MARTÍ: político, estadista, conspirador y revolucionario

Carlos Ripoll

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JOSÉ MARTÍ Y LA CONQUISTA DE AMÉRICA

 

  Colón, el pequeño
  La destrucción de las Indias
  El padre Las Casas
  Conclusión

Alegoría de la Conquista de América, en un dibujo de 1814, de F. Gérard. La diosa Minerva le ofrece a un príncipe indígena el consuelo de la sabiduría mientras que el dios Mercurio lo ayuda a levantarse. Son la cultura y el comercio de Europa. Destrozados a sus pies aparecen ídolos paganos y las armas de guerrero vencido. Al fondo, el Chimborazo.

Y esto no lo vemos sólo los que amamos a los indios como a un lirio roto.

José Martí

Mucha doctrina de Martí perdió Cuba al lograr la independencia, mucho de su previsión y consejo. Y en esa pérdida no ocupa menor lugar su juicio sobre los españoles: de un lado estaban "los buenos, los que aman la libertad como la amamos nosotros," dijo, que así eran "otros tantos cubanos," sobre los que advirtió: "A esos españoles los atacarán otros: yo los ampararé toda mi vida"; y en el lado opuesto de su conteo puso al "colonizador despótico y avieso" que mantuvo "el continente descoyuntado durante tres siglos," por el que, con todos los males que significó para América, "la colonia siguió viviendo en la república." Unos eran el Lanuza y el Padilla, del Aragón de sus Versos Sencillos; otros los déspotas que mandó Madrid a gobernar a Cuba: Tacón y O'Donnell. Uno el maestro de Felipe II, Juan Ginés de Sepúlveda, el de "los ojos de zorra" que recomendó "dar muerte a los indios porque no eran cristianos"; otro Bartolomé de las Casas, el azote de la conquista: el "Protector de los Indios". Con su padre valenciano y su madre canaria, junto al corazón de Martí, encontramos lo mejor de la raza; y lejos de él, en su desprecio, la soberbia de España. Dijo en su discurso del 10 de Octubre de 1891: "Nuestra estimación por el español bueno sólo iguala a nuestra determinación de arrancar de raíz, aunque se queje la tierra, los vicios y las vergüenzas con que el español malo nos pudre". Pero no pudo su guerra "arrancar de raíz" al "español malo," lo que éste representó de "vicios" y de "vergüenzas," en la República, por el infortunado consorcio de los "cubanos coloniales" que en ella medraron -los viejos autonomistas y anexionistas- y los rezagados del integrismo de España, enemigos de la soberanía de Cuba, los cuales, por influencia del yanqui, hicieron crecer la riqueza material del país casi siempre a escondidas de la del espíritu y en despego de lo propio, por lo que hasta hoy nos ha durado, en diversos disfraces, el mismo pudridero.

Cristóbal Colón en un grabado que se conserva en Madrid.

Con los ojos puestos en la conquista, pero con el deseo de más amplia lección, escribió Martí pensando en los indios de Suramérica y de las Antillas: "Con Guaicaipuro, Paramaconi, con Anacaona, con Hatuey hemos de estar, y no con las llamas que los quemaron, ni con las cuerdas que los ataron, ni con los aceros que los degollaron, ni con los perros que los mordieron", y hoy que tantos se disponen a celebrar como lujo de la historia y hazaña de la humanidad el descubrimiento de América, en su Quinto Centenario, en total olvido de las llamas, las cuerdas, los aceros y los perros que trajeron para su empresa los españoles; hoy también que visitan Cuba en ayuda del castrismo curiosos y turistas de España, comerciantes y autoridades, socialistas o de la Falange, casi siempre con su pedazo de rencor por nuestra independencia, y de rabia contra los Estados Unidos por el "desastre" del 98; ahora que ésos van por unas pesetas de propina, a que les dé más rédito la inversión, o a holgar y comer sobre el dolor y el hambre del cubano de allá, y la humillación y la pena del que vive en el extranjero, ahora resulta oportuno revisar los juicios de Martí sobre la conquista y sobre los españoles para que nos ayuden "los buenos" de hoy a lograr la libertad de Cuba, y para bochorno y aviso de "los malos", herederos de aquellos conquistadores a quienes los indios hicieron tragar oro derretido en castigo de su crueldad, su indolencia y su avaricia.

