EL POEMA DE MARTÍ A LA VIRGEN
Creencias de Martí
La "Virgen Maria" de Martí
Pura, desinteresada, perseguida, martirizada, poética y sencilla, la religión del Nazareno sedujo a todos los hombres honrados, airados del vicio ajeno y ansiosos de aires de virtud.
José Martí
Mayo es el mes de las flores: una antigua copla en España decía: "Después de tan largo invierno/¡Oh! qué galán viene mayo,/A libertar de las nieves/Por seis meses a los campos". Era así el mes que se dedicaba a los mayores del pueblo, y, de ahí, el nombre, de raíz latina: maior. Y por lo que representa y significa, es el que reservan los católicos al culto de la Virgen. En las iglesias de Cuba, los niños que iban a hacer en mayo la Primera Comunión, devotos y con lirios en las manos, desfilaban en las iglesias cantando: "Venid y vamos todos/Con flores a María..." según dice un recordatorio que conserva entre sus papeles, el día 9 de mayo de 1929, en la capilla del Colegio Teresiano, de La Habana, recibió, del "Arzobispo de Yucatán", su Primera Comunión, el autor de estas páginas... Pero, además del simbolismo cristiano, y el de la tradición, tiene mayo un valor especial para los hijos de Cuba: el 20 de mayo de 1850, en Cárdenas, ondeó por primera vez en la isla la bandera cubana; y 52 años más tarde, con todas las taras que le dejó la colonia, en ese mismo día, nació la República. Y en este mayo de 1995, el día 19, se cumplen 100 años de la muerte de Martí.

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Cuadro de la Inmaculada que admiró Martí en el Museo del Prado, de Madrid, al que llamó "la Concepción alada de Murillo".
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Es por ese motivo que parece oportuno ofrecer ahora esta noticia sobre un olvidado poema suyo que dedicó a la Virgen, y que Castro y sus secuaces, por los pujos ateos que usaron para ganarse el crédito de materialistas, y para que así los ayudaran los soviéticos a mantenerse en el poder, desterraron de sus Obras Completas. Fueron las publicadas en 1963 por el Consejo Nacional de Cultura y el Consejo Nacional de Universidades, que llevaban un prólogo de Juan Marinello, donde dijo que eran "las más amplias y vigiladas" de cuantas habían aparecido.
Para los comunistas criollos era molesto aceptar que Martí tuviera creencias religiosas: había que acercarlo al materialismo científico, y se inició la gran carrera de los martianos en la isla para que apareciera como un discípulo de Marx y un precursor de Lenin. Y como el primero había dicho que las religiones eran un velo para encubrir la injusticia del capitalismo, y el otro que eran el opio de los pueblos, les convenía hacer de Martí, si no un incrédulo, pues eso era imposible, al menos, una persona no demasiado cerca de la fe religiosa. Al igual que en la Unión Soviética, la meta era anular todas las otras para imponer la religión del Estado, con sus profetas y sus evangelios, sus preceptos y sus mandamientos, sus reliquias y sus milagros, su liturgia y sus ritos, y sus herejes e inquisidores. El canto de Martí a la Virgen, por supuesto, estorbaba, y como entonces no había seguridad de que fuese suyo, pues no se conocía el original, sin ninguna explicación lo expurgaron de esas Obras Completas.
Los censores de Cuba, sin embargo, años después, no tuvieron escrúpulos al incluir en el tomo 28 de esa misma colección, con "Nuevos Materiales", como de Martí, un procaz escrito publicado en la Revista Universal, de México, sin firma, burlándose de la Virgen, en el que se lee: "Sólo hay milagros crescientes [sic] y decadentes... En España, la Virgen del Pilar de Zaragoza se deshace. Es fama en la ciudad que el Sr. Arzobispo llamó a un platero para que acicalase y limpiase a la Virgen, y llegó, y palpó, y vio, que la Virgen inmortal y eterna se había humanificado [sic] en un pedazo de madera, que se apolillaba". Ese escrito, que en nada refleja el estilo Martí, ni sus conocimientos del idiomadice "crescientes" en vez de crecientes, y "humanificado" en vez de humanizado, apareció el día 14 de marzo de 1875, y poco después, el día 25, allí mismo publicó Martí un poema, ése sí suyo, en el que con fervor requería la presencia de la Virgen en el momento de la muerte, por cuyo milagro estaba dispuesto a soportar todo tipo de penalidades; dice en una estrofa:
¡Oh madre, mi María!
