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II. Paseo por La Habana a principios de la República

Mapa de La Habana
en 1905

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Pasaron dieciséis años del descubrimiento de Cuba sin tener noticia los españoles del puerto de  La Habana. En un viaje alrededor de la isla, un grupo de ellos se vio obligado a refugiarse allí para reparar el casco de sus dos carabelas, carenarlas con una especie de chapopote. Fue por eso que al lugar le pusieron por nombre Carenas. Años más tarde se fundó en el sur, cerca de donde está hoy Batabanó, la villa de La Habana. El nombre le venía del cacique indio Habanaguex, quien dominaba aquella provincia, pero las plagas de mosquitos y hormigas, hizo que se trasladaran sus pocos habitantes a la costa norte, a la desembocadura del río Almendares. El nuevo sitio, a pesar de sus encantos, también resultó inapropiado por estar expuesto a ataques de piratas, por lo que mudaron la villa al cercano puerto. La fundación oficial de La Habana tuvo lugar el 16 de noviembre de 1519, día de San Cristóbal, su santo patrono.

Al iniciarse la República tenía La Habana un cuarto de millón de habitantes del millón y medio de toda la isla. Durante su primera década circulaban en la ciudad docenas de periódicos, siendo los más importantes El Nueva País, el Diario de la Marina, El Mundo, La Lucha, La Discusión, El Fígaro y The Havana Post. Las iglesias católicas más concurridas eran la Catedral, en San Ignacio y Empedrado; la del Cristo en Bernaza y Lamparilla; y la de Belén, en Compostela y Luz; había una episcopal en el número 107 del Prado, una metodista en el número 10 de la calle Virtudes, una presbiteriana en Reina número 90, y un templo bautista en Dragones esquina a Zulueta. Los teatros principales eran el Nacional, con capacidad para cuatro mil espectadores, y temporadas de ópera; el Payret, en la calle San José, para tres mil; el Politema y el Albisu, mas dedicados a zarzuelas; el Martí, en el local del antiguo teatro Irijoa, donde se firmó la Constitución de 1901; y el Alhambra, sólo para hombres, en la esquina de Consulado y Virtudes. Las sociedades de más nombre eran el Union Club, en Neptuno y Zulueta; el Casino Español, en el Prado; el Centro Asturiano, frente al Parque Central, con una quinta, La Covadonga, en aquel  tiempo el mejor hospital de Cuba; el Centro de Dependientes, con su clínica en Jesús del Monte; y el Havana Yacht Club, en Marianao, el más viejo de la ciudad. Los hoteles preferidos eran el Pasaje, en Prado 95, a media cuadra del Parque Central, con ciento cincuenta habitaciones en cuatro pisos con elevador; el Inglaterra, en Prado y San Rafael, de tres pisos; el Telégrafo, en Prado número 112 esquina a San Miguel, con dos y capacidad para ciento cincuenta huéspedes; y el Miramar, en Prado y Malecón, el más caro de la ciudad: cobraba diez dólares diarios por habitación con baño (a principios de la República, un peso o duro español se cambiaba por 60 centavos en moneda americana).

Este "paseo por La Habana" lleva a unos cuantos lugares de la ciudad que eran entonces de obligada visita. Va cada uno precedido de una nota explicativa y acompañado de estampas de la época que quieren dar la impresión al lector de que está allí, en aquel tiempo. Empieza el viaje por donde se entraba al visitar La Habana, por el puerto, y después de un breve recorrido por calles y parques, se sale por el Vedado, uno de los barrios que más crecía en aquellos años.

El Morro

En 1537 La Habana fue saqueada por piratas y, a partir de entonces, el peñasco situado en la ribera derecha del puerto se usó para vigilar las embarcaciones que se avistaban. Poco después se mandó construir allí una fortaleza con una torre desde donde informaban con una campana sobre la procedencia y tamaño de los barcos que veían. Y también el torreón sirvió de punto de referencia para los navegantes que querían entrar en el puerto o que pasaban cerca de la costa.

