Oportunista es todo aquel que se aprovecha de una situación sin tener en cuenta los principios que deben guiar su conducta. El oportunismo es siempre la resultante de una posición en la que se confunde lo correcto con aquello que beneficia al sujeto que lo practica. Una particular escala de valores determina en el oportunista el camino que decide seguir: lo importante, lo urgente para él, lo que no puede renunciar, es lo que le conviene. Puede ser tan fuerte la obsesión que hasta los instintos primarios se ignoren, y que ni el miedo al castigo o al fracaso le detengan la búsqueda. Quizás el personaje más conocido y que mejor representa esa confusión de los intereses de un pueblo con los suyos sea Luis XIV, el vanidoso rey de Francia, del siglo XVII al XVIII, a quien se le atribuye la frase “El Estado soy yo” (“L’État cest moi”). Fatuo y engreído, el monarca mandó a poner como emblema de su persona un sol, y entre los rayos se leía: “Más alto que todos” (“Nec pluribus impar”). Pero la megalomanía (vocablo de origen griego formado por las palabras “grande” y “locura” —megalo y manía) lo mismo se presenta en el que construye que en el que destruye: la “grande locura” del rey de Francia benefició a su patria; y si excluimos los “logros” que han beneficiado directamente a Fidel Castro, su megalomanía sólo ha servido para arruinar el país. La tiranía totalitaria es producto de esa valoración enfermiza de un individuo, alimentada por las alabanzas y elogios de sus cortesanos, a la cual siempre acompaña un profundo desprecio de la opinión popular: “¿Elecciones, para qué?”, se pregunta el déspota, puesto que él es todo, y todo lo sabe, y todo lo puede resolver. Hace unos meses publicó la Editorial Letras Cubanas un libro de Armando Hart con la siguiente dedicatoria: “A Fidel Castro Ruz, que lleva en su conciencia toda la ética y sabiduría política que faltó en el siglo XX”. Así, con esa moral y ese saber omnímodos, toda la moral y todo el saber que le ha faltado a este siglo, ¿quién le pregunta por sus actos? ¿quién le pide cuenta de sus errores? ¿Quién le exige cambios? Y lo peor es que la locura lo lleva a creerse de veras sobre el resto de los mortales (“Nec pluribus impar”), y con esa superioridad impone sus decisiones atropellándolo todo: el fin que persigue es necesariamente el mejor, por lo que cualquier medio es lícito para llegar a él. A la etapa de mentiras sucede la convicción de su extraordinario valimiento, llega así a creer en sus propios engaños, y siempre halla disculpa para lo que no le sale bien: la responsabilidad del disparate está en la circunstancia, jamás en la persona. La vida zigzageante de Fidel Castro muy pronto lo obligó a buscar una disculpa para su oportunismo. La encontró al hacer una caprichosa interpretación de la dialéctica; dijo en un discurso del 26 de marzo de 1962: “La dialéctica nos enseña que lo que en determinado momento es correcto como método, puede ser un poco más tarde un método incorrecto”. Y ¿quién se atrevía a decirle en aquellos días en que cargaba contra algunos comunistas a quienes había encomendado la administración del país, que la dialéctica no “enseña” nada de eso? La peculiaridad acomodaticia del juicio, especie de posibilismo, no es más que un disfraz del oportunista. Nuestro lenguaje criollo califica de “guabina” a la persona que así piensa y actúa, al compararlo con el pez de ese nombre que lo mismo vive en agua dulce que en agua salada. Una breve revisión de la vida de Fidel Castro pone en evidencia su notable oportunismo. Basten algunos ejemplos. Cuando entró en la Universidad de La Habana, aún bajo la influencia falangista de Primo de Rivera, a fin de asegurarse el aprecio de uno de los grupos de acción que dominaban el movimiento estudiantil, atenta contra un miembro del bando contrario; luego le parece más conveniente asociarse con los amigos del agredido, y se une a ellos y agrede a sus anteriores compañeros. Aún con la pistola al cinto explora después el camino de la política, junto a Eddy Chibás, pero éste, sabiéndolo un gángster, lo repudia; entonces, para ganarse el aprecio del líder Ortodoxo, se vuelve contra sus amigos del “gatillo alegre” y denuncia las sinecuras de que disfrutaban, de las que él no participa ya que su padre, con buenos medios económicos, le hacían innecesarios los asaltos al tesoro público. Reducida la vía política por el golpe de Estado del 10 de marzo, Castro adivinó que la lucha armada era el camino mejor para su engrandecimiento personal. El ataque al cuartel Moncada fue calificado por los comunistas de un Putsch propio de aventureros burgueses sin escrúpulos, pero de aquel episodio salió Castro crecido y con la fama necesaria para la batalla final en la Sierra Maestra.
