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                     JOSÉ MARTÍ 
                    Antología Mayor 
                    Carlos Ripoll 
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              POESÍA 
              Nota 
              Ismaelillo 
              Versos Sencillos 
              Versos Libres (Selección) 
                 Académica 
                 Pollice verso 
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                 Mi poesía 
              Otros versos 
                 Yo lloro, es verdad que lloro 
                 A Néstor Ponce de León 
                 Los zapaticos de rosa 
              NOTA  De lo que significó para Martí la poesía, de su aprecio del género, dan testimonio las composiciones que siguen, y de sus logros; de ella dijo en una ocasión: 
              
                
                
                  
                  
                    
                    Yo en todo la obedezco: yo no esquivo 
                    Estos padecimientos, yo le cubro 
                    De unos besos que lloran, sus dos blancas 
                    Manos que así me acabarán la vida. 
                    Yo ¡qué más! cual de un crimen ignorado 
                    Sufro, cuando no viene: yo no tengo 
                    Otro amor en el mundo ¡oh mi Poesía!" 
                   
                 
               
              Sólo dos libros de sus versos, ambos con ayuda ajena, hizo publicar Martí: Ismaelillo y Versos Sencillos; otro dejó preparado para la imprenta, los "Versos Libres", y quedaron sueltas y sin definitivo orden numerosas poesías, algunas aún en proceso de elaboración. 
              El libro dedicado al hijo, Ismaelillo, de 1882, y los Versos Sencillos, una especie de testamento lírico, de 1891, son como dos columnas que sostienen los años de su mayor producción artística. En Ismaelillo domina cierta esperanza, en el amoroso deseo del hijo: le escribe en la dedicatoria: "Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en ti"; son seguidillas romanceadas, romancillos y otras composiciones de arte menor: "un juguete", como lo llamó, pero que habría de convertirse en un hito en la historia de la poesía en lengua española. En los Versos Sencillos, domina la madurez, la reflexión, el balance del vivir: ahí está su "vida", como le advierte a la madre cuando se los envía: son recuerdos, desde que se juró, de niño, redimir al esclavo, hasta el fracaso del hogar, pasando el memorial por España, México, Guatemala y Nueva York, y con la presencia de sus seres queridos: los padres, las hermanas, su ahijada, sus amigos, las mujeres que lo amaron. 
              Por su importancia se reproducen aquí completos Ismaelillo y los Versos Sencillos, y una selección de los "Versos Libres", además del prólogo, que es como un resumen de su poética, varios ejemplos de los más felices y conocidos; y siguen otros versos suyos: quejas, adivinaciones y proclamas del poeta, una carta rimada y "Los zapaticos de rosa". 
              ISMAELILLO 
              Hijo: 
              Espantado de todo, me refugio en ti. 
              Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en ti. 
              Si alguien te dice que estas páginas se parecen a otras páginas, diles que te amo demasiado para profanarte así. Tal como aquí te pinto, tal te han visto mis ojos. Con esos arreos de gala te me has aparecido. Cuando he cesado de verte en una forma, he cesado de pintarte. Esos riachuelos han pasado por mi corazón. 
              ¡Lleguen al tuyo! 
              
                
                  
