|
MARTÍ SECRETO El diccionario Le está creando Martí un problema al gobierno de Cuba. Un folleto que circula en la isla con cincuenta pensamientos suyos ha sido motivo de airadas protestas oficiales. Sin pie de imprenta ni lugar de publicación, el folleto lleva como título José Martí: en sus propias palabras, y no es más que eso, “palabras” de Martí. Cada uno de los pensamientos dice de dónde fue tomado, de las Obras Completas que publicó en La Habana la Editorial Nacional de Cuba entre 1963 y 1966, y de la reimpresión que hicieron en 1975. La portada del folleto tiene el conocido cuadro de Hernández Giró, en el que Martí le habla desde una tribuna a un grupo de sus compatriotas en Cayo Hueso. Nada más. Pero eso ha sido suficiente para provocar la ira de los gobernantes. No pueden acusarlo de “Propaganda enemiga” y meterlo en la cárcel; ni lo pueden silenciar como han hecho, y hacen, con tantos disidentes. Y ¿cómo condenar a alguien por leer o llevar en el bolsillo pensamientos de Martí? Varios personajes del gobierno han mostrado irritación por el folleto. Se lo achacan a los Estados Unidos, a su Oficina de Intereses en La Habana. El titular del periódico Granma, del 6 de abril, donde se dio la noticia, decía: “Cuba denuncia actividades subversivas y de espionaje de la Oficina de Intereses de EE.UU”. Y allí reprodujeron el discurso del Ministro de Relaciones Exteriores en presencia de Fidel Castro, miembros del Partido, de la Juventud Comunista y de numeroso público; dijo Felipe Pérez Roque: Un mar de pueblo capitalino, en nombre de la Patria, en la mañana de hoy condena enérgicamente el ultraje, la difamación de nuestros símbolos más queridos, al Apóstol de nuestra independencia; el pueblo que en la mañana de hoy, indignado, rechaza la patraña y la conspiración contra la Revolución, ha venido a dar una prueba de que nosotros sí hemos demostrado que “un principio justo desde el fondo de una cueva vale más que un ejército”. Aunque no lo confesó el Ministro, esas últimas palabras son de uno de los pensamientos de Martí que contiene el folleto, el número 20 de la colección, y la cita muestra la utilidad de divulgar allá las ideas de Martí, a fin de que las conozcan los que más las necesitan. Para llegar a ese pensamiento, Pérez Roque debió leer los otros del folleto, de los que aquí se transcriben, sólo como ejemplo, los tres primeros: 1) “La patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos, y no feudo ni capellanía de nadie”. 2) “Sólo la opresión debe temer el ejercicio pleno de las libertades”. 3) “Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía”. Volvió el Pérez Roque sobre el asunto en su discurso acusando a los Estados Unidos con estas palabras: Distribuyen ilegalmente propaganda, materiales. Lo que vimos ayer, la distribución de un folletín insultante, tergiversador del pensamiento y la obra antiimperialista de José Martí.
Y uno se pregunta, ¿“Insultante”? Pero ¿pueden ser “insultantes” las palabras de Martí? ¿“Ultraje”? ¿“Difamación”? Jamás Martí ofendió a nadie, y en el “folletín” no hay nada que no sea de él. ¿”Tergiversador del pensamiento y la obra antiimperialista de José Martí”? No se ve en el folleto ninguna “tergiversación” porque para torcer el significado de las palabras o las ideas de alguien, que eso es tergiversar, tiene que haber alguien que dé una falsa interpretación de ellas, y ahí no hay más que lo dicho por Martí. (Haga clic aquí para ver los pensamientos y sus fascímiles)
Otro ejemplo de las protestas que ha provocado el “folletín insultante” conviene mencionar ahora. Días después del discurso de Pérez Roque, también en Granma apareció la presentación de un libro publicado por la Editorial de Ciencias Sociales, el Diccionario del pensamiento martiano, cuyo autor, Ramiro Valdés Galarraga, declaró en esa ocasión: Me siento orgulloso de que mi libro haya servido de antípoda al infame folleto de la SINA [Sección de Intereses de Norte América]. Se impone, pues, un análisis de ese Diccionario del pensamiento martiano que su autor considera “antípoda” del “infame folleto”, y así aclarar algunos aspectos de lo que ahora interesa. En el “Prólogo”, escrito por José Cantón Navarro, se hace esta prometedora advertencia: Entre los múltiples valores del libro está el de dar las ideas tal como las expresó el Maestro, coincidan o no con los criterios del autor o de los estudiantes de la obra martiana. No se suprimen palabras ni frases por el hecho de que alguien pueda considerarlas molestas o inoportunas. Esta concepción del autor, a más de mostrar un profundo respeto por las ideas de nuestro héroe mayor y por la verdad histórica, contribuye a estimular la investigación, el análisis razonado y el pensamiento propio de los lectores. Y en la “Introducción” Valdés Galarraga confirma la esperanza de que el suyo es un trabajo honrado; dice: Puesto que se trata del pensamiento martiano, era necesario reproducirlo con toda la fidelidad con que lo concibió siempre. A Martí hay que divulgarlo como fue: un Martí real, humano, filosófico y polifacético, que sentó las bases de nuestra independencia, sin mutilaciones, omisiones y mucho menos con interpolaciones que adulteren el sentido de sus ideas. Si hemos de estudiar y seguir los vericuetos de su pensamiento, tenemos que conocerlo en todos sus aspectos. ¡Qué hermosa promesa! Después de tantas falsificaciones, desde Cuba nos lo iban a dar entero a Martí, sin ningún subterfugio para que brillara más un aspecto de sus ideas o esconderle otro por inconveniente. Ya se