MARTÍ: político, estadista, conspirador y revolucionario

Carlos Ripoll

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MARTÍ Y EL SOCIALISMO

Dos peligros tiene la idea socialista: el de las lecturas extranjerizas y el de la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos que, para ir levantándose en el mundo, empiezan por fingirse frenéticos defensores de los desamparados.

José Martí

Se cumple en este año el sesquicentenario del término "socialismo", que se usó por vez primera en Francia para contraponerlo al individualismo, entendido éste como la primacía del individuo sobre el conjunto. Con ese amplio sentido, por el que la parte se somete voluntariamente al conjunto, por el que se subordina a metas altruistas el egoísmo natural del hombre, se puede calificar a Martí, con muchos pensadores del siglo XIX, de socialista. Pero ya en su tiempo se hacía la distinción entre un "socialismo de todas las clases", que es una especie de nacionalismo, y un "socialismo de la clase obrera", que quería poner en manos del Estado la dirección del cuerpo social y del individuo. En esa acepción, que se acerca al marxismo, Martí, por supuesto, no es socialista.

También en los años de Martí, los propagandistas del socialismo por evolución natural y medios pacíficos, hacían esfuerzos por distinguirse de los que propugnaban la violencia para el control de la sociedad. Martí estaba consciente de las diferencias, y por eso escribió en su Cuaderno de Apuntes: "Lo primero que hay que saber es de qué clase de socialismo se trata, si de la Icaria cristiana de Cabet, o las visiones socráticas de Alcott, o del mutualismo de Prudhomme [sic], o el familisterio de Guisa, o el Colinsismo de Bélgica, o el de los jóvenes hegelianos de Alemania, aunque bien puede verse, ahondando un poco, que todos ellos convienen en una base general, el programa de nacionalizar la tierra y los elementos de producción".

Y enseguida Martí añade entre comillas estas palabras sobre el marxismo, cita tomada de Contemporary Socialism, el libro de John Rae, que tanto orientó sus juicios: "The land of the country and all other instruments of production shall be made the joint property of the community, and the conduct of all industrial operations be placed under the direct administration of the State".

Decir que Martí no estaba informado de las corrientes socialistas de su época es ignorar al ávido lector, al político que buscaba fórmulas para mejorar la sociedad, y al revolucionario que no hubiera detenido su acción, por el camino correcto, para lograr la justicia. Era, además, el socialismo, un tema de actualidad: en 1886 había en los Estados Unidos 34 publicaciones, 5 de ellas diarias, representando varias facciones socialistas. Es un error pensar que Martí era en asuntos sociales un "ingenio lego", como se dijo de Cervantes, también sin fundamento, sobre la cultura de su época.

Otro intento de los marxistas ha sido inventar una especie de evolución en Martí respecto a sus ideas sociales, como si hubiera cambiado desde una posición conservadora hacia otra más radical. De esta manera puede suponerse que viviendo, por ejemplo hasta los 65 años, habría leído El Estado y la revolución, de Lenin, y así hubiera comprendido la función del Estado tradicional como instrumento de la opresión clasista, la necesidad del proceso revolucionario para lograr la dictadura proletaria, y la inevitable evolución desde el capitalismo hacia el comunismo. No hay duda de que Martí, con los años y las experiencias vividas en los Estados Unidos, agudizó su preocupación sobre los problemas sociales, pero eso no quiere decir que haya en él un cambio en su pensamiento, lo que cambiaba era el panorama de los Estados Unidos.

Su primera exposición ante el conflicto entre el capital y el trabajo la tuvo en México. Al margen de su labor periodística, allí fue representante en un congreso obrero, participó en los gremios locales, intervino en huelgas para las que procuró el apoyo de los estudiantes y defendió la publicación conciliadora El proletario.

