MARTÍ Y LA LEY DE NEUTRALIDAD AMERICANA
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"Alijo de una expedición", durante la guerra de 1895. Dibujo de Juan E. Hernández Giró. A la izquierda aparecen los generales Emilio Núñez y Joaquín Castillo Duany. El primero, nacido en Sagua la Grande en 1855, estuvo en la Guerra de los Diez Años y en la Guerra Chiquita; emigró después a Filadelfia donde se graduó de dentista, y desde 1895 hasta 1898 fue el jefe del Departamento de Expediciones del Partido Revolucionario Cubano: quince de las muchas expediciones que organizó fueron dirigidas por él personalmente. Castillo Duany, nacido en Santiago de Cuba en 1857, se había graduado de médico en la Universidad de Pensylvania, se incorporó al Ejército Libertador en 1895 y, después de un tiempo, lo mandaron a los Estados Unidos para despachar y dirigir expediciones armadas; una de las más famosas y atrevidas fue la que llevó hasta la costa norte de Pinar del Río para abastecer al general Antonio Maceo. A la derecha la foto de Martí en Kingston, Jamaica.
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El Partido Revolucionario Cubano
La guerra y el espionaje
La vigilancia enemiga
La ley de neutralidad
Conclusión
No es posible, sino necio, esperar a que los hombres se pongan fríamente de acuerdo para levantarse, a un toque unánime, a la miseria y a la muerte. Las revoluciones no se pueden refinar y peinar, para que salgan al salón a su hora como coquetas bien vestidas. A las revoluciones se arrastra.
José Martí
En la preparación de la guerra, Martí violó las leyes de neutralidad de este país; él sabía que lo estaba haciendo, y trató por todos los medios que su actividad ilegal no fuera descubierta. Lo que quiso hacer con el plan de Fernandina, el puerto cercano a Jacksonville, por el que saldrían a principios de 1895 tres embarcaciones con hombres y armas para iniciar la insurrección en Cuba, era un delito. Fue por eso que, al ser descubierto, las autoridades impidieron la salida de los barcos, arrestaron a varios de los comprometidos y se incautaron de las armas. Y hasta que Martí salió hacia Santo Domingo, dos semanas más tarde, tuvo que vivir oculto, con nombre falso, como un prófugo, porque las autoridades judiciales lo buscaban.
El Partido Revolucionario Cubano
En noviembre de 1891 los emigrados de Tampa, reunidos con Martí, hicieron públicas unas "Resoluciones" que pronto culminarían en un partido político. Hablaban del "alma democrática" que los inspiraba, y se aclaró que la organización no pretendía establecer en el país "el predominio actual o venidero de clase alguna", sino que iba a trabajar "por la agrupación, conforme a métodos democráticos, de todas las fuerzas vivas de la patria". Respondía ese programa a las ideas de Martí, expuestas con claridad dos días antes en su discurso del Liceo: "Cerrémosle el paso a la república que no venga preparada por medios dignos del decoro del hombre, para el bien y la prosperidad de todos los cubanos".

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Esta fotografía de 1893 muestra a Martí (señalado por una flecha) con un grupo de exiliados que realizaban prácticas de tiro en terrenos del rico industrial Eduardo Hidalgo Gato, junto al fuerte Martello Tower, en Cayo Hueso.
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A principios del año siguiente, con los emigrados de Cayo Hueso, Martí creó el Partido Revolucionario Cubano. Su estructura era sencilla: en cada región habría una serie de asociaciones autónomas cuyos presidentes formaban un Cuerpo de Consejo, el cual, a su vez, elegía un presidente sobre el que estaba la autoridad de un Delegado elegido por las asociaciones. En el artículo 5º de sus "Bases" se decía: "El Partido Revolucionario Cubano no tiene por objeto llevar a Cuba una agrupación victoriosa que considere la Isla como su presa y dominio, sino preparar, con cuantos medios eficaces le permita la libertad del extranjero, la guerra que se ha de hacer para el decoro y bien de todos los cubanos, y entregar a todo el país la patria libre"; y en el 7º, otra vez sobre lo que aquí se trata, insiste en el cuidado con que se debía actuar para "no atraerse, con hecho o declaración alguna indiscreta durante su propaganda, la malevolencia o suspicacia de los pueblos con quienes la prudencia o el afecto aconseja o impone el mantenimiento de relaciones cordiales". Es decir, desde que se fundó el Partido, Martí estaba consciente de que tendría que preparar la guerra nada más que con "los medios eficaces" que le permitiera "la libertad del extranjero".