sabe que allá han suprimido “palabras” y “frases” por “considerarlas molestas o inoportunas”. Basta un solo ejemplo. En el “Preámbulo” de la Constitución socialista, de 1976, y en la reformada de 1992, se lee: Declaramos nuestra voluntad de que la ley de leyes de la República esté presidida por este profundo anhelo, al fin logrado, de José Martí: “Yo quiero que la ley primera de nuestra República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”. Pero ahí interrumpieron la cita. Esas palabras son de su discurso de Tampa, del 26 de noviembre de 1891, en el que, por supuesto, Martí aclaró enseguida lo que entendía por “la dignidad plena del hombre”, y que no dice la Constitución, y es lo siguiente: O la República tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí, y el respeto, como de honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás; la pasión, en fin, por el decoro del hombre, o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos. Pero eso que Martí entendía como “dignidad plena del hombre” va en contra de las prácticas del gobierno antidemocrático y totalitario que hay en Cuba, y lo suprimieron: “el hábito de trabajar con sus manos”, de “pensar por sí propio”, “el ejercicio íntegro de sí”, “el respeto, como de honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás” y “la pasión por el decoro del hombre”. Ante las promesas del “Prólogo” y de la “Introducción”, de no hacer ni “mutilaciones” ni “omisiones” por el “profundo respeto” del autor por las ideas de Martí, va uno a ver si han superado el temor de decir lo que Martí entendía por “la dignidad plena del hombre”. ¡Ah!, pero no, todo fue una esperanza vana. Al reproducir esas palabras de Martí, en la entrada 8022 del Diccionario,, aparecen tal como las pusieron en la Constitución, y el lector se queda sin saber lo que Martí entendía por “la dignidad plena del hombre”.
Otra de las falacias de este Diccionario es presentarlo como si no tuviera antecedentes. Es que el gobierno de Cuba no se atrevía a publicar una obra de esa naturaleza, en la que aparezca ordenada y con claridad la doctrina de Martí, y se quiere dar la impresión de que nada semejante se había hecho con anterioridad; así se lee en el “Prólogo”: “Para adentrarnos en la vasta obra de Martí un libro como éste constituye preciosa ayuda, con la que no contábamos hasta ahora”. Se esconde de esa manera el hecho de que, precisamente por la abundancia de colecciones de pensamientos de Martí, en particular las que se han hecho durante los últimos años en el exilio y que han podido entrar clandestinas en la isla, se han visto obligados a publicar el Diccionario, y sólo mencionan, como excepción, la obra de Lilia Castro de Morales, de 1953, pero se ignoran las muchas que existen. Las colecciones de pensamientos de Martí se empezaron a hacer muy temprano en la República. La más antigua fue la que con el título Granos de Oro publicó Rafael G. Argilagos, en 1918, en la editorial de la revista Cuba Contemporánea, de la que se hicieron después varias ediciones. Siguieron otras, también en libro, como la de Alfonso Hernández Catá, en 1921; la de Manuel Isidro Méndez, de 1930, con pasajes de Martí sobre diversos asuntos, que publicó la Colección de Libros Cubanos que dirigía Fernando Ortiz; la del Ideario Cubano, de Emilio Roig, en 1936; la de Luis Alberto Sánchez, publicada en Chile en 1942; el Ideario Separatista, de Félix Lizaso publicada en 1947 por el Ministerio de Educación, de La Habana. La primera ordenada como diccionario, aunque aún no por orden alfabético, fue el Código Martiano o de Ética Nacional, publicado en La Habana en 1943 y reproducido en Miami en 1986 por la Editorial SIBI. El “Espíritu de Martí”, ordenado por Mariano Sánchez Roca, apareció en las Obras Completas de la Editorial Lex en 1943, 1948 y 1953. El Pensamiento Martiano, de Adalberto Alvarado, se publicó en Miami en 1986 y en 1994. En 1995, con motivo del Centenario de Dos Ríos, la Fundación Nacional Cubano Americana publicó un Ideario y una traducción al inglés de pensamientos de Martí con el título de Thoughts. Húber Jerez Mariño, también en Miami, publicó en 1999 El Cantar de Martí (con su Biblia Martiana) que tiene 8100 entradas. Dos colecciones bilingües con pensamientos de Martí se publicaron en Nueva York, una por la Unión de Cubanos en el Exilio en 1980, y otra en 1985 por Las Américas Publishing Co. Y aún otra bilingüe publicó La Moderna Poesía, en Miami, en el año 2000. Y en este recuento no pueden ignorarse los cientos de folletos con pensamientos de Martí que han publicado y hecho llegar a Cuba la FNCA y las organizaciones Of Human Rights y el Center For a Free Cuba, de Washington. Son todos esos trabajos los que han forzado a los que se encargan de la cultura en Cuba a ofrecer algo que de alguna manera los contrarreste: el resultado ha sido la obra de Valdés Galarraga. Por otra parte, apenas se revisa este Diccionario se da uno cuenta de que, sin renunciar del todo las viejas formas de falsificar a Martí, lo que más cambia en él son los mecanismos de las trampas; el fin es el mismo: mantener secreto a Martí. Después de tantos años en el poder no se habían atrevido en Cuba a escribir una biografía de Martí ni a publicar una colección de sus pensamientos. Los obstáculos eran insalvables. La vida de Martí, su integridad, sus luchas contra las injusticias y su defensa de la libertad y de la soberanía de las naciones, hacían muy difícil seguirlo sin poner en evidencia su implícita condena del régimen de La Habana. Pero la