Colón, el pequeño

También al enjuiciar el descubrimiento Martí se adelantó a sus días. En época reciente se han hecho oír voces autorizadas que lo analizan por caminos que él recorrió hace un siglo en compañía de muy pocos de sus contemporáneos. Se acercaba el IV Centenario, y el 13 de setiembre de 1892, mientras estaba en gestiones para lograr la ayuda de Máximo Gómez en la guerra de independencia, visitó la catedral de Santo Domingo. A la visita lo acompañaron Federico Henríquez y Carvajal y otros ilustres dominicanos, y en el álbum de autógrafos Martí escribió, respetuoso y discreto: "Entre los hechos grandes, acaso lo sea tanto como el tesón que descubrió un mundo nuevo la piedad con que Santo Domingo guarda las glorias y tradiciones de su patria": el empeño de Colón, pues, no era mayor que el patriotismo de sus huéspedes. Hubiera sido una falta de cortesía dejar allí, ante la urna con las cenizas del descubridor, y en compañía de amigos del lugar (Federico Henríquez y Carvajal, Francisco G. Bellini, Emiliano Tejera y Jaime R. Vidal) lo que en realidad pensaba de él. Sobre Cristóbal Colón quiso Martí escribir un libro, del que sólo ha llegado hasta nosotros un breve apunte, pero que basta para conocer su opinión sobre el marino genovés: más afortunado que sabio, lo creía, más movido por el egoísmo que por un sentimiento altruista, por lo tanto, pequeño; dice: "Que Colón fue más personaje casual que de mérito propio, es cosa de prueba fácil, así como que se sirvió a sí más que a los hombres, y antes que en éstos pensaba en sí, cuando lo que unge grande al hombre es el desamor de sí por el beneficio ajeno".

La feria colombina de Chicago, por el IV Centenario del descubrimiento de América, en tiempos de Martí, ayudó a poner en evidencia el interés de los Estados Unidos en desarrollar el panamericanismo (Dibujo de la época).

Exposición colombina de 1893, en Chicago, con los edificios dedicados a la agricultura, a la maquinaria, a la electicidad a las artes liberales y la artesanía, y, al centro, la estatua de la "República", del escultor Daniel Chester French.

No hubo celebraciones al cumplirse el primero y el segundo centenario del descubrimiento de América; en el siglo XVIII, el tercero, muy poco se hizo por la ocasión, pero en el IV concurrieron varios factores que conviene recordar ahora, por los que tuvo la fecha mayor relieve. En los Estados Unidos la figura de Colón se había convertido en un símbolo nacional -una mezcla de perseverancia y utilitarismo, de Robinson y Calibán, especie de precursor de los peregrinos del Mayflower-, y el descubrimiento era como el principio de la gran epopeya que escribían entonces el progreso industrial y la riqueza en el país. Por el IV Centenario hubo una gran exposición colombina en Chicago, visitada por cerca de 25 millones de personas, hasta entonces la mayor asistencia a un solo evento; se emitieron monedas de plata y sellos de correo conmemorativos; y en Nueva York, después de cinco días de desfiles y festejos, se develó con gran pompa la estatua de Colón, en la esquina sur y oeste del Parque Central. Además, con los congresos de las repúblicas americanas, reunidos en Washington en 1890 y 1891, se había desatado "el carro de Juggernaut," como llamó Martí al expansionismo de los Estados Unidos, al que convenía unir todos los países del continente en un futuro común, como estaban unidos por la geografía y el origen: era el panamericanismo de mala intención de James G. Blaine, el antiguo secretario de Estado del presidente Garfield, con el que se quiso alejar a Hispanoamérica de Europa y asegurar la hegemonía de Washington: la Conferencia Internacional Americana, reunida en esa capital, concluyó sus sesiones el 19 de abril de 1890, y su última proposición decía: "En homenaje a la memoria del inmortal descubridor de la América, y en gratitud de los inmensos servicios prestados a la civilización y a la humanidad, la Conferencia se asocia a las manifestaciones que se hagan en su honor con motivo del cuarto aniversario del descubrimiento de la América".