Porque hubieran tus labios de mi boca
El beso postrimer, y la sombría
Existencia fatal que el polvo invoca
No sintiese el horror de la agonía,
¡Oh madre! aquí en la Tierra,
¡En la cárcel imbécil que me encierra,
Devorando mis miembros viviría!
¿Qué Martí falso iba de ser ése que salta, en unos cuantos días, de la irreverencia a la devoción? ¿Qué habrían pensado sus compañeros de trabajo al ver la torpe descripción de la gacetilla contra la Virgen como obra del mismo que hizo la conmovida invocación del poema? Con el ánimo de crear el Martí que entonces les convenía, incrédulo e impío, no dudaron en hacerlo un escritor pedestre y un hipócrita. En 1974, en una reseña de la revista Cuadernos Americanos, de México, se comentó el disparate de presentar como de Martí ese escrito sobre la Virgen allí se decía que al revisar en sus obras "las numerosas menciones de imágenes de Jesús y de María", no se encontraba "ningún vestigio de esa irreverencia y vulgaridad"; y cuando en 1985 salió el segundo tomo de la "Edición Crítica" de las Obras Completas, editadas éstas por el Centro de Estudios Martianos, a pesar de que llevaban "Unas palabras a modo de introducción", de Fidel Castro, en las que dice, entre otras simplezas, que dicha colección eran "un requisito esencial del marxismo para la interpretación científica de la historia...", la denigrante "Gacetilla" sobre la Virgen del Pilar, fue suprimida.
Creencias de Martí
Cabe ahora esta pregunta: ¿Fue Martí religioso, entendido el término como el que profesa una religión, y la religión como un cuerpo determinado de doctrinas, normas morales y cultos? Otra mentira como la de Martí vinculado al marxismo-leninismo, sería una respuesta afirmativa. Pero de ahí a que estuviera cerca del materialismo dialéctico hay una gran distancia. Martí creía, por ejemplo, en la vida eterna: "¡No!", dijo, "¡La vida humana no es toda la vida!"; y en otra ocasión: "Sólo los seres superiores saben cuánto es racional y necesaria la vida futura. Pues vivir, ¿qué es más que ser águila, encerrada en ruin jaula, en que viven a par búhos y palomas? ¡Ha de venir la atmósfera radiante donde puedan, camino del sol, volar las águilas!" Sabía Martí, además, del beneficio de las creencias religiosas para las naciones, y advirtió como adivinando el porvenir del materialismo ateo:
Todo pueblo necesita ser religioso. Es útil concebir un gran ser alto, porque así procuramos llegar, por natural ambición, a su perfección, y para los pueblos es imprescindible afirmar la creencia natural en los premios y castigos y en la existencia de otra vida, porque esto sirve de estímulo a nuestras buenas obras, y de freno a la malas. La moral es la base de una buena religión. La religión es la forma de la creencia natural en Dios y la tendencia natural a investigarlo y reverenciarlo. El ser irreligioso morirá, porque nada en él alimenta la virtud. Las injusticias humanas disgustan de ella; es necesario que la justicia celeste la garantice.