Bien conocidos son sus tanteos tras la derrota de Batista. Después de considerar las posibilidades de los distintos rumbos que se le ofrecían se decidió, otra vez en beneficio propio, y no por preferencia ideológica de ninguna clase, por el del marxismo-leninismo. La dictadura proletaria le garantizaba la autoridad absoluta y la permanencia en el poder, y la protección soviética le permitía retar al “gigante del Norte” y extender su poderío en África y en la América Latina: más grande así, que Bolívar, como soldado; más grande que Martí, como estadista. Su ignorancia, y la de cuantos lo rodeaban, junto a los sueños y mentiras de los comunistas criollos, lo decidieron: “Soy y seré hasta el final de mi vida un marxista-leninista”, declaró a finales de 1961. Se equivocó respecto a lo que convenía al país, y en su ruina actual se evidencia la falta de visión política del gobernante, pero en lo que no se equivocó fue en las ventajas para su persona: llegó a ser un líder mundial de respetable estatura, y quizás uno de los más ricos de nuestro continente, donde ha habido tantos ladrones. Luego vinieron los ajustes para evitar que le hicieran sombra: Camilo, Guevara, Ochoa... Ante el colapso del campo socialista, Castro renuncia hasta donde puede su fervor por el marxismo-leninismo y coquetea con el mundo capitalista. Ya en la reforma constitucional de 1992 redujo con Martí la presencia de Marx y Lenin en el programa de gobierno: donde la Constitución de 1976 decía que el país estaba guiado “por la doctrina victoriosa del marxismo-leninismo”, se dijo después que la dirección era de Martí junto a las ideas de Marx, Engels y Lenin; y en el artículo V, donde se decía que el Partido Comunista era nada más que “marxista-leninista”, otra vez Martí vino a disimular la farsa y quedó como “martiano y marxista-leninista”. Desde entonces habla Castro con los que de una u otra manera le apuntalan la economía y lo ayudan a mantenerse en el poder, y les promete considerar sus recomendaciones de “apertura política” y de respeto a los Derechos Humanos. Terminadas esas conversaciones con los que aún lo creen capaz de un cambio político, o dicen que lo creen, para tranquilizar a los que aún lo defienden por su “ideología”, los “comecandelas” radicales de todas partes, jura que no hará lo que los otros le recomiendan, que él sigue siendo el revolucionario jacobino que a ellos les gusta. Pasa de un simulado eclecticismo con corbata, a un también falso socialismo con el ajuar del guerrillero. Y gran maestro del arte escénico, convence. Se cumple ahora el ciento cincuenta aniversario de la publicación del Manifiesto del Partido Comunista, escrito por Marx y publicado en Londres en 1848. Un grupo de alemanes refugiados en Inglaterra había formado la Communist League, y lo comisionaron, junto con Friedrich Engels, a que redactaran un programa de acuerdo con sus ideas sobre la concepción materialista de la historia. El Manifiesto empezaba diciendo: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar ese fantasma...” Analizaba el documento, y en eso reside su mayor originalidad, las condiciones materiales de la producción para concluir que la naturaleza del individuo dependía de ellas. Lo económico no sólo moldeaba la política, el pensamiento y la cultura, sino que era el verdadero motor de la historia. De esa manera considerada la sociedad, el capitalismo no era más que la antesala del socialismo y del comunismo, y las pugnas entre la burguesía y el proletariado habrían inevitablemente de llevar a una revolución en las que los oprimidos tomarían el poder. El fin era destruir la burguesía, sus valores y recursos, para eliminar las clases sociales.