La farola de ese castillo muy pronto se convirtió en el representante de La Habana. Es aún lo más conocido en todas partes como símbolo de la ciudad, y de Cuba, de la misma manera que la torre Eiffel representa París, o Francia, y Nueva York la Estatua de la Libertad y los Estados Unidos. Los cambios políticos en la historia del país se han realizado allí, como si fuera el corazón de la isla: se arrió en El Morro la bandera española y se izó la de Inglaterra cuando la ocupación de la ciudad por los ingleses, en 1762; al siguiente año, cuando España recuperó la plaza, volvió su bandera a flotar en El Morro; al terminar la guerra de independencia se cambió allí la bandera española por la de los americanos, el 1° de enero de 1899, al terminar la guerra de independencia; y el 20 de Mayo de 1902 dejó el lugar la bandera de los Estados Unidos para sustituirla la de la estrella solitaria. Durante mucho tiempo habían añorado los cubanos el dominio de su tierra, y así cantaba una copla popular: "Estrellita solitaria / De mi bandera cubana, / ¡Cuándo te veré brillar/ En El Morro de La Habana!" La ilustración que sigue recoge el momento en el que, desde el otro lado de la bahía, por vez primera al nacer la República, vieron los cubanos allí flotar la bandera de su patria.

Vista de El Morro el 20 de Mayo de 1902.

La Punta

La lengüeta de tierra frente a El Morro, al otro lado de la boca del puerto, se la conocía con el nombre de la Punta. Por los ataques de los piratas se determinó construir también en ese lugar otra fortaleza. Casi al mismo tiempo que El Morro se inició la construcción del castillo que llamaron San Salvador de la Punta, a unos 400 metros del otro. En esa tierra se amarraba la cadena que, unida a la otra orilla, impedía la entrada de los barcos enemigos. Cuando el El Prado llegó hasta la explanada de la Punta, donde levantaron el castillo, el lugar se hizo uno de los preferidos de los habaneros para ver las puestas del sol y para sus paseos, pues a ella también llegaba, paralela al canal del puerto, la calle Cuba.

Explanda y Castillo de La Punta el 20 de Mayo de 1902.

Calle Cuba

La iglesia de San Francisco
en Cuba y Amargura

La Fuerza

Al descubrirse lo conveniente que resultaba para la navegación el canal de Bahamas, La Habana se convirtió en el puerto donde se reunían las flotas que iban a Cádiz cargadas de tesoros. Se hizo entonces la ciudad un lugar codiciado por corsarios y piratas que allí siempre encontraban rico botín. Fue el castillo de La Fuerza, al sur de La Punta, la primera construcción toda de piedra en la isla, y la más importante de América, y como era la más segura se hizo  también residencia de los gobernadores. Poco después se construyó en esa fortaleza una torre con campanario sobre el que estaba una pequeña estatua de bronce representando la ciudad. Así, a los visitantes que no habían visto la estatua, se les decía: "Viniste a La Habana pero no has visto La Habana". Esa torre, con la de El Morro y la de La Punta, las tres más antiguas de la ciudad, se ven en su escudo. La llave dorada debajo de ellas indicaba que La Habana era la puerta de la América española, por lo que desde muy temprano se la llamó "Llave del Nuevo Mundo y Antemural de las Indias Occidentales".

Castillo de La Fuerza

Escudo de La Habana

Campanario con la y estutua de La Habana

La Cabaña

La toma de La Habana por los ingleses, en 1762, puso en evidencia que, a pesar de sus tres  castillos, la ciudad era aún muy vulnerable. Cuando los marinos ingleses ocuparon la fortaleza de El Morro, desde la colina contigua empezaron a bombardear La Habana forzando su incondicional rendición. Ya se había dicho que quien dominara aquel promontorio sería dueño de la ciudad. Se dispuso así que se construyera en el lugar, donde sólo había unas cabañas de pescadores, el castillo que se empezó el 4 de noviembre de 1763, el día de San Carlos, por lo que se le llamó San Carlos de la Cabaña.