Y sobre la existencia de Dios dejó, entre otros similares, estos comentarios:
Hay en el hombre un conocimiento íntimo, vago, pero constante e imponente, de un gran ser creador. Este conocimiento es el sentimiento religioso, y su forma, su expresión, la manera con que cada agrupación de hombres concibe este Dios y lo adora, es lo que se llama religión... Aunque las formas varíen, el gran sentimiento de amor, de firme creencia y de respeto, es siempre el mismo. Dios existe y se le adora.
Y añadía destacando el atractivo de las doctrinas cristianas:
Entre las numerosas religiones, la de Cristo ha ocupado más tiempo que otra alguna los pueblos y los siglos; esto se explica por la pureza de su doctrina moral, por el desprendimiento de sus evangelistas de los cinco primero siglos, por la entereza de sus mártires, por la extraordinaria superioridad del hombre celestial que la fundó... Pura, desinteresada, perseguida, martirizada, poética y sencilla, la religión del Nazareno sedujo a todos los hombre honrados, airados del vicio ajeno y ansiosos de aires de virtud, y sedujo a las mujeres, dispuestas siempre a lo maravilloso, a lo tierno y a lo bello...
¿Por qué, pues, en algún momento, han mirado a Martí con reserva los católicos? Es porque fue, eso sí, un ardiente anticlerical. Es que en su siglo la Iglesia andaba con frecuencia más del brazo de sus intereses que del de la justicia, más del de la opresión que del de la libertad. Dijo Martí al hablar del peruano Francisco de Paula Vigil, a quien había perseguido el clero: "El cristianismo ha muerto a manos del catolicismo. Para amar a Cristo, es necesario arrancarlo de las manos torpes de sus hijos". El origen de su pensamiento anticlerical puede resumirse en las siguientes experiencias: en México, Martí supo del apoyo del clero a la invasión norteamericana de 1846, de su resistencia a las Leyes de Reforma de Benito Juárez, de su contubernio con los soldados franceses de Maximiliano, y de su alianza con la rebelión antirreformista de Porfirio Díaz por la que Martí decidió trasladarse a Guatemala. En Guatemala tuvo conocimiento de la resistencia eclesiástica al programa liberal de Miguel García Granados y de Justo Rufino Barrios, quienes se vieron obligados a suprimir las órdenes religiosas y confiscar los bienes de la Iglesia para hacer progresar el país la Escuela Normal donde Martí enseñó había sido el convento de los padres Paulinos; y en Guatemala escribió su más anticlerical diatriba , el "drama indio" titulado "Patria y Libertad", en el que se descubren las raíces de "Hombre de campo", su severo ataque, de años más tarde, a los sacerdotes que medran por administrar los sacramentos. También en Venezuela pudo comprobar la oposición de los católicos a las útiles reformas educacionales del general Antonio Guzmán Blanco, quien asimismo tuvo que suprimir conventos, órdenes y colegios religiosos. Un solo ejemplo de los Estados Unidos basta para explicar allí su anticlericalismo: en 1886 un sacerdote irlandés, el padre Edward McGlynn, apoyó la candidatura para alcalde de Nueva York, por el United Labor Party, de Henry George, quien había propuesto suprimir el monopolio de la tierra: el arzobispo, aliado a los terratenientes, vio también una amenaza para sus amigos conservadores, y protestó, y dispuso que el padre marchara, en castigo, a Roma, pero, ante la resistencia de McGlynn, el Papa lo excomulgó. "A él", se lamentaba Martí, "el único sacerdote santo de su diócesis, le arrancan las vestiduras sacerdotales..."