                    
                      PRÍNCIPE ENANO 
                      Para un príncipe enano 
                      Se hace esta fiesta. 
                      Tiene guedejas rubias, 
                      Blandas guedejas; 
                      Por sobre el hombro blanco 
                      Luengas le cuelgan. 
                      Sus dos ojos parecen 
                      Estrellas negras: 
                      ¡Vuelan, brillan, palpitan, 
                      Relampaguean! 
                      Él para mí es corona, 
                      Almohada, espuela. 
                      Mi mano, que así embrida 
                      Potros y hienas, 
                      Va, mansa y obediente, 
                      Donde él la lleva. 
                      Si el ceño frunce, temo; 
                      Si se me queja, 
                      Cual de mujer, mi rostro 
                      Nieve se trueca: 
                      Su sangre, pues, anima 
                      Mis flacas venas: 
                      ¡Con su gozo mi sangre 
                      Se hincha, o se seca! 
                      Para un príncipe enano 
                      Se hace esta fiesta. 
                      ¡Venga mi caballero 
                      Por esta senda! 
                      ¡Éntrese mi tirano 
                      Por esta cueva! 
                      Tal es, cuando a mis ojos 
                      Su imagen llega, 
                      Cual si en lóbrego antro 
                      Pálida estrella, 
                      Con fulgor de ópalo 
                      Todo vistiera. 
                      A su paso la sombra 
                      Matices muestra, 
                      Como al sol que las hiere 
                      Las nubes negras. 
                      ¡Heme ya, puesto en armas 
                      En la pelea! 
                      Quiere el príncipe enano 
                      Que a luchar vuelva: 
                      ¡Él para mí es corona, 
                      Almohada, espuela! 
                      Y como el sol, quebrando 
                      Las nubes negras, 
                      En banda de colores 
                      La sombra trueca, 
                      Él, al tocarla, borda 
                      En la onda espesa, 
                      Mi banda de batalla 
                      Roja y violeta. 
                      ¿Conque mi dueño quiere 
                      Que a vivir vuelva? 
                      ¡Venga mi caballero 
                      Por esta senda! 
                      ¡Entrese mi tirano 
                      Por esta cueva! 
                      ¡Déjeme que la vida 
                      A él, a él ofrezca! 
                      Para un príncipe enano 
                      Se hace esta fiesta. 
                      SUEÑO DESPIERTO 
                      Yo sueño con los ojos 
                      Abiertos, y de día 
                      Y noche siempre sueño. 
                      Y sobre las espumas 
                      Del ancho mar revuelto, 
                      Y por entre las crespas 
                      Arenas del desierto, 
                      Y del león pujante, 
                      Monarca de mi pecho, 
                      Montado alegremente, 
                      Sobre el sumiso cuello, 
                      ¡Un niño que me llama 
                      Flotando siempre veo! 
                      BRAZOS FRAGANTES 
                      Sé de brazos robustos, 
                      Blandos, fragantes; 
                      Y sé que cuando envuelven 
                      El cuello frágil, 
                      Mi cuerpo, como rosa 
                      Besada, se abre, 
                      Y en su propio perfume 
                      Lánguido exhálase. 
                      Ricas en sangre nueva 
                      Las sienes laten; 
                      Mueven las rojas plumas 
                      Internas aves; 
                      Sobre la piel, curtida 
                      De humanos aires, 
                      Mariposas inquietas 
                      Sus alas baten; 
                      ¡Savia de rosa enciende 
                      Las muertas carnes!- 
                      ¡Y yo doy los redondos 
                      Brazos fragantes, 
                      Por dos brazos menudos 
                      Que halarme saben, 
                      Y a mi pálido cuello 
                      Recios colgarse, 
                      Y de místicos lirios 
                      Collar labrarme! 
                      ¡Lejos de mí por siempre, 
                      Brazos fragantes! 
                      MI CABALLERO 
                      Por la mañanas 
                      Mi pequeñuelo 
                      Me despertaba 
                      Con un gran beso. 
                      Puesto a horcajadas 
                      Sobre mi pecho, 
                      Bridas forjaba 
                      Con mis cabellos. 
                      Ebrio él de gozo, 
                      De gozo yo ebrio, 
                      Me espoleaba 
                      Mi caballero: 
                      ¡Qué suave espuela 
                      Sus dos pies frescos! 
                      ¡Cómo reía 
                      Mi jinetuelo! 
                      Y yo besaba 
                      Sus pies pequeños, 
                      ¡Dos pies que caben 
                      En solo un beso! 
                      MUSA TRAVIESA 
                      ¿Mi musa? Es un diablillo 
                      Con alas de ángel. 
                      ¡Ah, musilla traviesa, 
                      Qué vuelo trae! 
                      Yo suelo, caballero 
                      En sueños graves, 
                      Cabalgar horas luengas 
                      Sobre los aires. 
                      Me entro en nubes rosadas, 
                      Bajo a hondos mares, 
                      Y en los senos eternos 
                      Hago viajes. 
                      Allí asisto a la inmensa 
                      Boda inefable, 
                      Y en los talleres huelgo 
                      De la luz madre: 
                      Y con ella es la oscura 
                      Vida, radiante, 
                      ¡Y a mis ojos los antros 
                      Son nidos de ángeles! 
                      Al viajero del cielo 
                      ¿Que el mundo frágil? 
                      Pues ¿no saben los hombres 
                      Qué encargo traen? 
                      ¡Rasgarse el bravo pecho, 
                      Vaciar su sangre, 
                      Y andar, andar heridos 
                      Muy largo valle, 
                      Roto el cuerpo en harapos, 
                      Los pies en carne, 
                      Hasta dar sonriendo 
                      -¡No en tierra!-exánimes! 
                      Y entonces sus talleres 
                      La luz les abre, 
                      Y ven lo que yo veo: 
                      ¿Que el mundo frágil? 
                      Seres hay de montaña, 
                      Seres de valle, 
                      Y seres de pantanos 
                      Y lodazales. 
                      De mis sueños desciendo 
                      Volando vanse, 
                      Y en papel amarillo 
                      Cuento el viaje. 
                      Contándolo, me inunda 
                      Un gozo grave:- 
                      Y cual si el monte alegre, 
                      Queriendo holgarse 
                      Al alba enamorando 
                      Con voces ágiles, 
                      Sus hilillos sonoros 
                      Desanudase, 
                      Y salpicando riscos, 
                      Labrando esmaltes, 
                      Refrescando sedientas 
                      Cálidas cauces, 
                      Echáralos risueños 
                      Por falda y valle, 
                      Así, el alba del alma 
                      Regocijándose, 
                      Mi espíritu encendido 
                      Me echa a raudales 
                      Por las mejillas secas 
                      Lágrimas suaves. 
                      Me siento, cual si en magno 
                      Templo oficiase; 
                      Cual si mi alma por mirra 
                      Virtiese al aire; 
                      Cual si en mi hombro surgieran 
                      Fuerzas de Atlante; 
                      Cual si el sol en mi seno 
                      La luz fraguase:- 
                      ¡Y estallo, hiervo, vibro, 
                      Alas me nacen! 
                      Suavemente la puerta 
                      Del cuarto se abre, 
                      Y éntranse a él gozosos 
                      Luz, risas, aire. 
                      Al par da el sol en mi alma 
                      Y en los cristales: 
                      ¡Por la puerta se ha entrado 
                      Mi diablo ángel! 
                      ¿Qué fue de aquellos sueños    
                      De mi viaje, 
                      Del papel amarillo, 
                      Del llanto suave? 
                      Cual si de mariposas 
                      Tras gran combate 
                      Volaran alas de oro 
                      Por tierra y aire, 
                      Así vuelan las hojas 
                      Do cuento el trance. 
                      Hala acá el travesuelo 
                      Mi paño árabe; 
                      Allá monta en el lomo 
                      De un incunable; 
                      Un carcax con mis plumas 
                      Fabrica y átase; 
                      Un sílex persiguiendo 
                      Vuelca un estante, 
                      Y ¡allá ruedan por tierra 
                      Versillos frágiles, 
                      Brumosos pensadores, 
                      Lópeos galanes! 
                      De águilas diminutas 
                      Puéblase el aire: 
                      ¡Son las ideas, que ascienden  Rotas sus cárceles!        Del muro arranca, y cíñese, 
                      Indio plumaje: 
                      Aquella que me dieron 
                      De oro brillante, 
                      Pluma, a marcar nacida 
                      Frentes infames, 
                      De su caja de seda 
                      Saca, y la blande: 
                      Del sol a los requiebros 
                      Brilla el plumaje, 
                      Que baña en áureas tintas 
                      Su audaz semblante. 
                      De ambos lados el rubio 
                      Cabello al aire, 
                      A mí súbito viénese 
                      A que lo abrace. 
                      De beso en beso escala 
                      Mi mesa frágil; 
                      ¡Oh, Jacob, mariposa, 
                      Ismaelillo, árabe! 
                      ¿Qué ha de haber que me guste 
                       Como mirarle 
                      De entre polvo de libros 
                      Surgir radiante, 
                      Y, en vez de acero, 
                      Verle de pluma armarse, 
                      Y buscar en mis brazos 
                      Tregua al combate? 
                      Venga, venga, Ismaelillo: 
                      La mesa asalte, 
                      Y por los anchos pliegues 
                      Del paño árabe 
                      En rota vergonzosa 
                      Mis libros lance, 
                      Y siéntese magnífico 
                      Sobre el desastre, 
                      Y muéstreme riendo, 
                      Roto el encaje. 
                      ¡Qué encaje no se rompe 
                      En el combate! 
                      ¡Su cuello, en que la risa 
                      Gruesa onda hace! 
                      Venga, y por cauce nuevo 
                      Mi vida lance, 
                      Y a mis manos la vieja 
                      Péñola arranque, 
                      ¡Y del vaso manchado 
                      La tinta vacie! 
                      ¡Vaso puro de nácar: 
                      Dame a que harte 
                      Esta sed de pureza: 
                      Los labios cánsame! 
                      ¿Son éstas que lo envuelben 
                      Carnes, o nácares? 
                      La risa, como en taza 
                      De ónice árabe, 
                      En su incólume seno 
                      Bulle triunfante: 
                      ¡Hete aquí, hueso pálido, 
                      Vivo y durable! 
                      ¡Hijo soy de mi hijo! 
                      ¡Él me rehace! 
                      ¡Pudiera yo, hijo mío, 
                      Quebrando el arte 
                      Universal, muriendo 
                      Mis años dándote, 
                      Envejecerte súbito, 
                      La vida ahorrarte! 
                      Mas no: ¡que no verías 
                      En horas graves 
                      Entrar el sol al alma 
                      Y a los cristales! 
                      Hierva en tu seno puro 
                      Risa sonante: 
                      Rueden pliegues abajo 
                      Libros exangües: 
                      Sube, Jacob alegre, 
                      La escala suave: 
                      Ven, y de beso en beso 
                      Mi mesa asaltes: 
                      ¡Pues ésa es mi musilla, 
                      Mi diablo ángel! 
                      ¡Ah, musilla traviesa, 
                      Qué vuelo trae! 
                      MI REYECILLO 
                      Los persas tienen 
                      Un rey sombrío; 
                      Los hunos foscos 
                      Un rey altivo; 
                      Un rey ameno 
                      Tienen los íberos; 
                      Rey tiene el hombre, 
                      Rey amarillo: 
                      ¡Mal van los hombres 
                      Con su dominio! 
                      Mas yo vasallo 
                      De otro rey vivo, 
                      Un rey desnudo, 
                      Blanco y rollizo: 
                      Su cetro-¡un beso! 
                      Mi premio-¡un mimo! 
                      ¡Oh! cual los áureos 
                      Reyes divinos 
                      De tierras muertas, 
                      De pueblos idos 
                      ¡Cuando te vayas, 
                      Llévame, hijo! 
                      Toca en mi frente 
                      Tu cetro omnímodo; 
                      Úngeme siervo, 
                      Siervo sumiso: 
                      ¡No he de cansarme 
                      De verme ungido! 
                      ¡Lealtad te juro, 
                      Mi reyecillo! 
                      Sea mi espalda 
                      Pavés de mi hijo; 
                      Pasa en mis hombros 
                      El mar sombrío: 
                      Muera al ponerte 
                      En tierra vivo:- 
                      Mas si amar piensas 
                      El amarillo 
                      Rey de los hombres, 
                      ¡Muere conmigo! 
                      ¿Vivir impuro? 
                      No vivas, hijo! 
                      PENACHOS VIVIDOS 
                      Como taza que hierve 
                      De transparente vino 
                      En doradas burbujas 
                      El generoso espíritu; 
                      Como inquieto mar joven 
                      Del cauce nuevo henchido 
                      Rebosa, y por las playas 
                      Bulle y muere tranquilo; 
                      Como manada alegre 
                      De bellos potros vivos 
                      Que en la mañana clara 
                      Muestran su regocijo, 
                      Ora en carreras locas, 
                      O en sonoros relinchos, 
                      O sacudiendo el aire 
                      El crinaje magnífico; 
                      Así mis pensamientos 
                      Rebosan en mí vívidos, 
                      Y en crespa espuma de oro 
                      Besan tus pies sumisos, 
                      O en fúlgidos penachos 
                      De varios tintes ricos, 
                      Se mecen y se inclinan 
                      Cuando tú pasas-¡hijo! 
                      HIJO DEL ALMA 
                      ¡Tú flotas sobre todo, 
                      hijo del alma! 
                      De la revuelta noche 
                      Las oleadas, 
                      En mi seno desnudo 
                      Déjante el alba; 
                      Y del día la espuma 
                      Turbia y amarga, 
                      De la noche revuelta 
                      Te echa en las aguas. 
                      Guardiancillo magnánimo, 
                      La no cerrada 
                      Puerta de mi hondo espíritu 
                      Amante guardas; 
                      Y si en la sombra ocultas 
                      Búscanme avaras, 
                      De mi calma celosas, 
                      Mis penas varias, 
                      En el umbral oscuro 
                      Fiero te alzas, 
                      ¡Y les cierran el paso 
                      Tus alas blancas! 
                      Ondas de luz y flores 
                      Trae la mañana, 
                      Y tú en las luminosas 
                      Ondas cabalgas. 
                      No es, no, la luz del día 
                      La que me llama, 
                      Sino tus manecitas 
                      En mi almohada. 
                      Me hablan de que estás lejos: 
                      ¡Locuras me hablan! 
                      Ellos tienen tu sombra; 
                      ¡Yo tengo tu alma! 
                      Ésas son cosas nuevas, 
                      Mías y extrañas. 
                      Yo sé que tus dos ojos 
                      Allá en lejanas 
                      Tierras relampaguean, 
                      Y en las doradas 
                      Olas de aire que baten 
                      Mi frente pálida, 
                      Pudiera con mi mano, 
                      Cual si haz segara 
                      De estrellas, segar haces 
                      De tus miradas: 
                      ¡Tú flotas sobre todo, 
                      Hijo del alma! 
                      AMOR ERRANTE 
                      Hijo, en tu busca 
                      Cruzo los mares: 
                      Las olas buenas 
                      A ti me traen: 
                      Los aires frescos 
                      Limpian mis carnes 
                      De los gusanos 
                      De las ciudades: 
                      Pero voy triste 
                      Porque en los mares 
                      Por nadie puedo 
                      Verter mi sangre. 
                      ¿Qué a mí las ondas 
                      Mansas e iguales? 
                      ¿Qué a mí las nubes, 
                      Joyas volantes? 
                      ¿Qué a mí los blandos 
                      Juegos del aire? 
                      ¿Qué la iracunda 
                      Voz de huracanes? 
                      A éstos-¡la frente 
                      Hecha a domarles! 
                      ¡A los lascivos 
                      Besos fugaces 
                      De las menudas 
                      Brisas amables, 
                      Mis dos mejillas 
                      Secas y exangües, 
                      De un beso inmenso 
                      Siempre voraces! 
                      Y, ¿a quién, el blanco 
                      Pálido ángel 
                      Que aquí en mi pecho 
                      Las alas abre 
                      Y a los cansados 
                      Que de él se amparen 
                      Y en él se nutran 
                      Busca anhelante? 
                      ¿A quién envuelve 
                      Con sus suaves 
                      Alas nubosas 
                      Mi amor errante? 
                      ¡Libres de esclavos 
                      Cielos y mares, 
                      Por nadie puedo 
                      Verter mi sangre! 
                      Y llora el blanco 
                      Pálido ángel: 
                      ¡Celos del cielo 
                      Llorar le hacen, 
                      Que a todos cubre 
                      Con sus celajes! 
                      Las alas níveas 
                      Cierra, y ampárase 
                      De ellas el rostro 
                      Inconsolable: 
                      Y en el confuso 
                      Mundo fragante 
                      Que en la profunda 
                      Sombra se abre, 
                      Donde en solemne 
                      Silencio nacen 
                      Flores eternas 
                      Y colosales, 
                      Y sobre el dorso 
                      De aves gigantes 
                      Despiertan besos 
                      Inacabables, 
                      ¡Risueño y vivo 
                      Surge otro ángel! 
                      SOBRE MI HOMBRO 
                      Ved: sentado lo llevo 
                      Sobre mi hombro: 
                      ¡Oculto va, y visible 
                      Para mí sólo! 
                      Él me ciñe las sienes 
                      Con su redondo 
                      Brazo, cuando a las fieras 
                      Penas me postro: 
                      Cuando el cabello hirsuto 
                      Yérguese y hosco, 
                      Cual de interna tormenta 
                      Símbolo torvo, 
                      Como un beso que vuela 
                      Siento en el tosco 
                      Cráneo: ¡su mano amansa 
                      El bridón loco! 
                      Cuando en medio del recio 
                      Camino lóbrego, 
                      Sonrío, y desmayado 
                      Del raro gozo, 
                      La mano tiende en busca 
                      De amigo apoyo, 
                      Es que un beso invisible 
                      Me da el hermoso 
                      Niño que va sentado 
                      Sobre mi hombro. 
                      TÁBANOS FIEROS 
                      Venid, tábanos fieros, 
                      Venid, chacales, 
                      Y muevan trompa y diente 
                      Y en horda ataquen, 
                      Y cual tigre a bisonte 
                      Sítienme y salten! 
                      ¡Por aquí, verde envidia! 
                      ¡Tú, bella carne 
                      En los dos labios muérdeme: 
                      Sécame: mánchame! 
                      ¡Por acá, los vendados 
                      Celos voraces! 
                      ¡Y tú, moneda de oro, 
                      Por todas partes! 
                      ¡De virtud mercaderes, 
                      Mercadeadme! 
                      Mató el Gozo a la Honra: 
                      Venga a mí,-¡y mate! 
                      Cada cual con sus armas 
                      Surja y batalle: 
                      El placer, con su copa; 
                      Con sus amables 
                      Manos, en mirra untadas, 
                      La virgen ágil; 
                      Con su espada de plata, 
                      El diablo bátame: 
                      ¡La espada cegadora 
                      No ha de cegarme! 
                      Asorde la caterva 
                      De batallantes: 
                      Brillen cascos plumados 
                      Como brillasen 
                      Sobre montes de oro 
                      Nieves radiantes: 
                      Como gotas de lluvia 
                      Las nubes lancen 
                      Muchedumbre de aceros 
                      Y de estandartes: 
                      Parezca que la tierra, 
                      Rota en el trance, 
                      Cubrió su dorso verde 
                      De áureos gigantes: 
                      Lidiemos, no a la lumbre 
                      Del sol suave, 
                      Sino al funesto brillo 
                      De los cortantes 
                      Hierros: rojos relámpagos 
                      La niebla tajen: 
                      Sacudan sus raíces 
                      Libres los árboles: 
                      Sus faldas trueque el monte 
                      En alas ágiles: 
                      Clamor óigase, como 
                      Si en un instante 
                      Mismo, las almas todas 
                      Volando ex cárceres, 
                      Rodar a sus pies vieran 
                      Su hopa de carnes: 
                      Cíñame recia veste 
                      De amenazantes 
                      Astas agudas: hilos 
                      Tenues de sangre 
                      Por mi piel rueden leves 
                      Cual rojos áspides: 
                      Su diente en lodo afilen 
                      Pardos chacales: 
                      Lime el tábano terco 
                      Su aspa volante: 
                      Muérdame en los dos labios 
                      La bella carne: 
                      ¡Que ya vienen, ya vienen 
                      Mis talismanes! 
                      Como nubes vinieron 
                      Esos gigantes: 
                      ¡Ligeros como nubes 
                      Volando iránse! 
                      La desdentada envidia 
                      Irá, secas las fauces, 
                      Hambrienta, por desiertos 
                      Y calcinados valles, 
                      Royéndose las mondas 
                      Escuálidas falanges; 
                      Vestido irá de oro 
                      El diablo formidable, 
                      En el cansado puño 
                      Quebrada la tajante; 
                      Vistiendo con sus lágrimas 
                      Irá, y con voces grandes 
                      De duelo, la Hermosura 
                      Su inútil arreaje: 
                      Y yo en el agua fresca 
                      De algún arroyo amable 
                      Bañaré sonriendo 
                      Mis hilillos de sangre. 
                      Ya miro en polvareda 
                      Radiosa evaporarse 
                      Aquellas escamadas 
                      Corazas centellantes: 
                      Las alas de los cascos 
                      Agítanse, debátense, 
                      Y el casco de oro en fuga 
                      Se pierde por los aires. 
                      Tras misterioso viento 
                      Sobre la hierba arrástranse, 
                      Cual sierpes de colores, 
                      Las flámulas ondeantes. 
                      Junta la tierra súbito 
                      Sus grietas colosales 
                      Y echa su dorso verde 
                      Por sobre los gigantes: 
                      Corren como que vuelan 
                      Tábanos y chacales, 
                      Y queda el campo lleno 
                      De un humillo fragante, 
                      De la derrota ciega 
                      Los gritos espantables 
                      Escúchanse, que evocan 
                      Callados capitanes; 
                      Y mésase soberbia 
                      El áspero crinaje, 
                      Y como muere un buitre 
                      Expira sobre el valle: 
                      En tanto, yo a la orilla 
                      De un fresco arroyo amable 
                      Restaño sonriendo 
                      Mis hilillos de sangre. 
                      ¡No temo yo ni curo 
                      De ejércitos pujantes, 
                      Ni tentaciones sordas, 
                      Ni vírgenes voraces! 
                      El vuela en torno mío, 
                      Él gira, él para, él bate; 
                      Aquí su escudo opone; 
                      Allí su clava blande; 
                      A diestra y a siniestra 
                      Mandobla, quiebra, esparce; 
                      Recibe en su escudillo 
                      Lluvia de dardos hábiles; 
                      Sacúdelos al suelo, 
                      Bríndalo a nuevo ataque. 
                      ¡Ya vuelan, ya se vuelan 
                      Tábanos y gigantes! 
                      Escúchase el chasquido 
                      De hierros que se parten; 
                      Al aire chispas fúlgidas 
                      Suben en rubios haces; 
                      Alfómbrase la tierra 
                      De dagas y montantes; 
                      ¡Ya vuelan, ya se esconden 
                      Tábanos y chacales! 
                      Él como abeja zumba, 
                      Él rompe y mueve el aire, 
                      Detiénese, ondea, deja 
                      Rumor de alas de ave: 
                      Ya mis cabellos roza; 
                      Ya sobre mi hombro párase; 
                      Ya a mi costado cruza; 
                      Ya en mi regazo lánzase; 
                      ¡Ya la enemiga tropa 
                      Huye, rota y cobarde! 
                      ¡Hijos, escudos fuertes, 
                      De los cansados padres! 
                      ¡Venga mi caballero, 
                      Caballero del aire! 
                      ¡Véngase mi desnudo 
                      Guerrero de alas de ave, 
                      Y echemos por la vía 
                      Que va a ese arroyo amable, 
                      Y con sus aguas frescas 
                      Bañe mi hilo de sangre! 
                      ¡Caballeruelo mío! 
                      ¡Batallador volante! 
                      TÓRTOLA BLANCA 
                      El aire está espeso, 
                      La alfombra manchada, 
                      Las luces ardientes, 
                      Revuelta la sala; 
                      Y acá entre divanes 
                      Y allá entre otomanas, 
                      Tropiézase en restos 
                      De tules,-¡o de alas! 
                      ¡Un baile parece 
                      De copas exhaustas! 
                      Despierto está el cuerpo, 
                      Dormida está el alma; 
                      ¡Qué férvido el valse! 
                      ¡Qué alegre la danza! 
                      ¡Qué fiera hay dormida 
                      Cuando el baile acaba! 
                      Detona, chispea, 
                      Espuma, se vacia, 
                      Y expira dichosa 
                      La rubia champaña: 
                      Los ojos fulguran, 
                      Las manos abrasan, 
                      De tiernas palomas 
                      Se nutren las águilas; 
                      Don Juanes lucientes 
                      Devoran Rosauras; 
                      Fermenta y rebosa 
                      La inquieta palabra; 
                      Estrecha en su cárcel 
                      La vida incendiada, 
                      En risas se rompe 
                      Y en lava y en llamas; 
                      Y lirios se quiebran, 
                      Y violas se manchan, 
                      Y giran las gentes, 
                      Y ondulan y valsan; 
                      Mariposas rojas 
                      Inundan la sala, 
                      Y en la alfombra muere 
                      La tórtola blanca. 
                      Yo fiero rehúso 
                      La copa labrada; 
                      Traspaso a un sediento 
                      La alegre champaña; 
                      Pálido recojo 
                      La tórtola hollada; 
                      Y en su fiesta dejo 
                      Las fieras humanas; 
                      Que el balcón azotan 
                      Dos alitas blancas 
                      Que llenas de miedo 
                      Temblando me llaman. 
                      VALLE LOZANO 
                      Dígame mi labriego 
                      ¿Cómo es que ha andado 
                      En esta noche lóbrega 
                      Este hondo campo? 
                      Dígame ¿de qué flores 
                      Untó el arado, 
                      Que la tierra olorosa 
                      Trasciende a nardos? 
                      Dígame ¿de qué ríos 
                      Regó ese prado, 
                      Que era un valle muy negro 
                      Y ora es lozano? 
                      Otros, con dagas grandes 
                      Mi pecho araron: 
                      Pues ¿qué hierro es el tuyo 
                      Que no hace daño? 
                      Y esto dije, y el niño 
                      Riendo me trajo 
                      En sus dos manos blancas 
                      Un beso casto. 
                      MI DESPENSERO 
                      ¿Qué me das? ¿Chipre? 
                      Yo no lo quiero: 
                      Ni rey de bolsa 
                      Ni posaderos 
                      Tienen del vino 
                      Que yo deseo: 
                      Ni es de cristales 
                      De cristaleros 
                      La dulce copa 
                      En que lo bebo. 
                      Mas está ausente 
                      Mi despensero, 
                      Y de otro vino 
                      Yo nunca bebo. 
                      ROSILLA NUEVA 
                      ¡Traidor! ¿Con qué arma de oro 
                      Me has cautivado? 
                      Pues yo tengo coraza 
                      De hierro áspero. 
                      Hiela el dolor: el pecho 
                      Trueca en peñasco. 
                      Y así como la nieve, 
                      Del sol al blando 
                      Rayo, suelta el magnífico 
                      Manto plateado, 
                      Y salta en hilo alegre 
                      Al valle pálido, 
                      Y las rosillas nuevas 
                      Riega magnánimo;- 
                      Así, guerrero fúlgido, 
                      Roto a tu paso, 
                      Humildoso y alegre 
                      Rueda el peñasco; 
                      Y cual lebrel sumiso 
                      Busca saltando 
                      A la rosilla nueva 
                      Del valle pálido. 
                     