Los pensadores de La Reforma influyeron en Martí al analizar estos problemas. Una de las más recias personalidades de aquella generación fue Ignacio Ramírez, y de él son estas palabras que resumen el pensamiento de los liberales que entonces gobernaban el país; dijo en 1874: "Tengo aversión a los sistemas comunistas que degradan la dignidad humana; deseo un arreglo equitativo entre el capital y el trabajo, un arreglo en que no intervenga directamente la autoridad... No se trata de sacrificar a nadie, ni al rico ni al pobre, sino de ponerlos de acuerdo". Y es por eso que al año siguiente Martí afirma: "El derecho obrero no puede ser nunca el odio al capital: es la armonía, la conciliación, el acercamiento del uno al otro". Y también entonces manifiesta su aversión ante las doctrinas importadas para resolver los conflictos, y dice: "La imitación servil extravía en economía como en literatura y en política... Tiene en cada país especial historia el capital y el trabajo: peculiares son de cada país ciertos disturbios entre ellos, con naturaleza exclusiva y propia, distinta de la que en tierra extraña por distintas causas tenga. A propia historia, soluciones propias. A vida nuestra, leyes nuestras. No se ate servilmente el economista mexicano a la regla, dudosa aun en el mismo país que la inspiró".

Hay un pasaje en la vida de Martí, que no se recuerda lo suficiente, y es de mayor importancia para lo que aquí interesa. Tiene que ver con los actos que preparaban en Cayo Hueso los obreros para celebrar el 1º de Mayo, en 1894. Dos de los mejores amigos de Martí estaban en los preparativos: Fermín Valdés Domínguez y Serafín Sánchez. En una carta del primero a Gonzalo de Quesada se encuentra esta información; le escribe: "Aquí yo no soy más que un agitador político... Los obreros cubanos tendrán fiesta y meeting en 1º de Mayo. Es en San Carlos, y yo soy el de la bulla". Como parte de la propaganda para la celebración, Serafín Sánchez le envió a Martí, un articulo sobre el cual también le dice a Gonzalo de Quesada: "Siento que Martí te escamoteara mi artículo para Patria, que no se publicara porque habla de Robespierre. Esta carta escrita con tinta roja destila sangre; así es mi credo de antiguo revolucionario". Martí vio el peligro y le salió al paso: en respuesta a aquella actividad que él veía impropia del espíritu del Partido Revolucionario Cubano, escribió en su periódico: "[los miembros de este Partido] no ven la dicha del país en el predominio de una clase sobre otra, sin el veneno y el rebajamiento voluntario que va en la idea de clases, [puesto que] la piedad hacia los infortunados, hacia los ignorantes y desposeídos no puede ir tan lejos que encabece o fomente sus errores. El reconocimiento de las fuerzas sordas y malignas de la sociedad... no puede ir hasta juntar manos con la soberbia impotente para provocar la ira segura de la libertad poderosa". Y enseguida agrega:

Hay que deponer mucho, que atar mucho, que sacrificar mucho, que apearse de la fantasía, que echar pie a tierra con la patria revuelta, alzando por el cuello a los pecadores, vista el pecado palio o rusia: hay que sacar de lo profundo las virtudes:" sin caer en el error de desconocerías porque vengan en ropaje humilde, ni negarlas porque se acompañen de riqueza y cultura... Otro peligro social pudiera haber en Cuba: adular, cobarde, los rencores y confusiones que en las almas heridas o menesterosas deja la colonia arrogante tras sí, y levantar un poder infame sobre el odio o desprecio de la sociedad democrática naciente a los que, en uso de la sagrada libertad, la desamen o se le opongan. A quien merme un derecho, córtesele la mano, bien sea el soberbio quien se lo merme al inculto, bien sea el inculto quien se lo merme al soberbio... Si desde la sombra entrase en ligas, con los humildes o con los soberbios, sería criminal la revolución, e indigna de que muriésemos por ella.

Por aquella actividad de algunos cubanos que querían celebrar en el Cayo la fiesta obrera, Martí le escribió una carta a Valdés Domínguez. En ella se ve la misma actitud que había manifestado públicamente. Faltaba sólo un año para su muerte, pero su posición ante el problema social era la misma que en México, y le dice al amigo:

Una cosa te tengo que celebrar mucho, y es el cariño con que tratas, y tu respeto de hombre, a los cubanos que por ahí buscan sinceramente, con este nombre o aquél, un poco más de orden cordial, y de equilibrio indispensable en la administración de las cosas del mundo... Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras: el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas, y el de la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos que, para ir levantándose en el mundo, empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados... El caso es no comprometer la excelsa justicia por los modos equivocados o excesivos de pedirla. Y siempre con la justicia, tú y yo, porque los errores de su forma no autorizan a las almas de buena cuna a desertar de su defensa. Muy bueno, pues, lo del 1º de Mayo. Ya aguardo tu relato, ansioso.