¿Y en Cuba? ¿Qué saber del clero de Cuba y de España tuvo Martí? Sólo un pequeño grupo de religiosos defendieron la causa de la independencia y merecen un recuerdo agradecido del cubano, toda vez que con demasiada frecuencia los olvida la historia; cabe mencionar, entre ellos, a los siguientes: el presbítero Joaquín Valdés, de Sabanilla, quien por sus simpatías con Narciso López, fue condenado a muerte en 1846, aunque salvó la vida al escaparse a los Estados Unidos; el párroco de la Iglesia Mayor de Bayamo, Diego José Batista, que fue el primer sacerdote que se unió a los insurrectos del 10 de Octubre, que paseó bajo palio a Carlos Manuel de Céspedes; Jerónimo Izaguirre, el primer cura alzado, el cual se enteró en Barrancas del grito de Yara, se fue a Bayamo y siguió con los mambises hasta el final de la guerra; también entonces se alzó en Manatí el presbítero Braulio Odio y Pécora, quien logró el grado de coronel en ejército cubano; el 30 de abril de 1870 Francisco Esquembre Guzmán, cura párroco de Yaguaramas, fue fusilado por haber bendecido una bandera insurrecta en el Paseo de la Independencia, en Cienfuegos, una columna honra su memoria; el 11 de abril de 1876 desterraron al padre Ricardo Arteaga y Montejo, por sus vínculos familiares con algunos rebeldes de Camagüey y por sus simpatías con la causa de Cuba, y con Arteaga obligaron a salir del país a otros tres sacerdotes: Emilio de los Santos, Domingo Santos y Manuel de Jesús Dobal y García éste, sobrino del padre José Agustín Caballero, y primo de don José de la Luz, murió en 1899 de cura en el barrio de Jesús María, y junto a su iglesia hubo un monumento en el que se leía "A Manuel de Jesús Dobal... arrostrando las iras del tirano, predicó la independencia de la patria. Las persecuciones de que fue víctima no entibiaron jamás su amor a Cuba ni aminoraron sus ansias de libertad".
Como prueba de la indiferencia del clero católico por el separatismo cubano, del que debió de tener conocimiento Martí, se debe recordar que fueron aún menos los religiosos que los apoyaron en la guerra del 95; entre ellos merecen memoria el padre Ramón Ventín, español, párroco de San Juan y Martínez, quien, a pesar de sus 82 años, se unió el 21 de febrero de 1896 a los mambises y murió poco después de fiebres en la manigua; el cura Ricardo Elízari López, de la villa del Cobre, también español, a quien encerraron en la fortaleza del Morro, en Santiago de Cuba, por haberse unido a los insurrectos que servían a las órdenes del general Manuel Alfonso, y logró escapar para volver a unirse a la insurrección; el canónigo de la catedral de Santiago de Cuba, Luis A. Mustelier y Galán, tuvo que huir a México porque le descubrieron sus actividades en favor de Cuba, y allá fundó con el padre Dobal, y otros religiosos cubanos Desiderio Mesnier y Eduardo Clara un club revolucionario que llevaba el elocuente rubro de "Nada con España". Y no menos dignos de gratitud y recuerdo son los miembros de otras denominaciones religiosas que también sirvieron a Cuba; entre ellos: el pastor Pedro Duarte, de la iglesia episcopal de Matanzas, quien como agente del Partido Revolucionario Cubano ayudó, con riesgo de su vida, al levantamiento del 24 de Febrero; el pastor de la iglesia bautista, Alberto J. Díaz, a quien condenaron a muerte los españoles por ayudar a los cubanos en armas, pero que no se atrevieron a fusilar porque era ciudadano norteamericano; y en la emigración, que no contó con el apoyo del clero católico, sirvieron con toda devoción y patriotismo, el pastor presbiteriano H. B. Someillán, el metodista, Manuel Deulefeu, y los episcopales José OHallorans, y un antiguo alumno del Club San Carlos, de Cayo Hueso: Emilio Planas. Y sobre todos los católicos amigos de Cuba, hay que poner al más grande, a uno que por sí solo vale por varias órdenes y comunidades, el primer rebelde contra la tiranía española, nuestro santo cubano, el presbítero Félix Varela, cuyo patriotismo le ganó el odio de España y le costó los más altos puestos, a los que tenía derecho, en la diócesis de Nueva York, y quien se negó a regresar a la comodidad de su tierra cuando todo lo invitaba a la claudicación, y quien desde su noble destierro clamaba así contra el "Estado eclesiástico en la Isla de Cuba": "¡Defensores del trono y el altar, quitaos la máscara. Vosotros podréis servir de apoyo al primero, más la sagrada víctima que se sacrifica en el segundo abomina de vuestra hipocresía y detesta vuestra impiedad... La fuerza es el apoyo de la tiranía, y la religión no puede servirla de pretexto, sino empezando por experimentar ella misma el mayor de los ultrajes..."
