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MART�: CR�TICO DE ARTE
Notas sobre un escrito desconocido
 

En corta edici�n public� en 1998 la Editorial Dos R�os, de Nueva York, unas p�ginas olvidadas de Mart�. Llevaban el t�tulo de Nuevos escritos desconocidos de Jos� Mart�. Se les llam� "nuevos" para distinguirlos  de los Escritos desconocidos de Jos� Mart�, publicados por Eliseo Torres and Sons, tambi�n en Nueva York, en 1971. Los dos libros forman parte de esta p�gina Web.

Lo que justifica este trabajo pertenece al de 1998, y fue en su origen publicado por Mart� en El Partido Liberal, de M�xico. Como en su lugar se explica, Mart� enviaba trabajos iguales, o muy parecidos, a m�s de un peri�dico, y los juicios que siguen es lo que a�adi� a su escrito para La Naci�n, de Buenos Aires, sobre los pintores impresionistas franceses. Tambi�n en esta p�gina Web se reproduce lo m�s revelador de esa conocida cr�nica suya, en Jos� Mart�: antolog�a mayor, en la parte que se dedica a la "Cr�tica art�stica y literaria".

Del cap�tulo III de los Nuevos escritos desconocidos se traen estas l�neas que all� presentaban lo que aqu� interesa:

Donde es m�s notable la capacidad de Mart� como cr�tico de arte es en sus juicios sobre la pintura, en particular sobre los impresionistas�quiz�s por las coincidencias entre esa forma de pintar y su forma de escribir. Como en tantas otras cosas, se adelant� a su tiempo al descubrir el origen y los m�ritos del nuevo movimiento iniciado en Par�s. "Manet tuvo dos padres: Vel�zquez y Goya", escribi� con el mayor acierto el 2 de mayo de 1886, cuando lleg� a Nueva York la exposici�n. La cr�tica local no era entonces muy receptiva a la nueva escuela: el New York Times public� poco despu�s, el d�a 28, un juicio negativo sobre el impresionismo en el que se afirmaba que, puesto que "la naturaleza es el fundamento del arte pict�rico, lo artificial y lo convencional son sus peores enemigos"; y a�ad�a que algunos de los efectos de los impresionistas "parec�an logrados al pegar la parte blanca de los huevos duros en las dos terceras partes del lienzo...", y que los verdes recordaban "mayonesa mezclada con tomates y el verde de los �rboles...

En su escrito del 2 de mayo de 1886 sobre la �Exhibici�n de pintores impresionistas�, donde les descubre su deuda con los espa�oles, hay pasajes que ahora convienen pues confirman su talento como cr�tico de arte adem�s de ser un buen ejemplo de su tambi�n �impresionista� prosa. Poco antes hab�a Nueva York tenido un conflicto obrero por la huelga de los tranv�as �en su momento Mart� hubo de afirmar que �la huelga de los conductores era justa�, y sobre la exposici�n de cuadros dijo:

En estos d�as de Pascuas andan por La calles remozadas, y como vestidas de luz, ramilletes de ni�as que estrenan sus ajuares nuevos; ramilletes de hombres azules, que son las patrullas que la huelga mantiene para que no se cometan des�rdenes en su nombre; ramilletes de se�orines de cara a lo Enrique III, que van del brazo de damas suntuosas a ver los montes de lilas, los trajes colorados, los paisajes hermosos, los des�rdenes en verde y azul de los pintores impresionistas. Duran-Ruel es su ap�stol en Par�s y ha mandado a Nueva York una exhibici�n lujosa.

Entremos. Todo el mundo entra. Ac� se ama lo japon�s y extravagante, que han sacado de sus quicios de raz�n a la buena escuela de los pintores al aire libre. �Por qu� afean su santo amor a lo verdadero con el culto voluntario de lo violento o lo feo? Manet es grandioso; Laurens, admira; Roll, Lerolle, Huguet, enamoran. El modo es crudo; pero la idea es sana, y el efecto fuerte y bello; pero �a qu� rebuscar, como hacen los neoimpresionistas, esas brutalidades de la naturaleza, donde a manera de l�mina china los planos se superponen sin sombra que los ligue y ablande, y sobre un agua espumosa se aboca, como una hoja de cuchillo, una playa verde sin gracia y sin nobleza?