                   
                 
               
              VERSOS SENCILLOS 
              A  Manuel Mercado, de México 
              A Enrique Estrázulas, del Uruguay 
              Mis amigos saben cómo se me salieron estos versos del corazón. Fue aquel invierno de angustia, en que por ignorancia, o por fe fanática, o por miedo, o por cortesía, se reunieron en Washington, bajo el águila temible, los pueblos hispanoamericanos. ¿Cuál de nosotros ha olvidado aquel escudo, el escudo en que el águila de Monterrey y de Chapultepec, el águila de López y de Walker, apretaba en sus garras los pabellones todos de la América? Y la agonía en que viví, hasta que pude confirmar la cautela y el brío de nuestros pueblos; y el horror y vergüenza en que me tuvo el temor legítimo de que pudiéramos los cubanos, con manos parricidas, ayudar el plan insensato de apartar a Cuba, para bien único de un nuevo amo disimulado, de la patria que la reclama y en ella se completa, de la patria hispanoamericana, me quitaron las fuerzas mermadas por dolores injustos. Me echó el médico al monte: corrían arroyos, y se cerraban las nubes: escribí versos. A veces ruge el mar, y revienta la ola, en la noche negra, contra las rocas del castillo ensangrentado: a veces susurra la abeja, merodeando entre las flores. 
              ¿Por qué se publica esta sencillez, escrita como jugando, y no mis encrespados Versos Libres, mis endecasílabos hirsutos, nacidos de grandes miedos, o de grandes esperanzas, o de indómito amor de libertad, o de amor doloroso a la hermosura, como riachuelo de oro natural, que va entre arena y aguas turbias y raíces, o como hierro caldeado, que silba y chispea, o como surtidores candentes? ¿Y mis Versos Cubanos, tan llenos de enojo, que están mejor donde no se les ve? ¿Y tanto pecado mío escondido, y tanta prueba ingenua y rebelde de literatura? ¿Ni a qué exhibir ahora, con ocasión de estas flores silvestres, un curso de mi poética, y decir por qué repito un consonante de propósito, o los gradúo y agrupo de modo que vayan por la vista y el oído al sentimiento, o salto por ellos, cuando no pide rimas ni soporta repujos la idea tumultuosa? Se imprimen estos versos porque el afecto con que los acogieron, en una noche de poesía y amistad, algunas almas buenas, los ha hecho ya públicos. Y porque amo la sencillez, y creo en la necesidad de poner el sentimiento en formas llanas y sinceras. 
              
                
                  