Por su parte España, desde mediados del siglo, tenía creciente interés en los mercados de sus antiguas colonias: agotadas las esperanzas de reconquistar los territorios perdidos, los españoles que aún padecían el "síndrome de Ayacucho," cedieron el paso a los interesados en el comercio de aquellas regiones, las cuales también querían cortejar como protección de sus posesiones en las Antillas. La estrategia para esos objetivos fue destacar las glorias de España, destruir la Leyenda Negra que ponía en evidencia los horrores de la conquista, y presentar la vieja metrópoli como la madre orgullosa que mucho había hecho por sus hijos en América. La oportunidad mejor para la gran representación fue, por supuesto, el IV Centenario del descubrimiento, y a todo ese empeño se le llamó panhispanismo.

Los grabados de Théodore de Bry, nacido en Lieja en 1598, dieron representación gráfica a la Leyenda Negra. En el de arriba, al fondo varios soldados españoles apalean a los indios; al frente otro estrella contra la pared a un niño mientras que un tercero va a quemar los cuerpos de trece indios, pues en ese número los ahorcaban, se decía, en memoria del Redentor y de sus doce Apóstoles. Abajo, a la izquierda, aparecen los perros devorando a los indios acusados de sodomía; y, junto a éste, la forma que tenían los indios de castigar la sed de oro de los españoles: cuando los apresaban les hacían tragar el metal derretido.

Aunque antagónicas, esas dos fuerzas mayores, el panamericanismo norteamericano y el panhispanismo español, enarbolaban banderas similares: el común denominador eran Colón y el descubrimiento: en los Estados Unidos la figura y su empresa les servían para afirmarse en lo propio; para los españoles la posibilidad de recobrar su influencia en el continente. Entre las dos fuerzas vivió Martí, sin dejarse dominar por ninguna de ellas, oponiéndose a la labor que iban haciendo en Hispanoamérica. Para él, combatir incondicional a España era facilitarle la penetración imperialista al yanqui; defenderla, por otra parte, era poner en peligro la independencia de su patria y reducir lo autóctono, precisamente lo que podía salvar nuestros países; vio el peligro y dijo:

En lo que se escribe ahora por nuestra América imperan dos modas, igualmente dañinas, una de las cuales es presentar como la casa de las maravillas y la flor del mundo a estos Estados Unidos, que no lo son para quien sabe ver; y otra propalar la justicia y conveniencia de la preponderancia del espíritu español en los países hispanoamericanos, que en eso mismo están probando precisamente que no han dejado aún de ser colonias... Y como la literatura tiene la capa ancha y cubre más a menudo lo ligero, que no cuesta trabajo ni fatiga mucho el pensamiento del que lee... sucede que una y otra idea, la americana y la española, hacen más camino del que debieran entre los lectores sencillos y la juventud impresionable.

Como en todas las épocas hay gente débil e insegura, en los días de Martí también algunos exiliados visitaban la isla por motivos vanos, y así daban la impresión de apoyar los abusos en su tierra. Una oportunidad en que Martí censuró dicha práctica fue cuando el gobierno español celebró en La Habana el IV Centenario del descubrimiento de América; Martí escribió en Patria condenando los viajes a Cuba: "Algún bribón estará redondeando el frac para ir de lacayo, allá en las fiestas de Cuba, las fiestas en que, so capa de centenario de Colón, se buscan polvos y perendengues para que luzca como nueva la peluca podrida del gobierno español en Cuba y en Puerto Rico. Y a los fracs, por supuesto, les saldrán, a la hora del baile, las manchas de sangre de Céspedes y de Agramonte..." Y por los que fueron a aquellos festejos escribió poco después, en el mismo periódico, su artículo "La Meschianza", muy recordado ahora al censurar a los cubanos que sin válida justificación viajan a Cuba; fue allí donde dijo: "Visitar la casa del opresor es sancionar la opresión... Mientras un pueblo no tenga conquistados sus derechos, el hijo suyo que pisa en son de fiesta la casa de los que se lo conculcan es enemigo de su pueblo..."