tecnología moderna, la facilidad de las comunicaciones hacía muy difícil mantener tan burdo silencio y, después de algún ensayo biográfico tímido e infortunado decidieron sacar de la tumba a Jorge Mañach y reproducir su hermoso Martí, el Apóstol, publicado en 1933, aún a discreta distancia de lo político. Y ¿de colecciones de pensamientos? Nada. Tampoco se habían atrevido a hacer un repertorio de sus ideas toda vez que al destacar lo fundamental en el pensamiento de Martí saldría una doctrina que no le convenía al gobierno. Es este Diccionario, así, el primer intento socialista que pretende conjurar la escandalosa ausencia. Pero el Diccionario ni es honrado, ni está hecho con el rigor necesario para ofrecer las ideas que caracterizan a un pensador. Cuando poco antes de su muerte Martí dispuso cómo podrían reunirse sus escritos, le pidió a Gonzalo de Quesada que fuera selectivo: “Entre en la selva”, le dijo, “y no cargue con rama que no tenga fruto”; y aquí, a este libro, se han traído a capricho ramas que sólo sirven para esconder el “fruto”, el que los amigos del leñador no quieren que se distinga. De la misma manera que la verba abundosa esconde en el habla lo que no se quiere decir, la hojarasca en el bosque esconde el fruto que no debe verse, o distrae y confunde a quien lo procura. Poner, como se hace en este Diccionario, centenares, y hasta miles de frases y oraciones vacías, noticias y citas sin sustancia, descripciones de personas y lugares desprovistas de significado no logran más que ocultar las ideas principales de Martí. Además, ¿cómo se atreve Valdés Galárraga a decir que su Diccionario es la “antípoda” del “infame folleto” cuando los pensamientos recogidos en el folleto también se encuentran en su obra? Véanse estos ejemplos: El pensamiento número 1 del folleto (“La patria es de todos, y dolor de todos…”) está en la entrada 6693 del Diccionario. El número 4 (“El respeto a la libertad y al pensamiento ajenos…”) está en la entrada 5437. El 6 (“Patria es eso, equidad, respeto a todas las opiniones…”) en la 6699. El 15 (“La tiranía es una misma en sus varias formas…”) en la 8572. El 17 (“Es culpable el que ofende la libertad en la persona sagrada de nuestros adversarios…”) en la 4537. El 18 (“Como el hueso al cuerpo humanos, y el eje a la rueda, y el aire al pájaro, y el aire al ala, así la libertad es la esencia de la vida…”) en la 4471. El 27 (“Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras”) en la 8667. El 28 (“Las letras sólo pueden ser enlutadas o hetairas en un país sin libertad”) en la 4406. El 30 (“Un pueblo está hecho de hombres que resisten, y hombres que empujan…”) en la 7647. El 32 (“El que vive en un credo autocrático es lo mismo que una ostra en su concha…”) en la 4490. El 34 (“Dos peligros tiene la idea socialista…”) en la 8318. El 45 (“Asesino alevoso, ingrato a Dios y enemigo de los hombres…”) en la 6378. El 47 (“No valen antifaces en los países de prensa libre…”) en la 6884. El 51 (“Me parece que me matan a hijo cada vez que privan a un hombre del derecho de pensar”) en la 4977. Y aun hay algunos pensamientos del folleto que aparecen dos veces en el Diccionario: por ejemplo, el número 8 (“La libertad cuesta muy cara…”) está en las entradas 4423 y 4429; y otros, como el número 7 (“Sólo resisten el vaho venenoso del poder las cabezas fuertes…”), una parte está en la entrada 6995 y la otra en la 3469. Esta particular rotura, sin embargo, puede haberse hecho para disimular el retrato de Fidel Castro y sus compinches que de ellos sale en ese pensamiento, pues concluye diciendo: “El espíritu despótico del hombre se apega con amor mortal a la fruición de ver de arriba y mandar como dueño, y una vez que han gustado de este gozo, le parece que le sacan de cuajo las raíces de la vida cuando lo privan de él”. La mayor diferencia entre el voluminoso Diccionario y el sencillo folleto es que en Martí: en sus propias palabras no hay prestidigitador que escamotee la doctrina, está toda a la vista del lector, mientras que en el Diccionario está sumergida en profuso material, frases y palabras ajenas a lo que constituye un pensamiento. Los escritos de Martí, la prosa y el verso, son riquísimos en frases felices, hay en su obra miriadas de ellas, descripciones líricas y observaciones originales, lo que con justicia ha hecho considerarlo el más grande creador de la lengua española. Por lo común son esas frases lo que él ve y comunica de manera única; pero el pensamiento, que en Martí disfruta también en alta manera del arte del buen decir, nos da su particular reflexión sobre lo que percibe con los sentidos y lo hace discurrir, y sobre lo que razona con su inteligencia. Al reseñar en La Opinión Nacional, de Caracas, en 1882, un libro de pensamientos publicado en París, dijo: Tiene de bueno el libro que no fue escrito para publicarse, sino como desahogo del autor, y muy sin prisa, y día tras día, y en varios años, de modo que no se ven allí pujos de ingenio, ni antítesis violentas, ni esas frases espumosas, brillantes y huecas que son de uso en los modernos escribidores… La belleza de la frase ha de venir de la propiedad y nitidez del pensamiento en ella envuelto. Ni ha de decirse escritores sino pensadores, en justo castigo de haber venido dando funestísima preferencia al arte de escribir sobre el de pensar. Algo más que sastres y embadurnadores de fachadas han de ser los escritores buenos. Ha de borrarse del papel toda frase que no encierre un pensamiento digno de ser conservado, y toda palabra que no ayude a él.
