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                    UN LIBRO INFAME SOBRE MARTÍ
                    La imprenta de la Universidad de la Florida acaba de publicar un libro que es un insulto para los cubanos, una falta de respeto a la inteligencia y una pésima inversión del dinero que recauda el Estado. El libro lleva el título de José Martí, Mentor of the Cuban Nation pero bien podría llamarse “José Martí, Mentor of the Cuban Revolution”, pues lo que hace es presentar un Martí precursor del castrismo. Estaría justificado el costo de imprimirlo, que de alguna manera deben de haber pagado los contribuyentes de la Florida, si estuviera escrito con cierto rigor académico, si no falsificara el pensamiento y las palabras de Martí, y si no mintiera sobre la historia de Cuba. 
                    Éste es un país donde la libertad de expresión es sagrada, donde cualquiera puede emitir sus ideas o imprimirlas sin censura, y es una suerte que sea así, pero no creo que la Universidad de la Florida (que tiene centros en Tallahassee, Boca Raton, Miami, Orlando, Gainesville, Jacksonville, Tampa y Pensacola) haya acertado en suscribir con su nombre y su prestigio la edición de un libro que nada aporta a la cultura y que está lleno de disparates e inexactitudes que sólo le podrán disimular el gobierno de La Habana y sus simpatizantes en el extranjero. 
                    El autor es John M. Kirk, un profesor asistente de la Dalliousie University, de Nueva Escocia, que mal ha aprendido de historiadores marxistas lo poco que sabe de Cuba. Dice el prefacio de su libro que en él “se deja que hable por sí mismo el pensamiento de Martí, presentando una síntesis bien documentada de sus aspiraciones respecto al sistema político, social y económico que sin duda hubiera tratado de implantar en Cuba independiente”. Pero, lejos de esa promesa, lo que ofrece el libro es una serie de suposiciones gratuitas enredadas en citas de Martí —con frecuencia fuera de contexto, irrelevantes o mal manejadas— con el propósito de acercarlo hasta posiciones marxistas incompatibles con su pensamiento. 
                    John M. Kirk habla de una “radicalización” progresiva de Martí que, como él la presenta, hace pensar que fue proponiendo soluciones más drásticas para los problemas del mundo. Pero todo el que conoce la obra de Martí sabe que no hay ningún cambio en su pensamiento respecto a los conflictos sociales: en 1875 dijo de un periódico proletario de México: “Se dice a los obreros que su libertad consiste en ejercer un dominio vengativo sobre sus patronos”, y a continuación elogia así al director de ese periódico: “Castillo Velazco va a explicarles que ser hombre es algo más que ser siervo de aduladores de oficio; va a predicarles con la palabra la doctrina de la digna conciliación”. Esa fue siempre su actitud, la de lograr la armonía entre el capital y el trabajo; toda otra solución le pareció peligrosa para la libertad y negativa para la justicia social. Y un año antes de su muerte le escribió a Fermín Valdés Domínguez: “Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras: es el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas, y el de la soberbia y la rabia disimulada de los ambiciosos que, para ir levantándose en el mundo, empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados”. 
                    Como Martí no habló en buenos términos del “socialismo”, es natural que Kirk haya buscado otro concepto para asociarlo con lo que le interesaba, y, cuando lo hace, presenta una de las más cómicas tergiversaciones del libro. Martí dijo en una de sus crónicas mexicanas: “La sociabilidad es una ley, y de ella nace esta otra hermosa de la concordia”. La palabra “sociabilidad” no significa más que la inclinación de un individuo a llevar una vida activa, o a participar, en la vida social; es decir, la condición de una persona amistosa, atenta y cordial con sus semejantes. Pero Kirk no se conforma con ese significado, que es el mismo en inglés, y recurre a una Enciclopedia de Ciencias Sociales y encuentra otro, en una tercera acepción, que habla de “entrenamiento político”. Como ésa le conviene, dice que “es la necesaria en el caso de Martí”. Lo que nunca aclara es el contexto en el que se usó el vocablo, y el lector no avisado cae en la trampa de “sociabilidad -socialismo. Martí  usó esa  palabra refiriéndose al Liceo Hidalgo, de México, donde se reunían los escritores y los aficionados a las letras; hacía pocos meses que a él lo habían aceptado como socio, y se quejaba en su escrito de la “menguada concurrencia” que asistía a las tertulias donde se estaba dando a conocer como orador; era natural que quisiera más público para sus discursos; dice en el artículo donde sale la palabra “sociabilidad”: “Está desierta la sala del Liceo… es buena la lucha literaria, es muy hermosa la vida dentro de ella, es muy duradera y muy pura la amistad que de ella nace”. No hay más en todo el trabajo que ese empeño de estimular la sociabilidad en la juventud mexicana, pero Kirk arrastra el vocablo que le conviene por todo su libro, con el valor que se le ha inventado, y en una ocasión afirma: “Es obvio” [para este autor todas sus observaciones son obvias, aunque carezcan de fundamento] “que Martí se movía cerca de la aceptación popular de los severos sacrificios propios de su programa de sociabilidad”. 