¿Y los que sirvieron al tirano de que habla Varela? También, y para escarmiento y aviso de los que hoy se amparan en la religión y sirven a los opresores de Cuba, vale recordar unas cuantas infamias: Manuel Santander, el obispo de La Habana, hizo cantar un Te-Deum cuando supo la muerte de Martí, y otro cuando le llegó la noticia de la muerte de Maceo, y pidió desde el púlpito que se rezara "por el aniquilamiento de los mambises", y llegó a decir el 8 de diciembre de 1896, el día de la Inmaculada, que Dios había querido, "con la muerte de Maceo... señalar el aniversario de la concepción de María"; y según consta en el Boletín Eclesiástico, les dio permiso durante la guerra a todos los párrocos para que entregaran las iglesias a fin de convertirlas en cuarteles. El primer religioso español que empuñó las armas para combatir a los cubanos fue el párroco de Cubitas, en Camagüey, Manuel González Cuervo: fue hecho prisionero y no lo fusilaron por petición del párroco de Sibanicú, el cubano José Joaquín Carbó. Otro sacerdote que se puso a combatir con las armas a los cubanos fue Pedro Caballer y Mercadal, a quien le dieron la Cruz de Mérito Militar porque tiroteó a las tropas cubanas que iban a tomar el pueblo La Esperanza, en Santa Clara, y sus superiores lo premiaron con el nombramiento de párroco en el pueblo de Guanabacoa.
¿Y en España? Desde sus más altas autoridades, la Iglesia en España no tuvo más que insultos para los cubanos y palabras de aliento para los soldados que iban a combatirlos: a mediados de 1896, por ejemplo, fray Ramón Martínez Vigil, obispo de Oviedo, se propuso armar a mil voluntarios que irían a pelear a Cuba: la proclama que urgía a los asturianos a lograr su propósito decía: "La que venimos llamando Perla de las Antillas, engarzada en la tradicional diadema de la patria española, parece próxima a caer en el fango de la desmoralización y de la barbarie... Cuba es de España... Hombres y dinero hacen falta; hombres y dinero daremos..."; y así se formó el que llamaron "Batallón del Principado", bajo la mitra de ese obispo y con la cruz de Covadonga en el uniforme de los reclutas. Al embarcar en la Coruña el batallón de cazadores de Reus, el general Moltó dio fin a su arenga de despedida con estas palabras: "La bendición de Su Santidad León XIII os acompaña. Lleváis las bendiciones del cielo y de la tierra. ¡Viva el Rey! ¡Viva la Reina! ¡Viva el ejército! ¡Viva la patria!" Con similar entusiasmo despidió el cardenal Sacha, en Valencia, al batallón de Mallorca cuando embarcaron hacia Cuba, en ese mismo año: después de calificar a los insurrectos de "cobardes, traidores e ingratos", instó así a los soldados: "Id a defender la integridad de la patria. Os bendice para ello León XIII; os admira vuestra Reina; la patria entera os saluda con entusiasmo... ¡Viva el Rey! ¡Viva España! ¡Viva el ejército español! ¡Viva la religión...!" Por ese motivo, y por tantos otros desplantes de la Iglesia contra Cuba, anotó en su Diario de la Guerra el teniente coronel camagüeyano Bernabé Boza, Jefe del Estado Mayor de Máximo Gómez, en junio de 1896: "Su Santidad el Papa ha escrito una carta a la Reina Regente dándole las gracias por las frases del mensaje de la Corona, en que se habla de la bendición que su Santidad dio a las tropas que han ido a Cuba para defender la integridad nacional..."; y comenta Boza por esa noticia: "¡Hasta al Gran Sotana lo tenemos en contra nuestra!"