Desde luego, después de carta tan discreta como clara, Valdés Domínguez, que fue sin duda el amigo que más quiso y respetaba a Martí, debió retraerse de aquella celebración pues su "relato" nunca llegó a Patria.

Para el exacto entendimiento de lo que Martí pensaba del socialismo marxista, es de primera importancia conocer los Cuentos de hoy y mañana, de Rafael de Castro Palomino, publicado en 1882 por la conocida e influyente Imprenta y Librería de Néstor Ponce de León, libro totalmente olvidado y rarísimo, del cual quizás sólo hay un ejemplar en las bibliotecas de los Estados Unidos. El "Prólogo" de Martí, por supuesto, es bien conocido, pero la crítica no ha descubierto su verdadera significación porque no lo ha leído con referencia al texto que lo motivó. Era Castro Palomino uno de los muchos emigrados cubanos que vivían en Nueva York, se dedicaba a la enseñanza y fue un cercano colaborador de Martí. En 1882 publicó esos cuentos que llevan como subtitulo Cuadros políticos y sociales, que no tienen, por cierto, gran mérito literario. Son dos narraciones: la primera se titula: "Un hombre, por amor de Dios", y la otra "Del caos no saldrá la luz". Martí dice de ellas en su "Prólogo": es "un libro sano, libro vigoroso, libro útil... Ni odios, ni intereses, ni preocupaciones, ofuscan el juicio del sensato y modesto autor de los Cuentos de hoy y mañana, libro que divulga en forma amena las razones en pro y en contra de las varias soluciones sociales... [y que] populariza del modo humano conque han de irse resolviendo estos problemas meramente humanos". Y entre otros elogios agrega:

Con tacto desusado, y con sereno juicio, ni a los ricos adula el autor de este libro, ni a los pobres increpa: ni a aquéllos oculta la urgencia de acatar el derecho del hombre a una vida remunerada y noble, ni a éstos esconde cuánto tendría de adementada y sangrienta la tentativa de imponer a una masa rica y fuerte, soluciones confusas o antihumanas, con las que se encrespa a veces..., cuanto de volador y soberano encierra el admirable espíritu del hombre. Antes serán los árboles dosel de la tierra, y el cielo pavimento de los hombres, que renunciará el espíritu humano a sus placeres de creación, abarcamiento de los espíritus ajenos, pesquisa de lo desconocido, y ejercicio permanente y altivo de sí propio. Si la tierra llegara a ser una comunidad inmensa, no habría árbol más cuajado de frutas, que de rebeldes gloriosos el patíbulo... Este libro que enseña todo esto, es más que un libro, es una buena acción.

Es necesario revisar los cuentos para saber qué es lo que Martí suscribe y aprueba. El primero presenta varios personajes que simbolizan intereses y tendencias políticas determinadas: el capital, el trabajo, el proteccionismo, el imperialismo militarista, el anarquismo y el marxismo. Reunidos en una cervecería de Nueva York, discuten y exponen sus programas para resolver los conflictos sociales. Como no están de acuerdo, deciden consultar a un hombre notable que ha de decidir quién tiene la razón; éste es el Honorable Arthur Wisdom, quien escucha los planteamientos de cada uno y luego enjuicia las fallas y contradicciones de sus programas hasta convencerlos de sus errores. Despachados los cuatro primeros visitantes, Mr. Wisdom se queda con Mr. Labor y Mr. Dollar. Les explica la importancia que tiene el uno para el otro, y les advierte que la única solución en sus desavenencias se ha de lograr con "una distribución más justa y equitativa de la riqueza", la que se ha de producir, dice, cuando "por una evolución natural de la sociedad, llegue el momento en que el capital y el trabajo, hoy antagonistas, se unan y auxilien mutuamente". Y concluye Mr. Wisdom: "Con la violencia sólo se cosechan ruinas: la fuerza podrá muchas veces vencer, pero jamás convencer... Pretender edificar de momento será siempre locura: las sociedades nacen y no se hacen. Si queremos de buena voluntad acortar el plazo de cualquier reforma, perfeccionémonos individualmente y así precipitaremos el perfeccionamiento del conjunto".