Ante este Diccionario del pensamiento martiano puede uno preguntarse, ¿son “pensamientos” la mayoría de los que allí se dan como tales? En el correcto sentido de la palabra, un pensamiento es el resultado de pensar, del examen de algo sobre lo que se piensa, y de lo que se puede después ofrecer dictamen con preferencia en forma sucinta. Aún más nos puede ayudar Martí a entender qué es un pensamiento. Hablando de Emerson dijo que era “un dolor de la mente, y lumbre que se enciende con óleo de la propia vida, y cúspide de monte”. Y en el mismo ensayo se pregunta: “¿Qué ha de envidiar un hombre a la santa mujer, no porque sufre, ni porque alumbre, puesto que un pensamiento, por lo que tortura antes de nacer, y regocija después de haber nacido, es un hijo?” Un pensamiento es, pues, correctamente, para Martí, “dolor de la mente”, “cúspide de monte”, “un hijo”. Véanse estas simples noticias, oraciones y frases inocuas, a veces hasta gramaticalmente incompletas, de las muchas que se dan en el Diccionario como “pensamientos”, seguidas del número que allí les corresponde: Hay abejas que dan miel venenosa (4). Los Achaguas viven aún en Cabuyaro, a las márgenes del Meta (16). Los indios tenían su ajedrez (71). Y al volverse a Nicoya con Juan Baracoa y León Castro que le acompañaron, tuve placer en ver como se llevaban, con visible fiesta, a Flor con ellos, que desde hace más de un año estaba muy desamistado con José (1258). Cutting ha sido preso y procesado en El Paso de México por un artículo publicado en inglés en El Paso de Estados Unidos, que el juez de El Paso mexicano considera penable conforme al Código de la República (1440). El día 11 de Dbre. de 1620, 102 emigrantes desembarcaron en la costa de Cape Cod Bay (2141). Allí Harvard y Yale, que son el Oxford y el Cambridge de los Estados Unidos (2215). De alemanes está lleno el Oeste, y el Este de irlandeses (2253). Bismark aborrece a los Estados Unidos (2270). Los Estados Unidos, que están hechos de inmigrantes, buscan ya activamente el modo de poner coto a la inmigración excesiva y perniciosa (2307). Cada barrio nombra sus delegados a la convención de la ciudad. Cada ciudad a la del condado. Cada condado a la del Estado. Cada Estado a la convención nacional, y al fin escoge los candidatos y acuerda la doctrina por que han de batallar (2353). A Long Branch, a festejar abundantemente a los marinos franceses que han traído a New York la Estatua de la Libertad (2432). El general Grant, a quien el fumar tabaco ha hinchado y puesto a punto de cáncer, la lengua (2664). Vi a la anciana dos veces, y me acarició y miró como a hijo, y la recordaré con amor toda la vida (2822). ¿Quién se libra de ser hombre? (3314). Hasta la hormiga, la mísera hormiga, es más noble que la cotorra y el mono (3912). Hostos, el profundísimo orador de Puerto Rico (3915). El Herald de hoy dice que no ha de pensarse en los Estados Unidos tanto como se piensa en la conveniencia de adquirir los Estados del Norte de México (4048). No desmigaje el Lalla Rookh que se quedó en su mesa (4353). Walker fue a Nicaragua por los Estados Unidos. Por los Estados Unidos fue López a Cuba (está dos veces, en el número 4622 y en el 6281). Para la cefalagia nerviosa, infusión de eucaliptos globulus (5667). ¿Podría Moncada ser instrumento voluntario de Urbano Sánchez? (5829). La munyetas de los catalanes, que son judías blancas, salcochadas y sofritas, con una generosa laja de cerdo, manjar grato en Boston (6139). La calle de S. Miguel se llamó así porque atravesaba la estancia de D. Miguel de Castro Palomino (6551). No hay relojeros como los suizos (8394). Tengo el honor de poner en conocimiento de V. E. que acaba de llegar a mis manos en cablegrama en que el Gobierno de la República Oriental del Uruguay se sirve nombrarme Delegado en el Congreso Monetario de Washington (8698). ¿Pueden llamarse pensamientos esas noticias y frases deshilvanadas o incompletas? ¿Tienen algo de lo que dijo Martí debía ser un pensamiento: un “dolor de la mente”, la “cúspide de monte”, “un hijo”? El natural propósito de reunir en libro los pensamientos de alguien es ofrecer un repertorio de sus ideas, y de lo que caracteriza su forma de enjuiciar y discurrir. Su fin debe ser el de guiar al lector hacia la fuente primaria de la que proceden las sentencias, máximas o aforismos que han cautivado su atención; pero si el muestrario es difuso, prolijo o incoherente, como sucede con este Diccionario del pensamiento martiano, lo que se logra es precisamente lo contrario: desanimar al lector, confundirlo, ahuyentarlo. ¿Será eso lo que quiso hacer Valdés Galárraga? Agotada, o al menos reducida aquella “ofensiva revolucionaria” que quiso convertir a Martí en un precursor del marxismo-leninismo, ante el fracaso de la torpe falsificación que llevó a tantos disparates, los esbirros a cargo de la cultura en Cuba parecen haber decidido una nueva estrategia para limitar el alcance de Martí y preferir en su estudio las más inofensivas trivialidades, y diluir lo que