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1) León XIII, fue Papa desde 1878 hasta 1903. 2) El padre Caballer, de La Esperanza, Las Villas, convirtió su iglesia en un cuartel para combatir a los insurrectos. 3) El cardenal Sacha, de Valencia, en el momento en que despedía el batallón de Mallorca, destinado a Cuba. 4) Fray Ramón Martínez Vigil, obispo de Oviedo, formó y equipó un ejército de mil hombres para ir a la guerra de Cuba.
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No cesó la Iglesia de mostrar su antipatía por la causa de Cuba cuando se logró la independencia: al igual que los otros reaccionarios españoles y sus amigos, los autonomistas y los anexionistas, el clero católico, con la excepción de los pocos cubanos que a él pertenecían, apoyó el expansionismo de los Estados Unidos y mostró su repudio por lo cubano: "La Iglesia Católica en Cuba", afirmó Herminio Portell Vilá, "una vez vencida España, prefirió a los Estados Unidos antes que a Cuba". Así, cuando entraron en La Habana victoriosos los ejércitos de Máximo Gómez, el obispo Santander prohibió el repique de las campanas en las iglesias lo que se había hecho en algunos pueblos del interior al pasar el generalísimo y no permitió izar banderas ni engalanar el Palacio Episcopal. Por su parte el Vaticano, en 1899, envió a Cuba como Delegado Apostólico a monseñor Chapelle, arzobispo de Nueva Orleans y amigo del presidente McKinley, quien en un discurso en Santiago de Cuba se pronunció abiertamente en contra de la soberanía del país; allí dijo que para los cubanos no había más camino que "Cuba libre bajo el protectorado americano", "Cuba anexada", y "Cuba como territorio de los Estados Unidos"; y meses después impuso como jefe de la Iglesia en la isla a monseñor Donato Sbarreti, con el apoyo de Washington, motivo por el cual el 20 de febrero de 1900 apareció en los periódicos de la Habana la protesta, contra el "obispo extranjero", de Máximo Gómez, Salvador Cisneros Betancourt, Diego Vicente Tejera y José Lacret Morlot este general le escribió exigiéndole que renunciara el cargo y que se fuera del país, lo que no hizo Sbarreti hasta 1905. Con esas maniobras y abusos, como antes Martí, llegó a ver el pueblo cubano a la Iglesia católica, acaparada por el clero español hasta bien entrado el siglo, como cómplice de sus enemigos y defensora de la opresión. Por eso concluyó Martí que "en los pueblos donde la religión se ha mostrado siempre hostil al ejercicio natural y amplio de las facultades del hombre, el odio a la religión ha sido una de las formas naturales del amor a la libertad".
La "Virgen María" de Martí
El poema a que se refiere este trabajo apareció por vez primera en 1920, en una Antología de poetas americanos que publicó la Editorial Sopena, de Barcelona; en ella no se consignaba su origen ni la fecha en que fue escrito, ni se decía cómo llegó a manos de los editores. Luego se reprodujo en Poesías de José Martí, en 1929, de la Colección de Libros Cubanos que dirigía Fernando Ortiz, y en una nota al pie su compilador, Juan Marinello, afirmaba que en ella, "por primera vez se acoge nuestro poeta a un credo religioso..." A partir de entonces se reprodujo en las Obras Completas que publicó la Editorial Trópico, entre 1936-1947, y las que publicó la Editorial Lex en 1946, y en sus reimpresiones de 1948 y 1953, y en algunas revistas de 1952 y 1953. Pero en las Obras Completas de 1963, como antes se dijo, no aparecieron.