Aunque no mejor escrito, el otro cuento, "Del caos no saldrá la luz", tiene especial valor para el tema que aquí se analiza, y evidencia en Castro Palomino buen conocimiento de las principales corrientes socialistas del siglo XIX. Bajo la influencia del naturalismo que entonces dominaba la literatura europea, este autor se propuso hacer también un experimento como el que había hecho Emilio Zola en la novela: situar a sus personajes en determinado escenario y sacar conclusiones de sus actos. Hoy nos parecen ingenuas las pretensiones cientificistas de aquel ejercicio literario, pero en su tiempo se consideraba válido. Castro Palomino inventa una colonia comunista y va a sacar resultados de aquel experimento social de la misma manera que Zola destacaba el determinismo hereditario en una familia. Hay que tener en cuenta que en aquella época no se podía discutir sobre el marxismo más que en un plano teórico toda vez que no se había establecido en ningún país. Hacía falta así esa especie de laboratorio para verlo vivo.

El asunto del cuento es el siguiente: después de la Comuna de París, a fines de 1871, llegaron a los Estados Unidos dos marxistas que habían participado en aquel alzamiento proletario: un joven francés, el Coronel La Chimère, es decir el soñador, y un "comunista radical" el capitán Unthunlich, que significa en alemán algo como el que hace lo que no debe. Siguiendo el programa de la Comuna francesa crearon una población de unas mil personas, todos comunistas, en unas minas del Estado de Pennsylvania. Su propósito era demostrar las ventajas del sistema para que otros imitaran el experimento. La discusión de lo que allí sucedió se produce diez años más tarde, después de fracasar, y cuando los dos iniciadores han abandonado su antigua ideología. Están en una comida con un abogado de Boston que se llama Mr. Truth. A éste le cuentan la razón y el proceso del descalabro. Cuando empezaron a trabajar, según dicen, el primer inconveniente surgió cuando los obreros más productivos protestaron por la vagancia de algunos de sus compañeros, y hubo que poner "vigilantes" para igualar el rendimiento. "Lo que sucedía", comenta el francés, "era natural que sucediera: nuestro entusiasmo y el deber que nos habíamos impuesto, por poderosos que fueran, no bastaban a apagar por completo nuestros sentimientos naturales de hombres, y el interés empezó a manifestarse". Entonces se desarrolló lo que hoy conocemos por Bolsa Negra: éstas son sus palabras: "Los trabajadores más económicos iban acumulando en sus casas lo que ahorraban de lo que recibían, y fue necesario hacer registros minuciosos a domicilio para evitar la propiedad. Esta inspección produjo las misiones de confianza, por las cuales cada individuo quedaba facultado, en secreto, a inspeccionar a su vecino desde el momento que, con o sin razón, lo consideraba sospechoso". Es decir, en aquella comuna inventada hace un siglo fue necesario crear los mismos mecanismos represivos que sufrieron tantos países de la tierra, y que describió de m~era magistral George Orwell. Por otra parte se planteó la cuestión de lo que hoy se conocen como incentivos morales e incentivos materiales para el trabajador; añade el que está en uso de la palabra:

El producto del trabajo disminuía porque al fin los obreros buenos, los que podían dar impulso a la empresa, no teniendo estimulo, decidieron graduar la fuerza de sus tareas por la de los otros... [y así] el comunismo, tal como lo practicábamos, no sólo suprimía la propiedad, sino también el trabajo. Era imposible, a pesar de nuestro entusiasmo, soportar la injusticia de que todas las actividades se midieran y recompensaran del mismo modo. El estimulo que hace al hombre excederse en el trabajo, y perfeccionarlo alimentando la esperanza de verse remunerado, no podía existir entre nosotros.