La destrucción de las Indias

Martí entendía, como el padre Bartolomé de las Casas, que para la evangelización de América, para propagar la fe cristiana entre los indígenas, no había sido necesario destruir la cultura autóctona, y criticaba a cuantos por halagar a España ocultaban la verdad respecto a la América precolombina; al escribir sobre la Historia de la literatura en Nueva Granada, de Joaquín M. Vergara, dijo: "Grave defecto es ése del libro de Vergara: el airado y rencoroso empeño de enaltecer, por sobre toda gloria de América, las glorias de España, y de España eclesiástica, con singular tendencia a hallar bueno cuanto fue malo, o excusable lo que no tuvo excusa, o grande lo mediano..." Y en otra ocasión, al hablar de lo que se perdió de la inteligencia americana anterior al descubrimiento, explicó: "Se sabe poco de la literatura de los indios de América [porque] con tan bárbaro restrillo nivelaron la tierra india, a voces de Valverdes y Zumárragas, los conquistadores, y tan bien se juntaron el afán de éstos de extinguir a los vencidos y el encono fiero de clérigos vulgares contra la gente hereje, que no es maravilla que tan poco se sepa ahora de lo que expresaron y escribieron en Yucatán los ymetes, y en el Perú los amautas, y en Nicaragua los nahuatles sabios..."

¿Que era distinta su visión del mundo? ¿Que el indígena tenía otras costumbres y creencias? Se debieron respetar. ¿Y los sacrificios humanos? Los hubo en Grecia, dijo Martí, y en la Biblia, y en tiempo de la conquista los había en Madrid, en la Plaza Mayor, "delante de los obispos y del rey, cuando la Inquisición de España quemaba a los hombres vivos, con mucho lujo de leña y de procesión, y veían la quema las señoras madrileñas desde los balcones"; y concluye en defensa de los indios: "La superstición y la ignorancia hacen bárbaros a los hombres en todos los pueblos; y de los indios han dicho más de lo justo en estas cosas los españoles vencedores, que exageraban o inventaban los defectos de la raza vencida para que la crueldad con que la trataron pareciese justa y conveniente al mundo..." Eso dijo al hablar con los niños de La Edad de Oro, en su descripción de "Las ruinas Indias"; y en otra oportunidad explicó así cómo, de acuerdo con sus características, cada cultura se fue desarrollando:

Unos pueblos buscan, como el germánico; otros construyen, como el sajón; otros entienden, como el francés; colorean otros, como el italiano... [no] todos los pueblos cuajan de un mismo modo, ni bastan unos cuantos siglos para cuajar un pueblo. No más que pueblos en bulbo eran aquéllos en que con saña sutil de viejos vividores entró el conquistador valiente, y descargó su ponderosa herrería, lo cual fue una desdicha histórica y un crimen natural. El tallo esbelto debió dejarse erguido, para que pudiera verse luego en toda su hermosura la obra entera y florecida de la Naturaleza. ¡Robaron los conquistadores una página al Universo!... Los pueblos [de América] eran que no imaginaron como los hebreos a la mujer hecha de un hueso y al hombre hecho de lodo; ¡sino a ambos nacidos a un tiempo de la semilla de la palma!

En México, con su rica presencia indígena, es donde Martí se adentró en Nuestra América, y aprendió a quererla, y se consagró a su defensa; luego en Guatemala y en Venezuela confirmó el noble compromiso. Por eso una de las páginas que mejor reflejan sus juicios sobre el continente, antes y después del descubrimiento, se refieren a México; desde Moctezuma hasta Juárez, en una breve ojeada de la historia dijo:

Fue México primero, antes de la llegada de los arcabuces, tierra de oro y plumas, donde el emperador, pontífice y general, salía de su palacio suntuoso, camino de la torre mística, en hombros de caballeros naturales, de adarga de junco y cota de algodón, por entre el pueblo de mantos largos y negros cabellos, que henchía el mercado, comprando y vendiendo... [pero] entre el odio de las repúblicas vencidas al azteca, inseguro en el trono militar, se entró, del brazo de la crédula Malinche, el alcalde astuto de Santiago de Cuba: los templos y las pirámides rodaron despedazados por las gradas; sobre el cascajo de las ruinas indias alzó sus conventos húmedos, sus audiencias rebeldes y vanidosas, sus casucones de reja y aldaba, el español; todo era sotana y manteo en la ciudad de México, y soldadesca y truhanería, y fulleros e hidalguetes, y balcón y guitarra. El indio moría desnudo, al pie de los altares...

Luego vino el Grito de Dolores, la independencia, por el cura Hidalgo, y los males que había sembrado España en su colonia, trataron de ahogar la libertad del país; agregó Martí: "Toda la jauría de la conquista salió al paso de la bandera nueva: el emperador criollo, el clero inmoderado, la muchedumbre fanática, el militar usurpador, la división que aprovechó el vecino rapaz y convidó al imperio austriaco..." -recordaba a Iturbide, Santa Anna, Taylor, Maximiliano...