                    Si no fuera por la mala intención del libro, y que refleja una tendencia perniciosa en los estudios martianos —reflejos de lo que hacen en Cuba—, no valdría la pena ocuparse de él. Entre otras incompetencias para escribir una obra de esta naturaleza, John M. Kirk no conoce la historia de Cuba; valgan estos ejemplos: llama a la Guerra de los Diez Años una “rebelión conocida como el Grito de Yara, por el poblado en la que se inició,” y que fue encabezada por “Manuel de Céspedes”, y en la cual los “principales protagonistas fueron agricultores de bajos ingresos”. Hasta el menos ilustrado en la historia de Cuba sabe que las figuras principales que iniciaron la guerra o la apoyaron  fueron ricos terratenientes, entre los que se encontraban el propio Carlos Manuel de Céspedes, Francisco Vicente Aguilera, los hermanos Figueredo, Bartolomé Masó, Donato Mármol, Manuel Calvar, Calixto García, los hermanos Grave de Peralta, Vicente García, etc. Y decir que esos hombres se alzaron porque “se sentían lastimados por un aumento de impuestos”, a pesar de que se acomoda a la interpretación materialista de la historia, es una mentira. Aunque en esa época había España iniciado una nueva tributación a Cuba y Puerto Rico, lo que movió a los patriotas a tomar las armas contra la metrópoli, entre otras causas que ofendieron su dignidad, fue el desprecio que le hicieron en 1867, en Madrid, a la Junta de Información; fue el nombramiento, en enero de 1868 del despótico militar Francisco Lersundi como Capitán General de la isla; fue la implantación de los tribunales militares, por los que cientos de cubanos fueron a la cárcel; y fue por supresión de la libertad de palabra y por la censura de prensa. El desconocimiento de los hechos lleva a Kirk a opinar injustamente sobre figuras de nuestra historia. No sabe que la Constitución de Guáimaro, de 1869, tenía una base igualitaria, republicana y parlamentaria, por lo que se atreve a decir que Martí, “por primera vez en la historia de Cuba”,  propuso “un gobierno democrático” para el país. Por eso no entiende la polémica de Martí, Gómez y Maceo, en 1884, cuando los generales se entrevistaron con Martí en Nueva York para iniciar un nuevo alzamiento. 
                    Como una de las razones del fracaso de la Guerra Grande había sido la falta de un mando militar efectivo, Gómez y Maceo pretendían una centralización del poder para dirigir la nueva guerra. Martí no había tenido esa experiencia; los militares, sí. Martí temía que la república heredara una forma no democrática de gobierno que a los otros les parecía necesaria para dirigir las operaciones militares. Discutieron sin ponerse de acuerdo, pero eso no autoriza a Kirk a decir que Martí “sospechó” que Gómez y Maceo estaban movidos en ese empeño “por sus propios intereses” y por el “deseo egoísta de aprovecharse de la lucha revolucionaria del pueblo cubano para su beneficio personal”. A Martí nunca se le pudo ocurrir semejante bajeza de los generales que habían dado pruebas de patriotismo y desinterés. Era una cuestión de forma en lo que discreparon, no por las intenciones, y lo prueban las últimas palabras de la severa carta que Martí dirigió a Gómez por este incidente, donde le dice: “Confirmo: a Ud. lleno de méritos, creo que lo quiero; a la guerra que en estos instantes me parece que, por error de forma acaso, está Ud. representando, no". 