La guerra y el espionaje
Por lo que se sabe, a ningún corresponsal tuvo mejor informado Martí, sobre esos asuntos, que a José Dolores Poyo, presidente del Cuerpo de Consejo en Cayo Hueso. No sólo era Poyo un patriota de gran influencia, director del periódico El Yara, a quien Martí respetaba y quería, sino que el lugar era el más populoso y rico de la emigración, y el más vulnerable a los espías de España por su cercanía a la isla. Por eso bastará, para lo que aquí se quiere, con revisar estas cartas de Martí a Poyo, su amigo y valioso dirigente revolucionario.

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"Vapor y goletas filibusteras en las costas de la Florida" y "Goleta filibustera desembarcando armas en la costa de Manzanillo". Dibujos del libro La guerra de Cuba; Reseña histórica de la insurrección cubana (1895-1898), de Emilio Reverter Delmas (Barcelona, 1899).
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"Preparar la guerra, es guerra; impedir que se nos desordene la guerra, es guerra", le escribe poco después de fundar el Partido. Se refería a la campaña de los enemigos de la independencia para impedir las prácticas militares y los envíos de armas a la isla, además de para sembrar el pesimismo y la discordia entre los revolucionarios. Esa actividad, para Martí, y con razón, ya era "guerra" . El medio preferido por sus enemigos a fin de lograr esos fines, era el de penetrar las organizaciones con "falsos revolucionarios" y así tener conocimiento de cuanto hacían sus miembros. Fue por ese motivo que los "Estatutos" que regían el Partido, eran "secretos", y a ellos sólo tenían acceso los presidentes de los clubs. En el momento oportuno, los espías delataban los planes de los conspiradores para también indisponerlos con el gobierno de los Estados Unidos.

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Soldados cubanos, de la tropas de Calixto García, protegen a los oficiales norteamericanos en su regreso a la playa. Foto del libro The Fight for Santiago (1898) de Stephen Bonsal. Foto de The War With Spain, tomada cuando el desembarco norteamericano.
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Martí tenía conocimiento de primera mano del espionaje español: lo había padecido en La Habana, cuando se preparaba en 1879 la Guerra Chiquita, y al año siguiente, en el mismo empeño, al llegar a Nueva York. En Cuba lo delató un autonomista que se había hecho pasar por revolucionario, y en los Estados Unidos espías a la paga de España supieron de la salida de la expedición de Calixto García, lo que facilitó su captura y la derrota de los complotados en la isla. En cartas a Poyo se encuentran estas recomendaciones: "Quitémosle [al gobierno español] toda prueba de allegamiento de armas"; "Evite toda manifestación pública de carácter armado, o formaciones con armas, o depósito de armas"; "Exija absoluto sigilo en lo interior de los clubs sobre esta organización, y ejercicio y compra de armas". Y aún en otra le advierte de los manejos del enemigo para que pudiera "creerse en Cuba, como el gobierno español desea que se crea", que los cubanos no gozaban "de la simpatía ni del respeto de los Estados Unidos".

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Expedición en al vapor "Florida". Salió de Tampa el 7 de mayo de 1898 al mando de Castillo Duany, Sanguily y Lacret, y desembarcaron en Banes el día 25 con armas y abastecimientos.
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En otra carta, ésta fechada el 9 de junio de 1892, Martí le hace a Poyo una serie de advertencias que dejan ver su altura de revolucionario práctico y de conspirador; le dice:
No es posible componer una guerra como se compone un cuadro o un drama. No es posible, sino necio, esperar a que los hombres se pongan fríamente de acuerdo... para levantarse, a un toque unánime, a la miseria y a la muerte. Las revoluciones no se pueden refinar y peinar, para que salgan al salón a su hora como coquetas bien vestidas. A las revoluciones se arrastra. Pero es preciso tener fuerzas con qué arrastrar. Y ésa es nuestra única espera... Lo que estamos preparando, porque no hay otro modo de salvar a nuestro país, es la guerra... La república es nuestro fin, pero la guerra es nuestro medio, y tenemos, desde hoy mismo, que allegar la mayor suma de recursos para la guerra.