Las Nuevas Leyes y Ordenanzas , de Carlos V, para el "buen tratamiento y conservación de los indios"; de ellas dijo Martí: "Por el descaro con que se burlaban fueron siempre más célebres las leyes de España en las Indias".

Con pinceladas semejantes, en un discurso en honor de Centroamérica, volvió Martí a la presencia de España en este continente, ya aquí para contraponer la conducta del conquistador, el "español malo," a la del padre Bartolomé de las Casas, símbolo del "español bueno"; y dijo:

Vino el rubio de España, con el trueno en las manos... La calle era del oidor, de gorra y garnacha, o del encomendero desdentado, de casco y gamuza, o del presidente que echaba desvergüenzas al buen obispo que le venía a pedir ley para la indiada, sin más coraza que su lanilla de dominico, ni más miedo que el de no ser bastante brioso. A flechazos recibían aquellos cristianos a los obispos que no le firmaban los crímenes con la religión... y era la vida candil y procesiones, cuando iban delante los atabaleros, y luego en mulas los estudiantes e hidalgos, y los doctores y la clerecía, y luego un señorón portaestandarte con el lema muy floreado entre pinturas, y luego criados de librea, y luego soldados, a tiempo que entraba en la ciudad la hilera de indios, con la frente ya hecha al mecapal de la bestia de carga, y el ministril se llevaba preso a un criollo porque leía el Quijote...

El padre Las Casas

En pocas ocasiones se volvía Martí más elocuente que cuando se daba a elogiar la virtud de los hombres superiores. Entre las veces que lo hizo, tiene notable lugar su aprecio por la persona y la obra del padre Bartolomé de las Casas, el ejemplo mejor, en todos sus escritos, del "español bueno". Había nacido este ilustre sevillano en 1474, y ya en 1502 estaba en La Española, donde cantó su primera misa. De él dijo nuestro Fernando Ortiz que se le debería considerar cubano puesto que entró en la historia en nuestra tierra: pasó a Cuba como capellán de Pánfilo Narváez, tuvo a su servicio un centenar de indios, y presenció el suplicio de Hatuey; lo contó así en su Breve relación de la destrucción de las Indias:

Atado al palo, decíale un religioso de San Francisco, santo varón que allí estaba, algunas cosas de Dios y de nuestra fe, el cual nunca las había jamás oído, lo que podía bastar aquel poquillo tiempo que los verdugos le daban, y que si quería creer aquello que le decía iría al cielo, donde había gloria y eterno descanso, y si no, que había de irse al infierno a padecer perpetuos tormentos y penas. Él, pensando un poco, preguntó al religioso si iban cristianos al cielo; el religioso respondió que sí, pero que iban los que eran buenos. Dijo luego el cacique sin más pensar que no quería ir allá, sino al infierno, por no estar donde estuviesen y por no ver tan cruel gente.

El padre Bartolomé de las Casas, en el grabado al que se refirió Martí en una ocasión al hablar de él; dijo: "Era hermoso verlo escribir, con su túnica blanca, sentado en un sillón de tachuelas, peleando con la pluma porque no 
escribía de prisa".

Poco después el padre las Casas fue testigo de la matanza en Caonao, cerca de donde está hoy Cienfuegos, en la que los españoles pasaron a cuchillo, "sin motivo ni causa", aseguró él, "tres mil ánimas, hombres, mujeres y niños". Por aquel acto de terror oficial, el primero en Cuba, las Casas renunció sus privilegios para dedicar su vida a los indios y a denunciar la conquista y la colonización española en América.

En la tercera salida de La Edad de Oro publicó Martí su hermosa semblanza del padre las Casas. Con la mayor devoción y ternura evocó así al admirable dominico:

Cuatrocientos años hace que vivió el padre las Casas, y parece que está vivo todavía, porque fue bueno. No se puede ver un lirio sin pensar en el padre las Casas, porque con la bondad se le fue poniendo de lirio el color, y dicen que era hermoso verlo escribir, con su túnica blanca, sentado en su sillón de tachuelas, peleando con la pluma de ave porque no escribía de prisa... Desde que llegó [a América] empezó a hablar poco. La tierra, sí, era muy hermosa, y se vivía como en una flor: ¡pero aquellos conquistadores asesinos debían de venir del infierno, no de España! Español era él también, y su padre, y su madre; pero él no salía por las islas Lucayas a robarse a los indios libres; ¡porque en diez años ya no quedaba indio vivo de los tres millones, o más, que hubo en La Española!: él no los iba cazando con perros hambrientos para matarlos a trabajo en las minas: él no les quemaba las manos y los pies cuando se sentaban porque no podían andar, o se les caía el pico porque ya no tenían fuerzas: él no los azotaba, hasta verlos desmayar, porque no sabían decirle a su amo dónde había más oro: él no se gozaba con sus amigos, en la hora de comer, porque el indio de la mesa no pudo con la carga que traía de la mina, y le mandó cortar las orejas en castigo... Como a amigos habían recibido ellos a los hombres blancos de las barbas... y aquellos hombres crueles los cargaban de cadenas; les quitaban sus indias y sus hijos; los metían en lo hondo de la mina, a halar la carga de piedra con la frente; se los repartían, y los marcaban con el hierro, como esclavos: en la carne viva los marcaban con el hierro. En aquel país de pájaros y de frutas los hombres eran bellos y amables, pero no eran fuertes... y caían como las plumas y las hojas. Morían de pena, de furia, de fatiga, de hambre, de mordidas de perros... Fue a Cuba de cura con Diego Velázquez, y volvió de puro horror, porque antes que para hacer casas derribaban los árboles para ponerlos de leña a las quemazones de los taínos. En una isla donde había quinientos mil, "vio con sus ojos" los indios que quedaban: once. Eran aquellos conquistadores soldados bárbaros, que no sabían los mandamientos de la ley, ¡y tomaban a los indios de esclavos, para enseñarles la doctrina cristiana, a latigazos y a mordidas!

Y las Casas se fue a España a convencer a los reyes de que no eran necesarias la guerra y la violencia contra los indios, y en defensa de su tesis de la conversión pacífica. Y volvió a América, y en 1542 pudo lograr las llamadas Leyes Nuevas, que no llegaban hasta donde quería el buen sacerdote ni se cumplieron como era debido. Y así vivió las Casas hasta morir en Madrid a los 92 años, luchando, implorando justicia, escribiendo, este gigante defensor de los Derechos Humanos, el primero en América, injustamente olvidado porque cierta crítica española ha hecho mayores esfuerzos por desacreditarlo, y por esconder su denuncia ya que su pasión de caridad le hizo aumentar aquí el mérito indígena y allá el crimen del conquistador.

No fue las Casas el único "español bueno" que denunció los excesos de la conquista en el siglo XVI: para honra de España, muchos allá, y en el Nuevo Mundo, clamaron en favor del indio. No puede hablarse de ellos sin recordar al que inició aquella campaña acusatoria, a fray Antón de Montesinos, aquel otro dominico que no pasados 20 años del descubrimiento, ante el hermano del Almirante y otras autoridades de La Española, dijo en un valiente sermón en la iglesia de Santo Domingo: "Todos estáis en pecado mortal, y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas...? Tened por cierto que en el estado en que estáis no os podéis más salvar que los moros o los turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo". Ni se puede olvidar entre "los buenos españoles" de entonces al superior de las Casas, a fray Pedro de Córdoba, de quien descubrió en el Archivo de Indias, en Sevilla, nuestro José María Chacón y Calvo, una carta de 1517, firmada con otros 20 religiosos, dominicos y franciscanos, publicada en 1938 por la Dirección de Cultura, de La Habana, en la que refiriéndose a los conquistadores de La Española, les informaba a los cardenales Cisneros y Adriano:

...Baste decir que habiéndose encontrado en el descubrimiento de estas islas innumerables gentes y pueblos, dóciles a la fe, mansos, humildes, obedientes, muchos han sido asolados por completo, y los que quedan están casi en el mismo trance de perecer... Quedaron los pueblos desiertos: sus habitantes, por mano de nuestros cristianos, si es que pueden ser llamados cristianos, fueron conducidos a las islas como esta Española y otras, destinándolos a cavar la tierra en busca de oro, o más bien a perder la vida y sus ánimas, consumiéndose totalmente en estos trabajos... Ni Faraón ni los egipcios nos ofrecen ejemplo de ensañamiento en los israelitas, ni los perseguidores de los mártires en los hijos de la Iglesia. Ni perdonaron al sexo débil femenino, como se acostumbra en todos los pueblos. Estos cristianos, y para decir mejor, no corderos de Cristo sino crueles enemigos, sometieron a las mujeres al trabajo lo mismo que los hombres y niños; soportaron así la desnudez ante el fuego del sol por todo el santo día y en la intemperie y por descanso de sus diarias labores, el dormir en la noche sobre la tierra desnuda, y eran atormentados por el hambre y la sed, y cuando enfermaban eran abandonados, despreciados, peor tratados que las bestias...