                    I  Yo soy un hombre sincero 
                    De donde crece la palma, 
                    Y antes de morirme quiero 
                    Echar mis versos del alma. 
                    Yo vengo de todas partes, 
                    Y hacia todas partes voy: 
                    Arte soy entre las artes, 
                    En los montes, monte soy. 
                    Yo sé los nombres extraños 
                    De las yerbas y las flores, 
                    Y de mortales engaños, 
                    Y de sublimes dolores. 
                    Yo he visto en la noche oscura 
                    Llover sobre mi cabeza 
                    Los rayos de lumbre pura 
                    De la divina belleza. 
                    Alas nacer vi en los hombros 
                    De las mujeres hermosas: 
                    Y salir de los escombros, 
                    Volando las mariposas. 
                    He visto vivir a un hombre 
                    Con el puñal al costado, 
                    Sin decir jamás el nombre 
                    De aquella que lo ha matado. 
                    Rápida, como un reflejo, 
                    Dos veces vi el alma, dos: 
                    Cuando murió el pobre viejo, 
                    Cuando ella me dijo adiós. 
                    Temblé una vez, en la reja, 
                    A la entrada de la viña, 
                    Cuando la bárbara abeja 
                    Picó en la frente a mi niña. 
                    Gocé una vez, de tal suerte 
                    Que gocé cual nunca: cuando 
                    La sentencia de mi muerte 
                    Leyó el alcaide llorando. 
                    Oigo un suspiro, a través 
                    De las tierras y la mar, 
                    Y no es un suspiro, es 
                    Que mi hijo va a despertar. 
                    Si dicen que del joyero 
                    Tome la joya mejor, 
                    Tomo a un amigo sincero 
                    Y pongo a un lado el amor. 
                    Yo he visto al águila herida 
                    Volar al azul sereno, 
                    Y morir en su guarida 
                    La víbora del veneno. 
                    Yo sé bien que cuando el mundo 
                    Cede, lívido, al descanso, 
                    Sobre el silencio profundo 
                    Murmura el arroyo manso. 
                    Yo he puesto la mano osada, 
                    De horror y júbilo yerta, 
                    Sobre la estrella apagada 
                    Que cayó frente a mi puerta. 
                    Oculto en mi pecho bravo 
                    La pena que me lo hiere: 
                    El hijo de un pueblo esclavo 
                    Vive por él, calla y muere. 
                    Todo es hermoso y constante, 
                    Todo es música y razón, 
                    Y todo, como el diamante, 
                    Antes que luz es carbón. 
                    Yo sé que el necio se entierra 
                    Con gran lujo y con gran llanto 
                    Y que no hay fruta en la tierra 
                    Como la del camposanto. 
                    Callo, y entiendo, y me quito 
                    La pompa del rimador: 
                    Cuelgo de un árbol marchito 
                    Mi muceta de doctor. 
                    II  Yo sé de Egipto y Nigricia, 
                    Y de Persia y Xenophonte; 
                    Y prefiero la caricia 
                    Del aire fresco del monte. 
                    Yo sé de las historias viejas 
                    Del hombre y de sus rencillas; 
                    Y prefiero las abejas 
                    Volando en las campanillas. 
                    Yo sé del canto del viento 
                    En las ramas vocingleras: 
                    Nadie me diga que miento, 
                    Que lo prefiero de veras. 
                    Yo sé de un gamo aterrado 
                    Que vuelve al redil, y expira, 
                    Y de un corazón cansado 
                    Que muere oscuro y sin ira. 
                    III  Odio la máscara y vicio 
                    Del corredor de mi hotel: 
                    Me vuelvo al manso bullicio 
                    De mi monte de laurel. 
                    Con los pobres de la tierra 
                    Quiero yo mi suerte echar: 
                    El arroyo de la sierra 
                    Me complace más que el mar. 
                    Denle al vano el oro tierno 
                    Que arde y brilla en el crisol: 
                    A mí denme el bosque eterno 
                    Cuando rompe en él el sol. 
                    Yo he visto el oro hecho tierra 
                    Barbullendo en la redoma: 
                    Prefiero estar en la sierra 
                    Cuando vuela una paloma. 
                    Busca el obispo de España 
                    Pilares para su altar; 
                    ¡En mi templo, en la montaña, 
                    El álamo es el pilar! 
                    Y la alfombra es puro helecho, 
                    Y los muros abedul, 
                    Y la luz viene del techo, 
                    Del techo de cielo azul. 
                    El obispo, por la noche, 
                    Sale, despacio, a cantar: 
                    Monta, callado, en su coche, 
                    Que es la piña de un pinar. 
                    Las jacas de su carroza 
                    Son dos pájaros azules: 
                    Y canta el aire y retoza, 
                    Y cantan los abedules. 
                    Duermo en mi cama de roca 
                    Mi sueño dulce y profundo: 
                    Roza una abeja mi boca 
                    Y crece en mi cuerpo l mundo. 
                    Brillan las grandes molduras 
                    Al fuego de la mañana, 
                    Que tiñe las colgaduras 
                    De rosa, violeta y grana. 
                    El clarín, solo en el monte, 
                    Canta al primer arrebol: 
                    La gasa del horizonte 
                    Prende, de un aliento, el sol. 
                    ¡Díganle al obispo ciego, 
                    Al viejo obispo de España 
                    Que venga, que venga luego, 
                    A mi templo, a la montaña! 
                    IV  Yo visitaré anhelante 
                    Los rincones donde a solas 
                    Estuvimos yo y mi amante 
                    Retozando con las olas. 
                    Solos los dos estuvimos, 
                    Solos, con la compañía 
                    De dos pájaros que vimos 
                    Meterse en la gruta umbría. 
                    Y ella, clavando los ojos, 
                    En la pareja ligera, 
                    Deshizo los lirios rojos 
                    Que le dio la jardinera. 
                    La madreselva olorosa 
                    Cogió con sus manos ella, 
                    Y una madama graciosa, 
                    Y un jazmín como una estrella. 
                    Yo quise, diestro y galán, 
                    Abrirle su quitasol; 
                    Y ella me dijo: "¡Qué afán! 
                    Si hoy me gusta ver el sol!" 
                    "Nunca más altos he visto 
                    Estos nobles robledales: 
                    Aquí debe estar el Cristo, 
                    Porque están las catedrales". 
                    "Ya sé dónde ha de venir 
                    Mi niña a la comunión; 
                    De blanco la he de vestir 
                    Con un gran sombrero alón". 
                    Después, del calor al peso, 
                    Entramos por el camino, 
                    Y nos dábamos un beso 
                    En cuanto sonaba un trino. 
                    ¡Volveré, cual quien no existe 
                    Al lago mudo y helado: 
                    Clavaré la quilla triste: 
                    Posaré el remo callado! 
                    V  Si ves un monte de espumas, 
                    Es mi verso lo que ves: 
                    Mi verso es un monte, y es 
                    Un abanico de plumas. 
                    Mi verso es como un puñal 
                    Que por el puño echa flor: 
                    Mi verso es un surtidor 
                    Que da un agua de coral. 
                    Mi verso es de un verde claro 
                    Y de un carmín encendido: 
                    Mi verso es un ciervo herido 
                    Que busca en el monte amparo. 
                    Mi verso al valiente agrada: 
                    Mi verso, breve y sincero 
                    Es del vigor del acero 
                    Con que se funde la espada. 
                    VI  Si quieren que de este mundo 
                    Lleve una memoria grata 
                    Llevaré, padre profundo, 
                    Tu cabellera de plata. 
                    Si quieren, por gran favor, 
                    Que lleve más, llevaré 
                    La copia que hizo el pintor 
                    De la hermana que adoré. 
                    Si quieren que a la otra vida 
                    Me lleve todo un tesoro, 
                    ¡Llevo la trenza escondida 
                    Que guardo en mi caja de oro! 
                    VII  Para Aragón, en España, 
                    Tengo yo en mi corazón 
                    Un lugar todo Aragón, 
                    Franco, fiero, fiel, sin saña. 
                    Si quiere un tonto saber 
                    Por qué lo tengo, le digo 
                    Que allí tuve un buen amigo, 
                    Que allí quise a una mujer. 
                    Allá, en la vega florida, 
                    La de la heroica defensa, 
                    Por mantener lo que piensa 
                    Juega la gente la vida. 
                    Y si un alcalde lo aprieta 
                    O lo enoja un rey cazurro, 
                    Calza la manta el baturro 
                    Y muere con su escopeta. 
                    Quiero a la tierra amarilla 
                    Que baña el Ebro lodoso: 
                    Quiero el Pilar azuloso 
                    De Lanuza y de Padilla. 
                    Estimo a quien de un revés 
                    Echa por tierra a un tirano: 
                    Lo estimo, si es un cubano; 
                    Lo estimo, si aragonés. 
                    Amo los patios sombríos 
                    Con escaleras bordadas; 
                    Amo las naves calladas 
                    Y los conventos vacíos. 
                    Amo la tierra florida, 
                    Musulmana o española, 
                    Donde rompió su corola 
                    La poca flor de mi vida. 
                    VIII  Yo tengo un amigo muerto 
                    Que suele venirme a ver: 
                    Mi amigo se sienta, y canta; 
                    Canta en voz que ha de doler. 
                    "En un ave de dos alas 
                    Bogo por el cielo azul: 
                    Un ala del ave es negra, 
                    Otra de oro Caribú". 
                    "El corazón es un loco 
                    Que no sabe de un color: 
                    O es su amor de dos colores, 
                    O dice que no es amor. 
                    "Hay una loca más fiera 
                    Que el corazón infeliz: 
                    La que le chupó la sangre 
                    Y se echó luego a reír". 
                    "Corazón que lleva rota 
                    El ancla fiel del hogar, 
                    Va como barca perdida, 
                    Que no sabe a dónde va". 
                    En cuanto llega a esta angustia 
                    Rompe el muerto a maldecir: 
                    Le amanso el cráneo: lo acuesto: 
                    Acuesto el muerto a dormir. 
                    IX  Quiero, a la sombra de un ala, 
                    Contar este cuento en flor: 
                    La niña de Guatemala, 
                    La que se murió de amor. 
                    Eran de lirios los ramos, 
                    Y las orlas de reseda 
                    Y de jazmín: la enterramos 
                    En una caja de seda. 
                    ...Ella dio al desmemoriado 
                    Una almohadilla de olor: 
                    Él volvió, volvió casado: 
                    Ella se murió de amor. 
                    Iban cargándola en andas 
                    Obispos y embajadores: 
                    Detrás iba el pueblo en tandas, 
                    Todo cargado de flores. 
                    ...Ella, por volverlo a ver, 
                    Salió a verlo al mirador: 
                    Él volvió con su mujer: 
                    Ella se murió de amor 
                    Como de bronce candente 
                    Al beso de despedida 
                    Era su frente ¡la frente 
                    Que más he amado en mi vida! 
                    ...Se entró de tarde en el río, 
                    La sacó muerta el doctor: 
                    Dicen que murió de frío: 
                    Yo sé que murió de amor. 
                    Allí, en la bóveda helada 
                    La pusieron en dos bancos: 
                    Besé su mano afilada 
                    Besé sus zapatos blancos. 
                    Callado, al oscurecer, 
                    Me llamó el enterrador: 
                    ¡Nunca más he vuelto a ver 
                    A la que murió de amor! 
                    X  El alma trémula y sola 
                    Padece al anochecer: 
                    Hay baile; vamos a ver 
                    La bailarina española. 
                    Han hecho bien en quitar 
                    El banderón de la acera; 
                    Porque si está la bandera, 
                    No sé, yo no puedo entrar. 
                    Ya llega la bailarina: 
                    Soberbia y pálida llega: 
                    ¿Cómo dicen que es gallega? 
                    Pues dicen mal: es divina. 
                    Lleva un sombrero torero 
                    Y una capa carmesí: 
                    ¡Lo mismo que un alelí 
                    Que se pusiese un sombrero! 
                    Se ve, de paso, la ceja, 
                    Ceja de mora traidora: 
                    Y la mirada, de mora: 
                    Y como nieve la oreja. 
                    Preludian, bajan la luz, 
                    Y sale en bata y mantón, 
                    La virgen de la Asunción 
                    Bailando un baile andaluz. 
                    Alza, retando, la frente; 
                    Crúzase al hombro la manta: 
                    En arco el brazo levanta: 
                    Mueve despacio el pie ardiente. 
                    Repica con los tacones 
                    El tablado zalamera, 
                    Como si la tabla fuera 
                    Tablado de corazones. 
                    Y va el convite creciendo 
                    En las llamas de los ojos, 
                    Y el manto de flecos rojos 
                    Se va en el aire meciendo. 
                    Súbito, de un salto arranca: 
                    Húrtase, se quiebra, gira: 
                    Abre en dos la cachemira, 
                    Ofrece la bata blanca. 
                    El cuerpo cede y ondea; 
                    La boca abierta provoca; 
                    Es una rosa la boca: 
                    Lentamente taconea. 
                    Recoge, de un débil giro, 
                    El manto de flecos rojos: 
                    Se va, cerrando los ojos, 
                    Se va, como en un suspiro... 
                    Baila muy bien la española; 
                    Es blanco y rojo el mantón: 
                    ¡Vuelve, fosca, a su rincón 
                    El alma trémula y sola! 
                    XI  Yo tengo un amigo fiel 
                    Que me cuida y que me gruñe, 
                    Y al salir, me limpia y bruñe 
                    Mi corona de laurel. 
                    Yo tengo un paje ejemplar 
                    Que no come, que no duerme, 
                    Y que se acurruca a verme 
                    Trabajar y sollozar. 
                    Salgo y el vil se desliza 
                    Y en mi bolsillo aparece; 
                    Vuelvo y el terco me ofrece 
                    Una taza de ceniza. 
                    Si duermo, al rayar el día 
                    Se sienta junto a mi cama: 
                    Si escribo, sangre derrama 
                    Mi paje en la escribanía. 
                    Mi paje, hombre de respeto, 
                    Al andar catañetea: 
                    Hiela mi paje y chispea: 
                    Mi paje es un esqueleto. 
                    XII  En el bote iba remando 
                    Por el lago seductor 
                    Con el sol que era oro puro 
                    Y en el alma más de un sol. 
                    Y en mi pies vi de repente, 
                    Ofendido del hedor, 
                    Un pez muerto, un pez hediondo 
                    En el bote remador. 
                    XIII  Por donde abunda la malva 
                    Y da el camino un rodeo, 
                    Iba un ángel de paseo 
                    Con una cabeza calva. 
                    Del castañar por la zona 
                    La pareja se perdía: 
                    La calva resplandecía 
                    Lo mismo que una corona. 
                    Sonaba el hacha en lo espeso 
                    Y cruzó un ave volando: 
                    Pero no se sabe cuándo 
                    Se dieron el primer beso. 
                    Era rubio el ángel; era 
                    El de la calva radiosa, 
                    Como el tronco a que amorosa 
                    se prende la enredadera. 
                    XIV  Yo no puedo olvidar nunca 
                    La mañanita de otoño 
                    En que le salió un retoño 
                    A la pobre rama trunca. 
                    La mañanita en que, en vano, 
                    Junto a la estufa apagada, 
                    Una niña enamorada 
                    Le tendió al viejo la mano. 
                    XV  Vino el médico amarillo 
                    A darme su medicina, 
                    Con una mano cetrina 
                    Y la otra mano al bolsillo: 
                    ¡Yo tengo allá en un rincón 
                    Un médico que no manca 
                    Con una mano muy blanca 
                    Y otra mano al corazón! 
                    Viene, de blusa y casquete, 
                    El grave del repostero, 
                    A preguntarme si quiero 
                    O Málaga o Pajarete: 
                    ¡Diganle a la repostera 
                    Que ha tanto tiempo no he visto, 
                    Que me tenga un beso listo 
                    Al entrar la primavera! 
                    XVI  En el alféizar calado 
                    De la ventana moruna, 
                    Pálido como la luna, 
                    Medita un enamorado. 
                    Pálida, en su canapé 
                    De seda tórtola y roja, 
                    Eva, callada, deshoja 
                    Una violeta de té. 
                    XVII  Es rubia: el cabello suelto 
                    Da más luz al ojo moro: 
                    Voy, desde entonces envuelto 
                    En un torbellino de oro. 
                    La abeja estival que zumba 
                    Más ágil por la flor nueva, 
                    No dice, como antes, "tumba": 
                    "Eva" dice: todo es "Eva". 
                    Bajo, en lo oscuro, al temido 
                    Raudal de la catarata: 
                    ¡Y brilla el iris tendido 
                    Sobre las hojas de plata! 
                    Miro, ceñudo, la agreste 
                    Pompa del monte irritado: 
                    ¡Y en el alma azul celeste 
                    Brota un jacinto rosado! 
                    Voy, por el bosque, a paseo 
                    A la laguna vecina: 
                    Y entre las ramas la veo, 
                    Y por el agua camina. 
                    La serpiente del jardín 
                    Silba, escupe, y se resbala 
                    Por su agujero: el clarín 
                    Me tiende, trinando, el ala. 
                     