                    Tampoco conoce Kirk la vida de Martí; dice, por ejemplo, que fue hijo de “dos peninsulares, que quiere decir nacidos en la península”, cuando es bien sabido que la madre era de las Islas Canarias; que de niño lo llevó el padre “a la ciudad de Hanábana, en la provincia de Oriente”, que era en realidad un poblado de tres mil habitantes entre La Habana y Matanzas; que Martí estuvo en la “prisión política de San Lázaro”, confundiendo la cantera donde trabajaban los presos con la Cárcel donde cumplían la condena; que Martí, “aún antes de su primer destierro... había roto con el catolicismo para unirse a una logia masónica”, cuando lo cierto es que los primeros contactos de Martí con la masonería se produjeron en España, y que no rompió del todo con el catolicismo pues se casó en México por la Iglesia (en la Parroquia del Sagrario de la Catedral) después que se corrieron las amonestaciones (en la Parroquia de Nuestra Señora de Monserrate), y que sirvió de padrino en el bautizo de la hija de Carmen Miyares, en 1881 (en la Saint Patrick’s Church, de Brooklyn). Pone las palabras que Martí dijo en Guatemala, “Con un poco de luz en la frente no se puede vivir donde mandan tiranos”, como si las hubiera dicho en México; afirma que Martí compuso “numerosas colecciones de poesías” cuando se sabe que sólo compuso dos que publicó en vida y dos que dejó inéditas; habla de que Martí tenía el 11 del octubre de 1890 “varios años de experiencia como maestro de una institución organizada por la Liga, una sociedad de trabajadores cubanos negros que vivían en los Estados Unidos”, cuando dicha organización se había establecido en enero de ese año, y por exiliados blancos (Martí, Ramón Luis Miranda, Goazalo de Quesada, Manuel F. Barranco) con la ayuda del negro conservador Rafael Serra, sí para obreros de Nueva York; asegura que después de las dos Conferencias Panamericanas (de 1890 y 1891), Martí “reaccionó encolerizado ante el abierto hostigamiento contra los grupos revolucionarios cubanos que existían en los Estados Unidos”, pero en esos años no había ningún grupo revolucionario activo, por lo que nadie tenía motivos para hostigarlos. . . 
                    La manera más socorrida de desviar la ideología de un pensador es sacarle las palabras de contexto, o crudamente falsifícárselas. También de los muchos casos que aparecen en el libro siguen aquí varios ejemplos: Martí escribió una crónica para un periódico de Venezuela en la que reseña acontecimientos de aquellos días en los Estados Unidos, y dedica un párrafo a un acto en Boston en memoria de los Peregrinos. Dice Kirk que “el disgusto de Martí por la estructura” del gobierno norteamericano, y sus reservas ante el imperialismo, hicieron que sus escritos reflejaran “un tono de mayor preocupación”, y copia este pasaje como si fueran palabras de Martí: “Los hijos de los peregrinos tuvieron también su fiesta: mas ¡ay! que ya no son humildes, ni pisan las nieves del Cabo Cod con borceguíes de trabajadores, sino que se ajustan agresivamente al pie rudo la bota marcial y ven de un lado al Canadá, y del otro a México…” Y ahí corta la cita, a la que le añadió la palabra “agresivamente”, que no está en el escrito de Martí; pero, además, eso no lo dijo Martí, pues la cita sigue: “... así decía.., un caballero senador”, que era Joseph R. Hawley. 
                    Martí siempre vio el peligro que significaban para la América Latina los que propugnaban el expansionismo, y los denunció, como hizo con cuanto encontraba censurable. No hace falta mentir sobre él para mostrar esos temores, pero a los marxistas y a sus simpatizantes les encanta entresacar las partes que les convienen del pensamiento martiano. Martí dirigió en Nueva York La América, una publicación destinada a vender productos a los pueblos del sur, y dijo en el primer número, como director, que ”iba a ser el auxiliar fidedigno de los productores de la América del Norte y de los compradores de la América del Sur... explicador de la mente de los Estados Unidos". Pero Kirk vio, junto a las anteriores, una frase, la saca de contexto, y la presenta con estas palabras: “De esta manera el propósito de Martí se convirtió en definir, avisar, poner en guardia, revelar los secretos del éxito, en apariencia, y en apariencia sólo, maravilloso de este país”. Y por esta frase concluye que “Martí se vio obligado a adoptar de manera ostensible una posición más radical”. ¿Cómo podría una revista anunciar los productos de un lugar del que habla de manera desfavorable? De hecho, cuando se leen todos sus trabajos en La América (más de cien en total), un marxista podría concluir fácilmente que Martí cooperó con lo que ellos llaman el “neocolonialismo”, abriéndole mercados subdesarrollados a los excedentes de la producción de los países capitalistas. Desde tranvías hasta equipos de gimnasia Martí quiso vender a Latinoamérica; dijo en el mismo escrito del que Kirk extrajo la frase: 
                    Los productores de la América del Norte han venido a producir más artefactos de los que el país requiere, sin que el costo de producción... les permita sacar sus artefactos sobrantes a los mercados extranjeros [y] están hoy en la necesidad urgente y concreta de exhibir y vender a bajo precio a los mercados cercanos de América lo que en el suyo les sobre, y con la nueva producción, sin demanda correspondiente que los consuma, ha de continuar acumulándose sobre el actual sobrante. Los de acá, pues necesitan quien les exhiba sus productos. Los de allá, quien les explique y señale las ocasiones y ventajas de las compras. La América viene a punto a dar satisfacción a ambas necesidades. 