más les molesta de su doctrina en torrentes de palabras sin contenido ideológico. Habían pasado los tiempos de aquella afirmación de Marinello en la que, escondiendo lo dicho años antes por él, de que Martí había sido “un gran fracasado”, y que lo correcto era “dar la espalda de una vez a sus doctrinas” ya que sus ideas no podían “servir más que como trampolín de oportunistas”, escribió en el “Prólogo” de las Obras Completas, en 1963: “La postura martiana empalma con toda transformación igualitaria y es un antecedente poderoso y legítimo de nuestra etapa socialista”. Habían pasado los tiempos en que José Antonio Portuondo afirmaba que Martí y Lenin coincidían “en la organización celular” del Partido Revolucionario Cubano y del Partido Comunista, en el llamado “centralismo democrático” que excluía el multipartidismo. Habían pasado los tiempos en que Fidel Castro afirmaba que las relaciones entre Martí y Carlos Baliño (antes de que se descubriera que entonces Baliño era un fervoroso anarquista) simbolizaba “la conexión directa entre el Partido Revolucionario Cubano, de Martí, y el primer Partido Comunista de Cuba”. Habían pasado los tiempos en que Armando Hart, como Ministro de Educación, le impuso al Centro de Estudios Martianos la tarea de “exponer, con información y datos concretos, los lazos que unen el movimiento democrático revolucionario del Maestro con el ideario socialista de Marx, Engels y Lenin”. Habían pasado los tiempos en que Roberto Fernández Retamar, con un poeta ucraniano, llegó a imaginar a Martí cargando en el hombro a Fidel Castro como si fuera “Ismaelillo”. Habían pasado los tiempos en que Cintio Vitier veía en el “julio y enero” de Martí, de sus Versos Sencillos, el anuncio del 26 de julio, del ataque al Cuartel Moncada, y del primero de enero de 1959, del triunfo de la revolución. Habían pasado los tiempos en que los marxistas de Cuba, ante el colapso del comunismo, en 1992 se vieron obligados a incluir en la Constitución de 1976 el nombre de Martí: donde antes citaban sólo a Marx y a Engels, y afirmaban estar “guiados por la doctrina victoriosa del marxismo-leninismo”, después dijeron “estar guiados por el ideario de José Martí”; y en el Artículo Quinto, donde decían que el Partido Comunista era nada más ni menos, que “marxista-leninista” lo cambiaron para que dijera que era “martiano y marxista-leninista”. Habían pasado los tiempos, en fin, de esas mentiras, falsificaciones y torpezas, y de otras semejantes, con sus correspondientes fracasos, y entraron en la etapa actual de trivialidades y diluciones para dejar del mensaje de Martí sólo lo que menos perjudica sus intereses, o esconderlo. La falta de honradez intelectual llega en el autor de este Diccionario del pensamiento martiano a extremos de difícil disculpa. Como de Martí lo que prefieren hoy los que gobiernan en Cuba es su postura antiimperialista, también para así esconder las ideas de Martí sobre la libertad, la justicia, la política, los derechos humanos, entre otras vertientes de su doctrina, desde la “Introducción” de su libro dice Valdés Galárraga: De particular interés resultan las casi 300 citas acerca de los Estados Unidos, además de las contenidas en el epígrafe “Imperialismo”, por cuanto estas revelan el profundo conocimiento que tenía Martí de ese país; pero, además, son una muestra fehaciente del valor, civismo e imparcialidad mostrados por nuestro Apóstol, incluso dentro del ámbito del país que le servía de exilio, y acechado siempre por los servicios de inteligencia, tanto norteamericanos como españoles. Las críticas de toda índole, señaladas con nombres y apellidos, demuestran una valentía poco común para un periodista de aquella época. Es además de una maldad y una tontería decir que Martí en los Estados Unidos estaba “acechado siempre por los servicios de inteligencia”, como si hubiera estado viviendo en la Cuba de hoy, vigilado por agentes del Ministerio del Interior. Por poco ilustrada que sea una persona sabe que esa afirmación sobre los Estados Unidos a fines del siglo XIX es una mentira y un disparate, por lo que no merece comentario. Pero sí conviene presentar aquí una muestra del deshonesto proceder del compilador de este Diccionario. En su deseo de resaltar siempre que fuera posible lo peor de los Estados Unidos, y de presentar a Martí más que nada como el censor de las miserias del país, ocultando su aprobación de lo que allí encontró digno de elogio, usa las “mutilaciones” y “omisiones” mismas que en su “Prólogo” había condenado. En lo que sigue se verá la poca “fidelidad” con que llega a presentar materiales de Martí. Se trata de su manejo de una de las más bellas y extensas crónicas de Martí sobre las elecciones en los Estados Unidos. Son las que se celebraron en 1884, en las que fue derrotado el candidato del gobierno, ganando la presidencia el candidato de la oposición, Grover Cleveland. Hacía 25 años que el Partido Republicano estaba en el poder, y Martí, que no simpatizaba con el candidato de ese partido, James