                    ¡Arpa soy, salterio soy 
                    Donde vibra el Universo: 
                    Vengo del so, y al sol voy: 
                    Soy el amor: soy el verso. 
                    XVIII  El alfiler de Eva loca 
                    Es hecho del oro oscuro 
                    Que le sacó un hombre puro 
                    Del corazón de una roca. 
                    Un pájaro tentador 
                    Le trajo en el pico ayer 
                    Un relumbrante alfiler 
                    De pasta y de similor. 
                    Eva se prendió al oscuro 
                    talle el diamante embustero: 
                    Y echó en el alfiletero 
                    El alfiler de oro puro. 
                    XIX  Por tus ojos encendidos 
                    Y lo mal puesto del broche, 
                    Pensé que estuviste anoche 
                    Jugando a juegos prohibidos. 
                    Te odié por vil y alevosa: 
                    Te odié con odio de muerte: 
                    Náusea me daba de verte 
                    Tan villana y tan hermosa. 
                    Y por la esquela que vi 
                    Si saber cómo ni cuándo, 
                    Sé que estuviste llorando 
                    Toda la noche por mí. 
                    XX  Mi amor del aire se azora; 
                    Eva es rubia, falsa es Eva: 
                    Viene una nube y se lleva 
                    Mi amor que gime y que llora. 
                    Se lleva mi amor que llora 
                    Esa nube que se va: 
                    Eva me ha sido traidora: 
                    ¡Eva me consolará! 
                    XXI  Ayer la ve en el salón 
                    De los pintores, y ayer 
                    Detrás de aquella mujer 
                    Se me saltó el corazón. 
                    Sentada en el suelo rudo 
                    Está en el lienzo: dormido 
                    Al pie el esposo rendido: 
                    Al seno el niño desnudo. 
                    Sobre unas briznas de paja 
                    Se ven mendrugos mondados: 
                    Le cuelga el manto a los lados, 
                    Lo mismo que una mortaja. 
                    No nace en el torvo suelo 
                    Ni una viola, ni una espiga: 
                    ¡Muy lejos, la casa amiga, 
                    Muy triste y oscuro el cielo!... 
                    ¡Ésa es la hermosa mujer 
                    Que me robó el corazón 
                    En el soberbio salón 
                    De los pintores de ayer! 
                    XXII  Estoy en un baile extraño 
                    De polaina y casaquín 
                    Que dan, del año hacia el fin, 
                    Los cazadores del año. 
                    Una duquesa violeta 
                    Va con un frac colorado: 
                    Marca un vizconde pintado 
                    El tiempo en la pandereta. 
                    Y pasan las chupas rojas 
                    Pasan los tules de fuego, 
                    Como delante de un ciego 
                    Pasan volando las hojas. 
                    XXIII  Yo quiero salir del mundo 
                    Por la puerta natural: 
                    En un carro de hojas verdes 
                    A morir me han de llevar. 
                    No me pongan en lo oscuro 
                    A morir como un traidor: 
                    ¡Yo soy bueno, y como buen 
                    Moriré de cara al sol! 
                    XXIV  Sé de un pintor atrevido 
                    Que sale a pintar contento 
                    Sobre la tela del viento 
                    Y la espuma del olvido. 
                    Yo sé de un pintor gigante, 
                    El de divinos colores, 
                    Puesto a pintarle las flores 
                    A una corbeta mercante. 
                    Yo sé de un pobre pintor 
                    Que mira el agua al pintar, 
                    El agua ronca del mar, 
                    Con un entrañable amor 
                    XXV  Yo pienso, cuando me alegro 
                    Como un escolar sencillo, 
                    En el canario amarillo, 
                    ¡Que tiene el ojo tan negro! 
                    Yo quiero, cuando me muera, 
                    Sin patria, pero sin amo, 
                    Tener en mi losa un ramo 
                    De flores,-¡y una bandera! 
                    XXVI  Yo que vivo, aunque me he muerto, 
                    Soy un gran descubridor, 
                    Porque anoche he descubierto 
                    La medicina de amor. 
                    Cuando al peso de la cruz 
                    El hombre morir resuelve 
                    Sale a hacer bien, lo hace y vuelve, 
                    Como de un baño de luz. 
                    XXVII  El enemigo brutal 
                    Nos pone fuego a la casa: 
                    El sable la calle arrasa, 
                    A la luna tropical. 
                    Pocos salieron ilesos 
                    Del sable del español: 
                    La calle, al salir el sol, 
                    Era un reguero de sesos. 
                    Pasa, entre balas, un coche: 
                    Entran, llorando, a una muerta: 
                    Llama una mano a la puerta 
                    En lo negro de la noche. 
                    No hay bala que no taladre 
                    El portón: y la mujer 
                    Que llama, me ha dado el ser: 
                    Me viene a buscar mi madre. 
                    A la boca de la muerte, 
                    Los valientes habaneros 
                    Se quitaron los sombreros 
                    Ante la matrona fuerte. 
                    Y después que nos besamos 
                    Como dos locos, me dijo: 
                    "¡Vamos pronto, vamos, hijo: 
                    La niña está sola: vamos!" 
                    XXVIII  Por la tumba del cortijo 
                    Donde está el padre enterrado, 
                    Pasa el hijo, de soldado 
                    Del invasor: pasa el hijo. 
                    El padre, un bravo en la guerra, 
                    Envuelto en su pabellón 
                    Álzase: y de un bofetón 
                    Lo tiende, muerto, por tierra. 
                    El rayo reluce: zumba 
                    El viento por el cortijo: 
                    El padre recoge al hijo, 
                    Y se lo lleva a la tumba. 
                    XXIX  La imagen del rey, por ley, 
                    Lleva el papel del Estado: 
                    El niño fue fusilado 
                    Por los fusiles del rey. 
                    Festejar el santo es ley 
                    Del rey: y en la fiesta santa 
                    ¡La hermana del niño canta 
                    Ante la imagen del rey! 
                    XXX  El rayo surca, sangriento, 
                    El lóbrego nubarrón: 
                    Echa el barco, ciento a ciento, 
                    Los negros por el portón. 
                    El viento, fiero, quebraba 
                    Los almácigos copudos; 
                    Andaba la hilera, andaba 
                    De los esclavos desnudos. 
                    El temporal sacudía 
                    Los barracones henchidos: 
                    Una madre con su cría 
                    Pasaba, dando alaridos. 
                    Rojo, como en el desierto 
                    Salió el sol al horizonte: 
                    Y alumbró a un esclavo muerto, 
                    Colgado a un seibo del monte. 
                    Un niño lo vio: tembló 
                    De pasión por los que gimen: 
                    ¡Y, al pie del muerto, juró 
                    Lavar con su vida el crimen. 
                    XXXI  Para modelo de un dios 
                    El pintor lo envió a pedir: 
                    ¡Para eso no! ¡Para ir, 
                    Patria, a servirte los dos! 
                    Bien estará en la pintura 
                    El hijo que amo y bendigo: 
                    ¡Mejor en la ceja oscura, 
                    Cara a cara al enemigo! 
                    Es rubio, es fuerte, es garzón 
                    De nobleza natural: 
                    ¡Hijo, por la luz natal! 
                    ¡Hijo, por el pabellón! 
                    Vamos, pues, hijo viril: 
                    Vamos los dos: si yo muero, 
                    Me besas: si tú... ¡prefiero 
                    Verte muerto a verte vil! 
                    XXXII  En el negro callejón 
                    Donde en tinieblas paseo, 
                    Alzo los ojos y veo 
                    La iglesia, erguida, a un rincón. 
                    ¿Será un misterio? ¿Será 
                    Revelación y poder? 
                    ¿Será rodilla, el deber 
                    ¿De postrarse? ¿Qué será? 
                    Tiembla la noche: en la parra 
                    Muerde el gusano el retoño; 
                    Grazna, llamando al otoño, 
                    La hueca y hosca cigarra. 
                    Graznan dos: atento al dúo 
                    Alzo los ojos y veo 
                    Que la iglesia del paseo 
                    Tiene la forma de un búho. 
                    XXXIII  De mi desdicha espantosa 
                    Siento, oh estrellas, que muero: 
                    Yo quiero vivir, yo quiero 
                    Ver a una mujer hermosa. 
                    El cabello, como un casco, 
                    Le corona el rostro bello: 
                    Brilla su negro cabello 
                    Como un sable de Damasco. 
                    ¿Aquélla? Pues pon la hiel 
                    Del mundo entero en un haz, 
                    Y tállala en cuerpo, y ¡haz 
                    Un alma entera de hiel! 
                    ¿Ésta?... Pues esta infeliz 
                    Lleva escarpines rosados, 
                    Y los labios colorados, 
                    Y la cara de barniz. 
                    El alma lúgubre grita: 
                    "¡Mujer, maldita mujer!" 
                    ¡No sé yo quién pueda ser 
                    Entre las dos la maldita! 
                    XXIV  ¡Penas! ¿Quién osa decir 
                    Que tengo yo penas? Luego, 
                    Después del rayo, y del fuego, 
                    Tendré tiempo de sufrir. 
                    Yo sé de un pesar profundo 
                    Entre las penas sin nombres: 
                    ¡La esclavitud de los hombres 
                    Es la gran pena del mundo! 
                    Hay montes, y hay que subir 
                    Los monte altos; ¡después 
                    Veremos alma, quién es 
                    Quien te me ha puesto a morir! 
                    XXXV  ¿Qué importa que tu puñal 
                    Se me clave en el riñón? 
                    ¡Tengo mis versos, que son 
                    Más fuertes que tu puñal! 
                    ¿Qué importa que este dolor 
                    Seque el mar, y nuble el cielo? 
                    El verso, dulce consuelo, 
                    Nace alado del dolor. 
                    XXXVI  Ya sé: de carne se puede 
                    Hacer una flor: se puede, 
                    Con el poder del cariño, 
                    Hacer un cielo,¡y un niño! 
                    De carne se hace también 
                    El alacrán; y también 
                    El gusano de la rosa, 
                    Y la lechuza espantosa. 
                    XXXVII  Aquí está el pecho, mujer, 
                    Que ya sé que lo herirás; 
                    ¡Más grande debiera ser, 
                    Para que lo hirieses más! 
                    Porque noto, alma torcida, 
                    Que en mi pecho milagroso, 
                    Mientras más honda la herida, 
                    Es mi canto más hermoso. 
                    XXXVIII  ¿Del tirano? Del tirano 
                    Di todo, ¡di más!; y clava 
                    Con furia de mano esclava 
                    Sobre su oprobio al tirano. 
                    ¿Del error? Pues del error 
                    Di el antro, di las veredas 
                    Oscuras: di cuanto puedas 
                    Del tirano y del error. 
                    ¿De mujer? Pues puede ser 
                    Que mueras de su mordida; 
                    ¡Pero no empañes tu vida 
                    Diciendo mal de mujer! 
                    XXXIX  Cultivo una rosa blanca, 
                    En julio como en enero, 
                    Para el amigo sincero 
                    Que me da su mano franca. 
                    Y para el cruel que me arranca 
                    El corazón con que vivo, 
                    Cardo ni oruga cultivo: 
                    Cultivo una rosa blanca. 
                    XL  Pinta mi amigo el pintor 
                    Sus angelones dorados, 
                    En nubes arrodillados, 
                    Con soles alrededor. 
                    Pínteme con sus pinceles 
                    Los angelitos medrosos 
                    Que me trajeron, piadosos, 
                    Sus dos ramos de claveles. 
                    XLI  Cuando me vino el honor 
                    De la tierra generosa, 
                    No pensé en Blanca ni en Rosa 
                    Ni en lo grande del favor. 
                    Pensé en el pobre artillero 
                    Que está en la tumba, callado: 
                    Pensé en mi padre, el soldado: 
                    Pensé en mi padre, el obrero. 
                    Cuando llegó la pomposa 
                    carta en su noble cubierta, 
                    Pensé en la tumba desierta, 
                    No pensé en Blanca ni en Rosa. 
                    XLII  En el extraño bazar 
                    Del amor, junto a la mar 
                    La perla triste y sin par 
                    Le tocó por suerte a Agar. 
                    Agar, de tanto tenerla 
                    Al pecho, de tanto verla 
                    Agar, llegó a aborrecerla: 
                    Majó, tiró al mar la perla. 
                    Y cuando Agar, venenosa 
                    De inútil furia, y llorosa, 
                    Pidió al mar la perla hermosa, 
                    Dijo la mar borrascosa: 
                    "¿Qué hiciste, torpe, qué hiciste 
                    De la perla que tuviste? 
                    La majaste, me la diste: 
                    Yo guardo la perla triste". 
                    XLIII  Mucho, señora daría 
                    Por tender sobre tu espalda 
                    Tu caballera bravía, 
                    Tu cabellera de gualda: 
                    Despacio la tendería, 
                    Callado la besaría. 
                    Por sobre la oreja fina 
                    Baja lujoso el cabello, 
                    Lo mismo que una cortina 
                    Que se levanta hacia el cuello. 
                    La oreja es obra divina 
                    De porcelana de china. 
                    Mucho señora te diera 
                    Por desenredar el nudo 
                    De tu roja cabellera 
                    Sobre tu cuello desnudo: 
                    Muy despacio la esparciera, 
                    Hilo por hilo la abriera. 
                    XLIV  Tiene el leopardo un abrigo 
                    En su monte seco y pardo: 
                    Yo tengo más que el leopardo, 
                    Porque tengo un buen amigo. 
                    Duerme, como en un juguete, 
                    La mushma en su cojinete 
                    De arce del Japón: yo digo: 
                    "No hay cojín como un amigo". 
                    Tiene el conde su abolengo: 
                    Tiene la aurora el mendigo: 
                    Tiene ala el ave: ¡yo tengo 
                    Allá en México un amigo! 
                    Tiene el señor presidente 
                    Un jardín con una fuente, 
                    Y un tesoro en oro y trigo: 
                    Tengo más, tengo un amigo. 
                    XLV  Sueño con claustros de mármol 
                    Donde en silencio divino 
                    Los héroes, de pie, reposan: 
                    ¡De noche, a la luz del alma, 
                    Hablo con ellos: de noche! 
                    Están en fila: paseo 
                    Entre las filas: las manos 
                    De piedra les beso: abren 
                    Los ojos de piedra: mueven 
                    Los labios de piedra: tiemblan 
                    Las barbas de piedra: empuñan 
                    La espada de piedra: lloran: 
                    ¡Vibra la espada en la vaina! 
                    Mudo, les beso la mano. 
                    ¡Hablo con ellos, de noche! 
                    Están en fila: paseo 
                    Entre las filas: lloroso 
                    Me abrazo a un mármol: "¡Oh mármol, 
                    Dicen que beben tus hijos 
                    Su propia sangre en las copas 
                    Venenosas de sus dueños! 
                    ¡Que hablan la lengua podrida 
                    De sus rufianes! ¡Que comen 
                    Juntos el pan del oprobio, 
                    En la mesa ensangrentada! 
                    ¡Que pierden en lengua inútil 
                    El último fuego! ¡Dicen, 
                    Oh mármol, mármol dormido, 
                    Que ya se ha muerto tu raza!" 
                    Échame en tierra de un bote 
                    El héroe que abrazo: me ase 
                    Del cuello: barre la tierra 
                    Con mi cabeza: levanta 
                    El brazo, ¡el brazo le luce 
                    Lo mismo que un sol!: resuena 
                    La piedra: buscan el cinto 
                    Las manos blancas: ¡del soclo 
                    Saltan los hombres de mármol! 
                    XLVI  Vierte, corazón, tu pena 
                    Donde no se llegue a ver, 
                    Por soberbia, y por no ser 
                    Motivo de pena ajena. 
                    Yo te quiero, verso amigo, 
                    Porque cuando siento el pecho 
                    Ya muy cargado y deshecho, 
                    Parto la carga contigo. 
                    Tú me sufres, tú aposentas 
                    En tu regazo amoroso, 
                    Todo mi amor doloroso, 
                    Todas mis ansias y afrentas. 
                    Tú, porque yo pueda en calma 
                    Amar y hacer bien, consientes 
                    En enturbiar tus corrientes 
                    Con cuanto me agobia el alma. 
                    Tú, porque yo cruce fiero 
                    La tierra, y sin odio, y puro, 
                    Te arrastras, pálido y duro, 
                    Mi amoroso compañero. 
                    Mi vida así se encamina 
                    Al cielo limpia y serena, 
                    Y tú me cargas mi pena 
                    Con tu paciencia divina. 
                    Y porque mi cruel costumbre 
                    De echarme en ti te desvía 
                    De tu dichosa armonía 
                    Y natural mansedumbre; 
                    Porque mis penas arrojo 
                    Sobre tu seno, y lo azotan, 
                    Y tu corriente alborotan, 
                    Y acá lívido, allá rojo, 
                    Blanco allá como la muerte, 
                    Ora arremetes y ruges, 
                    Ora con el peso crujes 
                    De un dolor más que tú fuerte, 
                    ¿Habré, como me aconseja 
                    Un corazón mal nacido, 
                    De dejar en el olvido 
                    A aquel que nunca me deja? 
                    ¡Verso, nos hablan de un Dios 
                    Adonde van los difuntos: 
                    Verso, o nos condenan juntos, 
                    O nos salvamos los dos!
  