La vigilancia enemiga
Sabía Martí del trastorno que le traería al Partido, y más en sus comienzos, que el gobierno norteamericano descubriera sus trabajos fuera de la ley. Y también lo sabían los españoles, quienes para lograr ese fin emplearon todo tipo de recursos e influencias: desde delatores pagados por agencias de detectives locales hasta contactos diplomáticos y comerciales en Washington y en otras ciudades de los Estados Unidos. En carta de Martí a Poyo, del 6 de agosto de 1892, deja ver su preocupación por ese motivo; le escribe: "... Fácil era entender que el gobierno español, viendo en la extensión y el crédito de la organización revolucionaria un enemigo verdaderamente temible, levantaría desde el principio los mayores obstáculos a la organización, y procuraría por todos los medios desacreditarla ante Cuba, mostrándola incapaz e indiscreta, y culpable de las ligerezas que Cuba teme y reprocha a los partidarios de la guerra en el extranjero..." Y pasa enseguida a decirle las leyes que estarían violando en relación con las armas, y a recomendarle el comportamiento que debían tener en todo lo relacionado con ellas; le agrega:
La organización militar visible, y el allegamiento y depósitos públicos [subrayados los dos adjetivos en el original] de armas destinadas a atacar un país amigo, caería dentro de las leyes de neutralidad, y el Partido indiscreto que las violase, y que pudiese desde su aparición ser perseguido por ellas, perdería naturalmente en crédito... Imprevisión imperdonable fuera comprometer la libertad permitida de nuestra organización, y la obra de ir allegando en privado todos los recursos posibles, por actos de ostentación o documentos imprudentes que cayesen dentro de la ley que nuestros enemigos, con habilidad y energía superiores a las de otras veces, se preparan a usar contra nosotros. Hemos de privar al enemigo de la oportunidad que en estos momentos prepara y ansía.

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El "Dauntless" y el "Three Friends", que llevaron numerosas expediciones desde puertos de la Florida a Cuba. Fotos del libro de Juan J. E. Casasús La emigración cubana y la independencia de la patria (La Habana, 1953).
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La precaución de Martí estaba justificadas. No ignoraba la influencia española en los Estados Unidos; poco antes de fundar el Partido, por su discurso del 10 de Octubre de 1891, ante la protesta del cónsul de España en Nueva York, y del ministro en Washington, había tenido que renunciar las representaciones diplomáticas del Uruguay y de la Argentina. Y sabía también del poder de la agencia Pinkerton, al servicio de España para vigilar el exilio: tres semanas antes de cuando Martí escribió la carta que ahora se comenta, Andrew Carnegie había contratado 300 hombres de esa agencia para combatir a los obreros en huelga en su fábrica Homestead Steel Mill: mataron a 20 huelguistas y al fin la empresa venció al sindicato. Por eso Martí recomendaba suspender la compra abierta de armas; añade en la misma carta:
La práctica de los Clubs de adquirir aisladamente las armas que desean, contribuye claramente a despertar las sospechas, esparce en los centros del Norte las noticias que se debieran silenciar, y permite al enemigo ir poco menos que de seguro a la prueba de nuestra violación de las leyes del país... Es de importancia extrema para el gobierno español poder presentarnos ante Cuba en la manera en que Cuba nos teme, como invasores sin lastre, sin consideración y sin propósito, y demostrar a Cuba, por la persecución oficial de los Estados Unidos, que no somos un Partido respetado y aplaudido por la opinión, sino un gentío escandaloso e imprudente que tiene en su contra al gobierno de los Estados Unidos.
La ley de neutralidad
La posición de Martí lo llevó a hacer una consulta sobre las leyes de neutralidad. De su pesquisa le escribe a Poyo el 4 de abril de 1894:
Me es grato comunicar a Ud. el resultado de la investigación legal originada por esta Delegación, a fin de cerciorarse de un modo preciso de los peligros que pudiesen correr las asociaciones del Partido Revolucionario Cubano al reunirse en público y reunir fondos en territorio de los Estados Unidos, para auxiliar la revolución de Cuba. La brevedad del tiempo y la suma de trabajo presente, que de muchos días atrás tiene especialmente ocupada a la Delegación, me impide reproducir íntegro el informe legal, cuyas conclusiones, por fortuna, basadas en autoridad incontrovertible y superior, a propósito de los hechos culminantes de esta especie en el país, vienen a ser, en resumen: que no hay ley alguna que se oponga, de cerca o de lejos, a la reunión pública o privada de los miembros del Partido Revolucionario Cubano; que no hay ley alguna que se oponga, ni indirectamente, a la reunión de fondos destinados a la rebelión contra un país extranjero, aunque sea amigo; si no que a lo único a que se oponen las leyes es al empleo [subrayado en el original] de esos fondos, dentro del país, en armas y pertrechos para atacar a un país amigo...
