el siglo XIX por la preferencia romántica por lo tradicional y popular. Tanto llegó a emplearse que Menéndez Pelayo recomendaba en 1877: "Cese en nuestros vates esa manía de las coplas, de los cantares y de las seguidillas".(14) Entre otros, las cultivaron Espronceda, Bécquer, Zorrilla y Rosalía de Castro(15). Muchos poetas ya olvidados podrían citarse; escogemos éstas de Antonio Fernández Grilo de quien Martí dijo en 1880: "Canta todo lo que llora . . . Si los versos pudieran tener color, los de Grilo serían azules y rosados. Suenan como las hojas de un árbol empapadas de rocío y sacudidas suavemente por el viento" (XV, 32) también dedicadas a un niño:

Blanco como la limpia
Piel del armiño,
Con dos ojos rivales
De dos luceros,
Velaba el sueño dulce
De un niño tierno,
Rubio cual las mazorcas
En los graneros. [...]
El dolor por el mundo
Gritos arranca;
La guerra es permanente;
Firme el encono;
Y allá en aquella humilde
Casita blanca,
Una mujer y un ángel
Tienen un trono.(16)

En el Perú emplearon seguidillas, entre otros, José Pardo Aliaga; en Chile, Eusebio Lillo; en Colombia, Jorge Isaacs; en la Argentina, Ascasubi y José Hernández; en México, Gutiérrez Nájera, en su juventud; en Cuba, Juan C. Nápoles Fajardo.(17) Otro colombiano, Rafael Pombo, de quien Martí había escrito en 1875, y residente en Nueva York antes que él, cultivó la literatura infantil en arte menor: tenía varios libros con romancillos de cinco, seis y siete sílabas y, por supuesto, seguidillas.(18)

Los dos poetas venezolanos, amigos de Martí en Nueva York, José A. Pérez Bonalde y Jacinto Gutiérrez Coll, quienes es muy probable que costearon la edición de Ismaelillo, habían publicado seguidillas. En una traducción del inglés las usó el último con intención moralizadora:

Niño, nada más bello
que un hombre puro:
joya de más riqueza
no hay en el mundo. [...]
Cuida tu nombre, niño,
Que un nombre honroso
Vale más que diamantes
Y perlas y oro.(19)

El "Poema del Niágara", que elogió Martí, es del libro Ritmos, publicado por Pérez Bonalde en 1880, donde se encuentran estas seguidillas románticas:

De amor y de congojas
Yacía muerto,
Sepultado en la tumba
De su recuerdo.
Un día en que vagaba
Su pensamiento
Por entre los sepulcros
Que guarda el pecho,
Al acercarse al mío
Pensó un momento,
Y derramó una lágrima
Sobre mis restos. [...]
Alcéme de improviso
De entre los muertos,
Y en sus radiantes ojos
Vi el cielo abierto.
Fue de mis amarguras
El alto premio;
Desde esa hora de gracia
Vivo en el cielo.(20)

En Venezuela había dos poetas más que se deben mencionar en la revisión que aquí se intenta: José M. Yepes y Eloy Escobar. El primero tenía mucha fama cuando Martí llegó a Caracas; en estas seguidillas se ve cuánto se acercó Ismaelillo a ellas con sus vocablos arcaizantes, imágenes y comparaciones:

Todo pues, se reduce,
Tras luengos días,
A los sueños que suelen
Llamar mentiras; [...]
Por eso mientras pasan
Cual viento y humo
Las dulces esperanzas
Que inspira el mundo,
Siempre conmigo
Van las santas visiones
Que sueña el niño. [...]
Estrella que despides
Al sol que muere
En lagos de rubíes
Resplandecientes; [...]
Entre risueñas nubes
Tú centelleas
Como en aguas azules
Pálida perla.(21)

El mejor amigo de Martí en Venezuela era Eloy Escobar. Cuando Martí estaba escribiendo Ismaelillo, ya hacía tres años que se había publicado una antología de sus versos, en la que aparecen ejemplos de seguidillas con terminaciones esdrújulas y palabras de cinco sílabas en un verso, como luego en Martí:

¡Qué olor de frescas flores,
Lirios y rosas!
¡Qué ruidos de fuentes
Murmuradoras!
¿Por qué, Matilde,
Sonriendo está mi alma,
Mi alma tan triste?

Al estímulo del amor por una niña cambió el molde poético:

¿Por qué la musa mía
Su vestidura
Cambió por esas galas
De orlas de púrpura,
Y aquel monótono
Laúd, por una lira
De cuerdas de oro?(22)

Y también son de Eloy Escobar éstas donde se encuentran los ecos del amor místico y el preciosismo que luego llegan a Ismaelillo:

Como diamantes negros
Miro tus ojos,
Con sus pestañas rizas
Y luces de oro;
Y su mirada,
Como el alba risueña,
Sí, como el alba.
Que en esta noche oscura
Que a mí me asombra,
Son ellos como rayos
De blanca aurora,
Que el cielo pálido
De mi esperanza
Triste va sonrosando.
Si tus labios, que se abren
En dos corales,
Suspiran o sonríen
Se alegra el aire;
Tus ojos bellos
Alegran a las almas
Que están sufriendo.
Cuando tu seno alza
Su blanda onda,
Parece, como el viento,
Banda de rosas: |
Tus negros rizos,
Cual de ébano sueltos,
Mil corderillos.(23)