Entrada de La Cabaña

Fosos

Garita

La Bahía

La superficie total del puerto de La Habana es de 6 millones de metros cuadrados, con una profundidad promedio de 30 pies. Se ha dicho que por su gran tamaño, en caso de un temporal o ciclón, podrían allí guarecerse un millar de embarcaciones. A principios de la República, la Compañía Transatlántica Española hacía viajes regulares a La Habana desde la Coruña, Santander, Cádiz, Barcelona y las Islas Canarias; y desde los Estados Unidos los había desde Nueva York, Nueva Oreláns, Tampa y Miami por la Ward Line y la Peninsular and Occidental Steamship Company; desde otros puertos de México, Centroamérica y Europa viajaban compañías holandesas y  alemanas. La última de estas vistas relacionadas con la Bahía de La Habana muestra los restos del acorazado norteamericano "Maine", que hizo explosión en 1898 causando la muerte a 261 marinos, por lo que se inició la guerra entre los Estados Unidos y España. Allí permanecieron los restos el "Maine" hasta 1912 en que con la más respetuosa ceremonia, y bajo quintales de flores, se llevaron a alta mar, donde se hundieron.

Goletas en la
Bahía de La Habana

Vista de la Bahía desde La Cabaña

Muelle de Luz

Aduana en la Plaza de San Francisco

Restos del
acorazado Maine

El Parque Central

Como lo indica su nombre, este parque se encuentra en lo que un momento fue el centro de la ciudad. Tenía en su rededor laureles y canteros triangulares con flores. En una plataforma circular de piedra, con dos escalones, estaba la estatua de Isabel II. Cuando en 1873 se instauró en España la República, el pueblo de La Habana arrancó la estatua rompiéndole uno de sus brazos. Volvió la estatua al pedestal cuando ascendió al trono Alfonso XII, pero a principios de año 1900 la volvieron a bajar y la pusieron en los Fosos Municipales. Al este, a la derecha del Parque, según se ve en una de estas ilustraciones estaba el teatro Albisu, y a una cuadra la Plaza de Albear, entre las calles del Obispo y O'Reilly. Desde esta plaza, mirando hacia el Parque Central, en los altos del edificio, a la derecha, se ve el teatro Politeama.

El Parque Central
en 1903

Vista del teatro Albisu desde el Parque Central

Esquina del
Parque Central

El Politeama, desde el Parque de Albear

El monumento a Martí

El 24 de Febrero de 1905, al cumplirse el décimo aniversario del Grito de Baire, con el que se inició la última Guerra de Independencia, se develó en el Parque Central la estatua de José Martí, en el mismo lugar donde estuvo la de Isabel II.  Fue el primer monumento erigido a un héroe de la patria. Desde 1900 se había iniciado la recaudación popular que lo hizo posible, siendo los primeros aportes los de la emigración cubana de Cayo Hueso. Al fondo de la estatua, en los bajos del Hotel Inglaterra, estaba la Acera del Louvre, el más distinguido lugar de reunión en todo el país, y enseguida, el teatro Tacón, luego Teatro Nacional.

Monumento a José Martí

Vista del Parque Central en 1908

El Teatro Nacional y el Hotel Inglaterra

 

Esquina de Prado y San Rafael

 

Acera del Louvre

El Prado

A fines del siglo XVIII se empezó a construir una amplia avenida que llamaron Nuevo Prado, que iría desde la Calzada del Monte hasta el mar. Les pareció tan largo y costoso a los habaneros de aquella época, que jugando con las palabras decían aludiendo al Castillo de la Punta, en su extremo norte, que al Prado no se le veía "la punta", su terminación. Años después, cuando se amplió el paseo, lo llamaron Alameda de Isabel II, pero por un acuerdo del Ayuntamiento de La Habana, en 1904, se determinó llamarlo Paseo Martí. Ya en esa época lo formaba un ancho andén sembrado de laureles, a tres pies sobre el nivel de las dos calles paralelas que corrían a sus lados. Era aquél uno de los lugares más concurridos de La Habana durante los primeros años de la República, y había que pagar 10 centavos para sentarse en las sillas de hierro desde las que se veía circular los coches. El Prado se animaba mucho en los días de carnaval. Junto al mar, la ancha explanada a la que llegaba la calle San Lázaro, era muy gustada por los habaneros que disfrutaban de la brisa del malecón. En sus arrecifes estuvieron unos baños, especie de pocetas de unos quince por seis metros, y cuatro de profundidad, cavadas en las rocas, que se llamaban "Los Campos Elíseos" y "Las Delicias"; costaban treinta centavos de alquiler. Ese Malecón, la Avenida del Golfo que en 1902 se empezó a llamar Avenida de la República, y en 1908 Avenida del General Antonio Maceo, llegaba hasta la Caleta de San Lázaro, frente a la Casa de la Beneficencia.