                   
                 
               
              VERSOS LIBRES 
              MIS VERSOS 
              Estos son mis versos. Son como son. A nadie los pedí prestados. Mientras no pude encerrar íntegras mis visiones en una forma adecuada a ellas, dejé volar mis visiones: ¡oh, cuánto áureo amigo que ya nunca ha vuelto! Pero la poesía tiene su honradez, y yo he querido siempre ser honrado. Recortar versos, también sé, pero no quiero. Así como cada hombre trae su fisonomía, cada inspiración trae su lenguaje. Amo las sonoridades difíciles, el verso escultórico, vibrante como la porcelana, volador como un ave, ardiente y arrollador como una lengua de lava. El verso ha de ser como una espada reluciente, que deja a los espectadores la memoria de un guerrero que va camino al cielo, y al envainarla en el Sol, se rompe en alas. 
              Tajos son éstos de mis propias entrañasmis guerreros. Ninguno me ha salido recalentado, artificioso, recompuesto, de la mente; sino como las lágrimas salen de los ojos y la sangre sale a borbotones de la herida. 
              No zurcí de éste y aquél, sino sajé en mí mismo. Van escritos, no en tinta de academia, sino en mi propia sangre. Lo que aquí doy a ver lo he visto antes (yo lo he visto, yo). Y he visto mucho más, que huyó sin darme tiempo a que copiara sus rasgos. De la extrañeza, singularidad, prisa, amontonamiento, arrebato de mis visiones, yo mismo tuve la culpa, que las he hecho surgir ante mí como las copio. De la copia yo soy el responsable. Hallé quebrantadas las vestiduras, y otras no y usé de estos colores. Ya sé que no son usados. Amo las sonoridades difíciles y la sinceridad, aunque pueda parecer brutal. Todo lo que han de decir, ya lo sé, lo he meditado completo, y me lo tengo contestado. 
              He querido ser leal, y si pequé, no me avergüenzo de haber pecado. 
              
                
                
                  
                  ACADÉMICA 
                  Ven, mi caballo, a que te en cinche: quieren 
                  Que no con garbo natural el coso 
                  Al sabio impulso corras de la vida, 
                  Sino que el paso de la pista aprendas, 
                  Y la lengua del látigo, y sumiso 
                  Des a la silla el arrogante lomo: 
                  Ven, mi caballo: dicen que en el pecho 
                  Lo que es cierto, no es cierto: que las estrofas 
                  Ígneas que en lo hondo de las almas nacen, 
                  Como penacho de fontana pura 
                  Que el blando manto de la tierra rompe 
                  Y en gotas mil arreboladas cuelga, 
                  No han de cantarse, no, sino las pautas 
                  Que en multicaule azucarado y hueco 
                  Encascados dómines dibujan: 
                  Y gritan "¡Al bribón!"-¡cuando a las puertas 
                  Del templo augusto un hombre libre asoma!- 
                  Ven, mi caballo, con tu casco limpio 
                  A yerba nueva y flor de llano oliente, 
                  Cinchas estruja, lanza sobre un tronco 
                  Seco y piadoso, donde el sol la avive, 
                  Del repintado dómine la chupa, 
                  De hojas de antaño y de romanas rosas 
                  Orlada, y deslucidas joyas griegas, 
                  E al sol del alba en que la tierra rompe 
                  echa arrogante por el orbe nuevo. 
                  "POLLICE VERSO" 
                  ¡Sí! ¡yo también, desnuda la cabeza 
                  De tocado y cabellos, y al tobillo 
                  Una cadena larda, heme arrastrado 
                  Entre un montón de sierpes, que revueltas 
                  Sobre sus vicios negros, parecían 
                  Esos gusanos de pesado vientre 
                  Y ojos viscosos, que en hedionda cuba 
                  De pardo lodo lentos se revuelcan! 
                  Y yo pasé, sereno entre los viles, 
                  Cual si en mis manos, como en ruego juntas, 
                  Las anchas alas púdicas, abriese 
                  Una paloma blanca. Y aún me aterro 
                  De ver con el recuerdo lo que he visto 
                  Una vez con mis ojos. Y espantado, 
                  ¡Póngome en pie, cual a emprender la fuga! 
                  ¡Recuerdos hay que queman la memoria! 
                  ¡Zarzal es la memoria; mas la mía 
                  Es un cesto de llamas! A su lumbre 
                  El porvenir de mi nación preveo. 
                  Y lloro. Hay leyes en la mente, leyes 
                  Cual las del río, el mar, la piedra, el astro, 
                  Ásperas y fatales: ese almendro 
                  Que con su rama oscura en flor sombrea 
                  Mi alta ventana, viene de semilla 
                  De almendro; y ese rico globo de oro 
                  De dulce y perfumoso jugo lleno 
                  Que en blanca fuente una niñuela cara, 
                  Flor del destierro, cándida me brinda, 
                  Naranja es, y vino de naranjo. 
                  Y el suelo triste en que se siembran lágrimas, 
                  Dará árbol de lágrimas. La culpa 
                  Es madre del castigo. 
                  No es la vida 
                  Copa de mago que el capricho torna 
                  En hiel para los míseros, y en férvido 
                  Tokay para el feliz. La vida es grave, 
                  Porción del Universo frase unida 
                  A frase colosal, sierva ligada 
                  A un carro de oro, que a los ojos mismos 
                  De los que arrastra en rápida carrera 
                  Ocúltase en el áureo polvo, sierva 
                  Con escondidas riendas ponderosas 
                  A la incansable eternidad atada!
  
                  Circo la tierra es, como el romano; 
                  Y junto a cada cuna una invisible 
                  Panoplia al hombre aguarda, donde lucen, 
                  Cual daga cruel que hiere al que la blande, 
                  Los vicios, y cual límpidos escudos 
                  Las virtudes: la vida es la ancha arena 
                  Y los hombres esclavos gladiadores. 
                  Mas el pueblo y el rey, callados miran 
                  De grada excelsa, en la desierta sombra. 
                  ¡Pero miran! Y a aquel que en la contienda 
                  Bajó el escudo, o lo dejó de lado, 
                  O suplicó cobarde, o abrió el pecho 
                  Laxo y servil a la enconos daga 
                  Del enemigo, las vestales rudas, 
                  Desde el sitial de la implacable piedra, 
                  Condenan a morir, palacio verso; 
                  Y hasta el pomo ruin la daga hundida, 
                  Al flojo gladiador clava en la arena.
  
                  ¡Alza, oh pueblo, el escudo, porque es grave 
                  Cosa esta vida, y cada acción es culpa 
                  Que como aro servil se lleva luego 
                  Cerrado al cuello, o premio generoso 
                  Que del futuro mal próvido libra!
  
                  ¿Veis los esclavos? ¡Como cuerpos muertos 
                  Atados en racimo, a vuestra espalda 
                  Irán vida tras vida, y con las frentes 
                  Pálidas y angustiosas, la sombría 
                  Carga en vano halaréis, hasta que el viento, 
                  De vuestra pena bárbara apiadado, 
                  Los átomos postreros evapore! 
                  ¡Oh, qué visión tremenda! ¡Oh, qué terrible 
                  Procesión de culpables! Como en llano 
                  Negro los miro, torvos, anhelosos, 
                  Sin fruta el arbolar, secos los píos 
                  Bejucos, por comarca funeraria 
                  ¡Donde ni el sol da luz, ni el árbol sombra! 
                  ¡Y bogan en silencio, como en magno 
                  Océano sin agua, y a la frente 
                  ¡Llevan, cual yugo el buey, la cuerda uncida, 
                  Y a la zaga, listado el cuerpo flaco 
                  De hondos azotes, el montón de siervos!
  
                  ¿Veis las carrozas, las ropillas blancas 
                  Risueñas y ligeras, el luciente 
                  Corcel de crin trenzada y riendas ricas, 
                  Y la albarda de plata suntuosa 
                  Prendida, y el menudo zapatillo 
                  Cárcel a un tiempo de los pies y el alma? 
                  ¡Pues ved que los extraños os desdeñan 
                  Como a raza ruin, menguada y floja! 
                   
                  AL BUEN PEDRO 
                  Dicen, buen Pedro, que de mí murmuras 
                  Porque tras mis orejas el cabello 
                  En crespas ondas su caudal levanta: 
                  ¡Diles, bribón, que mientras tú en festines, 
                  En rubios caldos y en fragantes pomas, 
                  Entre mancebas del astuto Norte, 
                  De tus esclavos el sudor sangriento, 
                  Torcido en oro, descuidado bebes, 
                  Pensativo, febril, pálido, grave, 
                  Mi pan rebano en solitaria mesa 
                  Pidiendo ¡oh triste! al aire sordo modo 
                  De libertar de su infortunio al siervo 
                  Y de tu infamia a ti! 
                  Y en estos lances, 
                  Suéleme, Pedro, en la apretada bolsa 
                  Faltar la monedilla que reclama 
                  Con sus húmedas manos el barbero. 
                  HOMAGNO 
                  Homagno sin ventura 
                  La hirsuta y retostada cabellera 
                  Con sus pálidas manos se mesaba.
  
                  "Máscara soy, mentira soy, decía: 
                  Estas carnes y formas, estas barbas 
                  Y rostro, estas memorias de la bestia, 
                  Que como silla a lomo de caballo 
                  Sobre el alma oprimida echan y ajustan, 
                  Por el rayo de luz que el alma mía 
                  En la sombra entrevé,-¡no son Homagno!
  
                  Mis ojos sólo, los mis caros ojos, 
                  Que me revelan mi disfraz, son míos. 
                  Queman, me queman, nunca duermen, oran, 
                  Y en mi rostro los siento y en el cielo, 
                  Y le cuentan de mí, y a mí de él cuentan. 
                  ¿Por qué, por qué, para cargar en ellos 
                  Un grano ruin de alpiste maltrojado 
                  Talló el Creador mis colosales hombros? 
                  Ando, pregunto, ruinas y cimientos 
                  Vuelco y sacudo; a sorbos delirantes 
                  En la Creación, la madre de mil pechos, 
                  Las fuentes todas de la vida aspiro: 
                  Muerdo, atormento, beso las callosas 
                  Manos de piedra que golpeo 
                  Con demencia amorosa su invisible 
                  Cabeza con las secas manos mías 
                  Acaricio y destrenzo; por la tierra 
                  Me tiendo compungido, y los confusos 
                  Pies, con mi llanto baño y con mis besos 
                  Y en medio de la noche, palpitante, 
                  Con mis voraces ojos en el cráneo 
                  Y en sus órbitas anchas encendidos, 
                  Trémulo, en mí plegado, hambriento espero 
                  Por si al próximo sol respuestas vienen. 
                  Y a cada nueva luz, de igual enjuto 
                  Modo y ruin, la vida me aparece, 
                  Como gota de leche que en cansado 
                  Pezón, al terco ordeño, titubea, 
                  Como carga de hormiga, como taza 
                  De agua añeja en la jaula de un jilguero". 
                  ¡De mordidas y rotas, ramos de uvas 
                  Estrujadas y negras, las ardientes 
                  manos del triste Homagno parecían!
  
                  Y la tierra en silencio, y una hermosa 
                  Voz de mi corazón, me contestaron. 
                  YUGO Y ESTRELLA 
                  Cuando nací, sin sol, mi madre dijo: 
                  "Flor de mi seno, Homagno generoso, 
                  De mí y de la Creación suma y reflejo, 
                  Pez que en ave y corcel y hombre se torna, 
                  Mira estas dos, que con dolor te brindo, 
                  Insignias de la vida: ve y escoge. 
                  Éste, es un yugo: quien lo acepta, goza. 
                  Hace de manso buey, y como presta 
                  Servicio a los señores, duerme en paja 
                  Caliente, y tiene rica y ancha avena. 
                  Ésta, oh misterio que de mí naciste 
                  Cual la cumbre nació de la montaña, 
                  Ésta que alumbra y mata, es una estrella. 
                  Como que riega luz, los pecadores 
                  Huyen de quien la lleva, y en la vida, 
                  Cual un monstruo de crímenes cargado, 
                  Todo el que lleva luz se queda solo. 
                  Pero el hombre que al buey sin pena imita, 
                  Buey torna a ser, y en apagado bruto 
                  La escala universal de nuevo empieza. 
                  El que la estrella sin temor se ciñe 
                  Como que crea, ¡crece! 
                  ¡Cuando al mundo 
                  De su copa el licor vació ya el vivo; 
                  Cuando, para manjar de la sangrienta 
                  Fiesta humana, sacó contento y grave 
                  Su propio corazón; cuando a los vientos 
                  De Norte y Sur vertió su voz sagrada, 
                  La estrella como un manto, en luz lo envuelve, 
                  Se enciende, como a fiesta, el aire claro, 
                  Y el vivo que a vivir no tuvo miedo, 
                  Se oye que un paso más sube en la sombra!"
  
                  Dame el yugo, oh mi madre, de manera 
                  Que puesto en él de pie, luzca en mi frente 
                  Mejor la estrella que ilumina y mata. 
                  ISLA FAMOSA 
                  Aquí estoy, solo estoy, despedazado. 
                  Ruge el cielo; las nubes se aglomeran, 
                  Y aprietan, y ennegrecen, y desgajan. 
                  Los vapores del mar la roca ciñen. 
                  Sacra angustia y horror mis ojos comen. 
                  ¿A qué, Naturaleza embravecida, 
                  A qué la estéril soledad en torno 
                  De quien de ansia de amor rebosa y muere? 
                  ¿Dónde, Cristo sin cruz, los ojos pones? 
                  ¿Dónde, oh sombra enemiga, dónde el ara 
                  Digna por fin de recibir mi frente? 
                  ¿En pro de quién derramaré mi vida?
  
                  Rasgóse el velo: por un tajo ameno 
                  De claro azul, como en sus lienzos abre 
                  Entre mazos de sombra Díaz famoso, 
                  El hombre triste de la roca mira 
                  En lindo campo tropical, galanes 
                  Blancos, y Venus negras, de unas flores 
                  Fétidas y fangosas coronados. 
                  Danzando van; ¡a cada giro nuevo 
                  Bajo los muelles pies la tierra cede! 
                  Y cuando en ancho beso los gastados 
                  Labios sin lustre, ya trémulos juntan, 
                  Sáltanles de los labios agoreras 
                  Aves tintas en hiel, aves de muerte. 
                  SED DE BELLEZA 
                  Solo, estoy solo: viene el verso amigo, 
                  Como el esposo diligente acude 
                  De la erizada tórtola al reclamo. 
                  Cual de los altos montes en deshielo 
                  Por breñas y por valles en copiosos 
                  Hilos las nieves desatadas bajan 
                  Así por mis entrañas oprimidas 
                  Un balsámico amor y una avaricia, 
                  Celeste de hermosura se derraman. 
                  Tal desde el vasto azul, sobre la tierra, 
                  Cual si de alma virgen la sombría 
                  Humanidad sangrienta perfumasen, 
                  Su luz benigna las estrellas vierten 
                  ¡Esposas del silencio!-y de las flores 
                  Tal el aroma vago se levanta.
  