Y ésta es una de las 200 Cartas Censorias sobre la conquista, no sólo de religiosos, que encontró Chacón y Calvo, a quien nadie podría acusar de antiespañol, las que lo hicieron concluir: "Si desapareciesen súbitamente los copiosos y diversísimos escritos de las Casas, no padecería la integridad de la Leyenda Negra". Y esa carta de Pedro de Córdoba fue escrita en la actual República Dominicana, lo mismo que allí fue dicho el sermón de Montesinos, donde, también de espaldas a la pobreza que hoy sufre ese país, se va a celebrar, en carnaval fastuoso, el V Centenario del descubrimiento, como si la llegada de Colón a América hubiera sido el advenimiento de un redentor, sin aludir al precio que tuvo que pagar el continente por la cultura y la religión de Europa.

Conclusión

"Con el engaño de la literatura", advirtió Martí de sus días, "se nos está entrando por América el espíritu español", de su "español malo", por supuesto, que entonces significaba el extrañamiento de lo propio, el culto de la fuerza, el prejuicio racial, el pragmatismo y la avaricia. Y quizás no ha perdido del todo actualidad su advertencia.

El suplicio de Hatuey y la matanza de Caonao, en Cuba, de los que habló Las Casas, según dibujos de Juan E. Hernández Giró en su Historia Gráfica de Cuba (La Habana, 1938).

Martí estaba muy al tanto de la polémica sobre el descubrimiento, de los extremos que contendían: la Leyenda Negra había crecido al calor de las pugnas religiosas y del resentimiento europeo por la fortuna de España: todo iba contra ella de manera sistemática, en olvido de lo que a ésta debía el Nuevo Mundo, y presentando a los indios como seres bondadosos, cultos y pacíficos en estado natural, origen del mito del buen salvaje; y la leyenda color de rosa, en oposición, presentaba a los conquistadores como unos esforzados misioneros, ansiosos de propagar la fe cristiana, y de rescatar al indígena de la ignorancia, de abominables costumbres. Así, para unos, el 12 de Octubre de 1492 había sido un día nefasto para la humanidad; y, para otros, uno de gloria: al hacer la reseña de un libro sobre el Descubridor, dijo Martí: "De Colón es difícil escribir, y de todo lo suyo, porque la antipatía e incuria de una parte han dejado perder lo que la gratitud excesiva, la vanidad nacional y la necesidad humana de lo maravilloso exageraban por la otra".

A la disposición que tuvo siempre Martí por la verdad y la justicia, en el aprecio de la empresa española en este continente, unía su acendrado americanismo, no sólo por impulso natural, sino porque sabía del peligro de dejarse seducir por lo extranjero, y escribió recordando su estancia en Venezuela, y en resumen de su actitud ante lo que aquí se ha tratado:

¿Qué importa que vengamos de padres de sangre mora y cutis blanco? El espíritu de los hombres flota sobre la tierra en que vivieron, y se le respira. ¡Se viene de padres de Valencia y madres de Canarias, y se siente correr por las venas la sangre enardecida de Tamanaco y Paramaconi, y se ve como propia la que vertieron por las breñas del Calvario, pecho a pecho, con los gonzalos de férrea armadura, los desnudos y heroicos caracas! Bueno es abrir canales, sembrar escuelas, crear líneas de vapores, ponerse al nivel del propio tiempo, estar del lado de la vanguardia en la hermosa marcha humana; pero es bueno, para no desmayar en ella por falta de espíritu o alarde de espíritu falso, alimentarse por el recuerdo y por la admiración, por el estudio justiciero y la amorosa lástima, de ese ferviente espíritu de la naturaleza en que se nace, crecido y avivado por el de los hombres de toda raza que de ella surgen y en ella se sepultan. Sólo cuando son directas, prosperan la política y la literatura. La inteligencia americana es un penacho indígena...

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