Paseo del Prado

Prado y Neptuno

Residencias del Prado

Vista de El Morro desde la calle Neptuno

Prado y Consulado

Parque del Prado

San Lázaro y Prado

Explanada de Prado y Malecón

El Malecón en un día de Carnaval

La Catedral

La Catedral de La Habana había sido hasta 1789 la Iglesia Mayor, y antes de San Ignacio, que habían fundado los jesuitas. Era una de las iglesias más lujosas y visitadas del país. En los primeros tiempos de la República, el acto más importante en la Catedral fue el Te Deum que se celebró el 20 de Mayo de 1903, al año de inaugurarse la República, y al que asistieron las figuras más destacadas del país. Visita obligada de todo el que quería conocer la ciudad era la Catedral, y la plaza a su entrada, con muy antiguos edificios, luego dedicados al comercio.

Catedral de La Habana

La Catedral desde la calle Empedrado

   

Calle San Ignacio, que termina
en la Plaza de la Catedral

La Plaza de Armas

Al inaugurarse la República la presidencia se estableció en el palacio en que vivieron los Capitanes Generales de España. Daba a una plaza en cuyo centro tenía la estatua de Fernando VII. En ese edificio se hizo la transmisión de poderes el 20 de Mayo de 1902. Por las calles que rodean la Plaza de Armas, junto al castillo de La Fuerza circuló el pueblo para celebrar el acontecimiento. Al otro extremo del lugar se encuentra El Templete, donde se supone se dijo la primera Misa. También dando a la Plaza, junto al Palacio, se reunía el Senado de la República. En la parte de atrás del edificio, por la calle Mercaderes, se alojó el Ayuntamiento. La Plaza de Armas fue el germen de la ciudad: junto a ella estuvieron las primeras construcciones, y las de mayor importancia, y luego, con el aumento de la población, La Habana fue creciendo desde ella paralela al mar, hacia el oeste.

Plaza de Armas y Palacio Presidencial

El Templete

Palacio y Ayuntamiento

El 20 de Mayo de 1902
en la Plaza de Armas

El Parque de la India

Entre las calles Dragones, Monte y Cárdenas está el parque que tiene en su centro la estatua de una india cazadora con aljaba llena de flechas. Lo mismo que la pequeña estatua de bronce en la torre del Castillo de la Fuerza, se tiene también a esta figura como representante de la ciudad.

 

Parque de la India

Vista del Prado desde el Parque de la India

El Parque de Colón

Junto al Parque de la India, al oeste, estaba el Parque de Colón, entonces el más grande de la ciudad, con hermosos jardines y arboledas. Allí había estado el Campo de Marte, el campamento en que vivieron y hacían sus ejercicios los soldados españoles.

Esquina de Prado y Dragones en el Parque de Colón

Vista del Parque de Colón

El Parque de Albear

Al este del Parque Central se encuentra la pequeña plazoleta llamada Parque de Albear, desde 1895 con la estatua del ilustre ingeniero Francisco Albear, muerto en 1887, quien dirigió las obras del canal para abastecer de agua a La Habana. La bordean las calles de Monserrate, Bernaza, Obispo y O'Reilly.

Parque de Albear

La Alameda de Paula

Junto a la bahía, entre la calle Paula y la calle Luz, se extiende la Alameda de Paula. Sus límites eran el Muelle de Luz, a un extremo, de donde salía un ferry que por 5 centavos llevaba pasajeros a través de la bahía hasta Regla y Guanabacoa, y en el otro la iglesia de San Francisco de Paula. En el centro de la Alameda hay una fuente de la que surge una columna grabada. Los tranvías eléctricos se habían inaugurado en 1901, entre el Vedado y el paradero de San Juan de Dios, en la esquina de las calles Aguiar y Empedrado, y como se ve aquí, por la Alameda de Paula pasaban tranvías de una sola línea.