Muchas fueron las predicciones equivocadas del Manifiesto: la idea de que las instituciones tradicionales estaban próximas a su desintegración, resultó falsa, como el vaticinio de que las revoluciones se iban a producir en las naciones más desarrolladas de Europa. Ni el sistema capitalista se convirtió en el monstruo que anunciaba, ni el proletariado llegó al absoluto empobrecimiento que iba a llevar a la revolución. Se partía del siguiente postulado: “La propiedad privada actual, la propiedad burguesa, es la última y más acabada expresión del modo de producción y de apropiación de lo producido, basado en los antagonismos de clase, en la explotación de los unos por los otros. En este sentido, los comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula única: abolición de la propiedad privada...” Pero en la Cuba actual “la abolición de la propiedad privada” puesta en práctica por Castro cuando necesitó la “ayuda fraternal” de los soviéticos, esa “fórmula única” recomendada por Marx, se echa ahora a un lado para darle paso a las más descarnadas manifestaciones del capitalismo, del imperialismo y del colonialismo. Toda inversión se busca, aunque sea de dinero mal habido: Cuba es el país menos escrupuloso en seleccionar los inversionistas: el dólar es el Jordán de todo tipo de contrabandos y malversaciones. Acaba de publicarse en Cuba el número 50 (abril de 1998) de la revista, Business Tips on Cuba, que lleva el subtítulo dónde y cómo invertir en Cuba. Aparece en español, inglés, francés, italiano, portugués, alemán, ruso y árabe. Es, por supuesto, para consumo externo, pues al pueblo cubano no conviene enterarlo de esos deliquios capitalistas. Impresa a todo color en excelente papel, (irónicamente por la llamada “Empresas de Revistas Federico Engels”, de La Habana) contiene una serie de ofertas para los inversionistas. Todo lo contrario de la prédica de Marx y Engels, todo lo contrario de lo que proclamó en sus comienzos el socialismo de Castro, es un plan para entronizar hasta donde conviene la propiedad privada. Todo parece estar en venta. En una de las páginas de la revista se leen entre otros anuncios, los siguientes: “Hoteles Horizontes de Cuba busca inversionistas para la construcción de un hotel de cuatro estrellas en Cayo Levisa, ubicado al norte de la provincia de Pinar del Río. Este cayo es una magnifica isla tropical dotada de playas, excelentes paisajes y bellos fondos marinos... La inversión total es de USD 9 millones con el aporte de 50% cada una de las partes...” Otro dice: “Hoteles Horizontes de Cuba busca inversionistas extranjeros para la reparación del Hotel Rancho Luna en la provincia de Cienfuegos... El hotel consta de 225 habitaciones, piscina, 5 bares, 2 restaurantes, cafetería, tienda, sala de juegos, alquiler de medios de recreación y centro de buceo... El costo estimado de la renovación es de USD 6,750, 000, y la inversión extranjera requerida es de USD 3,037,000...” Otro: “Hoteles Horizontes de Cuba busca inversionistas extranjeros para la construcción de un hotel cuatro estrellas en la playa María Aguilar de la ciudad de Trinidad (Patrimonio de la Humanidad). Esta zona posee buenas condiciones y un agradable clima tropical, playas y la existencia de sitios ideales para el buceo... La inversión total es de USD 15,600,000...” En otro anuncio, como los clasificados de un periódico, se lee: “La Empresa Nacional de Fósforos busca inversionistas extranjeros para ampliar su producción. La Empresa cuenta con 6 fábricas en todo el país dotadas de toda la infraestructura necesaria, mano de obra especializada y personal técnico especializado. La inversión extranjera requerida es de USD 1,5 millones...” Obsérvese que todas estas oportunidades se le ofrecen a los “inversionistas extranjeros”, como si el mal de la “propiedad privada” de que habló Marx dejara de serlo cuando la inversión es de diferente nacionalidad o raza. En otra página, también reproducida aquí se dice bajo el título “Camagüey; una puerta abierta a las inversiones”: “Camagüey, la provincia más extensa de Cuba y la de geografía más llana, es una tentadora puerta abierta a las inversiones extranjeras. Aquí prácticamente todos los sectores de la economía están expeditos para las negociaciones con entidades extranjeras....”; y dan