G. Blaine, enjuició con todo entusiasmo el sistema político por el que de manera ordenada y pacífica, se podía cambiar la dirigencia del país. En el Diccionario, en la sección dedicada a los Estados Unidos, de manera parcial y tramposa se emplea esa crónica para presentar sólo la parte negativa de lo que Martí escribió, ocultado cuanto de elogio hizo del proceso y de quienes lo habían inventado. Los fragmentos escogidos por Valdés Galárraga ocupan desde la entrada 2256 a la 2264 y, en lo que a continuación se transcribe, se reproducen completos; sólo en los elogios aquí se suprimen pasajes, indicando su lugar con tres puntos entre corchetes. Y para mayor claridad de lo que escoge y de lo que oculta el Diccionario, van en letra distinta y en diferente color: en cursiva y en violeta lo negativo; y en rojo lo que esconde el Diccionario, cuanto aplaude y entusiasma a Martí. Grover Cleveland tomó las riendas del poder el 5 de marzo de 1885; Martí escribió la crónica diez días después, y se publicó en el periódico La Nación, de Buenos Aires, el 9 de mayo del mismo año. Empieza con esta apología de los fundadores de los Estados Unidos, quienes en la Constitución habían sabido plasmar la forma más justa para gobernar el país; escribió: Yo esculpiría en pórfido las estatuas de los hombres maravillosos que fraguaron la Constitución de los Estados Unidos de América: los esculpiría, firmando su obra enorme, en un grupo de pórfido. Abriría un camino sagrado de baldosas de mármol sin pulir, hasta el templo de mármol blanco que los cobijase; y cada cierto número de años, establecería una semana de peregrinación nacional, en otoño, que es la estación de la madurez y la hermosura, para que, envueltas las cabezas reverentes en las nubes de humo oloroso de las hojas secas, fueran a besar la mano de piedra de los patriarcas, los hombres, las mujeres y los niños. El tamaño no me deslumbra. La riqueza no me deslumbra. No me deslumbra la prosperidad material de un pueblo libre, más fuerte que sus vecinos débiles.[…] Los hombres no me deslumbran, ni las novedades, ni los brillantes atrevimientos, ni las colosales cohortes; y sé que de reunir a tanta gente egoísta y temerosa, ha sucedido que la República esté en su mayor parte poblada de ciudadanos interesados o indiferentes que votan en pro de sus intereses, y cuando no los ven en riesgo no votan, con lo que el gobierno de la nación ha ido escapando de las manos de los ciudadanos, y quedando en las de grandes traillas que con él comercian. Sé que las causas mismas que producen la prosperidad, producen la indiferencia. Sé que cuando los pueblos dejan caer de la mano sus riendas, alguien las recoge, y los azota y amarra con ellas, y se sienta en su frente. Sé que cuando los hombres descuidan, en los quehaceres, ansias y peligros del lujo, el ejercicio de sus derechos, sobrevienen terribles riesgos, laxas pasiones y desordenadas justicias, y tras ellas, y como para refrenarlas, cual lobos vestidos de piel de mastines, la centralización política, so pretexto de refrenar a los inquietos, y la centralización religiosa, so pretexto de ajustarla; y los hijos aceptan como una salvación ambos dominios, que los padres aborrecían como una afrenta […]: A los que en ese Universo nuevo levantaron y elevaron en alto con sus manos serenas, el sol del decoro; a los que se sentaron a hacer riendas de seda para los hombres, y las hicieron y se las dieron; a los que perfeccionaron el hombre, esculpiría yo, bajo un templo de mármol, en estatuas de pórfido. Y abriría para ir a venerarlos un camino de mármol, ancho y blanco. *** ¿Qué sabe el gusanillo que anda en las entrañas de la majestuosa beldad, del cuerpo humano? Por un canal se entra; en una celda se aloja; cae, como la langosta sobre los sembrados, sobre todo un tejido […] Es recia y nauseabunda, una campaña presidencial en los Estados Unidos. Desde Mayo, antes de que cada partido elija sus candidatos, la contienda empieza. Los políticos de oficio, puestos a echar los sucesos por donde más les aprovechen, no buscan para candidato a la Presidencia aquel hombre ilustre cuya virtud sea de premiar, o de cuyos talentos pueda haber bien el país, sino el que por su maña o fortuna o condiciones especiales pueda, aunque esté maculado, asegurar más votos al partido, y más influjo en la administración a los que contribuyen a nombrarlo y sacarle victorioso. Las elecciones llegan, y de ellas ve sólo el transeúnte las casillas en que se vota despaciosamente, las bebederías en que se gasta y huelga, las turbas que se echan por las calles a saber las nuevas que va dando el telégrafo a los boletines de los periódicos. […] Se palpa el peligro de dar autoridad en el país a los que no han nacido en él, y no lo aman, aunque se reconoce la justicia de que cada uno de los que ha de llevar las andas al hombro, dé su voto sobre el peso de las andas. Se vive de Mayo a Noviembre, viendo ruindades, y en disgusto y alarma. […] Pero por sobre ellas, y con todas ellas ante los ojos, queda en la mente, sacudida de asombro, y respeto comparable sólo al de quien viera tambalear sobre su quicio un mundo, inclinarse de un lado al abismo, irse ya todo sobre él, y reentrar de súbito en su puesto. Conmueven, obrando a la vez, diez millones de hombres. El que los ha visto, en esta hora de faena, siente que la tierra está más firme debajo de sus plantas; y se busca sobre las sienes la corona. Este es el inevitable hecho épico. Brilla, entre la revuelta y oscura campaña, como en un cielo gris brillaría, una gran rosa de bronce encendida. […]