Alameda de Paula y calle Oficios

Las calles Obispo y O'Reilly

En los primeros años del pasado siglo, las calles más importantes de La Habana, para el comercio, eran Obispo y O'Reilly. Corren casi paralelas desde el mar, pasan por la Plaza de Armas hasta la calle Monserrate y el parque Albear. Las muchas tiendas y almacenes que en ellas había explicaba el numeroso público que las visitaba. Lo más notable de esas calles, en esa época, era lo que puede considerarse como un precursor de los Malls modernos de los Estados Unidos, pues tenían unos toldos como techos que protegían del sol y de la lluvia a los transeúntes, asegurando así una continua actividad comercial. En el número 119 de la calle Obispo estaba la tienda de abanicos de M. Carranza, que se anunciaba como la mayor del mundo, que también vendía mantillas, pañuelos y bufandas. Según el testimonio de escritores de aquellos días, el abanico se había convertido en prenda obligada de las habaneras: la manera de usarlo y moverlo comunicaba sus estados de ánimo con un lenguaje especial. La calle O'Reilly debe su nombre al general Alejandro O'Reilly, quien por allí entró cuando los ingleses en 1763 abandonaron la ciudad. Obispo se llamó así porque en ella vivió el obispo Alonso Enríquez de Armendáriz, quien a su vez dio nombre al río Almendares, pues en él se bañaba para curarse de sus dolencias.

Cuatro vistas de la calle Obispo

O'Reilly con los toldos

Otra vista de la
calle O'Reilly

La Plaza Vieja

Con motivo de proclamarse en 1812 la Constitución de Cádiz, se dispuso que en todas las ciudades, en su mejor plaza, se levantara un monumento honrando el nuevo texto constitucional y que el lugar se conociera como Plaza de la Constitución. Se escogió en La Habana la que llamaban Plaza Vieja, entre las calles Muralla y Mercaderes, Teniente Rey y San Ignacio. Poco después, sin embargo, al suprimirse la Constitución, se ordenó destruir los monumentos y nombrar el lugar en que estaban Plaza de Fernando VII. Un levantamiento militar en España, en 1820, obligó a la monarquía a acatar de nuevo la Constitución, y volvió, por tres años más, a llamarse Plaza de la Constitución, hasta que de nuevo fue abolida para conocerse la plaza, como se había hecho desde el siglo XVII, con el nombre de la Plaza Vieja.

La Plaza Vieja

Portales en Muralla y San Ignacio

La Loma del Ángel

Fue este lugar el escenario más notable de la novela de Cirilo Villaverde, Cecilia Valdés o la Loma del Ángel, publicada en La Habana y Nueva York, en 1839 y 1882. En la iglesia del Santo Ángel empieza la calle Compostela, y doblando en la esquina de San Juan de Dios vivía una mulata amante de un hombre acaudalado. De aquellos amores nació el personaje Cecilia Valdés, "la virgencita de bronce", como la llamaban por su belleza y su gracia. Por avatares del destino, sin saber su origen, Cecilia se entrega a su medio hermano para terminar como protagonista de una tragedia de celos. Visitaban los habaneros y sus invitados las calles que confluyen en el barrio del Ángel, Cuarteles, Chacón, Tejadillo y Peña Pobre evocando las casas que allí estuvieron de familias pudientes y las de pobres artesanos en las que se celebraban los bailes y las reuniones que describe Villaverde en su famosa novela.

Iglesia del Ángel

Esquina de la calle Cuarteles en la
Loma del Ángel

El Vedado

De todos los barrios de la ciudad, sin desconocer los encantos de El Cerro, donde aún a principios de la República tenían residencias las familias más acomodadas de la capital; o Jesús del Monte, en el punto más alto de La Habana, a 220 pies sobre el nivel del mar; y Marianao con sus playas, este paseo por la ciudad sólo incluye una breve visita al barrio del Vedado, junto al mar. A él se llegaba en tranvía eléctrico en quince minutos, desde La Habana, a un costo de cinco centavos el viaje. También podía irse por una estrecha calle llamada Calzada, en donde estaba el hotel Trotcha, lugar de residencia de los oficiales americanos durante la intervención. Desde principios del siglo pasado empezaron a construirse en el Vedado residencias hermosas con amplios jardines.

Hotel Trotcha

Esquina de Línea y D

Calle 9 y Baños

Línea entre
Baños y D

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