En 1985, sin embargo, cuando en Cuba publicó la Poesía Completa de Martí, en una edición crítica, nadie se atrevió a impedir que se incluyeran los versos de "Virgen María": en el Archivo Nacional, junto a los Estatutos del Partido Revolucionario Cubano que había entregado bajo acta notarial la viuda de Sotero Figueroa, el amigo puertorriqueño de Martí, se encontró la composición con enmiendas hechas a mano por el propio Martí: ya nadie podría dudar de su autenticidad. Y los editores de esa colección (Cintio Vitier, Fina García Marruz y Emilio de Armas), en una nota al pie, cuentan el origen del documento, y añaden lo siguiente:
Dado que la comercialización de la máquina de escribir se inició en 1878 y los tipos del mecanuscrito [del poema] no corresponden a los primeros modelos, parece probable que este texto (si no es copia, realizada por el propio Martí) se haya escrito en fecha posterior a ese año. Desde el punto de vista estilístico, resulta de difícil ubicación. Manuel Isidro Méndez [el editor de las Obras Completas de Lex, en 1946]... lo situó entre ¡Madre mía! y A mis hermanos muertos el 27 de noviembre [estas dos escritas en España, fechada la primera el 30 de diciembre de 1870 y la otra el 27 de noviembre del siguiente año]...
No advierten al lector los editores de que en realidad fue Juan Marinello quien lo copió por vez primera de la Antología de poetas americanos, ni de que luego la incluyó en su libro Poesías de José Martí, en 1929, ni que el situarlo entre esos dos poemas fue idea de Marinello y no de Manuel Isidro Méndez, y callan también lo más importante de todo, que en aquella ocasión Marinello, quien llegó a ser la máxima autoridad martiana entre los comunistas de Cuba, había afirmado que con ella Martí se acogía "a un credo religioso".
Cierto es que no resulta fácil asignarle una fecha al poema. Por el estilo, es imposible la obra escrita de Martí, en particular la poesía, no sigue una línea recta en preferencias y logros, pero sí refleja la composición la agonía que se le manifestó más aguda en México: el conflicto entre el vivir y el deber, lo que en su poema "Patria y mujer" llamó "dolor de patria" allí decía: "Dolor de patria este dolor se nombra:/Cuerpo soy yo que mi orfandad paseo:/Reflejo, cárcel, vestidura, sombra,/De un alma esquiva fatigado arreo". Y en "Virgen María", por esa misma lucha, le pide ayuda para que serene "el escozor" que siente "mientras la Patria amada/Encadenada gima", y para que reduzca "la zozobra" con la que vive: en resumen, que "el peregrino muera" es, decir, que cese su andar por tierras extrañas, y "que la Patria no gima": que sea libre. No parece por eso desacertado ubicar estos versos cerca de la composición antes citada, en la que también implora la ayuda de la Virgen, cuyo titulo es "Muerto", y asimismo llama a la Virgen "Madre" ("¡Oh, madre, mi María"), publicada el 25 de marzo de 1875, y del poema "Patria y mujer", publicado el 28 de noviembre del mismo año, también en la Revista Universal. Lo que se conserva, pues, debe de ser una copia mecanografiada del original. Éste es el poema:
Madre mía de mi vida y de mi alma,
Dulce flor encendida,
Resplandeciente y amorosa gasa
Que mi espíritu abriga:
Serena el escozor que siento airado,
Que tortura mi vida,
¡Qué tirano!
¡Que sidera el alma mía!
¡Se rebela, maldice,
No quiere que yo viva
Mientras la Patria amada
Encadenada gima!
Un gran dolor la sigue
Como al hombre la sombra fugitiva,
Y los dos me acompañan
Junto con la fatiga.
Mata en mí la zozobra
Y entre las nubes de mi alma brilla...
¡El peregrino muera!
¡Que la Patria no gima!
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