                  Dadme lo sumo y lo perfecto: dadme 
                  Un dibujo de Angelo: una espada 
                  Con puño de Cellini, más hermosa 
                  Que las techumbres de marfil calado 
                  Que se place en labrar Naturaleza. 
                  El cráneo augusto dadme donde ardieron 
                  El universo Hamlet y la furia 
                  Tempestuosa del moro: la manceba 
                  india que a orillas del ameno río 
                  Que del viejo Chichén los muros baña 
                  A la sombra de un plátano pomposo 
                  Y sus propios cabellos, el esbelto 
                  Cuerpo bruñido y nítido enjugaba. 
                  Dadme mi cielo azul., dadme la pura, 
                  La inefable, la plácida, la eterna 
                  Alma de mármol que al soberbio Louvre 
                  Dio, cual su espuma y flor, Milo famosa. 
                  AMOR DE CIUDAD GRANDE 
                  De gorja son y rapidez los tiempos: 
                  Corre cual luz la voz; en alta aguja, 
                  Cual nave despeñada en sirte horrenda, 
                  Húndese el rayo, y en ligera barca 
                  El hombre, como alado, el aire hiende. 
                  ¡Así el amor, sin pompa ni misterio 
                  Muere, apenas nacido, de saciado! 
                  ¡Jaula es la villa de palomas muertas 
                  Y ávidos cazadores! Si los pechos 
                  Se rompen de los hombres, y las carnes 
                  Rotas por tierra ruedan, ¡no han de verse 
                  Dentro más que frutillas estrujadas!
  
                  Se ama de pie, en las calles, entre el polvo 
                  De los salones y las plazas; muere 
                  La flor el día en que nace. Aquella virgen 
                  Trémula que antes a la muerte daba 
                  La mano pura que a ignorado mozo; 
                  El goce de temer; aquel salirse 
                  Del pecho el corazón; el inefable 
                  Placer de merecer; el grato susto 
                  De caminar de prisa en derechura 
                  Del hogar de la amada, y a sus puertas 
                  Como un niño feliz romper en llanto; 
                  Y aquel mirar, de nuestro amor al fuego, 
                  Irse tiñendo de color las rosas, 
                  ¡Ea, que son patrañas! Pues ¿quién tiene 
                  Tiempo de ser hidalgo? ¡Bien que sienta, 
                  Cual áureo vaso o lienzo suntuoso, 
                  Dama gentil en casa de magnate! 
                  ¡O si se tiene sed, se alarga el brazo 
                  Y a la copa que pasa se la apura! 
                  Luego, la copa turbia al polvo rueda, 
                  ¡Y el hábil catador, manchado el pecho 
                  De una sangre invisible, sigue alegre 
                  Coronado de mirtos, su camino! 
                  ¡No son los cuerpos ya sino desechos, 
                  Y fosas, y jirones! ¡Y las almas 
                  No son como en el árbol fruta rica 
                  En cuya blanda piel la almíbar dulce 
                  En su sazón de madurez rebosa, 
                  Sino fruta de plaza que a brutales 
                  Golpes el rudo labrador madura!
  
                  ¡La edad es ésta de los labios secos! 
                  ¡De las noches sin sueño! ¡De la vida 
                  Estrujada en agraz! ¿Qué es lo que falta 
                  Que la ventura falta? Como liebre 
                  Azorada, el espíritu se esconde, 
                  Trémulo huyendo al cazador que ríe; 
                  Cual en soto selvoso, en nuestro pecho 
                  Y el deseo, de brazo de la fiebre, 
                  Cual rico cazador recorre el soto.
  
                  ¡Me espanta la ciudad! ¡Toda está llena 
                  De copas por vaciar, o huecas copas! 
                  ¡Tengo miedo ¡ay de mí! de que este vino 
                  Tósigo sea, y en mis venas luego 
                  Cual duende vengador los dientes clave! 
                  ¡Tengo sed; mas de un vino que en la tierra 
                  No se sabe beber! ¡No he padecido 
                  Bastante aún, para romper el muro 
                  Que me aparta ¡oh dolor! de mi viñedo! 
                  ¡Tomad vosotros, catadores ruines 
                  De vinillos humanos, esos vasos 
                  Donde el jugo de lirio a grandes sorbos 
                  Sin compasión y sin temor se bebe! 
                  ¡Tomad! ¡Yo soy honrado, y tengo miedo! 
                   
                  TODO SOY CANAS YA... 
                  Todo soy canas ya, y aún no he sabido 
                  Calmar mi corazón: como una copa 
                  Sin vino, o cráneo [...], rechazo 
                  La beldad insensata; y el sentido 
                  ¡Ay, no lo es sin la beldad! El sumo 
                  Sentido es la beldad: ¿en qué soñadas 
                  Cárceles, nubes, rosas, joyas vive 
                  La que me rinda el corazón y dome 
                  Con doble encanto mi ansia de hermosura? 
                  Con su bondad me obliga la que en vano 
                  Quiere mi mente acompañar: la astuta 
                  Que con ágil belleza y luces de oro 
                  Llega volando, y en mis labios secos 
                  Bebe la última miel, y en mis entrañas 
                  Con el ala triunfante se abre un nido, 
                  Antes que el sol que me la trajo abroche 
                  Su cinto rojo al mundo, antes que muera 
                  El insecto que vive sólo un día, 
                  Ya me enseñó la máscara, y la horrenda 
                  Desnudez y flacura de los huesos. 
                  Como vapor, como visión, como humo 
                  Ya la beldad de las mujeres miro. 
                  Velos de carne que el tablado esconden 
                  Donde siega cabezas el verdugo 
                  O al más alto postor, cual bestia en cueros 
                  Vende el rematador la mercancía. 
                  Feria es el mundo: aquélla en blando encaje 
                  Como un cesto de perlas recogida; 
                  Aquélla en sus cojines reclinada 
                  Como un zafiro entre ópalos; aquélla 
                  Donde el genio sublime resplandece 
                  En el alma inmoral, cual vaga el fuego 
                  Fatuo entre las hediondas sepulturas, 
                  Ni fuego son, ni encaje, ni zafiro 
                  Sino piara de cerdos. 
                  ¡Flor oscura, 
                  A ti, para morir, el alma ansiosa 
                  Tras sus jornadas negras se encamina! 
                  Tú no te pintas, flor del campo, el rostro 
                  Ni el corazón: no sepas, ay, no sepas 
                  Que no aplacas mi sed, pero tu seno 
                  Honrado es sólo de ampararme digno. 
                  Mancha el vicio al poeta, o la locura 
                  De amar lo vil: con la coraza entera 
                  Ha de morir el hombre: me lastima 
                  Ya la coraza!: endulza, novia, endulza 
                  El dolor de dejarte: luego, luego 
                  Será el festín: ¿no ves que donde muere 
                  El hueso nace el ala?: tú de estrellas 
                  Sabes y de la muerte: tú en las ruinas 
                  Reinas, flor de bondad, dulce señora 
                  Del páramo candente, o el fragoso 
                  Campo de lava en que el jardín expira! 
                  En las luchas de amor las palmas rindo 
                  A la virtud constante y silenciosa. 
                  POÉTICA 
                  La verdad quiere cetro. El verso mío 
                  Puede, cual paje amable, ir por lujosas 
                  Salas, de aroma vario y luces ricas, 
                  Temblando enamorado en el cortejo 
                  De una ilustre princesa, o gratas nieves 
                  Repartiendo a las damas. De espadines 
                  Sabe mi verso, y de jubón violeta 
                  Y toca rubia, y calza acuchillada. 
                  Sabe de vinos tibios y de amores 
                  Mi verso montaraz; pero el silencio 
                  Del verdadero amor, y la espesura 
                  De la selva prolífica prefiere: 
                  ¡Cuál gusta del canario, cuál del águila! 
                  MI POESÍA 
                  Muy fiera y caprichosa es la Poesía 
                  A decírselo vengo al pueblo honrado. 
                  La denuncio por fiera. Yo la sirvo 
                  Con toda honestidad: no la maltrato; 
                  No la llamo a deshora, cuando duerme, 
                  Quieta, soñando, de mi amor cansada, 
                  Pidiendo para mí fuerzas al cielo; 
                  No la pinto de gualda y amaranto 
                  Como aquesos poetas; no le estrujo 
                  En un talle de hierro el franco seno; 
                  Y el cabello dorado, suelto al aire, 
                  Ni con cintas retóricas le aprieto: 
                  No: no la pongo en lívidas vasijas 
                  Que morirán; sino la vierto al mundo, 
                  A que cree y fecunde; y ruede y crezca 
                  Libre cual las semillas por el viento: 
                  Eso sí: evito mucho de que sea 
                  Claro el aire en su torno; musicales 
                  Las ramas que la amparan en el sueño, 
                  Y limpios y aromados sus vestidos. 
                  Cuando va a la ciudad, mi Poesía 
                  Me vuelve herida toda; el ojo seco 
                  Como de enajenado, las mejillas 
                  Como hundidas, de asombro: los dos labios 
                  Gruesos, blandos, manchados; una que otra 
                  Gota de cieno en ambas manos puras 
                  Y el corazón, por bajo el pecho roto 
                  Como un cesto de ortigas encendido: 
                  Así de la ciudad me vuelve siempre: 
                  Mas con el aire de los campos cura. 
                  Baja del cielo en la severa noche 
                  Un bálsamo que cierra las heridas.- 
                  ¡Arriba oh corazón: ¿quién dijo muerte?
  
                  Yo protesto que mimo a mi Poesía: 
                  Jamás en sus vagares la interrumpo, 
                  Ni de su ausencia larga me impaciento. 
                  ¡Viene a veces terrible! ¡Ase mi mano, 
                  Encendido carbón me pone en ella 
                  Y cual por sobre montes me la empuja! 
                  Otras ¡muy pocas! viene amable y buena, 
                  Y me amansa el cabello; y me conversa 
                  Del dulce amor, y me convida a un baño! 
                  Tenemos ella y yo, cierto recodo 
                  Púdico en lo más hondo de mi pecho: 
                  Envuelto en olorosa enredadera! 
                  Digo que no la fuerzo: y jamás la adorno, 
                  Y sé adornar; jamás la solicito, 
                  Aunque en tremendas sombras suelo a veces 
                  Esperarla, llorando, de rodillas. 
                  Ella ¡oh coqueta grande! en mi noche 
                  Airada entra, la faz sobre ambas manos 
                  Mirando como crecen las estrellas 
                  Luego, con paso de ala, envuelta en polvo 
                  De oro, baja hasta mí, resplandeciente. 
                  Viome un día infausto, rebuscando necio 
                  Perlas, zafiros, ónices, 
                  Para ornarle la túnica a su vuelta.- 
                  Ya de mi lado, ... tenía, 
                  ... y acicaladas en hilera, 
                  Octavas de claveles; cuartetines 
                  De flores campesinas; tríos, dúos 
                  De ardiente lirio y pálida azucena. 
                  ¡Qué guirnaldas de décimas! ¡qué flecos 
                  De sonoras quintillas! ¡qué ribetes 
                  De pálido romance; ¡qué lujosos 
                  Broches de rima rara: ¡qué repuesto 
                  De mil consonantillos serviciales 
                  Para ocultar con juicio las junturas: 
                  Obra, en fin, de suprema joyería!- 
                  Mas de pronto una lumbre silenciosa 
                  Brilla; las piedras todas palidecen, 
                  Como muertas, las flores caen en tierra 
                  Lívidas, sin color:¡ es que bajaba 
                  De ver nacer los astros mi Poesía!- 
                  Como una cesta de caretas rotas 
                  Eché a un lado mis versos. Digo al pueblo 
                  Que me tiene oprimido mi Poesía: 
                  Yo en todo la obedezco: apenas siento 
                  Por cierta voz del aire que conozco 
                  Su próxima llegada, pongo en fiesta 
                  Cráneo y pecho; levántanse en la mente, 
                  Alados, los corceles; por las venas 
                  La sangre ardiente al paso se dispone; 
                  El aire ansío, alejo las visitas, 
                  Muevo el olvido generoso, y barro 
                  De mí las impurezas de la tierra! 
                  ¡No es más pura que mi alma la paloma 
                  Virgen que llama a su primer amigo! 
                  Baja; vierte en mi mano unas extrañas 
                  Flores que el cielo da: flores que queman, 
                  Como de un mar que sube, sufre el pecho, 
                  Y a la divina voz, la idea dormida, 
                  Royendo con dolor la carne tersa 
                  Busca, como la lava, su camino: 
                  De hondas grietas el agujero queda, 
                  Como la falda de un volcán cruzado: 
                  Precio fatal de los amores con el cielo. 
                  Yo en todo la obedezco: yo no esquivo 
                  Estos padecimientos, yo le cubro 
                  De unos besos que lloran sus dos blancas 
                  Manos que así me acabarán la vida. 
                  Yo ¡qué mas! cual de un crimen ignorado 
                  Sufro, cuando no viene: yo no tengo 
                  Otro amor en el mundo ¡oh mi poesía! 
                  ¡Como sobre la pampa el viento negro 
                  Cae sobre mí tu enojo! ¡oh vuelve, vuelve, 
                  A mí, que te respeto, el rostro amigo! 
                  De su altivez me quejo al pueblo honrado: 
                  De su soberbia femenil. No sufre. 
                  Espera. No perdona. Brilla, y quiere 
                  Que como el limpio lustre del acero 
                  Ya el verso al mundo cabalgando salga; 
                  Tal, una loca de pudor, apenas 
                  Un minuto al artista el cuerpo ofrece 
                  Para que esculpa en mármol su hermosura! 
                  ¡Vuelan las flores que del cielo bajan, 
                  Vuelan, como irritadas mariposas, 
                  Para jamás volver las crueles vuelan. 
                 