Como se ve, Martí se ponía fuera de la ley al emplear "fondos dentro del país en armas y pertrechos" con los que se habría de "atacar a un país amigo". Desde tiempo atrás compraba armas disponiendo en secreto su almacenaje para las expediciones que saldrían de territorio americano. En las semanas anteriores al fracaso de Fernandina, hizo compras de armas y municiones por valor de varios miles de dólares, y las despachó, hasta el puerto del que saldrían, en cajas de madera y barriles como si fueran utensilios agrícolas, clavos, y palas y picos para unas minas de manganeso, ocultando siempre su último destino. Con el material adquirido era posible armar a más de un millar de hombres.
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"Insurrectos protegiendo un desembarco", en la desembocadura de un río de la costa norte de Cuba. Dibujo del libro de Reverter Delmas.
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El desastre de Fernandina, desde el punto de vista militar, fue muy lamentable, por el armamento que se perdió y el dinero invertido en el flete de las embarcaciones, pero desde un punto de vista sicológico, y de la propaganda, fue una victoria. La reacción de los emigrados y de los comprometidos en la isla lo prueba. Cundió el entusiasmo. Con esos hombres y recursos era posible derrotar a España. Les había advertido Martí a los presidentes de los clubs de Cayo Hueso, en la carta del 9 de junio antes citada: "Nos espera un combate mortal, en que la colonia organizada, con la tácita ayuda de un vecino astuto [los Estados Unidos], está armada de pies a cabeza para deshacer a una generación descompuesta y acomodaticia que no ofrece tal vez la resistencia decidida y compacta de la época romántica de la revolución. Hay mucho cubano contento con la ignominia. La generación a quien toca hoy resolver se ha criado en la irresolución. Es urgente lo que tenemos que hacer, pero lo tenemos que hacer"; y añadía aquel sabio juicio de que "a las revoluciones se arrastra...". El fracaso de Fernandina arrastró no sólo a los que creían posible el triunfo del esfuerzo revolucionario, sino también a muchos que lo habían puesto en duda, y aun combatido.
Conclusión
De nuevo al preparar la guerra siguió Martí el ejemplo de los que lo precedieron en las luchas por la independencia. La geografía, junto a otras ventajas, llevaba a preferir el territorio americano como punto de partida de las expediciones. Y a pesar de las protestas de los enemigos de la libertad, siempre más despiertos y quejillosos de la fuerza y la violencia contra la tiranía que de la fuerza superior y la violencia del tirano, se siguieron enviado pertrechos de guerra y patriotas a Cuba hasta derrotar al enemigo.
Desde la fundación del Partido y durante la guerra, fue Horatio S. Rubens el abogado de los que preparaban las expediciones militares, y de aquella época dijo en su libro de 1932, Liberty: The History of Cuba:
Mucho se ha hablado de la benevolencia de las autoridades americanas respecto a les expediciones filibusteras, como se las llamaba. Nada más lejos de la verdad: ni en la administración de Cleveland [1884-1888 y 1892-1896] ni en la de McKinley [1897-1901]. No sólo casi todos los guardacostas del Atlántico fueron puestos a disposición del departamento del Tesoro para impedir las expediciones, sino que tuvieron como refuerzo para el mismo objetivo muchos barcos de la marina de guerra. Los agentes especiales del Departamento del Tesoro, el Servicio Secreto de los Estados Unidos, y el ejército de hombres empleados por el gobierno español, de una famosa agencia privada de detectives [la Pinkerton, de Nueva York], todos, con notable rapidez, denunciaban las actividades de los cubanos que les parecían sospechosas. La cantidad de arrestos y juicios, y el número fenomenal de reclamaciones contra barcos y armamentos prueba la gran diligencia de las autoridades americanas.

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Expedición del general Betancourt Guerra en el vapor "Dauntless". En un muelle de Palm Beach recogió 35 hombres y 30 toneladas de material de guerra (un cañón, 1000 fusiles, 300 mil tiros, 100 machetes, dinamita y revólveres). Llegaron al río San Juan, entre Cienfuegos y Trinidad, pero descubiertos por los españoles perdieron la mitad de las armas.
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Pero a pesar de la complicidad manifiesta de Washington con La Habana, temeroso, quizás, de que con la independencia de Cuba se le fuera para siempre la presa tantos años codiciada, el patriotismo cubano se ganó el apoyo del pueblo de los Estados Unidos hasta reducir su fiebre expansionista. Martí había puesto la primera piedra. Su labor revolucionaria lo llevó a infringir la ley de neutralidad de este país. ¡Bendita infracción! Como antes se vio, él había advertido: "Las revoluciones no se pueden refinar y peinar, para que salgan al salón a su hora como coquetas bien vestidas..." Y así, impura, desgreñada y mal vestida, ganó la revolución la independencia de su patria.
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