De cerca se observa cuán difícil es, luego que ha sido descuidado por la gente proba, recobrar el ejercicio del poder político. De cerca se ve que el cambio no ha sido esencial y durable, sino ocasional y como de prueba: y se ve lo que puede, con una sacudida de hombros, un puñado de gente honrada. Nada más, nada más que esto, un puñado de gente honrada ha dado el triunfo a Cleveland. Mil votos menos, entre diez millones de votantes, y el Presidente hubiera sido un hombre impuro y funesto, un sofista brillante; hubiera sido Blaine. […] La política, aunque jamás desamparada de eminentes y pulcros servidores, fue aquí quedando por gran parte en manos de los políticos ambiciosos, los empleados que les ayudan para obtener puestos o mantenerse en ellos, los capitalistas que a cambio de leyes favorables a sus empresas apoyan al partido que se las ofrece. […] Entonces, al peligro, acudió el más granado de la gente del Norte, y el mejor de todos fue aquel zanquilargo, bolsicorto y labirraso de mirada profunda y ojos tristes; aquel que no vino de negociantes, pastores ni patricios, sino de la Naturaleza y la amargura; aquel de vestir burdo y alma airosa, el buen Abe Lincoln. Ellos, en incontrastable exabrupto, no crearon solamente un partido, al organizar el republicano, sino que volvieron a crear la Nación. Fueron cruzadas nuevas, y Wendell Pilllips, su Pedro el Ermitaño. Se entraron por todas las ciudades. Asaltaron todas las plataformas. Hablaban desde un púlpito en las iglesias, desde un barril en las plazas, desde un caballo en los caminos. Ni una aldea sin prensa; ni un día sin peroración; ni una estancia sin su misionero. Cubrieron toda su tierra, y salieron de ella a conmover a las ajenas. Así quedó el partido republicano establecido: como el mampuesto de la libertad humana. […] Una tienda abierta, donde se mercadea por los rincones el honor han venido a ser las convenciones, un tiempo gloriosas, en que los delegados del partido en cada Estado se reúnen cada cuatro años a elegir su candidato para el primer empleo de la Nación. Por desamor a la publicidad, o por no aparecer en ella del brazo con los logreros, manteníanse apartados de los negocios públicos los hombres mejores, y por indiferencia los que no tenían especial interés en ellos. De manera que, seguros del triunfo y de la impunidad, puede decirse, de acuerdo con las declaraciones escritas y habladas de los republicanos más notables, que no había abuso público, violación, fraude, cohecho, rapiña, robo, que el partido republicano no cobijase o alentara. […] Las leyes de la política son idénticas a las leyes de la naturaleza. Igual es el Universo moral al Universo material. Lo que es ley en el curso de un astro por el espacio, es ley en el desenvolvimiento de una idea por el cerebro. Todo es idéntico. Cuando parecían, por el apetito de riqueza fuera del gobierno, y la inmoralidad dentro de él, podrida en la médula, y como sin cura posible, la nación; cuando en su aplicación veíanse corrompidas, como en los países viejos, las instituciones políticas, y la naturaleza humana; cuando a vuelta de un siglo, toda era polvo la peluca de Washington, y polilla la chupa de Franklin, y lepra todo Jefferson; cuando eran de ver, en el espíritu del gobierno, la usurpación y el desenfado, y el ímpetu de arremeter, so manto de Libertad, contra la esencia de ella en el país y fuera de él, —y en el país eran de ver la misma empleomanía, preocupaciones e imprevisión que desfiguran a pueblos de cima menos afortunada y grandiosa— surgió, como por magia, en cada lengua un remedio, se levantó, como contra la esclavitud, en cada púlpito un apóstol; se ensañaron con brío juvenil los honrados ancianos; relucieron aquellas mismas lanzas de la cruzada abolicionista; salieron de su silencio los pensadores vigilantes, que son, como la médula del cuerpo humano, la esencia escondida de los pueblos; y la República se mostró superior a sus peligros. […] En economía, pues, uno y otro partido andaban igualmente vacilantes. En religión, fuera de estar siendo socavados ambos, como por el diente de una nutria, por la Iglesia Católica, tan dividido en protestantes y católicos está el uno como el otro. En política, si que los divide, aun sin saberlo ellos, el diferente concepto de la nación y su gobierno. […] Tuvo el partido demócrata la fortuna de que apareciese en él el reformador que los tiempos requerían, duro como un mazo, sano como una manzana, independiente