                    En otra ocasión dice este autor que “a medida que el peligro de la inquietud social aparecía de manera siniestra” en los Estados Unidos, Martí creyó que, “para impedir la inquietud política y social era absolutamente necesario “distribuir mejor la riqueza nacional”. Pero estas palabras, que ciertamente por su espíritu de justicia hubiera suscrito Martí tampoco son de él: el párrafo dice así: “En Nueva York cazan a los socialistas por las calles, o poco menos; pero en Boston se juntan los pensadores a meditar sobre los males públicos, y una reunión de gente rica y aristócrata declara que las relaciones actuales entre los hombres son bárbaras y temibles, y que es preciso que los ricos de Boston estudien el modo de distribuir mejor la riqueza nacional”. Es decir, eso de “distribuir mejor la riqueza” no lo dijo Martí, sino la "gente rica y aristócrata" de Massachusetts. 
                    No es fácil resistir la tentación de añadir un último disparate de José Martí, Mentor of the Cuban Nation. Su autor, como hemos visto, no sólo peca por mala fe sino también por ignorante. Dice que’ “la vigilancia de Martí y su disgusto con la injusticia fundamental de la división clasista, se puede ver en su “Diario de Montecristi a Cabo Haitiano”, en el que Martí anota la gracia que le hizo la más ridícula"manifestación de desigualdad de clases en Cuba”, y Kirk copia un pasaje en el que Martí recogió esta observación de un campesino: “Es Arturo, que se acaba de casar, y la mujer salió a tener el hijo donde su gente de Santiago. De Arturo es esta pregunta: '¿Por qué si mi mujer tiene un muchacho dice que mi mujer parió, y si la mujer. de Jiménez tiene el suyo dicen que ha dado a luz?” Pero de esa anotación pasajera —natural en Martí, quien gran conocedor del idioma, recogía los giros peculiares del lenguaje en los lugares que visitaba— , de esa trivialidad, Kirk saca esta conclusión: “A primera vista, este deseo de una sociedad sin clases —la segunda forma fundamental del programa de Martí para la patria— contrasta con la impresión que daba en sus “Escenas Norteamericanas”; pero, además de esa conclusión caprichosa, que nada tiene que ver con lo que allí pasó, el campesino que está hablando no es cubano, pues ese “Diario” lo escribió Martí, como dice su titulo, “De Montecristi (en la República Dominicana) a “Cabo Haitiano” (en Haití); y la ciudad de “Santiago” que se menciona no es, como debió creer Kirk, Santiago de Cuba, sino Santiago de los Caballeros, otra vez en la República Dominicana... 
                    En una ocasión Julio Antonio Mella escribió que Carlos Baliño (fundador del primer partido comunista cubano) le confesó que Martí le había dicho estas palabras: “La revolución no es la que vamos a iniciar en las maniguas, sino la que vamos a desarrollar en la República”. Ésa fue la primera mentira sobre Martí de los marxistas de Cuba, o Martí fue un vil hipócrita que estuvo engañando a todos con sus actos, con sus palabras y con su vida. Vistas las tergiversaciones y mentiras a que se atreven, es más lógico pensar que Mella o Baliño no dijeron la verdad, que Martí fue el que está en su obra, y que todo parece indicar que no hubiera sido otro aunque hubiera sobrevivido a la guerra.  Es un error del marxismo-leninismo pensar que quien descubre las contradicciones de la democracia, y las injusticias del capitalismo, tiene necesariamente que buscar las soluciones en el totalitarismo de Estado. 
                    Hacen hoy en Cuba esfuerzos por presentar a Martí como no fue, y algunos confundidos o ignorantes repiten aquí lo que de allá les llega. Y parece natural que se produzca este fenómeno que el propio Martí advirtió, puesto que “todas las tiranías tienen a mano uno de esos cultos, para que piense y escriba, para que justifique, atenúe y disfrace: o muchos de ellos, porque con la literatura suele ir de pareja el apetito del lujo, y con éste viene el afán de venderse a quien pueda satisfacerlo”. 
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