               
              OTROS VERSOS 
              
                
                
                  
                  
                    
                    YO LLORO, ES VERDAD QUE LLORO...
  
                    Yo lloro, es verdad que lloro 
                    Mirando a tanto tesoro 
                    De arte que a mis ojos pasa; 
                    ¡Siempre tan pobre el decoro! 
                    ¡Siempre mi fortuna escasa! 
                    Por soberbia no lo digo; 
                    Pero no llega a mi puerta 
                    Ni un amigo: 
                    Parece una casa muerta, 
                    Húmeda, hueca, desierta: 
                    ¡El deber está conmigo! 
                    Mas en la casa de al lado 
                    Todo es ruido, gala, prado 
                    Verde, jardín oloroso: 
                    ¡Oh, vecino afortunado! 
                    Su salón es numeroso 
                    Y su hijo muy regalado, 
                    Y a él no le dejan reposo: 
                    ¡El placer vive aquí al lado! 
                    Y yo, que siempre sonrío, 
                    Y abro, con este amor mío 
                    Ciego, mis brazos-me quedo 
                    Solo, abrazando el vacío. 
                    Tienen miedo! 
                    ¿A qué viene? 
                    A buscar a quien no tiene 
                    Carroza en que pasear, 
                    Buen beber ni buen yantar, 
                    Ni se sabe que almacene 
                    Bien alguno 
                    ¡Ah importuno! 
                    Más que un corazón honrado 
                    Decidido 
                    A morir en el olvido 
                    Antes que morir manchado. 
                    Hoy son las conciencias anchas 
                    Y pasea 
                    Todo el mundo con sus 
                    manchas: 
                    ¡No recrea 
                    Eso de ver a censores! 
                    Y, aun si callan, 
                    Los honrados 
                    Con su silencio batallan: 
                    ¡Y molestan! Son soldados 
                    Útiles, en el vivir 
                    Silencioso, en el morir 
                    Humilde, en el sonreír 
                    Doliente, hasta en el callar 
                    ¡Los honrados 
                    Son muy útiles soldados! 
                    De manera 
                    Que aunque por mi vida entera 
                    Hoy no me vengan a ver, 
                    Y a bosque dejen crecer 
                    De mi umbral la enredadera, 
                    ¡No me importa! 
                    Esta vida es triste y corta, 
                    E irán luego 
                    Cual gente friolenta al fuego, 
                    Luego que el mío sucumba, 
                    A visitarme a mi tumba: 
                    Y yo que siempre sonrío, 
                    En mi seguro aposento, 
                    Todo mío, 
                    Sonreiré entonces contento: 
                    Y se verá en derredor 
                    De mi sepulcro un vapor 
                    Como de mirra y de luz, 
                    ¡Y una flor 
                    Nueva se abrirá en la Cruz! 
                     
                     
                    A NÉSTOR PONCE DE LEÓN 
                                           21 de octubre de 1889 
                    Viene a decirme Capriles 
                    Que alguien dijo en Broadway 
                    Que en mi discurso exclamé: 
                    "¡Los anexionistas viles!" 
                     
                    ¡Bien, y con mucha razón 
                    Me mandó usted el recado 
                    De tenerme preparado 
                    El espinudo bastón! 
                    Miente como un zascandil 
                    El que diga que me oyó 
                    Por no pensar como yo 
                    Llamar a un cubano "vil". 
                    Viles se puede llamar 
                    A los que al lucir el sol 
                    Del Diez, con el español 
                    Fueron, temblando, a formar. 
                    Los que al hombro los fusiles, 
                    Negra el alma y blanco el traje, 
                    Ayudaron al ultraje 
                    De su patria -ésos son viles. 
                    Vil viene bien, y no menos, 
                    Al que por la paga vil, 
                    Mata el ánimo viril 
                    Entre los cubanos buenos. 
                    Pero el que duda -¡yo no! 
                    ¡Yo no dudo!- que su tierra 
                    Puede después de la guerra 
                    Vivir con paz y con pro; 
                    Al que comparte la fe 
                    -La fe que yo no comparto- 
                    En el cariño del parto, 
                    Que pudo ser y no fue; 
                    Al que piensa -¡yo no pienso 
                    Así!- que, en tanto desdén, 
                    Es dable un inmenso bien 
                    Sin un sacrificio inmenso; 
                    Al que, por odio a la guerra 
                    Prefiera -¡yo no prefiero!- 
                    El comerciante extranjero 
                    A la virtud de su tierra; 
                    Ese, ¡quién sabe si arguya 
                    En vano! ¡si en la mar fía! 
                    Pero si su tierra es mía, 
                    También es mi tierra suya. 
                    Y puede, de igual derecho, 
                    En brazos de otro soñarla, 
                    Como sueño en conquistarla 
                    Mano a mano y pecho a pecho. 
                     
                    ¡Qué dijera yo de aquel 
                    De opinión diversa, si 
                    Me llamara vil a mí 
                    Por no opinar como él! 
                     
                    No hiero al mismo español, 
                    De quien la sangre heredé. 
                    ¿Y fratricida heriré 
                    A mi hermano en pena y sol? 
                     
                    A mis hermanos en pena 
                    No los he de llamar viles, 
                    Los viles son los reptiles 
                    Que viven de fama ajena. 
                     
                    Todo esto es muy simple, todo 
                    Es que nos daban por muertos 
                    El Diez, y al vernos despiertos 
                    Cierran el paso con lodo. 
                     
                    ¡Pero quisiera ver yo 
                    Frente a frente al zascandil 
                    Que dice que llamo vil 
                    A mi hermano y que me oyó! 
                     
                    Donde no nos puedan ver 
                    Diré a mi hermano sincero: 
                    "¿Quieres en lecho extranjero 
                    A tu patria, a tu mujer?" 
                     
                    Pero enfrente del tirano 
                    Y del extranjero enfrente, 
                    Al que lo injurie: "¡Deténte!" 
                    Le he de gritar: "¡Es mi hermano!". 
                     
                    En la patria de mi amor 
                    Quisiera yo ver nacer 
                    El pueblo que puede ser, 
                    Sin odios y sin color. 
                     
                    Quisiera, en el juego franco 
                    Del pensamiento sin tasa, 
                    Ver fabricando la casa 
                    Rico y pobre, negro y blanco. 
                     
                    Y cuando todas las manos 
                    Son pocas para el afán, 
                    ¡Oh, patria, las usarán 
                    En herirse los hermanos! 
                     
                    Algo en el alma decide, 
                    En su cólera indignada, 
                    Que es más vil que el que degrada 
                    A un pueblo, el que lo divide. 
                     
                    ¿Quién con injurias convence? 
                    ¿Quién con epítetos labra? 
                    Vence el amor. La palabra 
                    Sólo cuando justa, vence. 
                     
                    Si es uno el honor, los modos 
                    Varios se habrán de juntar: 
                    ¡Con todos se ha de fundar, 
                    Para el bienestar de todos! 
                    
                      
                      
                        
                        Su 
                            Martí 
                       
                     
                    LOS ZAPATICOS DE ROSA 
                     
                    Hay sol bueno y mar de espuma 
                    Y arena fina, y Pilar 
                    Quiere salir a estrenar 
                    Su sombrerito de pluma. 
                    -"¡Vaya la niña divina!" 
                    Dice el padre, y le da un beso: 
                    -"¡Vaya mi pájaro preso 
                    A buscarme arena fina!" 
                    -"Yo voy con mi niña hermosa", 
                    Le dijo la madre buena: 
                    "¡No te manches en la arena 
                    Los zapaticos de rosa!" 
                    Fueron las dos al jardín 
                    Por la calle del laurel: 
                    La madre cogió un clavel 
                    Y Pilar cogió un jazmín. 
                    Ella va de todo juego, 
                    Con aro, y balde y paleta: 
                    El balde es color violeta: 
                    El aro es color de fuego. 
                    Vienen a verlas pasar: 
                    Nadie quiere verlas ir: 
                    La madre se echa a reír, 
                    Y un viejo se echa a llorar. 
                    El aire fresco despeina 
                    A Pilar, que viene y va 
                    Muy oronda: "¡Di, mamá! 
                    ¿Tú sabes qué cosa es reina?" 
                    Y por si vuelven de noche 
                    De la orilla de la mar, 
                    Para la madre y Pilar 
                    Manda luego el padre el coche. 
                    Está la playa muy linda: 
                    Todo el mundo está en la playa: 
                    Lleva espejuelos el aya 
                    De la francesa Florinda. 
                    Está Alberto, el militar 
                    Que salió en la procesión 
                    Con tricornio y con bastón, 
                    Echando un bote a la mar. 
                    ¡Y qué mala, Magdalena, 
                    Con tantas cintas y lazos, 
                    A la muñeca sin brazos 
                    Enterrándola en la arena! 
                    Conversan allá en las sillas, 
                    Sentadas con los señores, 
                    Las señoras, como flores, 
                    Debajo de las sombrillas. 
                    Pero está con estos modos 
                    Tan serios, muy triste el mar: 
                    ¡Lo alegre es allá, al doblar, 
                    En la barranca de todos! 
                    Dicen que suenan las olas 
                    Mejor allá en la barranca, 
                    Y que la arena es muy blanca 
                    Donde están las niñas solas. 
                    Pilar corre a su mamá: 
                    -"¡Mamá, yo voy a ser buena: 
                    Déjame ir sola a la arena: 
                    Allá, tú me ves, allá!" 
                    -"¡Esta niña caprichosa! 
                    No hay tarde que no me enojes: 
                    Anda, pero no te mojes 
                    Los zapaticos de rosa. 
                    Le llega a los pies la espuma: 
                    Gritan alegres las dos: 
                    Y se va, diciendo adiós, 
                    La del sombrero de pluma. 
                    ¡Se va allá, donde ¡muy lejos! 
                    Las aguas son más salobres, 
                    Donde se sientan los pobres, 
                    Donde se sientan los viejos! 
                    Se fue la niña a jugar, 
                    La espuma blanca bajó, 
                    Y pasó el tiempo, y pasó 
                    Un águila por el mar. 
                    Y cuando el sol se ponía 
                    Detrás de un monte dorado, 
                    Un sombrerito callado 
                    Por las arenas venía. 
                    Trabaja mucho, trabaja 
                    Para andar: ¿qué es lo que tiene 
                    Pilar, que anda así, que viene 
                    con la cabecita baja? 
                    Bien sabe la madre hermosa 
                    por qué le cuesta el andar; 
                    -"¿Y los zapatos, Pilar, 
                    los zapaticos de rosa? 
                    -"¡Ah, loca! ¿en dónde estarán? 
                    ¡Di, dónde, Pilar!" -"Señora" 
                    Dice una mujer que llora: 
                    "¡Están conmigo: aquí están!" 
                    -"Yo tengo una niña enferma 
                    Que llora en el cuarto obscuro, 
                    Y la traigo al aire puro 
                    A ver el sol, y a que duerma. 
                    "Anoche soñó, soñó 
                    Con el cielo, y oyó un canto: 
                    Me dio miedo, me dio espanto, 
                    Y la traje, y se durmió. 
                    "Con sus dos brazos menudos 
                    Estaba como abrazando; 
                    Y yo mirando, mirando 
                    Sus piececitos desnudos. 
                    "Me llegó al cuerpo la espuma, 
                    Alcé los ojos, y vi 
                    Esta niña frente a mí 
                    Con su sombrero de pluma 
                    -"¡Se parece a los retratos 
                    Tu niña!" dijo: "¿Es de cera? 
                    ¿Quiere jugar? ¡Si quisiera!... 
                    ¿Y por qué está sin zapatos? 
                    "Mira: ¡la mano le abrasa, 
                    y tiene los pies tan fríos! 
                    ¡Oh, toma, toma los míos; 
                    yo tengo más en mi casa!" 
                    "No sé bien, señora hermosa, 
                    lo que sucedió después: 
                    ¡Le vi a mi hijita en los pies 
                    los zapaticos de rosa!" 
                    Se vio sacar los pañuelos 
                    A una rusa y a una inglesa; 
                    El aya de la francesa 
                    Se quitó los espejuelos. 
                    Abrió la madre los brazos: 
                    Se echó Pilar en su pecho, 
                    Y sacó el traje deshecho, 
                    Sin adornos y sin lazos. 
                    Todo lo quiere saber 
                    De la enferma la señora: 
                    ¡No quiere saber que llora 
                    De pobreza una mujer! 
                    -"¡Sí Pilar, dáselo! ¡Y eso 
                    También! ¡Tu manta! ¡Tu anillo!" 
                    Y ella le dio su bolsillo: 
                    Le dio el clavel, le dio un beso. 
                    Vuelven calladas de noche 
                    A su casa del jardín: 
                    Y Pilar va en el cojín 
                    De la derecha del coche. 
                    Y dice una mariposa 
                    Que vio desde su rosal 
                    Guardados en un cristal 
                    Los zapaticos de rosa. 
                   
                 
               
              
                
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                          | Facsímil de la página titular de Ismaelillo, su primer libro de versos. | 
                         
                       
                     
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