como ejemplo, entre otros, la siembra de cítricos, plátanos y papas; la producción de quesos, de carnes ahumadas y saladas, de cervezas y refrescos, de ropa interior de hombre y mujer; el turismo, para el que ofrecen, entre otros, los cayos Sabinal, con 33 kilómetros de playa; Cruz, con 23; y Guajaba, con 11... Y como el mito de la Medicina en Cuba sigue prosperando, ya que los que podrían destruirlo no lo han hecho —los médicos cubanos que viven en el extranjero, los cuales casi sin excepción sólo se reúnen para recordar lo magnífica que era su clase en Cuba antes de Castro, y para hacer alarde de su actual prosperidad económica— también trae la revista una página con el anuncio de varios eventos médicos, como si los avances de la medicina llegaran al pueblo: un “Congreso de Cardiología y Cirugía Cardiovascular” y otro de “Nefrología”; uno en el “Centro de Convenciones del Capitolio Nacional” y el otro en el “Centro de Convenciones Heredia”, de Santiago de Cuba. La “cuota de inscripción” es de 150 y 180 dólares. Pero quizás lo más llamativo de esta revista (en la que también se relacionan posibles negocios fuera de Cuba, pues se ofrecen los servicios de técnicos de laboratorio, de cocineros, de médicos, de contadores, de carpinteros navales, etc.), es la página dedicada a la venta de apartamentos de lujo, en dos edificios, el “Habana Palace” y el “Monte Carlo Palace”, ambos situados en el que antes era el elegante reparto Miramar, en la calle 42 entre Tercera y Quinta Avenidas; y el otro en la misma Quinta Avenida entre las calles 44 y 46... Con el título de “Una inversión excepcional” los describen así: “Los apartamentos de Real Inmobiliaria S.A. son distinguidos espacios de vida con todas la formas de confort y refinamiento (aire acondicionado central, TV por satélite, seguridad las 24 horas, parqueo privado, piscina...). Situados en pleno Miramar, cerca de centros comerciales, restaurantes, hoteles y a pocos minutos de La Habana Vieja, los residentes del Monte Carlo Palace y del Habana Palace se convierten en propietarios únicos de una inversión excepcional”. ¿Y el precio? El precio es de “1,450 dólares por metro cuadrado”, y calculando la extensión que deben tener se llega a más de medio millón de dólares por unidad... En la jerga marxista se llama “revisionismo” ese adaptar la ideología y la práctica a las circunstancias que cambian. En la traducción inglesa del “Diccionario del Comunismo Científico”, publicado en Moscú en 1984, se iguala el “revisionismo” con el “oportunismo”. Allí se lee: “El revisionismo es una tendencia ideológica y política hostil al marxismo-leninismo... El revisionismo es una clase de oportunismo”. Y sobre éste se dice: “El oportunismo [en el mundo marxista-leninista] es una adaptación de la política y la ideología del movimiento de la clase trabajadora a los intereses y necesidades de los grupos burgueses y pequeño burgueses no proletarios...” Esos “grupos burgueses y pequeño burgueses”, la “nueva clase” de que habló Djilas, los constituyen en la Cuba actual los militares a quienes, sin empleo al no poderse continuar las andanzas internacionalistas de Castro, para impedir que conspiren contra el gobierno y favorecerlos con los privilegios de que antes disfrutaba la burguesía, se han convertido, según el rango, en administradores de empresas, directores de negocios, gerentes de hoteles y mayordomos de restaurantes... Pero todos esos desvíos y manipulaciones del marxismo-leninismo se pueden justificar. Si Castro falsificó la historia de Cuba, y llegó a decir que Martí fue un precursor de Lenin y un defensor del unipartidismo, ¿por qué no hacer creer al pueblo que Marx y Lenin, aunque condenaron la propiedad privada y el capitalismo, los hubieran aceptado en las condiciones actuales de Cuba?
Falangista, gángster, ortodoxo, guerrillero, nacionalista, marxista-leninista, revisionista... Oportunista: Castro siempre ha sido, y será, un oportunista. Y al oportunista, para llevarlo por el camino mejor, hay que hacerle ingrato el camino por el que puede hacer daño. Al gradual abandono de la fracasada ortodoxia marxista-leninista no ha llegado Castro por los consejos de sus admiradores, sino por el fracaso del sistema y por la presión de quienes lo combaten. No, no ha sido inútil el látigo. |