JOSÉ MARTÍ

IDEARIO

Carlos Ripoll

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NOTA BIOGRÁFICA

De padre valenciano y madre canaria nació Martí, en La Habana, el 28 de enero de 1853. Su padre, un humilde empleado de la burocracia española en la isla, no pudo pagarle los estudios, y sólo por la generosidad del poeta Rafael María de Mendive, le fue posible completar su instrucción primaria e ingresar en el Instituto de Segunda Enseñanza de la capital. A poco de iniciar el bachillerato, en 1868, estalló en Cuba la guerra que extendería por diez años el esfuerzo independentista. Aquel episodio dio origen a las dos vertientes principales de la vida de Martí: el amor a la patria y la vocación literaria. Para apoyar el empeño emancipador, publicó en un periódico estudiantil su poema dramático "Abdala":

¡Nubia venció! Muero feliz: la muerte
Poco me importa, pues logré salvarla.
¡Oh, qué dulce es morir cuando se muere
Luchando audaz por defender la patria!

Lo separaban veinticinco años de la muerte y ya intuía su destino. Poco después fue acusado de infidencia y lo condenaron a trabajos forzados en una cantera. La poca salud del preso y las súplicas de la madre hicieron eco en un corazón español: a los ocho meses se le redujo el castigo y salió desterrado a España. En Madrid publicó su acusación contra el gobierno colonial, en un folleto titulado El presidio político en Cuba, e inició sus estudios superiores en la Universidad Central, los que luego terminaría en la Universidad de Zaragoza al realizar los ejercicios de grado en licenciatura en Derecho Civil y en Filosofía y Letras.

Decidió entonces Martí viajar a México, donde se habían establecido sus padres y hermanas. Allí se puso en contacto con el cuerpo continental de la que con ternura más tarde llamaría "Nuestra América", y comenzó a vivir del periodismo con artículos sobre arte, política y temas locales del momento. México vivía entonces el auge del positivismo, pero el estrecho dogma no pudo contener el aliento de Martí, y participó en una polémica sobre el idealismo y la razón para situarse al margen de las exageraciones: no cae en lo que en aquel momento llama "espiritismo", y afirma con decisión: "Yo tengo un espíritu inmortal porque lo siento, porque lo creo, porque lo quiero".

Por la derrota del gobierno liberal que apoyaba, Martí abandonó el país para radicarse en Guatemala. Fue allí profesor en la Escuela Normal y escribió sobre las esencias de América que se le iban revelando. Después de un breve viaje a México para casarse con la cubana Carmen Zayas Bazán, volvió a Guatemala, y terminada la Guerra de los Diez Años regresó a su patria donde iba a nacer su único hijo, José Francisco. En La Habana trabajó en un bufete, pero no pasó mucho tiempo sin que las autoridades descubrieran sus actividades para iniciar otro levantamiento. De nuevo lo desterraron a España, pero esta vez no permaneció en Madrid más que el tiempo suficiente para preparar su viaje a los Estados Unidos donde se gestaba la próxima insurrección. Llegó a Nueva York a principios de 1880, y poco después escribía en un periódico: "Estoy al fin en un país donde cada uno parece ser dueño de sí. Se puede respirar libremente, por ser aquí la libertad fundamento, escudo y esencia de la vida". Pero con el elogio inicia la censura: le repugnaba el mercantilismo de la ciudad y la indiferencia de los poderosos ante la pobreza de muchos, y agrega: "Los prejuicios, la vanidad, la ambición y todos los venenos del alma, borran o manchan la naturaleza americana..." Con muy cortas ausencias vivió en Nueva York durante quince años; allí, como en gigantesca vitrina, conoció al "gigante", y supo admirar sus valores y precaver sus miserias: "Amamos a la patria de Lincoln, tanto como tememos a la patria de Cutting", dirá la sencilla ecuación de su hispanoamericanismo político: de un lado situó al insigne hombre público; del otro a un despreciable periodista.