como un cinocéfalo […] ¡Honradas papeletas, alas del derecho, que por encima de candidaturas censurables aunque previsoras, como la de Butler, o ineficaces, como la del partido de la temperancia, o curiosas como la de la señora favorecida por las sociedades del sufragio femenil, han llevado al sencillo reformador a que la oree y purifique, a la Casa Blanca! […] Volvió Martí al tema de las elecciones en los Estados Unidos un año más tarde, y en una crónica para El Partido Liberal, de México, hizo el más notable elogio suyo sobre el poder del voto: sin desconocer sus limitaciones, sino, todo lo contrario, enumerándolas todas, y de nuevo al analizar las virtudes y los vicios del país, hizo esta afirmación: Después de verlo surgir, temblar, dormir, comerciarse, equivocarse, violarse, venderse, corromperse; después de ver acarnerados los votantes, sitiadas las casillas, volcadas las urnas, falsificados los recuentos, hurtados los más altos oficios, es preciso proclamar, porque es verdad, que el voto es un arma aterradora, incontrastable y solemne, que el voto es el instrumento más eficaz y piadoso que han imaginado para su conducción los hombres. Y cuando en las elecciones de 1888 el presidente Cleveland, con el que Martí simpatizaba, fue derrotado por el candidato de la oposición, el republicano, Banjamin Harrison, que no gustaba a Martí, en elogio del proceso electoral, escribió otra vez en el periódico argentino: Después de haber visto en su grandeza y en su lepra el acto más bello de la libertad, […] después del espectáculo solemne, […] venga el uno o el otro, aunque no ha venido el que debía ¡Lo que importa, por sobre todas las batallas de los héroes, es este ejercicio pacífico de la nación: el triunfo del espíritu público es lo que importa! Desde luego, como era de esperarse, ninguno de estos juicios de Martí sobre el voto aparecen en el Diccionario del pensamiento martiano: de hecho, sobre el “voto” no hay ni una sola entrada en las 9614 que tiene el libro. Es noble y justo destacar el ferviente deseo en Martí de que cada país disfrutara de plena soberanía, pero no lo es reducir ese deseo suyo sólo a lo que en su tiempo era la amenaza mayor en el continente americano, al imperialismo yanqui. La visión de Martí era todo lo amplia que se necesitaba para garantizar la independencia de los países, por eso criticó el carácter imitativo y la sumisión al extranjero que en sus días mostraban algunos hispanoamericanos; escribió en Patria el 14 de mayo de 1892. Por nuestra América abundan, de pura flojera de carácter, de puro carácter inepto y segundón, de una impaciencia y carácter imitativo, los iberófilos, los galófilos, los yancófilos, los que no conocen el placer profundo de amasar la grandeza con las propias manos, los que no tiene fe en la semilla del país, y se mandan a hacer el alma fuera, como los trajes, como los zapatos. Para demostrar la falta de soberanía en Cuba dijo en su momento Julio Antonio Mella, siguiendo la definición del jurisconsulto Eduardo Posada: “Soberanía etimológicamente significa ‘sobre todo’, es decir, el Estado con sus súbditos ejercen la suprema autoridad”. Y tampoco disfrutó Cuba de soberanía cuando sus gobernantes se entregaron de manera incondicional a la Unión Soviética; cuando aprobaron la invasión de Checoslovaquia; cuando tuvieron que aceptar el desarme impuesto por el pacto Kennedy-Jrushchov; cuando pudo decir un representante del Kremlin en La Habana que con suspender los envíos de petróleo se hundía en 24 horas el país; cuando el gobierno de Cuba impuso en la isla la Constitución y las normas jurídicas de Stalin, y las de la economía y la cultura; cuando Cuba envió cientos de miles de soldados al África para servir las ambiciones expansionistas de los Soviets; cuando Cuba en el tablero internacional actuaba como peón a Moscú. Martí llamó “cubanos coloniales” a los que defendían la sumisión del país a los intereses de un poder extraño, y es triste reconocer que Cuba pasó del imperialismo militar monopolista de España al imperialismo burgués capitalista de los Estados Unidos para naufragar en el imperialismo burócrata internacionalista de la Unión Soviética. Y mueve a risa oír hoy a Fidel Castro y a sus secuaces llamar, con el mayor cinismo, “lacayos”, “serviles” y “lamebotas” a los gobernantes de Latinoamérica que condenan las violaciones de los derechos humanos y la falta de libertad en la isla, cuando es lo cierto que en toda la historia del continente americano no ha habido gobernante que con igual abyección y por tanto tiempo haya servido un imperio como Fidel Castro. A estas alturas de la historia, desconocer el hegemonismo soviético, del que fue Cuba víctima y por el cual se arruinó, y sigue arruinado, moral y materialmente el país, es una iniquidad. Mejor que ninguno de los otros “cubanos coloniales” que hemos sufrido, Fidel Castro es el más acabado ejemplo de los que, para desgracia de la nación, se mandó “a hacer el alma fuera, como los trajes, como los zapatos”.
|
![]() |