Y del cuadro de �duard Manet �Carrera de caballos en Longchamp�  ("Courses � Longchamp�), Mart� escribe:

En esta Carrera de caballos, como en otros cuadros suyos, Manet es el Goya de los castigos y las profec�as, el Goya de los obispos y los locos que por ojos pinta cuevas, y remordimientos por caras, y harapos por miembros, todo a golpe de manchas. Pero en la fantas�a cabe ese exceso, porque all� se ve todo deforme y en bruma, y aquella org�a de formas a�ade al efecto mental de los lienzos. En lo humano, como en esta carrera, s�lo una belleza cabe al cuadro, que la tiene en eso suma: con pintas, con motas, con esfumas, con mont�culos de color, sin una sola l�nea, se ven carruajes, caballos, parejas sueltas en mucha amistad, las tribunas cargadas de gentes, las oleadas de sombreros, cintas y sombrillas: detr�s el cerro, casas, �rboles, grietas, y el sol, que lo inunda y ba�a todo: por el borde del cuadro, junto al espectador, bru�idos, como figuras de Alma Tadema, pasan dos magn�ficos caballos, de ojos redondos e hinchados, que flamean como los de las quimeras.

No hay tiempo para m�s; ni para la gran pintura de �rgano, de Lerolle; ni para la bailarina espa�ola, de Marcet; ni para los paisajes �rabes de Huguet, que son agua de mar, caballos vivos, color de cielo. Ni para una admirabil�sima criatura de Renoir, en que se deja el alma presa, como en los ojos de la maja de Goya. Los impresionistas menores, con las furias de la mocedad, son un frenes� de azul, verde y violeta.

Los tres cuadros a que hace referencia Mart� en el �escrito desconocido� que motiva este trabajo, son �Le ballet de �Robert le diable'", de Edgar Degas (1834-1917), que se conserva en el Victoria and Albert Museum, de Londres; �L'Orgue�, de Henry Lerolle (1848-1929), en el Metropolitan Museum of Art, de Nueva York; y �Le Fifre� de �douard Manet (1832-1883), en el Mus�e d�Orsay, de Par�s.

El cuadro de Degas tiene particular inter�s por su asunto. Mart� sent�a gran admiraci�n por el compositor Jacobo Meyerbeer, a quien llam� �el Miguel Angel y Shakespeare de la m�sica�, autor de la �pera �Robert le Diable�. Fue �se el punto m�s alto a que lleg� el talento de Meyerbeer, y el ballet de esa obra es el tema de la pintura de Degas. El argumento de la �pera est� basado en una leyenda del siglo Xl en Normand�a: el duque Robert descubre que es hijo del diablo, quien hab�a violado a su madre, y en busca de Isabel, la mujer que ama, llega Robert a un convento en el que las monjas han abandonado el h�bito; con ellas participa en una org�a, la cual, convertida en ballet, es lo que en el cuadro de Degas aparece como unos fantasmas en la escena. El logrado contraste entre los m�sicos y los personajes en la primera fila del teatro, tan bien delineados, y lo que se ve en la escena, que Mart� describe como �columnas de humo� y �sombras que danzan�, es la forma que encontr� el pintor para destacar, de magistral manera, el movimiento del baile�. �Quieren reproducir los objetos con el ropaje flotante y tornasolado con que la luz fugaz los enciende y reviste", dijo Mart� de los pintores impresionistas.

Para el aprecio mayor de los juicios de Mart� sobre los tres cuadros, se reproducen a continuaci�n, y, tambi�n con ilustraciones, aquellos detalles que quiso destacar; dijo:

La tierra tiene su aire, y el esp�ritu tiene su libertad. Se conoce lo sano de un alma en la necesidad que siente del calor. En estos pueblos fr�os se entran por el esp�ritu atribulado los apetitos de arte, con el �mpetu mismo con que fortalecida por las nieves se abre en flores la tierra en primavera. El arte es la nobleza del esp�ritu. Ahora hay en Nueva York un admirable espect�culo: la exhibici�n m�s completa de los cuadros de la escuela impresionista que se ha visto hasta ahora. Aqu� se vendieron por cantidades pasmosas en el remate de la galer�a de Morgan obras riqu�simas de ese arte joyante y barbilindo que seducen a la gente profana los artistas h�biles.

"El baile de Roberto", de Degas, repugna al principio.