Con estos ejemplos tan cercanos a Martí se explican sus palabras: "Si alguien te dice que estas páginas se parecen a otras páginas, diles que te amo demasiado para profanarte así". No era probable, sin embargo, que pasaran desapercibidas las coincidencias con otros poetas muy leídos en aquellos días. Como con su pensamiento y con su prosa, otra vez aquí la presencia martiana actúa como catalizador de lo que se insinuaba en forma embrionaria. Su originalidad era más de genio que de ingenio, entendido éste como arte de invención, y aquél, en términos de Martí, como un conocimiento anterior a las causas que evidencian luego lo que el genio sabía sin ellas; especie de "hombres acumulados", decía, que "ven lo eterno en lo accidental". Por eso Ismaelillo se sale de su época, porque su autor adivinó como permanente lo que otros manejaron por azar y sin descubrirle alcance, y por supuesto, sin la gracia y la altura del poeta superior.

La crítica

Quizás porque los contemporáneos de Martí no vieron esos valores permanentes, y, sin distinguir distancias, Ismaelillo les recordaba la obra de los otros que habían transitado por donde él después estuvo, es que mostraron tan notable indiferencia ante el libro. La crítica moderna suele presentarlo como un acontecimiento literario que aplaudieron con entusiasmo sus primeros lectores, pero no fue así: cuando quiso regalar cien ejemplares a un orfelinato de Caracas, ni siquiera le contestaron la oferta; a mediados de 1882 escribió en una carta, sobre Ismaelillo: "En mi estante tengo amontonada hace meses toda la edición" (XX, 64); y cuatro años más tarde le confiesa a otro corresponsal: "Aún tengo toda la edición en mis cajones" (XX, 313). Es verdad que no quiso ponerla a la venta, pero ¿se hubiera podido vender una obra que entre amigos y conocidos despertaba tan poco interés? A su compañero Gabriel de Zéndegui, en la Habana, poeta y traductor, se sabe que no le gustó; Martí le dijo en una carta: "Me enoja, aunque suavemente, porque me supones capaz de montar en ira porque no te haya parecido el Ismaelillo cosa maravillosa" (XX, 301); y uno de los más prestigiosos críticos de Cuba en aquella época, Carlos Navarrete y Romay, le escribió a Vidal Morales después de leerlo: "Devuelvo Ismaelillo por si otro amigo logra descifrarlo. No puedo juzgar lo que no entiendo".(24) Con tantos poetas y escritores que Martí conocía, y a los que elogió públicamente con la mayor generosidad, sorprende que no se produjeran más comentarios sobre el libro. Sólo se conocen dos juicios impresos antes de su muerte. El primero apareció en un periódico de la Habana, y únicamente habla de la sinceridad y ternura del autor sin aludir a su mérito literario;(25) y ese juicio, que apareció sin firma, debió de ser de Nicolás Azcárate, buen amigo de Martí, pues le había recomendado a Pérez Bonalde cuando éste fue a la Habana.(26) El otro es el de Alejandro Magariños Cervantes. El poeta uruguayo había recibido Ismaelillo de manos de su compatriota Enrique Estrázulas, cónsul de su país en Nueva York, con quien Martí trabajaba. Le llegó con una carta de Martí a la que contestó con otra que hizo publicar en los Anales del Ateneo, del Uruguay, al año siguiente. Magariños Cervantes elogia más al prosista puesto que había leído las crónicas de Martí en La Nación, de Buenos Aires; y también al patriota que luchaba por la independencia de su país. Ismaelillo le agrada por "los pensamientos llenos de novedad, ingenio y ternura", lo glosa con simpatía y cariño, pero nada más. Y para corresponder al regalo, copia una composición suya sobre el amor a los niños. Parece que, más tarde, José Asunción Silva mostró aprecio por el libro de Martí, pero nunca escribió de él.(27) Con razón se ha concluido, después de recorrer las revistas de la época, que "se solía hacer caso omiso del nombre [de Martí] al pasar lista a los jefes y soldados rasos del modernismo".(28)

A Martí pudo haberle preocupado la pobre acogida que tuvo su libro; él siempre sintió pudor ante el puro acto creativo: quería, según dijo, ser "poeta en actos", pero las explicaciones que ofreció a sus amigos dejan ver algo más que ese miedo de sólo parecer "poeta en versos" (XX, 64). La adversa suerte de Ismaelillo puede ser el motivo por el que no dio a la imprenta sus "Versos Libres" y sus llamadas "Flores del destierro".

En el análisis que hizo en 1913 Rubén Darío de la poesía de Martí, si se compara lo que expresó sobre sus otros versos con lo que dijo de Ismaelillo, es posible concluir que tampoco le impresionó al poeta nicaragüense: resumiendo su poca fortuna ante la crítica primera, entonces sólo afectuosa y distante, lo llama un "minúsculo devocionario lírico, un arte de ser padre, lleno de gracias sentimentales y de juegos poéticos"(29). Y la crítica que siguió después, durante algún tiempo, no se apartó de esa valoracion afectuosa y distante.

Ya hoy, al celebrar el centenario del maravilloso librito, cuanta Ismaelillo con serios estudios y merecidísimos elogios de la más seria crítica en lengua esañola. Martí lo había pronosticado: "Mi verso crecera,/bajo la yerba yo también creceré" (XVI, 251).

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