Más notables sucesos acaecieron en aquella comuna de Pennsylvania; sigue el mismo narrador: "También habíamos suprimido la libertad, puesto que obedecíamos a leyes inflexibles de uniformidad grosera... sufriendo constantemente una inquisición perpetua, insoportable... además, la ambición de mando, el deseo de conservar las mejores posiciones, trajo un desconcierto inexplicable". Pero por suerte para los que allí estaban, la mina de carbón no tenía fronteras vigiladas, y, como era de esperar, empezó el éxodo: lo resume así: "Las deserciones fueron en aumento, y en poco tiempo quedó reducida la colonia a unos cuantos ilusos sin criterio alguno". Y concluye el antiguo coronel de la Comuna:

"La sociedad sólo puede regenerarse por la reorganización de sus partes, y no es posible obtener mejora alguna por sistemas que sustituyan la acción individual por la dirección de un centro, cualquiera que éste sea. En vano se empleará la restricción para realizar lo que sólo puede hacerse por la libertad". Y el otro comensal en aquella reunión, Mr. Truth, resume lo que viene a ser la tesis del libro, el resultado de aquella experiencia, con estas palabras de profunda sabiduría y visión del futuro:

La organización social no podrá soportar cambio alguno que trastorne las leyes naturales de la humanidad: cuando éstas se desprecian, la reacción es inevitable, y si esos cambios se imponen se necesitaría una fuerza coactiva para mantener el orden, porque los hombres no son ángeles... [y] esta fuerza formaría al fm un gobierno mucho más fuerte, mucho más tiránico que el que se destruyera... Los más fuertes se constituirían, por su valor u otras causas, en jefes absolutos, y sólo imperaría la ley de la fuerza... el principio de la tiranía. Ciegos e infructuosos serán todos los esfuerzos: la libertad económica sólo podrá adquirirse por la libertad política.

Al terminar estas observaciones sobre el pensamiento de Martí respecto a la cuestión social, de manera directa sobre su palabra, y en reflejo con sus comentarios sobre los Cuentos de Castro Palomino, ante su prudente posición, se podría dudar de su crédito de revolucionario. Con la supuesta ignorancia de las corrientes de su época cabía excusarle su apartamiento o reserva ante las posiciones avanzadas, pero ahora, ¿habrá que conformarse con un Martí pequeño burgués, ~individualista y timorato que alguna vez pintaron los marxistas de Cuba? El, que vio con transida sensibilidad la miseria y el abuso capitalista, ¿cómo pudo resistir el llamado de aquéllos que en su época procuraban la equidad social a través de las luchas del proletariado? ¿Es que se tendrá que abandonar su guía quien hoy mira el mundo y lo ve aún con el egoísmo entronizado a nombre de la libertad? Y no se le podría preguntar, tú, tú que quisiste echar tu suerte con "los pobres de la tierra", ¿cómo no echaste tu vida en la avanzada de los que en tu época apuraban el mundo para redimirlos? ¡Ah! pero no, porque bien mirada esa aparente tibieza se vuelve sabiduría; la ceguera, previsión; y su cautela, vaticinio. El genio es un adivinador. Martí no necesitó un siglo y vivir el experimento para saber sus consecuencias. En ansias de redención, en proyectos para la humanidad, Martí fue más socialista que todos los que han enarbolado esa bandera. Martí fue más revolucionario que todos los que han querido torcer el cauce del mundo. Pero él descubrió que una cosa es el deseo de ver triunfar la justicia, y otra condenarla por las mismas fuerzas que la pretenden conquistar; una cosa es la transformación de la sociedad, y otra ir disfrazado de cambio para seguir en el desequilibrio y en el exceso. Martí no creyó en ninguna alteración social que no estuviera garantizada por la libertad, aunque él sabia que la libertad es también a veces amparo de la avaricia, aunque él sabía que hay una libertad burguesa y una libertad proletaria, una ancha y otra encogida, pero, aun así, la consideró indispensable para el progreso de la sociedad. Por eso es vano el empeño del marxismo-leninismo de encontrar en Martí alguna raíz de su error, y no lo encuentra porque él es el remedio del error. El propuso el mejoramiento del hombre porque no puede haber solución al conjunto sin el perfeccionamiento de las partes. Su camino no fue mejorar a la fuerza el Estado democrático para mejorar al hombre, sino al revés, y donde el iluso sembraba la ira él sembró la virtud. Ante los sistemas imperfectos de su época y de la nuestra, sólo hay esperanzas en ese "socialismo" martiano donde el ejercicio natural de la libertad pugne, ensaye y demande, con la urgencia que lo requiere, los cambios necesarios para lograr, en una honda transformación social, lo que él llamó "la dignidad plena del hombre".

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