�Eso es arte, esa mancha negra? S�, eso es arte: porque ah�, seg�n se va mirando, surgen cabezas humanas, tipos conocidos, la historia banal y sombr�a de todas las noches y, sin que haya color rojo, se siente la sangre. No es nada: el cuadro cabe en una mano. Es la primera fila de lunetas, que asiste al baile de Roberto el Diablo. Tres, seis cabezas surgen de la sombra en la parte baja del cuadro. Cada una es un vicio. Son las que van a ver de cerca.

�ste cerdoso y abrutado;

el otro repleto, como el que tiene a qui�n ver en la escena;

otro, un vejete picaresco, de labios belfudos, cejas espesas, ojos centellantes, cabellera revuelta;

otro es un bello mozo;

all� en el fondo, como columnas de humo, las sombras danzan.

-- o --

�He aqu� el '�rgano'� famoso de Lerolle, que todo New York ha venido a ver! El asunto es moderno y la pintura sincera y suelta; pero no se ve el desdibujo y amaneramiento del color de los impresionistas, a bien que tampoco se ve el sobretajo y acicalamiento de los pintores de elegancias. Representa este lienzo vast�simo el coro de una iglesia protestante.

Se ve en el fondo lo que no se ve: la iglesia que oye.

Una joven, de pie, en el coro, canta.

Otras sentadas como en arrobamiento, la oyen.

Detr�s del organista est�n en pie tres figuras de hombre de notable verdad.

Pero lo excelso del lienzo es la cabeza luminosa del organista. Se eleva de �l la unci�n. Le cubre las mejillas enjutas una barba poco frondosa. Tiene los ojos como cargados de pensamientos celestiales. La frente es hermos�sima, hinchada hacia las sienes, levantada sobre las cejas, ya casi calva entre ambas entradas. Y �qu� manos, que parecen que tocan el cielo!

-- o --

�Oh! no nos iremos de la sala sin decir adi�s al 'Fifre', de Manet. Manet pint� primero como Vel�zquez; luego, desembaraz�ndose m�s, pint� sus figuras como si emergiesen de la sombra, con un color fresco, de claridad pasmosa, sin esmalte; despu�s pint� masas y efectos, sin dibujo, y con la misma gradaci�n de acabamiento en el lienzo con que alcanzar�a a verlas un espectador en la naturaleza; lo que est� cerca, trabajado como el acero; lo que est� lejos, como se ve, como una mancha. 'El pintor', dec�a �l, 'no puede pintar sino lo que ve, y c�mo lo ve'. El 'P�fano' es un chicuelo en ropa militar, fresco como una manzana de noviembre.

Los ojos son un pasmo. Sopla su p�fano con br�o de novicio. Surge la figura de cuerpo entero del fondo gris, y est� pintada con los colores crudos de la ropa de milicia. El rostro parece hecho de rosas y de leche. Tiene cara de �ngel este pilluelo de cuartel.

El pantal�n colorado, con franja azul, le cae sobre las polainas blancas que visten el rudo zapato.

La chaquetilla azul, con botones dorados. El gorro es rojo y azul, y de una picard�a que mueve a risa. La figura impone, y parece que conquista.

Estos juicios de Mart�, que no se conoc�an, deben terminar aqu� con este p�rrafo de la cr�nica con la que aparecieron en El Partido Liberal, ya recogida en sus Obras Completas, toda vez que confirma y ampl�a su visi�n del impresionismo en la pintura:

Los impresionistas, venidos al arte en una �poca sin altares, ni tienen fe en lo que no ven, ni padecen el dolor de haberla perdido. Llegan a la vida en los pa�ses adelantados donde el hombre es libre. Al amor devoto de los pintores m�sticos, que aun entre las rosas de las org�as se les sal�a del pecho como una columna de humo aromado, sucede un amor fecundo y viril de hombre, por la naturaleza de quien se va sintiendo igual. Ya se sabe que est�n hechos de una misma masa el polvo de la tierra, los huesos de los hombres y la luz de los astros. Lo que los pintores anhelan, faltos de creencias perdurables por qu� batallar, es poner en el lienzo las cosas con el mismo esplendor y realce con que aparecen en la vida. Quieren pintar en el lienzo plano con el mismo relieve con que la Naturaleza crea en el espacio profundo. Quieren obtener con artificios de pincel lo que la naturaleza obtiene con la realidad de la distancia. Quieren reproducir los objetos con el ropaje flotante y tornasolado con que la luz fugaz los enciende y reviste. Quieren copiar las cosas, no como son en s� por su constituci�n y se las ve en la mente, sino como en una hora transitoria las pone con efectos caprichosos la caricia de la luz.

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