Al fracasar el empeño insurreccional que con otros emigrados había organizado en Nueva York, Martí viajó a Venezuela donde esperaba reunirse con la mujer y el hijo. En Caracas confirmó su prestigio de escritor, pero no pudo allí echar raíces: "Con un poco de luz en la frente no se puede vivir donde mandan tiranos", dijo, y, como antes en México y Guatemala, abandonó el país al ver lastimada la dignidad del hombre. Volvió a Nueva York como corresponsal de La Opinión Nacional, de Caracas, y pronto pidieron sus colaboraciones varios periódicos de la América hispana; entre otros, La Nación, de Buenos Aires, donde multitud de lectores descubrieron con placer y asombro aquella "prosa profunda llena de vitalidad y de color, de plasticidad y música", como la llamó Rubén Darío, la cual le hizo decir a Sarmiento: "En español nada hay que se parezca a esta salida de bramidos de Martí y, después de Víctor Hugo, nada presenta la Francia de esta resonancia de metal", y sobre la que había dicho el colombiano Adriano Páez, el primer crítico que destacó el mérito del escritor en Martí: "No vemos en España ni en Sud-América un prosista mejor dotado ni más brillante. Es la encarnación de la facilidad, de la naturalidad y de la elocuencia". Y con aquella expresión magistral dio a conocer en todo el continente a los Estados Unidos, y su doctrina americanista: "A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho el país, y cómo puede ir guiándolo en junto para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce y disfrutan todos de la abundancia que la naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país".

Ya en 1882 había publicado su primer libro de versos, Ismaelillo, dedicado al hijo, y tres años después su única novela, Amistad Funesta. Hasta fines de 1891, en que toda su actividad la consagró a la independencia de Cuba, Martí trabajó como periodista, representante consular y profesor de español. Estuvo presente en la Conferencia Internacional Americana, celebrada en Washington y, como representante del Uruguay, formó parte de la Conferencia Monetaria que tuvo lugar en la misma ciudad. En ese tiempo confirmó sus temores sobre el expansionismo norteamericano que ponía en peligro la estabilidad de las repúblicas del continente y que, muy en particular, podía entorpecer, y quizás hasta impedir, la independencia de su patria; y escribió: "El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe. Por ignorancia llegaría tal vez a poner en ella la codicia. Por el respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las manos". Y como descanso en la lucha, y como despedida de su condición de escritor, se confiesa en sus Versos Sencillos:

Yo te quiero, verso amigo,
Porque cuando tengo el pecho
Ya muy cansado y deshecho,
Parto la carga contigo.

Surge entonces la gran carrera. Montado en la conciencia de América, cabalga para unir los brazos que habrían de lograr la independencia de Cuba. Funda el Partido Revolucionario Cubano y su vocero oficial, el periódico Patria, y visita los centros de emigrados en Cayo Hueso, Tampa, Filadelfia, Santo Domingo, Jamaica y la América Central. En cada gestión, en cada discurso, y en todos sus escritos, va dejando huellas del más justo programa. Para la futura república quiere un gobierno de justicia y de libertad en el que quepan todas las opiniones: "Un pueblo está hecho de hombres que resisten y hombres que empujan: del acomodo, que acapara, y de la justicia, que se rebela; de la soberbia, que sujeta y deprime, y del decoro, que no priva al soberbio de su puesto, ni cede el suyo: de los derechos y opiniones de sus hijos todos está hecho un pueblo, y no de los derechos y opiniones de una clase sola de sus hijos".

A principios de l895, ya organizada la guerra decisiva, Martí se trasladó a Santo Domingo para esperar el momento propicio de incorporarse a la lucha en territorio cubano. En manos amigas dejó su testamento político: "Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado. Para mí, ya es hora. Pero aún puedo servir a este único corazón de nuestras repúblicas. Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo". Y en carta de despedida le escribe a la madre: "Usted se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida... El deber de un hombre está allí donde es más útil..." Pocos días después desembarcó en la costa oriental de Cuba, y el 19 de Mayo, en una carga de caballería contra los soldados de España, cayó como había querido en sus versos:

No me pongan en lo oscuro
A morir como un traidor:
Yo soy bueno, y como bueno
Moriré de cara al sol.

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